martes, 18 de agosto de 2020

Reseña de Daniel Cotta: “Alpinistas de Marte”. Pre-textos. 2020


Editorial Pre-Textos: Alpinistas de Marte
Daniel Cota ha logrado el XXXIII Premio Internacional de Poesía Antonio Oliva Belmés con Alpinistas de Marte, que, según sus palabras es “na especie de cancionero interestelar”. Poco acostumbrados estamos a poemarios embarcados en la ciencia ficción, aunque los que hemos disfrutado con Ray Bradbury siempre hemos sabido que los viajes interestelares están llenos de poesía. El autor pretende convertir su “locus amoenus en una suerte de locus atralis” y en él se pueden mezclar Stanislaw Lem, Sabines y Bowie. Quienes no definan como no aficionados a este género literario pueden asomarse sin miedo al infinito porque tenemos un volumen de altísima calidad poética. Las referencias interestelares pueden ser mero atrezo para el neófito, pero, indudablemente otorgan una cualidad especial a los versos: “Los ríos de metano de Titán. / Allí nos fuimos a fluir tú y yo, / a dejarnos llevar por la corriente / de cara al firmamento” (Presos de un sinsaber). En realidad, la mezcla entre vocabulario científico (estreptococo, placa de Petri) y poético es una constante en Daniel Cotta, que siempre ha jugado con el contrapunto místico y científico en grado sumo.
Podríamos ver algunos versos como un recuerdo de la épica de la antigüedad clásica o de las sagas medievales: “El censo empieza y termina en mí; / por eso estallan guerras cada noche” (Carta de un desterrado). Nos enfrentamos a resabios indudablemente conectados con el Romanticismo alemán: “¿Qué va a saber de noche / quien no la está mirando cara a cara, / como yo?” (Saber de la noche);  “Ahora cuento estrellas, hago mundos / y juego a que no soy el universo” (Brujería). Igual que la poesía mística impregna la herencia del futuro: “Y todo está tan vivo y tan ausente, / tan siendo para otros, / tan sin mí” (Inexistencia). Podemos degustar el discurso final del replicante de Blade Runner en Lo inexplicable. Y, siempre, siempre, se ocultará una gota de humor: “Lo que Saturno dice: / Lo dice por los siglos de los siglos: / seguir llevando suelto el cinturón” (En nombre de Saturno y sus anillos). Pero sobre todo, nuestro oído agradecerá el lirismo de Daniel Cotta, quien maneja excepcionalmente las cualidades del artesano y la intuición del genio en maravillas como el poema Góngora.
Nos enfrentamos también a las obsesiones de la poética de Daniel Cotta, como son la conexión de la muerte con el sueño que desarrolló con emocionante brillantez en su anterior El beso de buenas noches: “Cada vez que me tengo que dormir, elijo un sueño” (Hibernar de muerte en muerte). El otro gran tema es el enfrentamiento entre lo científico y lo  mistérico, pero más que enfrentamiento, el propio poeta es un ejemplo de que son compatibles, complementarias ambas visiones: “Hay dos maneras de mirar la luna: a lo científico y a lo poético /…/ No sé quién se aproxima más a ella, / pero entre los dos credos / se consignan continuas conversiones” (Apostasías). Si alejamos el escenario estelar hay mucho de poesía religiosa, de un acercamiento muy íntimo a la creencia: “Moría y tuvo que salir el sol / para salvarme /…/ Ahora sé que el trigo se equivoca, / que las flores están en un error / y que la clorofila / cree estar en el secreto y no lo está /…/ ¡si el sol es más que el sol!” (El secreto). O, buscando las concomitancias: “En algún siglo se dará la vuelta, / y cuando regresemos / al seno del sol padre, / saltaré de la grupa. / ¡Qué delicioso chapuzón de luz!” (Singladura). Y mucho de asombro ante la realidad más cotidiana, aunque estas estén en el espacio exterior: “Las ama desde el alto telescopio. / Cada noche las busco: / desancla sus pupilas des los acantilados sublunares / y las ve arder remotas, imposibles. /…/ ¡Pobre ciego! / No se da cuenta de que tiene el sol” (No la ve); “Diría que no habías existido / aquella playa, el mediodía aquel / si no me ardiera un sol en la memoria /…/ Me inventaré aquel mar / con barcos y gaviotas, / y habrá una madre que me dé en la silla / el pan de la merienda. / Y juntaré teselas y teselas / hasta llenar de luz este destierro” (Pretérito indefinido). De la misma forma que debemos asombrarnos de que las grandes cosas sucedan, como en uno de los poemas más emocionantes: “Una esquirla recóndita de estrella / era capaz de hacer sobre un planeta azul / la Quinta Sinfonía” (Simultáneamente). La perplejidad que ofrece la mirada al horizonte del cielo siempre acaba en la duda y el enigma: “No intentes descifrar el Universo: / no hay nada que encontrar. / Afronta lo terrible, lo insondable: / tú eres el enigma. / ¿Quién ha de descifrarte?” (Lo que dijo el hombre al hombre).
Y si aceptamos la suspensión de la realidad y nos sentamos en este escenario apreciaremos la hondura filosófica, la profundidad reflexiva del abismo y el futuro: “Este paréntesis de luz y oxígeno / que el sol nos está dando / acabará algún día /…/ Nada habrá comenzado. / Será una sepultura nuestra estrella / y habrá algo nuevo bajo el sol: la nada” (Aliquod novum sub sole); “Entonces resucita en mí la Tierra, / con su globo florido de mentiras, / con su equívoca máscara de vidrio, / con sus tentáculos de carne y muerte, / con su alquitrán, su polución, su fango… // Y quisiera volver” (Ora et labora). Directamente de ciencia ficción con poemas como Monte Olimpo de Marte o Solo somos azules. La materia simbólica de las estrellas, de los planetas, de la sci-fi es poderosa, puede ser tremendamente lírica: “A mil millones de años, pienso en ti. / Porque estás lejos. / Muy lejos. / Descorazonadamente lejos. / Amor, estás tan lejos que no existes” (Lejos); “Estoy aquí, domesticando estrellas. /… / A todas, todas quiero redimirlas / –antes que se me acaben las letras y los años– / de tanta inexistencia y tanta nada” (Nombrador). La ambientación también proporciona un campo semántico de cuestionamiento científico: “Y he comprendido que agrandar los mapas / no es sino trazar sobre la noche / un signo de interrogación más grande” (Signo). Con sus contradicciones internas que atañen al corazón del hombre: “Cuando se fue y mi corazón corría, / no sé cuál de los dos era más libre: / él, que acabó de conocer la luz, / o yo, que conocía la oscuridad” (La hora del encuentro). Sobre todo cuando la pluma del poeta pasa a hablar de los afectos, del amor: “Una mirada de mujer delira / sobre el silencio añil del cielo raso: / al fondo de tu ser, Venus me mira” (Venus en ti y tú en el cielo).
“Y fundamos. Fundimos. Fecundamos.
Echamos a rodar cuatro sistemas
que tienen mis pupilas y tu risa.

Ahora brillaremos
el tiempo que nos queda,
hasta estallar, hasta encender la noche
en un último beso,
el beso incandescente que seguirá sonando,
 fundiéndonos, fundando, fecundando
tras haber vuelto a casa a despertar” (Fundadores)

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