La tragedia del pequeño Gabriel
ha movilizado a la población Y es un caso en el que hemos podido comprobar lo
mejor del ser humano: la entrega de tantos voluntarios, el empeño de las
fuerzas de seguridad, de miles de ciudadanos que contribuyeron difundiendo
dibujos de pececillos. Toda esta movilización nos reconforta porque vemos que
el ser humano es capaz de la mayor solidaridad y nos sentimos orgullosos de
pertenecer a la humanidad.
Sin
embargo, toda esta bondad, todo el temple de esta pareja, la fe y la prudencia
que están demostrando día a día quedan destrozados por la acción de una sola
persona. La asesina. En un instante puede cometer lo más abyecto y arruinar la
vida de todo alrededor. Hemos visto la humanidad de los guardias civiles
destrozados al comprobar que no había esperanza. Una sola gota de maldad acaba
con todo lo bueno que el ser humano pueda construir, lo cotidiano y lo sublime.
A
partir de la tragedia de nuevo vemos cómo somos capaces de lo mejor, de la
solidaridad con los padres. contemplamos admirados esa sabiduría admirable nos
transmiten en sus declaraciones. También vemos, desgraciadamente cómo una
tragedia también saca lo peor de los seres humanos. Algunos desalmados, armados
con una cuenta de twitter arremeten con lo más sagrado, hacen sangre de lo que
siempre hacen sangre, utilizando despiadadamente la tragedia para llevar el
agua a su molino. Aprovechan para atacar a sus enemigos sempiternos de la
manera más abyecta. La prensa, alguna prensa, algunos programas de televisión
se nutren de la pornografía emocional despreciable e intentan sacar réditos
económicos, políticos de sus prejuicios y sus intereses. Racismo, machismo, desprecios
varios como armas repugnantes.
Un
número considerable de buenas personas, que seguro que han intentado contribuir
a su modo con la búsqueda, que se han identificado con esos padres
desesperados, que probablemente estuvieron en las manifestaciones y
concentraciones de apoyo, han sacado su indignación y su rabia haciendo
necesaria la intervención de la policía para proteger a la presunta asesina.
Los gritos, las amenazas, comprensibles, por supuesto, dibujan, sin embargo, un
panorama desolador de tristeza.
No
faltan quienes reclaman un linchamiento inmediato o que justifican la pena de
muerte. La espinosa cuestión de la prisión permanente revisable irrumpe
inoportuna. Para mí es un tema muy delicado que prefiero discutir de manera más
pausada cuando los ánimos estén más calmados, sobre todo para no caer en el
bochornoso espectáculo que han ofrecido muchos políticos en el debate en el
parlamento.
Es
lo que tiene el mal, consigue arrastrar a toda la comunidad en su maldad. Nos
hace peores personas, la ira y la rabia, justificadas plenamente nos obliga a
infringir dolor y a controlarnos, a sentirnos la repugnancia interna de no ser
capaces de castigar con mayor dureza. Porque nada conseguirá acallar nuestro
dolor, nuestra pena, nuestro sentido de haber perdido el universo entero en
cada víctima. Y sólo queda la amarga sensación de habernos convertido en
personas capaces de infringir dolor y transmitir el dolor como respuesta. Si
permanecemos impasibles, si nos controlamos nos cae la sensación de cobardía y
de falta de coraje de vengar el dolor y que el verdugo sienta en sus carnes el
dolor que los demás sufrimos. Y si lo hacemos, nos convertimos también en seres
despreciables que no somos capaces de ascender al nivel de la justicia.
La
indignación y el dolor nos revuelve las entrañas y es natural que se quiera
descargar la ira sobre el culpable. Pero escuchamos voces que llaman a la
templanza. ¿Nos debemos sentir miserables por desear una muerte o un castigo
ejemplar? ¿No nos vamos a sentir más miserables si dejamos pasar impunemente un
crimen tan horrible? El mal provoca eso, que seamos miserables en cualquier
caso. Es necesario que reciclemos nuestro dolor y nuestra rabia, es humano y de
humanidad se trata.
También
es humano tratar de responder humanamente a la tragedia y no descontrolar una
respuesta que acabe tomando la justicia por su mano y linchando antes siquiera
de un juicio. Nunca ninguna pena devolverá la vida perdida y es más que
probable que haya que revisar todo el código penal, pero no podemos
convertirnos en una sociedad tan salvaje como el crimen que pretendemos llorar.
Nunca se podrá odiar en paz.
Así
es la tragedia, el horror que puede hundir a una sociedad entera en lo más
terrible.
Suscribo
totalmente las lúcidas palabras de Santiago
Alba Rico, el cosmos entero ha sido asesinado. Destaco de su artículo:
Si la tuviese entre mis manos, la haría
picadillo. Por eso no quiero tenerla entre mis manos. Quiero que esté en manos
de la Guardia Civil, protegida de nuestro infinito dolor. Quiero ponerla en
manos de un juez. Quiero que tenga un juicio justo, con todas las garantías
–incluido un abogado que se tome en serio su tarea– y, si se demuestra que destruyó
el mundo común, delito tan inconmensurable como las fuerzas con que lo cometió,
quiero que reciba la máxima pena insuficiente, porque todas lo serían.
Sencillamente, MAGISTRAL, lo he compartido, mi querido amigo. Ni falta ni sobra una palabra.
ResponderEliminarMaravillosamente explicado. Cordura que alimenta.
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