martes, 29 de diciembre de 2015

Te deseo... Feliz Navidad (y II)



El deseo da valor para seguir adelante. Y pone en valor. Te pone en valor: tanto deseas, tanto vales. Tus aspiraciones pequeñoburguesas desvelan tu alma pobre, tus deseos proletarios, tus gustos lumpen… El mal gusto, el deseo incorrecto sobre los objetos incorrectos. El deseo es distinción, separador social en el sentido de Bourdieu. Crea un habitus de consumo y de sueños, de metas vitales. Los Ferrero-rocher siempre serán el buen gusto de las clases de mal gusto, pero por encima de los bombones de Mercadona. El propio deseo es un modulador social, estableciendo lo deseable.
Pandillas de adolescentes y no tan adolescentes, de revistas de cualquier tipo, ordenan y categorizan las actrices más deseables, las películas imprescindibles, las chicas que no pasan del 7’5 o los chicos que son un simple 4. A la vez, ser objeto de deseo es el culmen de la pirámide de Maslow, cuando las mujeres te admiran y los hombres te envidian. La envidia, la cara oculta del deseo insatisfecho.
El deseo desmesurado, la hybris que tanto asustaban a la mesura de los griegos clásicos, es ahora el ADN del lobo triunfador de Wall Street. El deseo sirve de valorador social, sirve como termómetro social, ¿has deseado lo correcto?, ¿has alcanzado lo que deseas?
Puede parecerte “deseable” un mundo más justo, pero descartar esa aspiración como utópica. Muchas de las críticas al proyecto de Podemos no tienen que ver con no estar de acuerdo ni con el análisis ni con las propuestas. Todas serían “deseables”, pero imposibles, por eso es mejor descartarlas y mantenerse en lo que sabemos que no es “deseable”, pero es correcto votar. Hay que desear lo que está a tu altura. Insensato el que aspira a cumplir deseos imposibles, es preferible un mundo sin utopías que podrían cumplirse o no. La desilusión es tan fuerte que, unida al miedo, nos paraliza. Nos dicen que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. No todos los buenos deseos nos llevan en la buena dirección.
Esa era también la lección que aprendían las protagonistas de las novelas de Jane Austen, que aspiraban a una pareja por encima de su nivel, o menospreciaban a quienes realmente ofrecían a lo que su clase social concreta podía aspirar. El conformismo de los happy endings sorprende en la actualidad tanto como los de comedias de Shakespeare del estilo de Mucho ruido y pocas nueces, o Trabajos de amor perdidos; o también los finales sorpresivos del teatro de Lope como en El perro del hortelano, donde en la última escena se hacen y deshacen parejas contentando la buena salud social y el deseo de los protagonistas.
La seducción es el arte de crear y fortalecer deseos. Y se puede aprender. Es también la manera en la que el Poder con mayúsculas se hace poder con minúsculas, el que penetra por las capilaridades del corazón humano y se instala en sus cabezas. El deseo razonable y el loco deseo, el delirio habrán sido causados, detonados por un mecanismo ajeno, imperceptible pero muy certero.
Desear y ser deseado es el juego de envidia y de emulación. La mecánica del deseo se territorializa, como dirían Deleuze y Guattari, se encauza unidireccionalmente, perdiendo fuerza, domesticándose. Hay que liberarlo. La esquizofrenia ofreció un sugestivo modelo para el Cuerpo Sin Órganos, para el deseo libre, sin ataduras ni biológicas ni sociales. Pero esa decisión significaría que es un error biomental, un cortocircuito neuronal la llave para la libertad. Los dos filósofos fueron muy conscientes de que ir a contracorriente es un deseo de la corriente, que ante una bifurcación, si la masa gira hacia la derecha, ir hacia la izquierda es el mismo juego, pero en negativo. Libre sería volar, o cruzar campo a través.
Lo que sí resulta interesante es el análisis del deseo como motor de un capitalismo que destruye el potencial del individuo. Mostrar otros regímenes libidinales y comprobar que, a través del dinero, se encauzan todos los deseos, se domestican y se manejan. La locura antigua definía a los que habían perdido la razón. El loco moderno es, como decía Chesterton, aquel que ha perdido todo menos la razón. Y el dinero es el cálculo aplicado al deseo. Lo mide, lo jerarquiza, permite hipotecar el futuro, ahorrar para alcanzar el deseo, lo mantiene vivo. Es un fin en sí mismo, como el desear es un fin en sí mismo.
Lo problemático de la situación es desatar el deseo, liberar esa fuerza originaria de los lazos sociales incómodos y las imposiciones económicas. No se trata ni de abandonar las esperanzas ni las utopías, ni de llevar la contraria a todos los modos y gustos, a veces no hay que temer ir sobre las olas, ni enfrentarse a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Ni todo lo social es malo ni los impulsos naturales nos llevan por el buen camino. Cuestión de equilibrio, supongo.
De todas formas, felices fiestas.

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