Entre las múltiples clasificaciones que pudiéramos hacer de los poetas, hay una que los dividiría entre los poetas de la sombra y poetas de la luz. Los primeros englobarían, por ejemplo, a esos malditos, atormentados, herederos de lo más pesimista del romanticismo entre otros. Poetas de la luz serían los que celebran la vida, en su realidad, son los que, aun conscientes del sufrimiento, apuestan por no negar la belleza. Desechos, de José María Higuera puede ser uno de estos ejemplos. Por la propia temática de este volumen merecedor del Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro, nos vamos a encontrar mucho de lo que entristece la vida, desde una silla que cojea, la dejadez de la ciudad, la incertidumbre, la indefensión, las miserias o los pecados. Sin embargo, se obstina en rescatar algo luminoso, una sensación, un objeto, una promesa de felicidad o de consuelo.
Cual manual de reciclaje, comenzamos el volumen con Materia orgánica, encabezado por citas de Nietzsche, José Luis Pardo y Chaplin. Hay un amor al detalle, a buscar entre el paisaje lo más cotidiano, lo más cercano y preguntarse por lo trascendente: “No sabemos lo que nos insinúa / la silla que cojea, / la puerta descolgada / o el cajón que conserva lo inservible / ni qué sitio conquista cada roce /…/ No sabemos si tienen su sentido /…/ Si queda un hueco intacto en la basura / donde pasar la noche” (A veces las cosas). Si decimos que José María Huiguera es un poeta de luz es porque titula Síndrome de Stendhal a unos versos sobre lo inhóspito de la ciudad: “Dentro de mí padece la ciudad, / su dejadez, / su luz en fuga indiferente, / su ordenado suicidio sostenido, / su desvelo de náufrago”. O en Condición de indefensión: “En esa condición de incertidumbre, / en esta indefensión quien se proclama”. Remata, sin embargo con un poema de esperanza: “si solo dispusiese de un minuto / para coger la nada / cuanto queda, / tomaría la vida cuando fuimos / tan felices, al menos, ese instante” (La alcayata).
Recogida de enseres, Envases no retornables, Textiles y ropa usada son los títulos de las siguientes secciones, símbolo de la atención a los objetos como elementos vitales: “Como un hombre constato en mi caída, / he bajado de nuevo la basura / separando por bolsas mis miserias” (Amortiguar el golpe). Que pueden incluir elementos muy humildes como los yogures y contraponerlos en otros poemas a lo más espiritual: “Quizás todo pecado sepa a poco, / quizás nos falte noche para tanto” (Equipo de limpieza);“¿En qué lugar oculto de la sangre / el estiércol redime su negrura? / ¿Qué peso no disuelve / el vuelo de las almas” (Aviones de papel) y volver a la celebración de la vida: “que todo puede ser solo un instante, / que suceder la herida de un poema; / que se cumple en el rezo de estar vivo” (Trastos olvidados).
Trasciende, y ese es el secreto, José María Higuera hacia la conciencia y la reflexión: “Allí un hombre se afirma en el detalle / de lo que se desecha” (Razones para todo). He ahí el leit motiv del poemario. Luego explica: “mi desvelo es sentir en lo perdido / y asumir todo riesgo en las costuras. // Hago mío lo roto de los trapos, la tela que se riaza, / algunas ropas viejas /…/ Compongo un hombre nuevo: / lo bello de un dolor y su contraste, / que se sumen los sietes, / soñar una mirada en dos botones /…/ Ser feliz puede ser recomponerse” (El luthier de espantapájaros). En el mismo poema advierte que “Nadie tiene la culpa de lo efímero / ni de que aún no exista la palabra / que defina / la herida que te ofrezco” (El luthier de espantapájaros).
Punto limpio, como no podía ser de otra forma, es la última parte, que combina citas de Mafalda, Les Luthiers. Si en Un lugar para lo roto dice que “Quien recoge del suelo los fragmentos / se mancha el corazón”, es una declaración de intenciones cuando reconoce en La fotografía (URBEX) que “Me gusta tomar fotografías / de sitios que predican su derrumbe, / de ruinas que florecen en los dedos, / del musgo que tapiza de humedad / los órganos vitales”. No es, sin embargo, una morbosidad hacia las ruinas, un regusto en lo degradado, ni siquiera cuando se pregunta que “Quizás solo consista en eso, / en no saber, / en no querer saber, / que estamos programados” (Obsolescencia programada). Al contrario, toma la determinación de abrirse a la belleza, con toda la lucidez de los versos: “El éxito consiste en hacerse cargo /…/ Meterlo todo en bolsas de basura / y cavar en el hueso si es preciso” (Que suceda el agua). A pesar de todo el sufrimiento, el poeta nos ofrece, en la cuidada dicción de sus versos las razones para elevarnos por encima y contrapesar porque, como dice el filósofo José Luis Pardo, nunca fue tan hermosa la basura.
Reseña de José María Higuera: ‘Desechos’. Diputación de Córdoba. Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro. Casa de Galicia en Córdoba. 2024
Entre las múltiples clasificaciones que pudiéramos hacer de los poetas, hay una que los dividiría entre los poetas de la sombra y poetas de la luz. Los primeros englobarían, por ejemplo, a esos malditos, atormentados, herederos de lo más pesimista del romanticismo entre otros. Poetas de la luz serían los que celebran la vida, en su realidad, son los que, aun conscientes del sufrimiento, apuestan por no negar la belleza. Desechos, de José María Higuera puede ser uno de estos ejemplos. Por la propia temática de este volumen merecedor del Premio del XXVI Certamen de Poesía Rosalía de Castro, nos vamos a encontrar mucho de lo que entristece la vida, desde una silla que cojea, la dejadez de la ciudad, la incertidumbre, la indefensión, las miserias o los pecados. Sin embargo, se obstina en rescatar algo luminoso, una sensación, un objeto, una promesa de felicidad o de consuelo.
Cual manual de reciclaje, comenzamos el volumen con Materia orgánica, encabezado por citas de Nietzsche, José Luis Pardo y Chaplin. Hay un amor al detalle, a buscar entre el paisaje lo más cotidiano, lo más cercano y preguntarse por lo trascendente: “No sabemos lo que nos insinúa / la silla que cojea, / la puerta descolgada / o el cajón que conserva lo inservible / ni qué sitio conquista cada roce /…/ No sabemos si tienen su sentido /…/ Si queda un hueco intacto en la basura / donde pasar la noche” (A veces las cosas). Si decimos que José María Huiguera es un poeta de luz es porque titula Síndrome de Stendhal a unos versos sobre lo inhóspito de la ciudad: “Dentro de mí padece la ciudad, / su dejadez, / su luz en fuga indiferente, / su ordenado suicidio sostenido, / su desvelo de náufrago”. O en Condición de indefensión: “En esa condición de incertidumbre, / en esta indefensión quien se proclama”. Remata, sin embargo con un poema de esperanza: “si solo dispusiese de un minuto / para coger la nada / cuanto queda, / tomaría la vida cuando fuimos / tan felices, al menos, ese instante” (La alcayata).
Recogida de enseres, Envases no retornables, Textiles y ropa usada son los títulos de las siguientes secciones, símbolo de la atención a los objetos como elementos vitales: “Como un hombre constato en mi caída, / he bajado de nuevo la basura / separando por bolsas mis miserias” (Amortiguar el golpe). Que pueden incluir elementos muy humildes como los yogures y contraponerlos en otros poemas a lo más espiritual: “Quizás todo pecado sepa a poco, / quizás nos falte noche para tanto” (Equipo de limpieza);“¿En qué lugar oculto de la sangre / el estiércol redime su negrura? / ¿Qué peso no disuelve / el vuelo de las almas” (Aviones de papel) y volver a la celebración de la vida: “que todo puede ser solo un instante, / que suceder la herida de un poema; / que se cumple en el rezo de estar vivo” (Trastos olvidados).
Trasciende, y ese es el secreto, José María Higuera hacia la conciencia y la reflexión: “Allí un hombre se afirma en el detalle / de lo que se desecha” (Razones para todo). He ahí el leit motiv del poemario. Luego explica: “mi desvelo es sentir en lo perdido / y asumir todo riesgo en las costuras. // Hago mío lo roto de los trapos, la tela que se riaza, / algunas ropas viejas /…/ Compongo un hombre nuevo: / lo bello de un dolor y su contraste, / que se sumen los sietes, / soñar una mirada en dos botones /…/ Ser feliz puede ser recomponerse” (El luthier de espantapájaros). En el mismo poema advierte que “Nadie tiene la culpa de lo efímero / ni de que aún no exista la palabra / que defina / la herida que te ofrezco” (El luthier de espantapájaros).
Punto limpio, como no podía ser de otra forma, es la última parte, que combina citas de Mafalda, Les Luthiers. Si en Un lugar para lo roto dice que “Quien recoge del suelo los fragmentos / se mancha el corazón”, es una declaración de intenciones cuando reconoce en La fotografía (URBEX) que “Me gusta tomar fotografías / de sitios que predican su derrumbe, / de ruinas que florecen en los dedos, / del musgo que tapiza de humedad / los órganos vitales”. No es, sin embargo, una morbosidad hacia las ruinas, un regusto en lo degradado, ni siquiera cuando se pregunta que “Quizás solo consista en eso, / en no saber, / en no querer saber, / que estamos programados” (Obsolescencia programada). Al contrario, toma la determinación de abrirse a la belleza, con toda la lucidez de los versos: “El éxito consiste en hacerse cargo /…/ Meterlo todo en bolsas de basura / y cavar en el hueso si es preciso” (Que suceda el agua). A pesar de todo el sufrimiento, el poeta nos ofrece, en la cuidada dicción de sus versos las razones para elevarnos por encima y contrapesar porque, como dice el filósofo José Luis Pardo, nunca fue tan hermosa la basura.
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