miércoles, 1 de marzo de 2023

Reseña de Santiago Venturini: ‘En la colonia agrícola’. Liliputienses. 2022

EN LA COLONIA AGRICOLA | SANTIAGO VENTURINI | Casa del Libro


Santiago Venturini proviene de Esperanza (Santa Fe, Argentina) y es otro de los poetas que Liliputienses nos acerca al público en España. En su haber cuentan ya El exceso (2008, premio Gloria Fuertes), El espectador (2012), Vida de un gemelo (2014), Un año sentimental (2019), Una forma de llegar al futuro (2022), Imperio (2016 y reimpreso en 2019). Este experimento poético está a medio camino entre Kafka y Pedro Páramo, cargado de conciencia y lucidez más allá de lo que las apariencias muestran: “Tengo que soltarme otra vez / pero estoy duro  Clavi / Sigo un poco duro / papá, / necesito más tiempo / o tal vez ya soy así / un chico que sabe patinar / un chico que sabe disparar / pero que escribe siempre / lo mismo / y siempre igual”.

En esta narración en verso sobre los primeros encuentros con la muerte durante la infancia y la adolescencia. No por tratar de un experimento social deja de ser una verdad: “y así nos dimos cuenta / de que dos desconocidos / en un mismo lugar / pueden formar / la mejor familia”. Los elementos de esta colonia supuran heroísmo y la voz poética habla desde la perplejidad: “mi vecino dice / que desde esa época / tiene las puntas de los dedos verdes. / Yo me volví un poco lento / para entender alguna cosa. / Todavía no sé / si es un mecanismo de defensa / o el efecto secundario / de esos químicos”. Su actitud está a medio camino del existencialismo. Es fácil recordar el inicio de El extranjero de Camus cuando leemos: “Cuando internaron a mi papá / no fui a visitarlo, / aunque casi puedo verlo / detrás de unos anteojos /…/. Se murió un día después / y yo me enteré por una vecina / que se cruzó a mi casa / y como no sabía qué decirme / me abrazó”. Traduce, pues, una sensación de irrealidad: “¿Cómo fue tu cumpleaños / de quince, nona? / No me acuerdo. Lo único / que me acuerdo es que vivíamos en el campo / y mi hermano me corría / todo el tiempo con un palo”.

Santiago Venturini nos acerca historias de decepción, de desengaño: “Un tiempo después / uno de ellos «se murió de sida» / –así decían los vecinos– / y el otro se quedó solo. / Ya no lo molestábamos / porque la viudez es siempre / respetable / o porque le teníamos miedo a esa enfermedad”; “Los habitantes / de la colonia agrícola / viven rodeados de campos / aunque a veces se olvidan. /…/ El campo parece / demasiado elemental / pero esconden cosas”; “En la colonia agrícola / los grandes chupaban / todo el tiempo /…/ Crecimos y empezamos / a chupar nosotros”. Un proceso vivido que lleva a atravesar la línea de sombra: “entendimos que el alcohol / tenía otros usos, / además de la felicidad. / Lo usaban nuestros abuelos / para borrar años enteros de vida / lo usaban los maridos / para saltar del ring de sus casas / lo usaban las mujeres / para volar de sus sillas / y mirar a sus familias cenando / desde el cielo”; “Otros siguen encerrados / en la adolescencia, / pensando que su vida / está por venir. / A veces me parece / que somos un reflejo / de lo que fuimos. / Tal vez a ellos también / pero no podrían explicarlo”; “Algunos dieron el salto / al mundo de los adultos / empujados por sus padres. / Otros se quedaron en el limbo”.

“Antes de volverse ciudad / las calles de la colonia agrícola eran de tierra” y ahora la colonia agrícola es tenaz, quizás porque sabe que perder la fe es hundirse en la desesperación: “Y ahora / en el clímax de las células / mientras perdemos pelo / seguimos creyendo en el futuro”;  “En el ábside de la iglesia / hay una pintura / sobre el nacimiento de Jesús. / María está en segundo plano, / muerta de cansancio por el parto. / A nadie le importa, / todos adoran al niño. / Alrededor hay criados / haciendo lo mismo que hicieron / en toda la historia del arte: / trabajo. / No tienen tiempo ni para Dios”.

Los fantasmas habitan y pesan en la colonia tanto como los vivos: “Tanto / que cuando mi mamá / hizo su última transición / desde la Tierra / y se despidió del mundo / en la nave esparcida de su coma, / yo estaba subido a mi bicicleta / pero mirando al cielo para verla despegar”; “Ahora / en el mismo lugar / hay casas con el césped cortado / llenas de hijos que comes / todo lo que sus madres le dan / para poder llegar al futuro”. Es difícil indemne de la colonia y de la lectura de Santiago Venturini. Estremece aún más cuando el lector es consciente del contenido autobiográfico.

 

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