miércoles, 10 de julio de 2024

Reseña de Francisco Jota-Pérez: ‘Libro de mientes’. Ediciones Liliputienses 2023.


Nacido en Barcelona, novelista, ensayista, guionista, poeta y traductor. Entre sus libros de poesía tenemos Napalm Satori (2010), Mascara: Muerte: Roja (2012), SólidO-Celado (2018), Anamorfosis (2021), Luz simiente (2017) y ahora este desconcertante Libro de mientes. De nuevo tenemos un ejemplar que amplía el concepto de poesía mucho más allá del surrealismo y las vanguardias. Cualquier intento de poner un poco de claridad sería desvirtuar este intento de golpear a lo más profundo del entendimiento. Listas, tachones, relatos enloquecidos, despersonalización, experimental y caótico: “muerte entre amigos / aquí se detiene / solo antojo” (movimiento: muerta entre arrugas); “se la conoce por su traducción                contenida en el absceso y las fiebres”… Si bien es verdad que, en ocasiones, podemos entrever una coherencia narrativa, el funcionamiento de este artefacto consiste en aturdir, como en Movimiento bobina: “da / cuenta / extraña / del cielo / de cuentas / de espejo /…/ es bonita”. En otras ocasiones espigamos denuncias y descripciones, incluso tonos de ensayo “––Se empezaba a hablar de “mercados grises”, horas vaciadas en la misma medida en que perdíamos superficies, los intangibles lo eran todo” (genésico); “memoria y vida / ––llega Buenfuego, como cada año, lo que permite prototipar aquello de ti en el gigantesco acuerdo de les comunes, la artificialidad de los órganos de ficcionalización reproductiva ––trueque, luego sentimentalidad, luego erotismo, luego trueque de nuevo, luego pornografía, luego informática y aplicación estadística” (ejemplar Buenfuego).

La belleza de este poemario no consiste en encontrar frases para subrayar (“la rumiación como anestesia”), sino en dejarse llevar por lo fragmentario del discurso, como si atendiéramos en una lengua extraña de la que intuimos algunos vocablos: “refuerzo negativo con inmejorable resultado / va la cerca, salta ninguna banca / se derrumba el tejado / era de esperar” (televisión durmiente).

Francisco Jota-Pérez utiliza la ironía como disolvente (“La siguiente detención está patrocinada”) y cuela versos de lirismo casi convencional (“añorar la guarida/…/ tratar la melancolía”, hiperparásito; “te ofrecí el revuelo / te ofrecí / a un espacio ilusorio / el salto / en mi diario mir-asentir / entre tercios”. revuelo, dilatación). El lenguaje se retuerce como una serpiente que quisiera escapar de una jaula: “vengan el desvanecimiento no cantado y la disipación mórbida / que venga la estrofa no cantada y el tesón como de hortelano” (hortelano). Y quizás sean las referencias a lo natural lo que se contrapone como verdadero en este caos de simulacros: “Habrá una carretera flanqueada de rosales salvajes entre cuyas hojas moradas miradas indiscretas”; “Habrá una formación nubosa como una fina (escritura, desapego)” (paisajes habitacionales).

Desconfía de la política convencional (“dar forma al arma / con la destructividad de las mayorías”, Nod) tanto como de la misma escritura (“con la fiebre, la rima –monstruos y galletas / microlitos para una serie de ecologías temporales”, esferas Dyson) o de la propia resistencia (“es el silencio lo que no se crea ni se destruye / y su ciclo negro abandona y recoge desde la ausencia”, in loco parentis). Los textos se van añadiendo en un todo enloquecido, urgente: “ay, mi secretero / dadme el posar de la pólvora en el lugar vacante de uno de mis muchos padres”.

Francisco Jota-Pérez no juega con el malditismo, aunque es, sin duda, un outsider en el panorama patrio. Si aplicamos un microscopio apreciamos los recursos tanto fónicos como conceptuales, sus referencias a los ámbitos fuera de la poesía, su compromiso con la radicalidad y su desconfianza de los sentidos: “consideraremos la erosión como un invento del tacto que se naturaliza y coincide consigo, contigo y conmigo, nos bruñe” (progresa en términos netos); “inclinarse a la perfección, / frustrarse por ello, porque la técnica / es una ristra de decisiones a la espera de que alguna conlleve un resultado (framåt, retablo) “tomar la parte del vampiro como la vez”.

Su estilo tiene que ver con la poesía (“velar la calle con la metáfora de un nirvana”) y con el ensayo, en el sentido académico de la palabra y en el convencional de prueba y error: “¿qué mide la autenticidad si no se resulta / más que actor, más que actriz, más que la horma?”. Y si en ocasiones leemos declaraciones contundentes (“Admite lo que hay por el hecho de estar ahí / Cifra el realismo hasta empujarlo a lo kitsch” (Vacua), lo maravilloso está en la selva psicodélica del encaje de cada texto: “la belleza debería radicar en, y sucumbir a, la mayor exigencia…. / y dejar, por tu guerra y mis ganas, la densidad del secreto”.

Libro de mientes es una denuncia desde dentro del simulacro, una experimentación casi inasible de lo incomprensible, de lo que atenaza, de lo que se va infiltrando a través de las palabras y las imágenes. No puede negar participar de la estirpe de Burroughs y otros poetas alucinados como en ocasiones Panero, Chantal Maillard o incluso algunos retazos de Mario Obrero o Javier Corcobado. Toma, si acaso, la función de un chamán que habla entre sueños. No se aprovecha de las alegorías, no juega con las metáforas, va acercándose con un bisturí preciso que igual corta que acumula los residuos de términos, palabras, frases, estados de conciencia. Abiertas quedan a las interpretaciones en una apelación urgente al lector sin imponer unas reglas o una dirección en la que mirar.

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