Abrimos este volumen, primer poemario de Antonio Soriano Cruz, musicólogo alicantino. Las referencias entre las distintas artes van a estar aseguradas, musicales y teatrales para dar coherencia a un intento casi nihilista de “desmitificación del culturalismo”, cercano a Berta García Faet, en el que, sin embargo, cabe la esperanza: “Vivir y darse cuenta de que ninguna herida está cerrada” (Prólogo). Dividido en tres secciones, La herrumbre, Lo que vive y La huida se corresponde con un estado de la cuestión, un balance contable del yo y las circunstancias, para evaluar el presente y anunciar la única solución posible, la huida.
La tentación de echar mano de la faceta de musicólogo para describir la poesía de Antonio Soriano es grande, especialmente porque no se esconden las referencias y son más que una alegoría, podríamos decir que articulan el discurso. En la primera parte, asistimos a la lectura del parte de daños: “Quisimos ser la razón del sol / y nos dieron la sombra. / Y en la sombra bailamos con la luna / y el olvido era un nombre / y nada más” (La herrumbre: la raza). No es una queja metafísica o general, a veces se posa a ras de suelo, a la concreción más absoluta: “El Levante nos vendió a Europa / el propio viento nos traiciona / y la humedad aquí no es agua / sólo sol / sol y sombra naranja /…/ Oh, el mar justo y bueno. / único premio de esta tierra. / única vida que no llora” (La herrumbre: Alicante o cómo aprender a amar el vodka con tónica mientras decidían volvernos decididamente apátridas).
Poemas letanías mezclando lo prosaico con lo provocador, dirty realism entreverado de alta cultura: “Media hora son treinta minutos muertos / que dan para paja y poema. / En ese orden / El poema de la paja ha de ser como este: un fútil intento estéril de autosatisfacción” (La herrumbre: lo mío o Treinta minutos de microcosmos).
“Más allá de la herrumbre
hay polvo
hay sombra
hay vida” (Más allá de la herrumbre)
Lo que vive. Periscopio es el título de la segunda parte, donde la primera persona se vuelve más introspectiva: “Un erial. / Un erial soy / hecho trizas / hecho polvo por tu aire / hecho arena / por la que tú caminas imposible” (Lo que viene: mi nada y el mar). Predomina el sentimiento de perplejidad en muchos poemas: “No entiendo nada / no me desenmaraño” [Lo que viene: non sense (algún idiota dijo una vez que la música era algo asemántico)]; de intuición de que una sombra negra se acerca y amenaza: “Rápido. / No vaya a ser que el cielo se tiña de negro / y llegue la noche / sin crepúsculo que avise” (Lo que viene: lo que parece venir. Periscopio). Recurrir a la escritura como identidad a la vez que aleja de la vida, una perversión en la mirada del loco: “Acomódate y mira el recogimiento de la ira / del pecado /…/ Mi respuesta a todos tus problemas es circense /…/ tú tuviste un loco que no hacía sombreros / pero que escribía cosas como esta / pero que nunca debió escribir / nada como esto o aquello” (Lo que viene: Pierrot). Bien se hable a sí mismo o al interlocutor cómplice, el dolor se manifiesta de manera profunda: “La perspectiva / la inflexión y reflexión de tu yo insoportable / sabe de esto. / Lo que viene es sin duda / lo que se va” (Perspectiva e impulso). Un suspiro de envidia irónica: “Quién fuera un maricón de cabaret / en el Berlín de los treinta” (Intermedio: Berlín, 1933).
Por último, La huida. Quieto juega con la paradoja y el dolor: “He llorado ríos enteros / porque he querido perderte y ahora todo está muerto en todo este lugar” (La huida: el príncipe); “Si a la muerte de un gigante infantizado / asesinado por mil bocas y mordiscos” (La huida: mil dracos). Recurre al ambiente ritual, del sacrificio hable del espíritu o de la carne: “Soy demasiado joven para no vender / mis ojos, leyendo, / demasiado joven para no ofrecer mi cuerpo a todo / y a todos” (La huida: 25 años). La presencia de la muerte sustituye al yo, al que complementa: “Carta a un amigo: / la muerte es un aro, que eclipsa por detrás / este sol de verano /…/ De verdad que a veces no sé si ponerme a tocar / o ponerme a escribir. / De verdad que a veces no sé qué parte de mí mismo / estoy matando” (La huida: Valores e intensidades); “Soy el candor / y la vida y la muerte de mi tierra / y el grueso de todos los animales muertos de madera” (La huida: la tierra).
La huida y el refugio toman otras voces: “Espiral. / Maricones que son Ícaros acercándose / demasiado al sol. / trans que son penitentes / en los acantilados de Arquerontes” (La huida: prueba del VIH); “Aprendió a sobrevivir a base de viejas historias / y huesos de melocotón /…/ Aprendió de los pulpos / a abrazar con ocho brazos /…/ De Chopin aprendió la alegría / de lo triste. / De Monteverdi y Galoppi lo aprendió todo muy rápido” (La huida: sendas). La vida se convierte en huida: “Para siempre ya esto es nada / y ya solo caminar tiene sentido” (La huida: senda); que no solo está formada de pasos, la hida es también emocional, huida de lo racional, huida de lo espiritual y de lo terrenal, de lo que se teme y de lo que se ama.
“Yo ya os he mirado como solo el hombre mira a Dios.
Yo ya os he tenido en mis manos
Porque sé que digo Adiós a lo que amo,
con todas las letras, idiomas, sonidos.
Ahora sin cobardía
sin bromas
sin falta.
Me voy.
Me he ido.
Yo soy el loco
que ama todo lo que nadie tiene
y decide perderlo
/…/
Yo soy aquel que puede aquí
ser feliz por siempre.
Y tal vez
solo tal vez
por eso huyo” (La huida: el loco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario