domingo, 21 de julio de 2024

Reseña de Julia Bellido: ‘Lucernario’. Ediciones Garvm. 2024

 Asunción Escribano. Escritora | Facebook


Julia Bellido llega, tras el excelente Desobediente (Garvm, 2023), a brindarnos la otra cara de las relaciones, como dice la propia autora, “Un hilo invisible” de generaciones. Si hace un año resaltaba el carácter indómito de la autora para desasirse de las normas, ahora recoge el tejido que ilumina su abuela “menuda y frágil” que es “la luz de esta historia”. (Aunque no es la única luz: “Cádiz es esa luz. Es la luz toda. / La misma que me salta desde dentro”).

La dialéctica entre la luz y la sombra, la oscuridad se plantea como una indagación de la posibilidad de la experiencia, de la sabiduría y de la vida: “Y hay una oscuridad, / un  cambio, descarnada y elocuente, / capaz de desprender / la venda de tus ojos / para que por fin veas”. Una posibilidad para el aprendizaje vital y una esperanza: “Al apagar la luz, / la oscuridad se enciende. / Y se prende otra luz que es como fuego”.

Estos núcleos semánticos permiten jugar a la autora con las posibilidades evocadoras en distintos escenarios. Están los afectos: “Del recuerdo de algunas luces queda / solo la oscuridad que nos dejaron”. Están los momentos más duros, que, como decía Shakespeare, son justo antes del alba: “No hay negrura cerrada / que no termine abriendo / como el pétalo blanco del ciclamen / en la hora más fría del invierno, / esa hora donde ya no esperaba / que amaneciese el día”. Y, al contrario, también la luz puede significar el desbordamiento (“Me cae por la garganta / un guirigay de pájaros hambrientos, que me habita de luz / y que me hablan”), el amor (“Me deslicé en el agua / dejándome llevar como una red / de palabras de amor, todas aquellas / palabras que jamás supe decirme”), incluso la trascendencia (“No tengo que buscarte / porque siempre eres Tú / la que sale a mi encuentro. /…/ Y te dejo quedarte / todo el tiempo que quieras”). Nos resume de manera muy hermosa, casi mística: “Mientras habla, la Luz. / Que aparece temblando, florecida”.

En la poesía de Julia Bellido siempre hay una primorosa atención a los detalles, los fónicos, los rítmicos, pero sobre todo, las imágenes que elevan en varias capas lo que se presenta como poesía figurativa: “y esa terca costumbre / de lamer las heridas para intentar cerrarlas, / qué tremenda verdad la de esta luz, / tan distinta, tan pura /…/ Qué dicha estar aquí / y contemplarlo todo /…/ Y palpar el asombre / desde estos ojos míos que ahora ven / con esta nueva Luz que nos alumbra”. Por ejemplo, con el oxímoron: “Te marchas otra vez / dejándome una huella luminosa / brillando en el tejado”.

Siempre hemos encontrado en su poesía un componente espiritual (no es baladí que dedique un estudio al deslumbramiento de Saulo de Tarso en Caerse de espaldas): “Te evoco ahora, Luz, / y nada vale más que este momento /…/ La memoria se ocupa de engañarme, / te aparta del lugar en mi recuerdo / y os sitúa en el plano distanciado. / Pero no lo soñé. Ahí estabais los dos / y nos iluminabas”. Una poesía que no deja de ser confidencial, esta vez, casi en voz baja.

La identidad es uno de los temas que siempre han poblado la obra de la jerezana, en este caso, en el linaje femenino y lo que conlleva: “Todo sería más fácil / si no hubiera aprendido / a convivir contigo /…/ Pero es que existo en ti / y en ti me reconozco. / Me atraviesas, cálida, repentina, / y te expandes, llameas transfigurar el mundo / y me quema / y ardo”. Queda resumido en el último poema: “... tu regazo, / un huerto generoso, / un enjambre, abuela, / donde una vez estuve”. Una luz que ilumina, enseña y no deslumbra y, sobre todo, que se transmite con el bellísimo cuidado de unas manos a otras.

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