El reverso tenebroso está
surgiendo de la propia comunidad. Los comportamientos disciplinarios que se
ejercen desde los propios sujetos encaramados a sus balcones, insultando o
gritando a quienes, por una razón plausible o por otra, atraviesan la calle. Se
pide mayor contundencia y la policía de los balcones ejerce su poder de turba y
linchamiento. Si el Estado quería que nos controlásemos nosotros mismos,
salpican las calles pequeños conatos fascistas con el beneplácito de los medios
de comunicación que también dedican su tiempo específico a descalificar a los
“desalmados” que aún se niegan al confinamiento.
Quizás los
desarrollos teóricos de Roberto Esposito puedan aportar algún tipo de claridad
en estas aporías de la inmunidad de la comunidad. Este pensador italiano plantea
una reinterpretación de la etimología de la comunidad, la gemeinschaft, para los filósofos y sociólogos germanos y para gran
parte de la escuela francesa clásica de sociología, venía a representar la
esencia común, la identidad común a la que se pertenece. No se entiende el
sujeto sino como parte de una comunidad que lo sitúa y le da sentido. Esposito
prefiere entenderla como el ser mismo de la relación, de la misma forma que
Bruno Latour defendía repensar lo social no como algo dado, sino como el conjunto
de conexiones. En esta reversión de los significados, la communitas implicaría la compartición de un munus, término que implica tanto un don como una obligación. El
compartir supone, en primer lugar la obligación de donar-se, es decir, la
pérdida de la identidad propia.
El término espejo
sería, para Esposito, la inmunidad. La inmunización es una técnica de
protección de la vida mediante la exposición a aquello que lo niega. Pequeñas
dosis de lo que, en dosis mayores llevaría a la muerte. Conecta inevitablemente
con la manera en que Derrida leía la farmacia, el pharmakon, a la vez veneno y antídoto. La connotación ontológica y
política de la inmunidad es el reverso de la comunidad. La inmunización busca,
si no se puede prevenir el contagio, al menos, estar preparado para superarlo.
La inmunización pone de relieve la tendencia a evitar la vida en común, esa
obligación común, tan necesaria para la modernidad tras la revolución
demográfica. Esposito pretende, de este modo, superar la dicotomía de la biopolítica
foucaltiana de forma que se incluya los aspectos positivos y negativos del
poder. El poder afirma la vida con lo que tiene de negación.
Si la communitas es aquello que liga a sus miembros en un empeño
donativo del uno al otro, la immunitas, por el contrario, es aquello que libra
de esta carga, que exonera de este peso. […]He aquí la contradicción que he
intentado poner de relieve en mis trabajos: aquello que salvaguarda el cuerpo
—individual, social, político— es también lo que al mismo tiempo impide su
desarrollo. Y aquello que también, sobrepasando cierto umbral, amenaza con
destruirlo. […] Si la inmunidad tiende a encerrar nuestra existencia en
círculos, o recintos, no comunicados entre sí, la comunidad, más que ser un
cerco mayor que el que los comprende, es el pasaje que, cortando las líneas del
confín, vuelve a mezclar la experiencia humana liberándola de su obsesión por
la seguridad. (Roberto
Espósito)
Goza este paradigma de la
seducción de las etimologías, sin embargo, presenta algunas aristas
problemáticas. En primer lugar, porque la exposición a lo negativo es
imprescindible para la inmunización. Nadie nace inmune, nos hacemos inmunes
mediante la exposición al peligro que tiene el Otro. Aunque sea en pequeñas
dosis.
Otra cuestión
es la noción de inmunidad comunitaria, es decir, la protección de la comunidad
entera tras un periodo de contagio masivo controlado, por ejemplo, mediante las
vacunas. A partir de ese punto de no retorno, no es necesario escabullirse de
lo común, puesto que es la comunidad en su devenir, la que está protegida ante
ese peligro, ya sea de carácter vírico o de cualquier otra índole social. Las
vacunas son un instrumento biopolítico de control social indiscutible pero
permite el desarrollo de la comunidad sin el peligro.
La comunidad
solo es posible en tiempos de amenaza violenta, dice Esposito, dando la razón a
los teóricos de la creación de Estados, aprendiendo de Otto von Bismark que
ratificó la unificación de Alemania gracias a la guerra franco-prusiana. La
amenaza es, como sospechamos, siempre permanente, solo hay que identificarla
para que se active el mecanismo del imaginario social. Pero también es cierto
que la amenaza violenta puede destrozar los lazos comunitarios sembrando el
miedo al prójimo, la desconfianza y la lucha por el control de los bienes
esenciales. Los conatos de desórdenes se irán, probablemente intensificando a
medida que el confinamiento y la paralización económica se extiendan y
comiencen a notarse de forma más cruda las desigualdades sociales y las
necesidades se hagan imperiosas. El fantasma del estado de Naturaleza fundador
del Estado hobbesiano recorre no solo Europa. Sin embargo, aquel se fundaba en
la respuesta ante la guerra de todos contra todos asumida como elemento
primordial de las relaciones entre individuos. El Estado ofrecía seguridad a
cambio de obediencia. En cambio, durante la pandemia el Estado no puede
garantizar la seguridad ante el virus mediante la obediencia, por mucho que se
esfuerce en prometerlo. Ahora el Estado confía en las inercias de los
individuos frente a la paz social. Mediante la disciplina del biopoder aumenta
su control, pero el ansia de protección queda frustrada. Como bien resume Juan
Domingo Sánchez Estop: “Estado ya no produce paz ni seguridad, sino que vive de
la renta que es capaz de extraer a la cooperación social”.
No deja de ser
curioso el eslogan que utiliza el gobierno de España, el hashtag “este virus lo paramos unidos” encierra una contradicción,
nunca mejor dicho. Para “vencer” al virus debemos permanecer aislados. La
solidaridad como sociedad no viene, esta vez, del estar-juntos, como diría
Maffesoli, sino de sentir-juntos pero cada uno en su hogar, separados por la
llamada “distancia social” que evite la transmisión del coronavirus. Todos
somos sospechosos, y como todos somos sospechosos de ser portadores, la
solidaridad pasa por aislarnos. Respiraremos juntos, pero no la misma
atmósfera. Los estados no solo de euforia, sino de afecto quedarán sometidos a
una disciplina hierática de precaución y distancia. Tendremos que
disciplinarnos con estas tecnologías, que, por primera vez en la historia,
incluirán dispositivos digitales a los que no se puede engañar fácilmente,
geolocalización y aplicaciones que pueden señalar a las autoridades si estamos
donde debiéramos estar y con quienes debiéramos estar. El Corona-app es el
instrumento que se está utilizando en Corea ya en esta pandemia. Aprendieron
con el Sars-2 y en este caso han conseguido una respuesta mucho más efectiva,
reduciendo el número de contagiados y de fallecidos. Podríamos decir que
tuvieron un ensayo general para prevenir los planes ante la pandemia.
En la cuarta
semana de confinamiento por el estado de alarma, el gobierno de España plantea
la posibilidad del confinamiento aislado de quienes son enfermos asintomáticos
en pabellones, hoteles o en hospitales. Esto supondría un paso más allá en el
biopoder resituando el escenario en lugares ajenos. Una completa disposición de
los cuerpos, que no solo incluirían los hechos (las cárceles), sino también los
sentires y pensamientos (asilos mentales) sino incluso el no hacer o planear
(aislamiento de asintomáticos). No puedo sino recordar al Marqués de Sade,
quien, en una carta a Gaufridy, se preguntaba: "¿Debemos permitir que alguien
castigue nuestros pensamientos? Sólo Dios, que es el único que los conoce de
verdad, tiene tal derecho”. Lo que se está amenazando es con controlar no solo
los pensamientos, también el no tener síntomas.
Según
Foucault, las relaciones del poder con el cuerpo comienzan por el castigo
corporal. En la sociedad de soberanía el Poder es capaz de provocar el
sufrimiento físico hasta la muerte. A medida que fueron creciendo las
sociedades tuvo forzosamente que pasar a un régimen de visibilidad en torno a una
distribución de los cuerpos en el espacio, talleres, escuelas, manicomios y
prisiones. Estos métodos son micro y garantizan una sujeción constante. El
Panóptico es la utopía de esta territorialización de los cuerpos y las
prácticas, control y clasificación a través del Saber, designando lo normal y
lo patológico. En la segunda fase, el poder sobre la vida intensifica las
capacidades de esta. El arte de gobernar pasa a ser el arte de procurar el
bienestar de los pueblos, comenzando por la gestión de la mortalidad,
aumentando la duración de la vida y el nivel de salud. El concepto de policía,
mucho más totalizador e individualizante incluye el aspecto controlador (lo que
antes se denominaba urbanidad) y un
aspecto reconfortante, incluyendo limpieza higiene y salud. Los aparatos del
estado obligan a garantizar la salud. Se medicaliza la sociedad. El dispositivo
de sexualidad y del cuidado de sí son los ejemplos canónicos porque hace que
los hombres se construyan a sí mismos. Así, el conocimiento objetivo que producen
estas técnicas permite ejercer el gobierno sobre los hombres entre sí y con
respecto a sí mismos. Es cuando el sujeto se crea, en todos los sentidos.
Lo fascinante
del concepto foucaltiano de dispositivo es su heterogeneidad, ya que incluye
discursos, incluidos los científicos y morales, las leyes e instituciones que
deciden lo que se dice y lo que no. Actúa en red y está en continua variación,
y puede, aplicarse de un modo y su contrario, la llamada “polivalencia táctica
de los discursos”. Aunque se perpetúa en el tiempo, tiene una dimensión
histórica, por mucho que sus componentes se sumerjan en distintos puntos del
pasado, concurriendo como los materiales que se incorporan al río desde la
corriente principal o sus afluentes. Esto no quiere decir que sean inmunes al
acontecimiento, como las posteriores puntualizaciones de Deleuze ilustran. El
dispositivo afecta, entre otros frentes, a la visibilidad o invisibilidad. En
los medios se está mostrando una cara amable del confinamiento, resaltando la
solidaridad, el humor y la resignación de la mayor parte de la población
mientras que se demoniza a una minoría que se salta las normas. Un pequeño
chivo expiatorio para que lavemos nuestras culpas mientras nos lavamos las
manos. Con la mentalidad de una máquina de combate, se evitan noticias que
puedan desmoralizar a la tropa, se demoniza a los derrotistas y se eligen las
tragedias que se pueden mostrar en cámara. La reclusión/represión es también
creadora. El encierro que está siendo una fuente de producción audiovisual,
vídeos caseros, canciones, reflexiones, monólogos, conciertos en reclusión…
Pueden llenar horas enteras de programación televisiva en los que se (re)crea
la verdad del confinamiento privado. Sin embargo, en los medios de comunicación
no se habla de los que dependen de las drogas ilegales, bien porque las
consumen o porque es su pobre medio de vida, ni de quienes se dedican a la
prostitución, ni otros problemas que se suceden durante la cuarentena. No se
hace hincapié, como en otras catástrofes, en la sucesión de tragedias
particulares. Ni las muertes, ni las quiebras económicas o emocionales, ni los
sueños quebrados.
Si el hecho de
ser interpelado, se conteste o no, ya es un signo de esclavitud, ¿cómo escapar?
El silencio no es una opción puesto que se controlarán la temperatura y se
utilizarán tests rápidos que harán hablar a los cuerpos con la biotecnología.
Quizás, a pesar de los errores de cálculos de Agamben, nos estemos
introduciendo cada vez más violentamente en una sociedad disciplinaria que está
en vías de conseguir la pastoral panóptica.
Así han
parecido entenderlo muchos sectores ultraconservadores, comenzando por las
proclamas del presidente Trump a liberar Virginia, Michigan o Minnesota y
acabando con las protestas de los Cayetanos
en el barrio de Salamanca de Madrid. Todos estos movimientos venden la
legitimidad basada en la libertad individual frente al poder del Estado.
Entienden que el biopoder es la fuente del comunismo y prefieren una concepción
darwinista de la sociedad en la que, por el bien de la comunidad, se han de
sacrificar a los más débiles, seguros de que son ancianos o minorías.
Precisamente parece que el covid19 se ceba en los barrios más pobres, aunque no
se frena en ellos y se extiende por todo el país. Estados Unidos es, por ahora,
el más afectado en número de contagiados y de víctimas, teniendo en cuenta,
además, la distribución de su población que deja grandes vacíos demográficos en
el medio oeste. El siguiente país, Brasil, también ha optado por una perversión
de la respuesta a la pandemia. Sin embargo, en lugar de abanderar la libertad
individual, Jail Bolsonario se suma al negacionismo, cesando o haciendo
dimitir, a los responsables de salud. El Estado abandona, si alguna vez tuvo,
la obligación de velar por la seguridad del ciudadano. Bolsonaro ejemplifica la
negación discursiva del biopoder mientras que aprovecha la pandemia para
reestructurar demográficamente el país. Trump y el resto de la alt-right oscilan entre el discurso
negacionista y el libertario dando lugar a incongruencias cuyo único objetivo
parece ser atacar a los gobiernos, como el de coalición PSOE-Unidas Podemos,
tanto por su dejación de funciones como por el autoritarismo en la respuesta.
Habida cuenta
de la cesión voluntaria de datos de todo tipo (preferencias, biomédicos,
ideológicos, geolocalización) que cedemos a las aplicaciones tecnológicas no
deja de ser algo alarmista, incluso ridículo, acusar a los Estados de pretender
ser el Gran Hermano aprovechando el covid19. Sobre todo si prevemos el estado
ruinoso en el que van a quedar las arcas públicas y grandes capas de la
población sobre las que habrá que tener más atenciones que control de cuerpos,
especialmente si se quieren evitar disturbios y caos.
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