Proveniente de Buenos Aires, Gustavo Yuste es periodista cultural y escritor. Además de novelas y libros de viaje, ha publicado diversos poemarios: La felicidad no es un lugar, Electricidad, Accidente de ánimo, El formol de la melancolía. Este es un libro irónicamente confesional o confesionalmente irónico. El punto de vista desencantado conecta con el estado de ánimo de David Foster Wallace en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, salvo que no se trata de nada supuestamente divertido.
El optimismo es un proyecto inútil es el título contundente para la primera parte del poemario: “Confieso que algo intuía, / por eso me procupé más / por recuperar las cosas que presté / antes que por salvar a toda la embarcación” (Lo que sigue a continuación es una historia real). Gustavo Yuste va dando cuenta de una situación de serena decepción: “Después de coquetear con la apatía, / el último manotazo desesperado / en el que me hacen de todavía más” (El movimiento de las cosas). Una sensación de fracaso vital en un momento de replantearse el balance de una relación: “No hizo falta mudarnos / ni redecorar / para sentirnos extraños en nuestra propia casa: alcanzó con quitarle el humor a las cosas” (Tierra seca);“Nuestra tristeza / no entra en esta habitación / pero sí en un haiku” (Monoambiente).
El poeta llega a replantearse también la palabra: “Quizás el lenguaje solo sirva / para dar nombre / y hablar sobre esas cosas / de las que no se está / completamente seguro /…/ pero todavía me queda / todas las palabras que inventamos juntos / listas para ser usadas / aunque nadie las vaya a entender” (Sobre lo relativo). Los poemas destacan por el contenido de la tristeza, pero no deja de estar trenzados de cuidado lenguaje y de imágenes, seleccionadas de entre los momentos clave, los instantes decisivos, las reflexiones iluminadoras: “y la felicidad era un recurso tan renovable” (Salvo el hospital está abierto a esas horas); “Ya es oficial: / no nos alcanza / con una primavera estándar / para ponernos contentos” (La hora del almuerzo).
La ironía está en contraponer esa imagen idílica: “me gusta pensarme así: / un charco de agua inerte, / repleto de formas de vida / que nunca vas a entender / cómo es que sobreviven en ese hábitat” (Lago artificial); “En momento de optimismo y tiempo libre / me gusta pensar que la literatura / es una herramienta útil / a la que todavía no se le encontró / su función secreta. / Otras veces, como hoy, / solo me parece pis / que cae sobre más pis / en el baño del boliche de moda” (Optimismo). Y luego, darle la vuelta y llegar al desengaño: “Una sola cosa parece clara: / necesitan repensar seriamente / dónde vamos a depositar / muestran últimas pasiones” (Drogados un lunes). Un momento vital desde la madurez desengañada.
No es extraño que sea Instantáneas causales la manera de encabezar la segunda parte. Una selección de grandes despropósitos y desilusiones: “Tomamos mate en silencio / pensando si vale la pena hablar o no” (Víctimas); “Otra vez, / el año nuevo / hay prometiendo cosas / que nunca más se van a repetir” (2016).
La decisión de refugiarse en lo cotidiano es consciente y no hay Nada espectacular en eso: “El descontento cumple, / la rutina dignifica”. Y abrazar la sabiduría del que ha sufrido y conoce los peligros de las salidas fáciles y los engaños de la paz de espíritu: “La tristeza / es necesitar un consejo útil / y recibir en su lugar / un tupper recalentado / lleno de lugares comunes” (Vacaciones sobre la tristeza). Entre otras cosas, confiesa el autor, porque “Afuera, el mundo giraba como siempre: / lento, como si alguien se hubiera olvidado / darle la vuelta” (Toda música posible).
Esta es la historia del deterioro de una pareja descrita con delicadeza y lucidez: “Aunque nos miramos, / no decimos nada / a la espera de que algo / cambie el orden en el que estamos; / como si los dos supiéramos / que debajo de esta mesa / hay una bomba hermosa / a punto de explotar” (La hora del té); “Leo un libro que me regalaste / así nota extraño tanto / pero no funciona” (Veranear). Un libro triste y hermoso, que no cede a la nostalgia (“mirando a la casa, / como si los dos recordaron / había visto la misma película”, Olor a sal) y que aprovecha la ironía para abrazar el desánimo y continuar.
Terminemos la reseña con el poema que da título al libro:
“Estos modales heredados,
una relación disfuncional con mis deseos.
La falta total de fe,
el cuestionamiento intuitivo,
excusas perimetrados
y el optimismo de una vela
que tiene toda una noche por delante
y un final asegurado (Lo que uso y no recomiendo)
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