Lorena Huitrón nació en Veracurz (1982) y ya lleva publicados Parábola del desconocido (2012), Erigir una fortaleza (2013), Una violencia sencilla (2017), Wintu (1ª edición digital, 2017), El oficio de escarabajo (2019). Hay que agradecer a Liliputienses que ponga a disposición del público español toda esta amplia gama de poesía iberoamericana. Las lenguas Wintu son un conjunto de lenguas del Valle de Sacramento, en el norte de California, que corren peligro de desaparecer: “Madre, en el Wintu no hay plural, ni singular /…/ Al Wintu no le inquieta lo deshecho, las palabras mal formadas. /Es la naturaleza quien decide / el curso de las cosas. / Nada es suyo” (Winto).
Sin embargo, más allá de la referencia concreta a un conjunto de lenguas concretas, Lorena Hitrón lanza una carga de profundidad sobre las imposibilidades del lenguaje como comunicación y la necesidad de refugiarse en él: “¿Y tus palabras, mujer, cómo te defiendes?”. El escenario de este pequeño volumen es el de la defensa, la violencia soterrada, lo espinoso de la supervivencia: “Nos devoramos mutuamente, por el insomnio, por la impotencia”; “El cuerpo es una agresión cíclica, perpetua, la vulnerabilidad que quiere una armadura”.
Se suele utilizar la expresión lengua materna para designar la lengua aprendida en la infancia. No es de extrañar que la autora recurra a la figura de la madre como un tótem, una representación originaria de la comunidad y de su perpetuación: “Las madres sueñan / con baños sucios / y cadáveres de amigos conocidos, / sueñan con fiestas, supermercados, / sueñan que bailan / con su sombra, / abriendo el pecho y descalzas, / en algún pueblo africano”; “Las madres recogen / las ilusiones de sus sueños, / se traban la idea de libertad / antes de que sus hijos despierten. / Sienten su cabeza amarrada a un ladrillo”; “La madre se imagina toda la vida a orillas del mar, añorando embarcaciones en las que ya no podrá participar. Llora lo perdido en la costa, aquella juventud antes de odiarse a sí misma, antes de aplacar llantos, berrinches, atender reflujos, fiebres y diarreas mientras las palomas llegan al parque cuando les da la gana” (La erosión de las costas). Además de la figura de la madre, un tanto como arquetipo, hay una vindicación de la mujer como sujeto y objeto: “Es frágil la idea de esas mujeres atacadas por el asma del corazón de papel maché mientras ellos duermen apacibles”; “Una mujer no es el silencio que corre como balón de paja es un western”.
Dentro de esta relación se esconden peligros que resultan cercanos (“Hay algo de ira en el matrimonio, / como ese miedo al arácnido”) por encima de las referencias más exóticas –en sentido que podría darle Levi-Strauss–: “Hice el canje de maternidad / por chamanismo, / de la confianza de curar, / por ver todo desde arriba, / de la resurrección por la guerra” (Totem). Uno de los valores más interesantes de Lorena Huitrón en Wintu es su entretejido de referencias culturales, su recurso al latín como lengua y como poética (Ovidio, Catulo) para hablar de temas universales, en especial, el amor: “El amor ofrece un lugar” (Vallisneria); “Las flores son más inteligentes / al encuentro con sus amantes, / su agonía más dócil y concentrada. / Uno u otro morirá / y no lo ignoran” (Thalaco gaudent); “Amor es inseguridad (…) La amabilidad sostiene al amor, mis palabras llevan con dulzura un cadáver rumbo a un glaciar” (Iam docui sílices verba benigna loqui); “Su boca fue un carcaj que ella creyó vaciar, tragó sus flechas, hizo de las nupcias funerales” [Hotel Ovidio (aniversario de bodas)]. Y, de la misma forma que se recrea en esa tradición, se vuelca en metáforas contemporáneas, “Los amantes son ondas de luz en el espacio” [Hotel Thomas Young (lo que llega entre una jota)].
La segunda parte del poemario responde al título de Efemérides Domésticas y están numeradas: “Efemérides doméstica uno: la soledad de la casa con ropa sucia que sobresale del cesto”. Entre estas efemérides cotidianas se cuelan cucarachas, grietas, manchas de humedad…: “He visto muchas veces a libélulas, avispas y mariposas dejarse engañar por los ventanales (…) Quien no las ayuda seguramente las encontrará al día siguiente justo en la misma zona pero muertas, con el cuerpo ladeado y las alas abiertas”. Y también se habla del compromiso, siendo lo doméstico, por antonomasia el lugar reservado a la mujer. La posición de articulación poética es de resistencia a la uniformidad: “Es intolerable el plural sociativo, el “falso nosotros”. Excusa omisiones (…) y así un largo etcétera de una inclusión forzada, una falsa complicidad, la hipocresía” (Efeméride doméstica seis). Y, si por un lado, es necesario cierto estoicismo –los gatos son los mejores filósofos estoicos– (“Me gustaría tratarlo mal, volverme un gato. Me gustaría que el gato estuviera de mi lado cuando él se burla de mí por decir, “ver palabras”. Las palabras no se ven, afirma”, Efeméride doméstica ocho); se hace imprescindible recurrir al programa que inicia Virginia Woolf y saber sobrevolar las convenciones, por muy establecidas –o ridículas– que puedan estar: “Salvo Virginia Woolf, / las escritoras que admiro tuvieron y tienen gatos /…/ Tengo amigas adorables pero intranquilas, / tranquilas pero inseguras, / adorables e impacientes. // Conozco a escritores deleznables con gato / y no poseen ninguna de esas tres características” (Efeméride doméstica nueve).
Un pequeño gran homenaje a la lengua como armazón de la habitabilidad de las burbujas humanas.
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