domingo, 5 de mayo de 2019

Resaca electoral


Las elecciones generales han dado que hablar y, milagrosamente, cada cual ha ganado y cada analista ha confirmado sus ideas con los resultados. El arte de contrastar los datos con las preconcepciones es toda una ciencia. Es más, la ciencia consiste en adecuar los datos a tus expectativas. Y si no que se lo digan a Tezanos, director discutidísimo del CIS que auguró con mejor fortuna que las demás encuestas los resultados finales. Todos sabemos que las encuestas tienen algo de performativo, que su intención es influir en los demás. Pero esa función la tienen todas, así que unas por las otras, la suma de fuerzas tiende a cero. Otra cosa es plantearse si una encuesta con un mes de antelación acierta, qué papel tiene la campaña.
Por lo que parece, la campaña sirve para los propios, para dar comentarios y eslóganes a los ya convencidos. Y yo no voy a ser menos, creo que acierto cuando defino el asco como el sentimiento primordial en política. No se votan por ideales, se vota por la repulsión que te dan los rivales. Y fomentar ese rechazo es lo que le ha dado la victoria a las izquierdas. Concretamente la movilización frente a la ultraderecha. A la ultraderecha le ha dado igual, porque siempre ha estado ahí. Antes estaba cobijada bajo las siglas PP y ahora hay que dividirse entre los cobardes y los machotes.
Vuelve a confirmarse que la izquierda es más exquisita y que prefiere mostrar su desencanto con la abstención. Así castiga a los partidos que no representan su opción ideal –y de paso dejan al resto recoger los despojos en forma de reparto proporcional entre menos votos–. Ahora se ha movilizado, sí, pero tiene que ver con el miedo a volver a tiempos pasados.
Lo que me sigue pareciendo increíble es cómo los prejuicios son inmunes a las pruebas. El famoso obrero de Vox es testimonial, cuando se analizan por barrios, parece claro y meridiano que su caladero está entre gentes no precisamente de rentas bajas. Este partido ha puesto en marcha un imaginario muy concreto, un imaginario amenazado desde la exterioridad. Es el imaginario del cuerpo masculino, que puede penetrar, pero no penetrado, que tiene ocio cerval a serlo, por los inmigrantes, por los diferentes, más aún si son homosexuales. Entonces está clara la metáfora de no dejar entrar. En muchos sentidos son ganadores, no porque hayan conseguido una serie de escaños, que han sido notablemente menos que los que auguraban propios y extraños. Han sido los ganadores en el sentido de postularse como protagonistas de la campaña, entendida esta como una excusa para los minutos televisivos y de otros medios de comunicación de masas. Incluso la exclusión de los debates decretada por la Junta Electoral Central jugó a su favor en términos de share. Eran las víctimas. Curiosamente representan a los hegemónicos, varones (y mujeres), heterosexuales, ciudadanos de hecho y de derecho, de tradición, pero se sienten amenazados por la minoría.
También han marcado la agenda de lo que se discutía y lo que no, en una desenfrenada carrera hacia poner en cuestión asuntos sobre los que ya existía un consenso. La estrategia de este partido ha sido muy kamikaze, no intentaban ganar las elecciones, sabían que jamás lo conseguirían. Ni siquiera aspiraban a ser la fuerza hegemónica de la derecha. Esta estrategia les ha otorgado la fama, esperemos que efímera.
Precisamente cuestiones de estrategia son las que han dilapidado el capital político que había acumulado Podemos en sus primeras campañas. Estos, a pesar de conseguir que la izquierda consiga mayor número de diputados, ha perdido más de la mitad de sus votantes desde sus inicios. No quiso jugar a ser un partido eje sobre el que el PSOE pivotara, al contrario, en sus sueños aspiraban al llamado sorpasso más que a marcar las políticas, que, en el fondo ha sido para lo que han servido. Una muleta para que cojeara hacia la izquierda. La personalidad de Pablo Iglesias ha jugado en contra durante toda la legislatura, a pesar de que, para muchos fuera una actitud modélica la suya en los debates televisivos.
El electorado español está claramente delimitado, con relativamente pocos cambios de bloque. Y se mantiene casi desde la República. Se prefieren las opciones moderadas, lo que no tiene nada de extraño. Es la teoría del vendedor de helados que se coloca en el centro de la playa para llegar a todos los públicos. En España, actualmente, tampoco hay radicales. Radical no es extremista, es quien quiere ir a la raíz.
Ahora tiene gracia que se vean las desigualdades que genera el sistema político, que privilegia a los ganadores y que desperdicia los votos de los pequeños partidos. Ahora lo ha sentido el PP. Y culpa a Vox, y, como en el caso de los gobiernos Frankenstein, se olvidan los insultos para pactar en Andalucía. Y cuando no salen, se rompe el juego y se quedan con la pelota. Los demás son ultras. Tampoco debemos olvidar que hay muchos más votos desperdiciados en el espectro de la izquierda por el sistema electoral (la barrera de porcentaje mínimo, la ley D’Hont y peso específico de la España rural).
Ciudadanos debe estar contento, a pesar de estar penalizados por el sistema electoral, ha conseguido convertirse en llave del posible pacto con Sánchez. su obstinación en no pactar con el PSOE ha tranquilizado a sus votantes. Veremos cómo se comportan ahora.  Sánchez ha sido también ganador, ya no deberían llamarlo okupa de la Moncloa. Mucho me temo, sin embargo, que seguirán con la cantinela acusándolo de utilizar el poder como arma electoral, como si hacer lo que el pueblo demanda fuera contrario a la democracia. En serio, ojalá triunfara lo políticamente correcto, me conformaría con la hipocresía del político. Así nos ahorraríamos escuchar a impresentables confirmando que lo son.
La sensación que he ido comprobando entre los votantes progresistas es la de alivio. Podría ser peor. Y lo temían.

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