Pienso en etimologías fantasiosas, si atontar es volver tonto ¿localizar es volver loco a alguien? Admito, sin duda, que no tiene absolutamente nada que ver. El adjetivo loco proviene del árabe y locus es latín. Sin embargo no deja de ser maravillosa la coincidencia con la expresión “loco de atar”. Se refiere, por supuesto, a esa costumbre bárbara de amarrar a los enfermos mentales, bien para evitar autolesiones, bien, y es lo terrible, para reducir su movilidad y las incomodidades que producen a los cuerdos que se localizan alrededor.
Cuerdo, por su parte, tiene una coincidencia fonética con la cuerda, aquel objeto trenzado que sirve para atar a los locos. El término tiene una conexión semántica fascinante. Cor-cordis es el corazón. Cuerdo, pues, refiere a quien tiene el corazón en su sitio, loca-lizado, es decir, el que obra con sentido. No deja de ser curioso que sea el corazón la sede de la buena cabeza y del obrar con sentido para que, a partir de cierta concepción del romanticismo, se enfrenten razón y sentimientos. Una situada en el cerebro, los otros, en el corazón. No es extraño que localicemos en el corazón los sentimientos habida cuenta de la agitación de este a medida que aquellos se hacen más intensos. Y, por consecuencia lógica, la sangre tienda a hervir. Un latino de corazón caliente es aquel cuyos sentimientos dominan la acción, violenta para más exactitud.
Cuerdo es quien está en su juicio, dice el diccionario de la Real Academia. Chesterton recordaba los tiempos en los que el loco había perdido el juicio mientras que ahora, se lamentaba, es quien ha perdido todo menos la razón. La imagen del loco que impera es la del psicópata Hannibal Lecter bien amarrado. A la manera de Foucault podríamos decir que perder el juicio a menudo es una expresión literal, un tribunal de expertos médicos, psicólogos, psiquiatras que determinan el encierro o la libertad.
La segunda acepción en el diccionario de la Real Academia lo define como “prudente”, que “reflexiona antes de determinar”. Como el auriga platónico que amarra en corto los caballos de las pasiones, el cuerdo utiliza el cordel para templar antes de juzgar, mucho antes incluso que actuar.
Una cuerda de presos fue literalmente la unión de varios penados en un viaje. Una cuerda, de manera similar, agrupa a ejemplares de características semejantes. Las cuerdas vocales nos permiten hablar y demostrar si estamos locos o cuerdos. Se da cuerda a los mecanismos –y a las personas– para que actúen. Tenemos mucha cuerda si somos capaces de aguantar las críticas y si no paramos de hablar cada loco con su tema. Bajo cuerda se dan los sobornos y los manejos secretos. Y nos movemos en la cuerda floja cuando dudamos entre la locura y la sensatez. Uno puede volverse loco de amor si el deseo nubla por completo las normas sociales. Pero alcanza el final feliz ortodoxo al terminar atado a la persona mediante, según la tradición del truhan, la soga del sagrado matrimonio.
Locos, por su parte, pueden ser las personas y los mecanismos que escapan al control. Y localizar es precisamente poner en un mapa, imponer un control al espacio y a quienes nos movemos en él. No deja de ser triste que nos clasifiquen de locos si estamos contentos en demasía. Es la misma sensación malsana que considera que algo es digno o apreciable si merece la pena, entendámosla tanto en la manera judicial como en la dolorida.
La localidad es el lugar donde echamos raíces. El loco pretende alzar el vuelo sobre el horizonte de lo convencional, pero, ¿quién no ha sentido la locura de estar atado a un mismo espacio? Cuentan que la polis griega condenaba al ostracismo a los sujetos indignos de vivir en sociedad, se les expulsaba del espacio de las personas. El ostracismo es la radical separación de los topoi, aquellos donde se otorga la condición de humano. La sociedad moderna, la que aprendió derecho penal de la Ilustración, considera el castigo supremo la pérdida de libertad traducida en la expulsión de la sociedad hacia un lugar muy concreto, la cárcel. No solo como medida de precaución ante posibles maldades, también porque había que reeducar en la socialidad, el objetivo de la deslocalización era la reinserción social. Un viaje de ida y vuelta. Sin embargo, uno de los castigos psicológicamente más crueles es el aislamiento total, la localización absoluta en una celda de la que no se puede mover.
A lo loco hacemos las cosas sin pensar, y locas son denominadas las que no pueden ser clasificadas en las normas binarias, que antes solo se entendían como travestis, y ahora pueden ampliarse mediante conceptos como lo cuir, de queer, en inglés. Las expresiones en el imaginario sónico nos remiten a la dialéctica entre controlar y descontrolar, entre amarrar y soltar, entre la cuerda que elimina la locura de los locos, y la localización en un manual de diagnóstico de enfermedades mentales y en una institución que es otra cuerda que sujeta al sujeto.
Un disparate tiene que ver con disparar en todas direcciones, esto es, disparatar. Chalado, por su parte, es una palabra de origen caló que está literalmente significa “ir”, “vagar”. Aunque es un término extraño para un pueblo de tradición nómada, comprendemos que alguien loco está ido. De nuevo la deslocalización como la falta de norma, la locura asociada a lo que no está dentro de la cerca. Territorializar el deseo es la forma básica de destrozar el Cuerpo sin Órganos de Deleuze y Guattari, quienes ya avisaron de la forma de escapar de los esquizos y reivindicaban devenir nómadas. La indivualización es la cárcel individual, la localización en el propio cuerpo y su aislamiento.
Al animal salvaje se le doma con una cuerda. Se echa el lazo para domesticar, para llevarlo a la casa, para tenerlo localizado cerca, dentro de un cercado. No podemos pensar en otra forma de cordura que la de estar en el lugar adecuado, en la domus, la casa, el hogar. Todo lo demás es extravagancia, vivir fuera sin detenerse en ningún sitio, locura. Localizamos aquello que no está con nosotros, el que está lejos, al que perseguimos o del que huimos. Al que vigilamos. Y al que tememos.
Sé que este es un tema fantasioso, de múltiples ramificaciones, en el que nunca se podrán atar todos los cabos.
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