“La poesía
tiene
multitud de oportunidades
de
expresarse a diario,
pero
los poetas no tanto” (La fiesta que no
escucha)
Tras el prólogo
de Javier Cano, volvemos a encontrarnos
con el renovado Abel Santos, padre del realismo bastardo. Después de
doce años de juergas y alcohol, emprende una nueva gran aventura, que diría el
Lou Reed de New York. Una nueva etapa poética tras Esencia (1998), El lado
opuesto del viento (2010), Todo
descansa en la superficie (2013), Jass
(2016) y que empezaba a intuirse en Las
lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas” (2016). Retomando el título
de su antología: Demasiado joven para el blues (2014), ha dejado de ser
demasiado joven, y el blues se transforma en un haz lleno de matices que van
desde la ternura a la rabia, de la intimidad a la denuncia. Es un libro para
los tiempos de crisis, de amor y crítica social. Como siempre, un clarísimo acento
autobiográfico impregna este marcadísimo tono comprometido de poeta contra la
crisis, “Donde el amor siempre cuenta” (Cuenta
la suerte a pulso).
La primera parte es Calle
abajo. El poeta se presenta ahora viviendo de su historia de fracaso. Es un
hombre cansado y casado (“infinito, siempre a pie y siempre vencido”, Infinito) que, sin esperanza, sigue en la brecha: “Uno se da
cuenta, / tras empaquetar decenas de miles de relojes caros / (junto con tus
emociones más profundas), / que el cliente no apreciará en el pedido / nada más
que el lenguaje / de una estúpida y perfecta maquinaria. // Hay que seguir trabajando” (El encargado).
Para esa lucha, sólo cuenta con el oficio de escribir: “Sin embargo,
/ frente a la desesperanza habrá poesía” (Huelga
decir). El significado de esa expresión hace referencia por un lado a la
inutilidad de la palabra cuando todo está dicho, cuando la realidad nos
sobrepasa, “Porque un escritor solo es escritor cuando escribe, / por mucho que
diga, que poetice, / que siempre está pensando en literario. // En cambio, ser
poeta, a veces cansa, y duele / … / Somos perdedores, pero tenemos esperanza. /
Somos un fracaso, pero tenemos la verdad. / Somos ordinarios, / pero tenemos la
poesía. / Somos fingidores, sí, pero no tenemos cuento” (El escritor es un fingidor). Abundan, por supuesto, las referencias,
a Cortázar (La Tentación), Picasso,
Jim Morrison, Scott Fitzgerald, Polanski, Hemingway. Importancia de la música,
Chet Baker, Getz, Silvia Pérez Cruz… Sus referentes siguen siendo Baudelaire,
Verlaine, Bukowski, Karmelo Iribarren, Diego Vasallo, Plath, Poe, con
moderación, “que no es bueno tragarse / más de tres poemas malditos / hasta la
maldita poesía lo sabe” (El panteón negro),
aunque amplía las referencias a León Felipe, a Felipe Benítez Reyes, a Luis
García Montero 8“Cada día más flacos”), a Benjamín Prado: “Hay más arte y
poesía / en el padre que comprende / que su hijo o hija / es homosexual, /
cuando a la mañana siguiente / sigue su camino –y deja de seguir– / para ir al
trabajo silbando / y quitar mugre / y barrer suelos” (Mala gente que camina). La poesía es necesaria como arma, es el
contrapeso a esa cosa terrible que es la esperanza: “Ahora que ya sabemos mil
maneras de morir, / solo hace falta que la esperanza diga / que hay una forma
de vivir” (Jinetes en la tormenta); “Por
tanto, el día / que no me encabrone / –cuando las cosas no me salgan / como
yo quiero–/ ese día simplemente será / que ya no me hago ilusiones” (La poesía continúa); “Y parece ser que tiene
razón. / Y Dios ya no existe. Y yo / me pregunto si el género de no ficción /
no será la mayor invención existente / del llamado mundo real, / y dónde nos
dejan a todos todo esto” (Sapiens).
A pesar del tono autobiográfico, hay muchas historias, un storyteller atípico, un poco como R.
Carver: “Lo último que sé / de Marisa y de su obra es que se dedica / a vender
electrodomésticos. / Un trabajo honrado en todo caso para ir tirando sin hacer demasiadas preguntas” (Manzanas de Tántalo).
En la
segunda parte, Nocturos, Wild Bill Davison, Blue & Brokenhearted (que hace referencia a la interpretación del
trompetista de esa pieza), es
más íntima, no abandona la rabia, pero hay más ternura, La chica del autobús, es un poema lleno de lirismo. Revela Abel Santos que “El que todo lo paga, / el verdadero
cliente, / es el corazón” (El verdadero
cliente). Siguiendo el tono confesional, reconoce que “Antes yo era un
hombre ebrio y crepuscular / que crecía hacialas sombras (…). Me he perdido/
tantas cosas buenas por estar sobrio, / luchando sin tregua / contra mis viejos
demonios / (…) Y sigo buscando lo mismo / A ella. El perdón. Mi sitio. La tranquilidad” (Crece el crepúsculo); “El mar sigue como
entonces de bravo / y ya no era aquel aventurero con suerte” (Los días buenos).
Ahora, sin embargo, también recurre a la ironía para llegar a la
esperanza: “– ¿Lo peor del matrimonio? La soledad. / Pero cuando se buscan / y
se perdonan y se desnudan los lazos / de los orgullos rotos / esa soledad
también es lo mejor” (Cuando pienso en
los viejos amigos); “Y sé que ya no seremos la pareja del mañana, / porque
la crisis, las facturas, / el dinero y las discusiones han enterrado / toda
delicadeza y me hacen gritar: «al infierno todos aquellos que
sospechan de mi amor, / que les ofende que sea pobre / y que además tenga buen
corazón»” (Más allá); “Pasajera
huella de una sombra, / yo te llamaba Ángela, / por la miel salvaje de tu boca
/… /«No habrá mucho dinero», / nos decimos cada noche mi joven mujer y yo /
pero y qué más da, / si somos la pareja / más feliz del mundo” (Pago mínimo con tarjeta).
Calle arriba,
es la última sección que se centra sobre el acto poético (Circo editorial). Para empezar, sobre la poesía como negocio: “No
te pases ni un gramo con la ironía / porque te la peso. // Te diré por qué no
soy el poeta / que estabas esperando: / yo no estoy aquí como los buenos
conserjes, para enjabonar los espejos mágicos / de tu torre de marfil / o solo
para abrir y cerrarte / amablemente las puertas; / estoy aquí para hacer / todo
eso que tú no puedes: / darte una patada en el culo / recoger los cristales rápido / -para estar en casa a eso de las nueve- / y adiós muy buenas” (Clase obrera). En el diálogo con la poesía, reflexiona con
sarcasmo: “Me aburres, poeta, me decía la santísima poesía / con el cigarrillo
de después entre los dedos, / escribes muy bien, Santos, no lo puedo negar, /…
/ Estoy cansada de tu estilo, / de tus predecibles duros poemas en postura del
misionero, / de tu monocorde solo de bebop para saxo” (El misionero). Pero, sobre
todo, de la necesidad de una honestidad poética: “Donde acaba una crisis un
poeta es / mucho más que un poeta. // No temas decir lo que sientas o pienses /
cuando te vuelques en la escritura / por miedo a cavar tu tumba / ante los
elegidos. // Distingue bien / la mala educación de la sinceridad” (Los más ricos del cementerio). Y, como ya avanzaba en algunos poemas de la
primera parte, la poesía es un arma de combate, “Escribir es mi arma / escribir
es mi arma blanca // Yo no compro poesía. / Yo le vendí mi alma” (Miedo al blanco); “Escribir lo ocupa
todo / Me ofrecen unas líneas de sucia nieve, / pero ya soy otro tipo de loco” (Miedo al blanco).
El
propio Abel Santos entona un mea culpa estilístico: “No veo a nadie por aquí /
que no se asuste de los sentimientos. // Si mis poemas / te parecen simplones,
demasiado / narrativos, / sin apenas / recursos literarios y / tienen carencias
/ de métrica, / sentido común tradición / o cultura / y dan de qué hablar / pues habla / empieza a hablar” (La fiebre del eclipse). Hablar de la
poesía es también un viaje íntimo: “Presiento que en verdad soy otro, / pero no
puedo acercarme a mí” (El sacerdote del
vacío); “ya no soy un niño para explorar mi cuerpo. / Y no creo que pueda
escribir / el doble de poemas. / Así que probablemente le rompa la cara, / como
quien rompe un espejo. / El espejo, por supuesto, ya me la ha roto a mí” (Enemigo mío). Haciendo uso de diferentes
tonos, con voz canalla, Abel Santos se pone trascendente: “Qué fácil es
demostrarnos a Dios // Y nunca he tocado o visto un corazón” (La clarividencia),
“Esto / debe saberlo / hasta el jodido / Paulo / Coelho: / Es un poco triste.
// Pero qué casualidad. // Cuando intento / engañarlo // Dios / sí existe” (Mi filosofía). “Mi enfermedad: la
esperanza; / por droga la rima, / por arrogancia la búsqueda / de un destino con amor / y la buena
conciencia / como síntoma de autoestima” (Selfie).
En ocasiones se baña en almíbar (Los sitios
más hermosos del mundo están en el cuerpo de mi mujer). Pero sobre todo,
descubrimos un poeta que, sin dejar el combate, descubre la belleza y la
esperanza en el disfrute de la vida.
“Dame un
soplo de vida
un acceso
de locura
poemas y
jazz y risas y pasiones
que en mis ojos siempre brille la ilusión
aunque ésta se evapore
como el
rocío bajo la luz del sol
y que
dentro de mí siempre quede
algo de
todo este amor
que
los sabios quisieron definir y malograr” (Oda
a la locura)
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