Cuaderno de Fuenteventura (2011), Mi primera colección de perdedores (2012), El espíritu de la escalera (2014), Ruido rosa (2017). Este Gin contra la mala suerte se compone de una serie de personajes con fondo de jazz. Podríamos decir que se basa en una estructura de monólogo dramático, con la circunstancias de la ambientación en el jazz clásico, el be bop principalmente. El título proviene de Cortázar, gran amante de este ambiente –debo reconocer que fue mi introductor en el género también–.
Acuse de recibo es el título de la primera parte que comienza con La banda se presenta: “En el cuarteto todos sonreíamos / en hermosas fotografías promocionales / mientras el tiempo se escapaba por el sumidero / de un calendario con más actuaciones que jornadas /…/ sobre el escenario jugamos a engañarnos / y nos sentimos invictos, / plenos, / elegidos, / necesarios”. En un símil cinematográfico, esta parte sería la del plano general que inicia el film, con los detalles del ambiente y el planteamiento de la historia: “y no hay comunión si no hay swing /…/ Todo ese ruido / es salvavidas: naufragio eterno” (La novia que se abandona todas las noches); “La música es solo una excusa / para reinvertarnos en la noche / y vestirnos con la piel de lobo” (Flaneur).
La segunda parte, Resolución, se adentra en algunos personajes, comenzando en el París de Rayuela: “nos enamoramos un poco más / del paraguas roto de la Maga” (El jazz de los enajenados). Este sería un plano medio, donde los argumentos comienzan a desarrollarse: “Creyendo viajes hacia la luz, en realidad, / peregrinamos cada momento / hacia nuestro propio fundido en negro” (Miss Prosperity). David Fueyo se mete dentro de los personajes con tanta eficacia como Bertrand Tavernier en Round Midnight, con la misma devoción que Clint Eastwood de Bird y la perspicacia psicológica de El perseguidor: “Enamorarme, / ella en primera fila. / Nunca la misma /…/ Terrible frío. / Después de la música / no queda nada” (Haikus jazz); “el ritmo de la vida no era más / que una carcajada de los dioses / provocada por nosotros mismo” (Perdido Street). Muchos de los poemas están situados en espacios concretos y en momentos históricos concretos, que, en el fondo, se hacen universales en los versos: “Nadie canta a la pena como yo. / Nadie tanta náusea por los días todos iguales / y ordenados en fila hacia la nada. / La nada, poeta nihilista. No. / Nadie es mejor impostor que yo” (La balada del desertor) o “Así brindamos, despreocupados, / dispuestos a pagar el precio / de la bala que nos ha de matar” (Blues de preguerra).
Prosecución es el momento donde los personajes toman el protagonismo, como Chet Baker (Chesney solo tocó. amó y se chutó. nada más), Sonny Rollins (“Todo resplandece más si escuchas a Sonny desde lejos”), Papa Jack (“Niños para los que la música fue su único consuelo / y ese músico negro su único papá. / Aquellos que con sus manos construyeron / la ciudad nueva, / aquella que nunca logró devastar el huracán”), Django Reinhart, Billie Holliday (Federico y Billie coinciden en Smalls Paradise una sola vez, pero ninguno de los dos llegará jamás a saberlo), Lester Young (“el maritiro eran campos de cerezas y rascacielos, / y el paraíso eran unas monedad para Caronte”, Manoir des Mes Reves) y muchos otros.
Me interesa sobre manera cómo trasciende de lo meramente jazzístico (como Emilio Calvo de Mora en sus aforismos, Un poco de swing, por favor, 2022), especialmente en las dos últimas partes, Cántico y Expiación, que poseen la parte más espiritual de este proceso del alma que cuenta David Fueyo: “Voy a hacer todo lo posible para ser digno de ti, / mariposas que revolotean directas desde el corazón. /…/ Todo el mundo debería amar con A love supreme / Todo el mundo debería morir escuchando A love supreme (9 de septiembre de 1954 en Englewood Cliffs). Todo este pasaje se corresponde con la mística que Coltrane supo inspirar en sus composiciones más profundas. Miles era “Un mago a la trompeta / calla tú y que hable el mal” (Out front). Y todo el jazz que crearon antes del cool es una Devoción: “El hombre / cegado por la luz / cree que Dios / respira a través de nosotros / y que el cielo / es algo parecido / a escuchar una voz, / esa voz, / bajo la lluvia”. El jazz, en el fondo, no es más que la vida en un ejemplo maravilloso: “Borracho de vivir / en esta improvisación / en la que sigo tocando / desafinado” (Improvisación). Recordemos el espíritu de Mingus en “Cuando llegue el infarto lo recibiré con un cigarro en la mano / acurrucado en el gin / y abrazado a mi viejo contrabajo” (Gin contra la mala suerte).
Por último, llega la Expiación: “Allá de donde somos / los que tenemos como única patria / esta noche / que nunca debería acabar” (Sacrificio). En esta parte se demuestra que la lírica puede ofrecer luz a las ansias más profundas del ser humano: “Cambia la dieta tóxica por un Dios, / el que sea, / y que el desconcierto / sea la verdad que nadie nos ha enseñado” (Revelación); “Esta pena es mi ofrenda” (Ofrenda). Con un lenguaje a medio camino entre lo religioso, lo místico y lo obsceno, se describen no solo el universo de estos músicos libres, sino que se trasciende a la condición humana: “Nos merecimos / follar con la eternidad; / somos los ángeles que sospechan que hay un cielo / en el que nadie baila” (Penitencia); “Cuántos remordimientos / para el sueño de los muertos / que algún día seremos. // Que algún día seremos, / si es que ya no lo somos” (Resurrección).
Un intenso volumen que se lee como narrativa y que se mueve con facilidad entre la reflexión y la filosofía de la vida sin contemplaciones:
“Y ahora somos más viejos
y el corazón ha encogido
y se ha encallecido
en un mundo que nunca entendimos,
en el que siempre hemos sido
tan solo un imitado molesto” (Reparación)
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