domingo, 15 de noviembre de 2020

Contradicciones

A cuenta de un artículo del prestigioso Enrique García Maíquez me puse a cuestionarme por qué cierta derecha está tan contenta con Trump y ha suspirado por su triunfo –y hecho el ridículo a medida que cambiaban los resultados. La ideología de articulistas y comentaristas como García Maíquez es muy conservadora, a veces se nota que el Concilio Vaticano II les parece una herejía a la que no hay que acercarse. Sin embargo, por lo que respecta a los valores económicos son ultraliberales, defensores a ultranza de la empresa privada. Siempre he visto una contradicción entre lo del ojo de la aguja y el liberalismo, pero, ¿quién sabe? También defienden la pena de muerte a pesar de la prohibición expresa de matar de uno de los mandamientos.

Me sorprende también la consideración que han ido dando todos estos derechistas de Trump como alguien antisistema. Es cierto que sus modales son poco convencionales para un político que aspira a la reelección, pero es quizás el ejemplo más claro de la ideología dominante. La ideología dominante, en todo caso, tiene que ver con el individualismo, con la codicia y el desprecio al diferente, poca caridad y mucha xenofobia. El mundo es machista e insolidario, apenas si el ecologismo es poco más que un eslogan. Las grandes cadenas de contenidos, cine, televisión, series… transmiten esos valores sexistas, clasistas y reaccionarios. No todos, por supuesto, hay muchos que pensamos que otro mundo es posible. Por propia definición, creemos que este mundo tiene unos valores que son nocivos. Trump representa esos valores nocivos, no alcanzo a comprender como un católico de bien puede simpatizar con el desprecio al diferente si ha leído sobre la actitud de Jesús ante la samaritana.

Los valores que Trump representan son los de la codicia sin límites, los de la mentira intencionada y el maquiavelismo más anticristiano. Engaños, despidos, desprecio hacia los contrincantes. Y, es lógico, pertenecen a la élite. Me sigue pareciendo sorprendente que alguien pueda pensar que está fuera de la élite. Es el ejemplo paradigmático, empresario despiadado, divorciado, con una mujer florero a la que se le ocurre dejar en entredicho. Es verdad que está en contra del multiculturalismo, pero ofrece una seguridad insensata. Los suyos son los únicos. Y no nos engañemos, nosotros, ninguno de los que vivimos en este país, somos los suyos. Y lo ha demostrado con sus palabras y su política económica que tanto ha perjudicado a las exportaciones españolas.

Donald Trump representa el relativismo de la verdad, que maneja a su antojo. Es el ejemplo más claro de relativismo que defendía Foucault y Nietzsche: la verdad es lo que dice el vencedor. Oculta su identidad de familia de inmigrantes, su mujer no es norteamericana, la tradición se la inventa y, desde luego, no se corresponde con la española. Ha demostrado que le importa poco occidente cuando ha intentado pactar con cualquier gobierno excomunista para espiar a sus rivales.

No comprendo cómo puede salvar occidente cuando lo único que le parece defender es su propia supervivencia y sus intereses económicos. No comprendo que se pueda defender a un capitalista desalmado desde un catolicismo tan conservador. El Concilio Vaticano II y su ecumenismo parece un error porque implica aceptar una herejía, pero anteriormente a esos nuevos cambios, la Santa Madre Iglesia insistía en que el liberalismo era pecado. Parece que los valores firmes dependen del momento y de los intereses.

Sorprende todavía más cuando el cristianismo se viste con la bandera patria (aunque tengo entendido que “católico” significa “universal”).  Me cuesta mucho comprender la postura de quienes defienden tanto España, esa EsPaña con “p” mayúscula, y simpatizan con quien ha subido los aranceles a muchísimos productos patrios.

No seré yo quien tire la primera piedra, tan lleno como estoy de contradicciones. Pero lo cierto es que me quema ya mucho que se señalen las incoherencias de unos y se comulguen con ruedas de molino –¡qué expresión tan adecuada para la ocasión– los otros . Quizás va siendo hora de señalar con el dedo a quienes no van a misa y se dicen católicos, y también usan preservativos o no practican la caridad. También hacer notar a todos los liberales que viven de las ayudas públicas, a todos los defensores de la empresa privada que no han montado jamás una. A todos los que se les llena la boca hablando de la cultura del esfuerzo y han heredado la posición de papá y el gusto por la moda de mamá.

Y ya se sabe, ojo por ojo… todos tuertos.

 

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