miércoles, 8 de marzo de 2023

Reseña de Mónica Manrique de Lara: ‘La leña’. Centro Editor Col. Interlunio. 2022

 LA LEÑA | MANRIQUE DE LARA MONICA | Casa del Libro


Excepcional prólogo de Óscar González Palencia para este poemario intenso y en gran medida dolorido. Tras  Devoción de las olas (Isla Negra editores, 2020) la versatilidad poética se abre. Comienza con cita de Miguel Veyrat: “veo, aunque mis ojos permanezcan vacíos”, un poeta que ejerce una gran influencia en los poemas de este libro.

Sol al corazón es la primera sección, que funciona como puesta en escena para el argumento: “Queda todo desangrado, cae la niebla, / salvo ese lodo que alumbra a los troncos / y encarna los ríos” (Fisiografía). La actitud de la poeta no es sino describir este desgajo interior: “¿Para qué me pusiste los ojos, / si no puedo ser agua en tu espejo?” (Madrugada primera). Una serie de sombras, de niebla, de bruma cuya misión es despejar para describir más lúcidamente el porvenir de la leña: “La muerte no es cristal, / se hace de anhelo evaporándose un sendero” (Prende el alba); “Toda esta niebla se parece a la distancia” (De una sombra). Si bien la pequeña muerte puede tener varios significados, aquí funciona a la perfección su polisemia: “pequeña muerte que vuelas conmigo, / soy la raíz que entorpece tus manos” (Vuelto al cielo). Para luego completar la misión prometéica: “Si la luz no albergase los fuegos / reposaríamos por siempre en una aurora” (Solitario).

La búsqueda de la metáfora, del término perfecto se asemeja a una labor de orfebre, donde cada connotación aporta color y sentido: “Cuerpo de ámbar, vivo espejo de mi sueño, / devuelve al sol lo que trajiste a mis sentidos” (Anhelo de la ceniza); “Sigo varada a la luz de mis venas” (Buceadora); “¿Cuánto tiempo arderé en esta fuente?” (Manantial del esfuerzo). Hay un deseo íntimo, subterráneo (“Hay un sendero contenido en la materia / que va abocado a los perfiles de su sombra, Subterráneo), como una pulsión que arrastra: “mi peso en acantilado hacia las aguas, / mi corazón se suelta y trepa hasta la puerta” (Ascendencia en la noche). Esta es el impulso y la lucha.

Con una cita de María Zambrano comienza la segunda parte, Cruzar paisajes. Con la malagueña coincide en la consideración de la poesía como un arma de la razón y el conocimiento: “Tomado el remo del sol que me embarca / mi pensamiento deletrea cada ola” (El destiempo en el remo). Son poemas donde se refleja una luz, casi otoñal, no la de la Razón todopoderosa, sino la del atardecer, el tiempo de la lechuza: “Mi corazón se desprende del sol” (Luz del exilio); “Se apacigua la luz en la rama” (Inmersión en la danza). La metáfora de la luz sirve tanto para acabar con la sombra como para cegar y Mónica Manrique de Lara se pregunta, al estilo dylaniano, “¿Cuántas estrellas ha de apagar un hombre / para dejar de ser cegado por el sol?” (Tierra y sueño).

Mientras que en Devoción de las olas, era el mar el punto de referencia, ahora son puntuales (“todo este cielo parece un naufragio” (Noche en el agua), predomina más lo terrenal, más poderosas en este volumen. Ahora sirven como imagen de la siembra (“¿Escuchas, tierra firme, ese silbido? / Son las semillas que se lanzan al vacío”, Paisaje de la supervivencia) o como referencias al barro primordial (“Qué callada / la caída / y cuánta luz / en lo alto / del barro”, Cauce de lo que está ocurriendo), la patria donde surge el árbol que será leña al volver a ella: “¿Hay en la tierra alguna luz / por la que caminar desnudo sin ser leña?” (Lejanía); “Yo talaré mi propio tronco con las manos, / que brote el rayo y se encadene a la tormenta, / la eternidad es partir en dos toda la sangre / haciendo amantes con espejos en las manos” (Consagración).

La leña permite hablar del viento y el incendio, de las entrañas y la transformación: “Esta ausencia de mí es el viento / en un bosque encendido” (Transparencia);“Yo te confieso, madre, en tus entrañas / que solo existo en el corazón del viento” (Remanso). No es de extrañar, pues, que elija una cita de Rumi para la tercera sección, Los espejos.

En esta ocasión podríamos decir que la posición poética es mucho más mística, de identificarse en cada pequeña situación, de apreciar cualquier paradoja, abrazar el dolor y la luz: “Soy la distancia hasta esa luz que no se apaga” (Movimiento de paso); “Tejo tu imagen con hilo de luz y reposa mi sombra” (Encuentro); “Tu silencio es una piedra transparente” /…/ Tu silencio es el peso del cielo” (Luz y sino es el viento). Y es aquí donde cobra sentido, más sentido, el leitmotiv del volumen: “Cuando se mira al descuido de un árbol / no se ve el tronco y si nacen los frutos / el cuerpo acaba enredado en las ramas” (Luz en la penumbra).

Lo que debería ser el gozo tiene un reverso trágico (“Luego da un salto al libre amor hacia lo oscuro”, Comunión en la plaza); las pulsiones que hemos visto desarrollarse se continúan en la aspereza de la tierra (“Una flor es el sol del abismo / si no entiendo que existe otra flor, / el rumor de esta certeza en la semilla”, Manos del viento), la voluntad, terca, debe aprovechar lo más minúsculo, “sacar el hilo por los rayos de la aurora” (Adherencias).  Un aliento de dolor y sufrimiento se va arrastrando entre los versos de esta sección: “Cuando fui noche goteaba de leche la luz de los astros” (Muro de barro en mitad de la tormenta); “pero ya no puedo amarte sin arder” (Soledad de los astros); “Dulce amor, te quedaste en la noche más larga” (En el agua vacía). Se rompe la voz, “La palabra se hace cristal” (Fragmentos).

Carta de amor y dudas se titula la última parte del poemario, es el “anhelado el regreso a ese tiempo para que no alberga ningún suceso”. Mónica Manrique de Lara está narrando con habilidad el proceso que abarca lo que no sucede, lo que se transforma en sí mismo: “¿Hay que abrirse por dentro, como trozo de tronco es la llama, hasta dejar de ser sí mismo para ceder a ese vacío, para entregarse a su fin y principio, y de este modo, dejar de hacerlo hostil y peligroso?”.

La historia, personal, general, la de todos, está preñada de recuerdos, de elementos vitales que construyen y marcan los recursos que luego arderán como leña: “Recuerdo que cuando era niña, todo podía atravesarme como el viento: el espacio, los besos, la risa… pues yo no era cristal, aún era agua, mi memoria ese paisaje de mar y mi tiempo era dicha”; “El amor con la muerte, germen intacto del nacer y el despertar, hacer juntos un ave de luz incubando la vida”. La tarea heroica del poema es retomar el silencio: “He de callar, escribir por retomar lo que hay sembrado en las lindes de mi conciencia, recolectarlo como manos de tierra”. El volumen cobra un sentido más radicalmente concreto con el último poema, “Mi querida María, voy manchada de hambre y conciencia, desearía que todos estas letras fueran lágrimas”.

Devenimos leña en un trabajo de consolidación de estratos, de historias pasadas ajenas y propias, que sintetizamos en el material que nos hace y que permite que prenda la llama. Una lección lírica para asumir el destino.

3 comentarios:

  1. Muchísimas gracias, Javier, qué profunda y detallada lectura, què maravilla de reseña. Mil gracias por tu tiempo, tu trabajo, tu sensibilidad.

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