Podemos decir que la huelga
feminista del pasado 8 de marzo ha sido todo un éxito. A nadie se le escapa
que, evidentemente, no se ha terminado la discriminación de la mujer, ni se han
conseguido cambios legislativos, ni promesas de haberlos en un futuro próximo,
pero guste o no –y precisamente por las quejas de aquellos a quienes no les
gusta– la convocatoria ha conseguido centrar el debate, al menos temporalmente
en las relaciones sociales de las mujeres. También se ha puesto de manifiesto,
y creo que es importante y necesario, comprobar que hay muchos feminismos y
muchas formas de movilización. La heterogeneidad debe ser la esencia de quienes
defendemos la heterogeneidad de la sociedad. Por esta razón hemos visto muchas
sensibilidades distintas actuando, respondiendo a la convocatoria.
El
núcleo más activo, de feministas que llevan en la brecha de la conciencia y la
movilización ha llevado la voz cantante. Luego se han podido sumar muchos más
que no siempre se han decidido a asumir de manera inequívoca los objetivos de
igualdad, pero que, honestamente, se pueden sentir feministas -hombres y
mujeres-. Se critica, por otra parte, que se hayan apuntado al carro otros
muchos, otras muchas por el simple postureo, feministas de postín que solo se
nota que son defensoras de los derechos de la mujer de boquilla, que luego
asumen orgullosas un papel subalterno en las relaciones sociales, en el
trabajo, en la familia. Más preocupadas por el papel femenino que por las
reivindicaciones feministas. Feministas de postureo.
Y,
por último, la hipocresía de políticos y figuras de renombre -aunque no vaya a
nombrarlas- que se han llevado toda la semana abjurando de la huelga, tildándola
frívolamente de elitista, de inútil, de cualquier cosa que pudiera justificar
ser mujer y estar en contra de algo que las defiende; y en el momento de la
verdad, viendo que daba mayores réditos, se apuntan a la huelga. Políticos,
como el presidente Rajoy quien, hace unos días, prefería no entrar en el tema
de las diferencias salariales entre hombres y mujeres y ayer portaba un lacito
morado y realizaba declaraciones en las que se comprometía a “seguir” luchando
contra las desigualdades. El gobierno ahora sí es feminista, aunque la ministra
de igualdad tenga la incultura de declarar que no se siente identificada con el
término. Hay una palabra para estas actuaciones, hipocresía. También hay otras,
como oportunismo, populismo, demagogia…
La
lección que aprendemos del 8M es que un acontecimiento como este es capaz de
poner en la agenda pública una cuestión que debería haber estado y se va
postergando porque la sociedad tiene unas estructuras que apartan este interés.
Digo estructuras porque no sólo es cuestión de patriarcado, de dominación
masculina, también se cruza una cuestión de clase, de lucha de clases. El
empresario que se aprovecha de la situación subalterna de la mujer para
forzarla a aceptar peores condiciones laborales, mayor precariedad, menores
horas y menores sueldos. El concepto de “estamento” es el que mejor describe
una situación en la que por ser mujer se da por sentado que tienes unas
obligaciones de cuidado dentro de la familia (y ahí estuvieron muy oportunas
las dirigentes del PP gaditano explicando que
las mujeres no podían hacer huelga porque tenían que cuidar de los mayores y
menores). La tradición y el espolio salvaje del trabajador se unen para
desterrar la igualdad de los asuntos “serios e importantes” que deben centrar
las tareas del gobierno.
Si sectores
claramente machistas deciden ponerse el “disfraz” de defensores de la mujer
está significando que, en el terreno simbólico al menos, las cosas están
cambiando. Obligar a “expertos” a intentar justificar por la biología o la
sociedad, o el mercado las desigualdades es síntoma que lo que parece obvio y
evidente debe ser “justificado” con números, datos y gráficas. Poner en tela de
juicio pondrá bajo los focos diferentes opiniones y, probablemente, unas
tendrán mayor espacio mediático y mayor poder de convocatoria y convicción, sin
embargo, indica que consideran un desafío que hay que combatir. Tanto es así
que gente que nunca va a una huelga o a una manifestación buscan excusas
“respetables” para no ir a esta: empresarios, conservadores, “antipodemos”, los
cuñados que todo lo saben y que denuncian que las mujeres no protestan cuando
entran gratis en las discotecas, y otros argumentos viciados. Que si su defensa
de la mujer no puede estar manipulada por partidos o sindicatos. Es simpático
que piensen que un partido que no llega al 20% de los votos en España sea capaz
de movilizar a escala mundial a la opinión pública en su tenaz empeño de acabar
con el mundo occidental. También es enternecedor olvidarse que una huelga la
deben convocar los sindicatos…
De
todas formas, es sintomático que las mujeres que no quieren hacer huelga lo
hacen en su derecho a ser mujer y decidir por ellas mismas. Sin entrar en si es
falsa conciencia o manipulación, lo cierto es que la defensa de los derechos de
la mujer se puede abordar desde muchos puntos de vista, pero cada vez está más
fuera de toda duda que es una lucha legítima. Aunque estas conservadoras
consideren que el feminismo es cuestión de lesbianas de pelo corto y camisa de
franela a cuadros que intentan castrar a los hombres, toman decisiones sobre su
propio destino. Es una pena que nos lancemos piedras contra nuestro propio
tejado.
Sin
embargo, no podemos –no debemos– ponernos exquisitos y puros en las
convocatorias, solo feministas de carné. ¿Cómo se haremos un movimiento
transversal si preferimos criticar de quienes se unen a nosotros de forma
circunstancial antes que a quienes representan los valores que pretendemos
destruir? Si este es un movimiento masivo deben entrar todos, quienes
comprenden verdaderamente lo que hay en juego y quienes apenas atisban el
iceberg del machismo. Evidentemente que no es suficiente, que con una convocatoria
y unas manifestaciones, que con un paro de un día no se transforma el mundo,
pero sí que nos da la pista para poder continuar. La democracia tiene la
ventaja de que los gobernantes, para ganar el voto del pueblo tendrán que ir
haciendo lo que el pueblo demanda. Hagámosle saber al gobierno que es imperioso
el final del machismo. Incluso debemos aprovechar la hipocresía y el postureo a
favor de la mujer. Que se puede lo tenemos en la historia comprobando cómo, en
tiempos pasados –tristemente no tan pasados–, las cosas iban de forma distinta,
el machismo era más grosero, la violencia más institucional, las leyes eran
directamente discriminatorias. Y también comprobar cómo las conquistas sociales
deben ser preservadas porque pueden perderse en una generación o simplemente
aprovechando la coyuntura de una “crisis” económica.
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