miércoles, 21 de marzo de 2018

Inspiración y locura. Reseña de Nicolás Corraliza: “El estro de los locos”. Ravenswood Books Editorial. 2018.



Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “estro” se utiliza en tres acepciones. La primera es la de “inspiración ardiente del poeta o del artista”[1]. Nicolás Corraliza en esta su cuarta entrega poética, envuelta en esta artística edición que acostumbra Ravenswood Books, tras La belleza alcanzable (2012), La huella de los días (2014) y el espléndido Viático (2015) plantea una reivindicación de una manera alternativa de ver y vivir la realidad. No es, por supuesto, la primera vez que se plantea la relación entre creatividad y locura, es casi un lugar común e incluso la sociología y la economía da cuenta de ello el concepto clases creativas. El punto de partida de Nicolás Corraliza tiene menos que ver con el chamanismo de la poesía que con la constatación de la necesidad de infringir una herida a la cordura para llegar a la inspiración poética entendida como un modo de conocer y de estar en el mundo. La inspiración no es privativa de la ausencia de salud mental, sobreentendemos, pero sí que alcanzar la locura nos conecta con una realidad mucho más intensa y “real” cuando obviamos lo convencional.
                Uno de los aspectos más interesantes de este poemario es la reducida presencia del “yo” en el discurso poético. En la primera parte está prácticamente ausente, ni siquiera aparecen apenas el “nosotros” o el “tú” que se autodirija el poeta.
 “Ellos
son las voces
que cuelgan de la brisa
de la experiencia.
Los pasos conocidos;
el aliento habitual que nos alcanza.
en el yo no cabe el nosotros”. (Ellos)
De una manera austera, toman la palabra los objetos, los fenómenos meteorológicos, incluso los conceptos.
“Los objetos
respiran callados.
Se acomodan al olor de nuestra muerte,
algunos
sobreviven” (Los objetos)
El yo poético se diluye:
“Entre tanto ruido
todo es niebla.
Ya no soy yo
la sombra que al andar me alcanza” (Entre tanto ruido)
Pero, como en los casos de enajenación mental, no desaparece: “Desgarrado y desnudo, / me aproximo al otro extremo” (Hilo de aliento).
“El corazón del espantapájaros
late en el desarraigo de la crucifixión.
Me he parado frente a su muerte
vestida de harapos
sin encontrar sentido al engaño.
Soy el niño que descubrió su sangrado de paja”. (El corazón del espantapájaros)
Conforme acontece el poemario el “yo” aparece sin titubeos, sin perderse en la lamentación narcisista.
“Esta mañana me crucé
con un traje idéntico al que llevo

de sus mangas surgió
la carta que nunca jugué”. (Variantes)
                Las herramientas de trabajo de Nicolás Corraliza son poemas muy cortos. En bastantes de ellos se desgaja el título que debe leerse como parte de la oración inicial. Los versos son también muy cortos, depurados, el paso previo al haiku –proyecto en el que parece interesado en la actualidad–. La diferencia con la estrofa japonesa, además del conteo de sílabas, es el ambiente y la acción. En un haiku clásico, la naturaleza es un decorado y uno es el espectador atento. La naturaleza otorga la sabiduría al que sabe comprender la belleza. En estos poemas que nos ocupan, las cosas suceden, y el poeta actúa a la vez que su conciencia está despierta para ir más allá y comprender, de manera intuitiva, ilógica, pero profundamente cierta lo que ante sus ojos aparece y lo que implica. Está muy cerca de poetas como Itziar Mínguez.
“Elige
un instante cualquiera
y busca en el tacómetro de la memoria
a qué velocidad viajó la sangre más exultante.
Al otro lado la tinta se vierte en un nombre.
Es ahora otra vez. Los renglones bombean la niebla de los puentes
y se dejan cruzar.” (Elige)
Es, a pesar de lo dicho, una poesía intimista y muy contemplativa: En los árboles, Vuelven las calles, En la butaca del amanecer… Nicolás Corraliza se sirve de elementos naturales y de objetos materiales como paleta poética. A la que se acompaña un tono reflexivo y aforístico propiciado por la exactitud y brevedad de las composiciones. Pongamos un ejemplo sobre el miedo: “Ha madrugado / la guerra en las factorías del miedo. / La tempestad se destaca implacable” (Escarmiento). Y el compromiso:
“Cuesta
digerir esta papilla
de dientes
y alambradas.
Los hombres cercados nos miran rotos” (Cuesta)
                Los temas principales van por un lado referidos al amor y al cuerpo de la amada y por otro lado al lenguaje: “Tiempo que se hilvana con la aguja del lenguaje” (Una dulce mirada). El paso del tiempo, las estaciones (Por San Juan), una clara incertidumbre hacia el futuro (Mañana) a la vez que una desconfianza hacia el pasado que aleja cualquier nostalgia (“Memoria, / terreno hostil / e irreparable: / profecía de un tiempo cautivo” (Las páginas).
                Esta locura inspiradora pasa por un elogio de la lectura y de la escritura (Última lectura). En el universo literario se adentra con procedimientos oníricos acordes a pasaje clandestino que Freud abrió para llegar a lo más profundo:
“Por el carril de los lentos
circulan aviones perdidos;
pájaros engañados por el cristal.
Sigue el alambre indigente
buscando un equilibrio esquivo,
esperando el viento afín.
en el abismo, los cazadores disparan jaulas.” (Secuencia)
                La exploración de la realidad que subyace detrás del cuestionamiento sobre la inspiración no deja sino el deseo, aquel deseo enfrentado cernudiano:
                “Es un deseo sin edificar aparecieron dormidos
los centinelas del presente.
La cuchilla y el miedo.
El hedor insoportable del hastío.” (Esencias)
Como es también habitual en Nicolás Corraliza, la ironía (A la carta) y el humor no están ausentes: “El Cobrador del Verso / me reclama  / la minuta de las musas” (Aproximaciones). Pagará, sin duda, a base de locura.
                En la depurada poesía de Nicolás Corraliza se eliminan los elementos accesorios, gusta plantear una austeridad rítmica, limitando el foco hacia la palabra y la expresión –machadiana– y evitando cualquier barroquismo que pueda aunque –improbablemente– otorgar los oropeles falsos de orquestaciones pomposas. 
“Mengua la luz
en el desierto de las certezas
se extinguen las palabras en su eco” (Mengua la luz)
                Machadiana también es palabra en el tiempo, como en el bello poema Tránsito o en Desde el aire[2]:
“Desde el aire
una fila de hormigas regresa.
Dulce lentitud:
el freno y el embrague al ralentí de la costumbre” (Desde el aire)
                Termina con un recuerdo a su nacimiento, inmerso en presagios, reivindicación final de que hay otros métodos de conocimiento más allá de la razón y la ciencia:
“Sin memoria del suceso,
cuentan que giré la mirada
buscando la luna entre las nubes” (Génesis)
                En las nubes seguiremos nosotros buscando la inspiración y la locura con Nicolás Corraliza:
“Atravesado por el silencio
que provoca el desengaño.
Debe ser la lucidez del instinto
la que se come el dolor
y expulsa la anestesia de la especie” (Signos)


[1] La segunda –para mí la conocida– es la referida al periodo de celo “o ardor sexual” de los mamíferos. La tercera es una “mosca parda vellosa, cuyas larvas son parásitos internos de mamíferos. Hay varias especies, que atacan a distinto tipo de ganado, como el estro de la oveja, del buey, etc.”
[2] que recuerda a la poética de los primeros El último de la fila

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