Esta semana se ha conocido un
documento firmado por eminentes figuras de la izquierda denunciando las actitudes
totalitarias de cierto sector del activismo progresista. Se incluyen personajes
tremendamente críticos como Noam Chomsky, Margaret Atwood (la escritora de El
cuento de la criada) o J.K. Rowling que piden el derecho a discrepar. Por lo
visto se está haciendo muy popular el recurso a la movilización pidiendo
cancelar actos en los que se discuten o intervienen defensores de posturas no
ortodoxas desde el punto de vista de parte del público. Esto no es nuevo, ya
recuerdo el boicot a los Beatles cuando John Lennon presumió de ser más famosos
que Jesucristo. También en España se han constatado cancelaciones de debates en
la universidad en la que se discutía la pertinencia o no de la abolición o de
la regulación de la prostitución. Lo sorprendente en este caso es que surjan
voces discordantes desde el progresismo. También es lugar común quejarse de la
piel tan fina que tienen los jóvenes de hoy, que, ante cualquier desafío intelectual,
emocional o moral se encierran en sí mismos y no quieren rebatir. No sé tampoco
cuál es el límite de edad para considerarse joven de hoy.
Los
comentaristas menos progresistas, y sobre todo, los directamente reaccionarios,
hablan la progresía como un paradigma hegemónico. El feminismo “radical”, el buenismo en cuanto a los inmigrantes o
hacia la pobreza, el respeto hacia identidades no hegemónicas (lo que viene a
ser un varón blanco hetero), lo que se dio en llamar “políticamente correcto”.
Quisiera hacer un inciso porque a menudo se confunde lo políticamente correcto
con el wishful thinking, que tiene
más en común con el buenismo, con la pretensión de que todo tiene que ser calma
y buen rollo, como el final de una película de Disney, mientras que lo
políticamente correcto es más bien el cuidado al referirse a diversos
colectivos, por ejemplo, por el nombre con el que prefieren ser denominados. Es
cierto que a veces es un juego de atrapa al ratón con los eufemismos, pero, en
general se trata de tratar con respeto y no utilizar términos cargados de
connotaciones negativas frente a otros que son los “normales” y que ponen en
evidencia los prejuicios todavía existentes.
Mi
experiencia, sin embargo, es constatar la regresión en los jóvenes con los que
trato hacia posturas mucho más convencionales, incluso más machistas o
xenófobas que hace diez o quince años. Creo que lo que motiva el cambio en los
resultados es la aparición de las redes sociales y el ciberactivismo, la capacidad de movilización sin moverse del sillón
para apoyar o atacar una causa. Una manifestación, una cacerolada que se
hubiera programado mediante un coche con un megáfono tiene mucho menos
posibilidad de conseguir público que una a través de Instagram o Facebook. Una
plataforma de firmas es mucho más cómoda que un papel que se deje en la
frutería.
Se atribuye a
Umberto Eco una frase lapidaria contra las legiones de imbéciles que toman voz
gracias a las redes sociales. Nunca he estado de acuerdo en este punto. Antes
de la llegada de los blogs y las redes, los imbéciles a los que escuchábamos o
leíamos eran los que tenían un contrato con la televisión o con otros medios,
los que conseguían un programa en la radio o una columna en un periódico. La
proporción entre tertulianos sensatos y tertulianos impresentables me temo que
es la misma entre tuiteros canallas frente a interesantes. La democratización
tiene la ventaja de escuchar a todos, aunque no todos tengamos la misma posibilidad
de llegar a la misma audiencia. Me enternece la presión que sufren columnistas
como Pérez Reverte ante las feministas, un tipo duro, capaz de enfrentarse al
frente de guerra con un cortaúñas. Un paseíto por los comentarios hacia
feministas o simplemente hacia mujeres que opinen sobre cualquier tema en los
periódicos o en las redes y nos llevaríamos las manos a la cabeza.
Me alegra
sobremanera que sea la izquierda quien sea autocrítica y ponga sobre la mesa la
necesidad de matices y de disenso. Dice mucho de su capacidad para regenerar los
debates, lo que no la libra de tener dictadores en potencia entre sus filas. Es
lógico, tener una ideología u otra no te libra de ninguno de los problemas
mentales. Ya me gustaría conocer iniciativas parecidas desde los liberales, por
ejemplo, los conservadores o los católicos. Que no dudo que los haya, pero no
los escucho con tanta claridad.
Por cierto, si
echamos un vistazo a la prensa que comenta este proceso, no debemos
sorprendernos de que culpen a la izquierda en toda su extensión del
desaguisado. Fueron los progres de los 70 y 80 los que malcriaron a esta
generación de “blanditos”, que se inquieta por cualquier cuestionamiento.
Fueron los progres los que inculcaron las perversiones del lenguaje, llenas de
eufemismos y @, X y todes. Son los izquierdistas los que controlan las
universidades, especialmente las de Estudios Culturales, sociología,
psicología, historia y demás disciplinas inútiles que se justifican simplemente
manipulando a estas mentes jóvenes.
Los grandes
poderes, sin embargo, no recurren a este tipo de movilizaciones. Prefieren, sin
embargo, eliminar la publicidad de un programa crítico, presionar directamente
a la universidad con retirada de fondos, o directamente utilizar sus contactos
para que no lleguen a organizarse eventos contrarios a sus intereses. Por si
acaso fallaran en sus pretensiones, pueden organizar una campaña de prensa para
denostar las ideas, las personas o las instituciones que se meten en esos
berenjenales. Ahora tenemos miedo de que personas simples, pero con gran
capacidad de convocatoria, puedan ejercer esa “censura”. Y eso da miedo, tanto
miedo que hay que hacer frente a sus pretensiones con mayor ahínco que la
defensa de la libertad de prensa frente a los poderes fácticos.
Por lo visto
ya no nos acordamos de los escraches ante clínicas abortistas, las recogidas de
firmas contra obras de arte consideradas insultantes para la religión católica,
el boicot a películas en las que se cuestionaba la virginidad de María o se
planteaba el dilema ético que pudo tener Jesús en el momento de su tormento.
También olvidamos los libros que se quedaron en borrador, o que se destruyeron
porque Alguien veía peligrar su reputación. Y no fue necesaria redes de apoyo o
concentraciones que golpearan en las paredes o que insultaran a los ponentes.
Tampoco para cancelar conciertos antisistema, entonces simplemente se mandaba a
la Policía y acababan en el cuartelillo por reincidentes.
Fanáticos, por
pura probabilidad, los hay en todos los espacios, y en cualquier punto del
espectro político y hay que defender como esencial la libertad de expresión
ante cualquier atentado, ya sea desde el Poder político, económico o social.
Pero tengamos claro cuáles son los enemigos de la libertad, expresión que tanto
gusta a los neoliberales. Hay que asumir que no todos estamos en la misma posición
de partida y hay personas e ideologías con mayor capacidad de influencia y de
censura. Ahí es donde hay que mirar en primer lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario