Argentina, estuvo residiendo en España. Su formación parte de la Sociología y posee un máster en gestión cultural. En España ha publicado Vecinos (2010), Historia de un ladrón (2010). También Imitación de los pájaros (2013), Ficciones súbitas (2013), Saigón (2015), El cuerpo intacto (2016), Grow a lover (2018), Del deterioro (2019), La gota en la piedra (2021). El volumen que presenta para Liliputienses trata de acercarse a la base biológica de la existencia, y de forma más general, invita a ir más allá de las apariencias más sombrías y encontrar la vida en las condiciones más duras. Comienza con una anécdota en la que se olvida la trascendencia de los actos en las interacciones humanas: “Empezó aquella vez que tiraste / litros de agua / sobre la casa de juguete de tu hija / para apagar un incendio mínimo /…/ pero a partir de ahí / el método fue siempre el mismo: / para solucionar el problema destrozabas / la casa y el problema”.
Los primeros poemas, efectivamente, abordan el tema de las huellas que se marcan en la niñez: “El hombre que se levanta de noche / es carne de cañón para la fatiga”; “Fueron tus padres los que te hablaron de progreso / de la posibilidad de mejorar la vida a base de trabajos /…/ Años de trabajos para comprar macetas, / una mesa de roble, / la casa, para olvidar qué hay fuera”. Plantea Mercedes Álvarez los dilemas filosóficos básicos: “Dios sabe que es así / los peores horrores se cometen en nombre del Bien”; “Conviene saber / que el espíritu tiene recursos limitados / que los movimientos son infinitos / para que el resplandor aparezca / hay que hacen brillar el ojo / frente al filo del estaño / sin tener”. Y luego continúa con las encrucijadas vitales más imperiosas: “¿No estabas más feliz que nunca cuando el cielo se cubría de nubes y llovía a cántaros? / Pero no se puede vivir recordando siempre, / y a la decoración o el suicido”; “Eventualmente / la gente tiene hijos y deja de fumar / piensa en el futuro / en la salud propia / y la de los demás”.
Hay poemas que contienen reflexiones del Hombre genérico: “Un hombre que contempla / el cielo en verdad contempla / el mundo entero contenido en un pedazo de nube y hoja. / Pudiera parecer que es cualquier cosa”; “El hombre que penetra la carne es solo un hombre / un campo minado por el tiempo y el fulgor de un amor”. Y en estas reflexiones, el Creador, con toda la inquietud que plantea su existencia: “pero pensás “dios” y pasa una hilera de gaviotas / recordás “sexo” y vuela súbito un viento que levanta el pelo /…/ La interpretación no es más que un anhelo / una invención, una posibilidad / lo que rompe la materia del lenguaje / para que reluzca la palabra”.
En la segunda parte se suceden versos que podrían formar parte de una colección de aforismos: “La ceguera es una forma de educación primitiva”; “Narciso debió ahogarse mucho antes: / hundir la cara en el agua permite / ignorar cualquier reflejo”; “La nostalgia viene sola. / La imaginación hace el resto”; “Quien existe en la soledad / profundiza en ello”. Se dirige con tono de advertencia: “Lo que ocurre en las noches / queda a veces sepultada bajo el pozo del sueño / mientras toman nuestras propias decisiones”; “No pienses en la intersección de tierra y mar / como un modo distinto de entender el amor / más bien el amor es un océano / rodeando una isla / donde se cuece a fuego lento una mentira”;“¿Es posible obtener / descanso en el otro más allá del sueño? / Pero las personas avanzan sin preguntar / proyectar una imagen congelada / olvidan la naturaleza / detrás de la maceta”.
La última sección se centra en la primera persona con sus recuerdos (“Cuando digo que tengo a la niñez de mi parte / me refiero a los niños, sí, / pero también a los cachorros de perros y gatos / a los hijos minúsculos de las ratas / y a los brotes en las macetas del hogar”; “Tu cara se refleja en el espejo y no es tu casa / los dientes ya no existen / el árbol de magnolias sí, dio otra flor / pero tu perro / murió hace diez años”). Una versión de la perspectiva que sigue indagando en la necesidad de rastrear lo humano frente a lo inerte. “Cuando muera, mis objetos morirán conmigo”, confiesa en un momento para luego hablar de las relaciones como la amistad (“No es cosa de ahora, la amistad / es un mito cimentado ya / la losa pesa / como la piedra sobre la tumba de Montaigne”).
Sin llegar a lo que convencionalmente denominamos poesía confesional, aparecen los versos más intensos, más profundos: “El corazón es como una astilla: / no quisiera arrancársela / pero está demasiado / unida a la carne /…/ El corazón es una astilla, dije / como si la razón no lo fuera”. Donde caben los deseos (“Quiero decir que la noche es el instinto”), las costumbres (“Hay quien dice que hago excentricidades / para escribir después las ideas y, sin embargo, / heme aquí / escribiendo / sobre nada”), el poema (“forzar la sílaba / para que diga lo que nos resulta imposible”) y el relato (“Cada cosa tiene su historia, cada objeto es / un símbolo, un modo de seguir / hablando con los muertos”). Una mirada que se posa en cada detalle, en cada brizna de hierba con la conciencia plena de encontrar la naturaleza aún en algo tan artificial y pequeño como la maceta.
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