Nuevo homenaje, después de un
año, al poeta José Luis García Martín. Como en algún otro ilustre caso, su
labor y su fama de crítico voraz han eclipsado una trayectoria poética singular
y notable. Hilario Barrero lo intentó hace un año con esta misma estructura
desde Brooklyn con un especial del Cuaderno de Humo. La antología se
organizaría a través de las palabras que amigos, conocidos y admiradores de la
obra de José Luis García Martín, dando cada uno una versión personal del poeta.
En este caso ha contado con el cobijo técnico de la editorial Impronta, desde
la que Marina Lobo aporta el elegante diseño de la cubierta.
Los Alrededores de José Luis García Martín
son tanto los poemas escogidos como los argumentos personales y heterogéneos
para introducirlos. El propio Hilario Barrero echa mano de los recuerdos en
Nueva York, uno de los lugares predilectos de Martín. Manhattan y Brooklyn. “La
poesía leída por encima o una sola vez es como la noche cuando se mira con los
ojos cerrados. Todo buen poema es un universo”. Muchos colaboradores resaltan
el carácter polémico del personaje junto a su generosidad y magisterio. Ricardo
Álamo recoge una frase de sus diarios, Dominio
público: “No es posible hablar de uno mismo sin hablar de los otros. El yo
es un lugar lleno de gente”. Este volumen es un ejemplo de la tesis
complementaria, es imposible hablar de otro (o de otra cosa) sin hablar de uno
mismo. Porque no solo es que los participantes relaten sus recuerdos o su
relación con el homenajeado, es que aprovechan para hablar de sí mismos.
El crítico y
poeta (nótese el paralelismo), Carlos Alcorta, analiza minuciosamente Lector de su libro, Mudanza (2003). José Ángel Cilleruelo hace lo propio con Calles, de Autorretrato de desconocido (1979). De entre los asiduos a la
tertulia que lleva protagonizando nuestro homenajeado, Javier Almuzara resalta
“impecable generosidad, a cuyo servicio está una inteligencia implacable”. Xuan
Bello, otro de los tertulianos a los que JLGM otorga magisterio habla de la
complicidad con él y su poesía. Lorenzo Oliván relata lo mucho que comparte
personalmente, igual que José Luis Piquero.
Susana Benet
rescata el lado pessoano de Martín, desdoblarse en otros poetas –como Zelig podríamos añadir nosotros– en Jugando con fuego, o apropiándose de
temas y recreando poemas. José Cereijo destaca sus cualidades como el poeta del amor imposible. Ángeles
Carbajal, insiste en sus cualidades como antólogo: “Poema espejo, casi
arquetipos emocionales sujetos al imperio de la razón lúcida en los que cada
lector se reconoce, “quien lo probó lo sabe”. Rotunda poesía verdadera; esa que
sabe todo de nosotros”.
Algunos, como
Luis Alberto de Cuenca se muestran escuetos. Avelino Fierro opta por el detalle personal como Vicente Gallego que no
llega a elegir poemas. Juan Lamillar relata las relaciones entre José Luis
García Martín y Sevilla. Victoria León hace hincapié en su aprendizaje. Enrique
García-Máiquez, desde las antípodas ideológicas, lee perfectamente el “retintín
irónico” de las quejas de Martín. Elige mi poema preferido, A un dios desconocido,
“Dame siempre placeres
rutinarios
Lo que ocurre una vez, no ocurre
nunca
/…/
Dame pobres placeres repetidos.
No un único diamante en la
memoria.
Dame días iguales, no este
instante sin tiempo,
terco, distante, azul,
inexistente”
Fernando Iwasaki prefiere la
poesía que se filtra en sus diarios. Ana Vega o Daniel Rodríguez Rodero se
centran en la faceta de diarista. Este último elige Variación sobre un poema de Seifert. Antonio Manilla ofrece una
impresión general del homenajeado. Abelardo Linares se muestra muy escueto por
su cercanía personal, como Martín López-Vega. Cristian David López ofrece un
pequeño cuadro de ternura. José Luna Borge, presenta un poema, como Manuel
Neila. Rosa Navarro Durán, un poema muy cercano al espíritu de Gil de Biedma.
Marcos Tramón opta por presentar los poemas elegidos.
Andrés
Trapiello narra, en primerísima persona, sus avatares con JLGM. Álvaro
Valverde, también, pero con menos reproches: “de su carácter, tan reprobado por
todos / y lo comprendo, a veces puede resultar zangolotino e impertinente),
puedo decir que lo tolero. A la vista está. Tantos años y aún puedo hablar bien
de él, que es lo que más le gusta, según su propia confesión”.
Después de los
acercamientos a los alrededores de tan prolífico y controvertido personaje no
podemos más que coincidir con Daniel Rodríguez Rodero al considerar que
calificarlo de crítico o de profesor cercena al personaje y la persona. Este es
un volumen para disfrutar tanto de la poesía de un gran poeta como para
recrearse en las múltiples caras que ofrece a quienes lo conocen. Enhorabuena a
Hilario Barrero por su labor de catalizador de este homenaje y por mantener con
los años el aprecio de este poliédrico e insobornable amigo.
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