Daniel Cota ha logrado el XXXIII
Premio Internacional de Poesía Antonio Oliva Belmés con Alpinistas de Marte, que, según sus palabras es “na especie de
cancionero interestelar”. Poco acostumbrados estamos a poemarios embarcados en
la ciencia ficción, aunque los que hemos disfrutado con Ray Bradbury siempre
hemos sabido que los viajes interestelares están llenos de poesía. El autor
pretende convertir su “locus amoenus en
una suerte de locus atralis” y en él
se pueden mezclar Stanislaw Lem, Sabines y Bowie. Quienes no definan como no
aficionados a este género literario pueden asomarse sin miedo al infinito
porque tenemos un volumen de altísima calidad poética. Las referencias
interestelares pueden ser mero atrezo para el neófito, pero, indudablemente
otorgan una cualidad especial a los versos: “Los ríos de metano de Titán. /
Allí nos fuimos a fluir tú y yo, / a dejarnos llevar por la corriente / de cara
al firmamento” (Presos de un sinsaber).
En realidad, la mezcla entre vocabulario científico (estreptococo, placa de
Petri) y poético es una constante en Daniel Cotta, que siempre ha jugado con el
contrapunto místico y científico en grado sumo.
Podríamos ver
algunos versos como un recuerdo de la épica de la antigüedad clásica o de las
sagas medievales: “El censo empieza y termina en mí; / por eso estallan guerras
cada noche” (Carta de un desterrado). Nos enfrentamos a resabios indudablemente
conectados con el Romanticismo alemán: “¿Qué va a saber de noche / quien no la
está mirando cara a cara, / como yo?” (Saber
de la noche); “Ahora cuento
estrellas, hago mundos / y juego a que no soy el universo” (Brujería). Igual que la poesía mística
impregna la herencia del futuro: “Y todo está tan vivo y tan ausente, / tan
siendo para otros, / tan sin mí” (Inexistencia).
Podemos degustar el discurso final del replicante de Blade Runner en Lo inexplicable.
Y, siempre, siempre, se ocultará una gota de humor: “Lo que Saturno dice: / Lo
dice por los siglos de los siglos: / seguir llevando suelto el cinturón” (En nombre de Saturno y sus anillos). Pero
sobre todo, nuestro oído agradecerá el lirismo de Daniel Cotta, quien maneja
excepcionalmente las cualidades del artesano y la intuición del genio en
maravillas como el poema Góngora.
Nos enfrentamos
también a las obsesiones de la poética de Daniel Cotta, como son la conexión de
la muerte con el sueño que desarrolló con emocionante brillantez en su anterior
El beso de buenas noches: “Cada vez
que me tengo que dormir, elijo un sueño” (Hibernar de muerte en muerte). El
otro gran tema es el enfrentamiento entre lo científico y lo mistérico, pero más que enfrentamiento, el
propio poeta es un ejemplo de que son compatibles, complementarias ambas
visiones: “Hay dos maneras de mirar la luna: a lo científico y a lo poético /…/
No sé quién se aproxima más a ella, / pero entre los dos credos / se consignan
continuas conversiones” (Apostasías).
Si alejamos el escenario estelar hay mucho de poesía religiosa, de un acercamiento
muy íntimo a la creencia: “Moría y tuvo que salir el sol / para salvarme /…/
Ahora sé que el trigo se equivoca, / que las flores están en un error / y que
la clorofila / cree estar en el secreto y no lo está /…/ ¡si el sol es más que
el sol!” (El secreto). O, buscando
las concomitancias: “En algún siglo se dará la vuelta, / y cuando regresemos /
al seno del sol padre, / saltaré de la grupa. / ¡Qué delicioso chapuzón de
luz!” (Singladura). Y mucho de
asombro ante la realidad más cotidiana, aunque estas estén en el espacio
exterior: “Las ama desde el alto telescopio. / Cada noche las busco: / desancla
sus pupilas des los acantilados sublunares / y las ve arder remotas,
imposibles. /…/ ¡Pobre ciego! / No se da cuenta de que tiene el sol” (No la ve); “Diría que no habías existido
/ aquella playa, el mediodía aquel / si no me ardiera un sol en la memoria /…/
Me inventaré aquel mar / con barcos y gaviotas, / y habrá una madre que me dé
en la silla / el pan de la merienda. / Y juntaré teselas y teselas / hasta
llenar de luz este destierro” (Pretérito
indefinido). De la misma forma que debemos asombrarnos de que las grandes
cosas sucedan, como en uno de los poemas más emocionantes: “Una esquirla
recóndita de estrella / era capaz de hacer sobre un planeta azul / la Quinta
Sinfonía” (Simultáneamente). La
perplejidad que ofrece la mirada al horizonte del cielo siempre acaba en la
duda y el enigma: “No intentes descifrar el Universo: / no hay nada que
encontrar. / Afronta lo terrible, lo insondable: / tú eres el enigma. / ¿Quién
ha de descifrarte?” (Lo que dijo el
hombre al hombre).
Y si aceptamos
la suspensión de la realidad y nos sentamos en este escenario apreciaremos la
hondura filosófica, la profundidad reflexiva del abismo y el futuro: “Este
paréntesis de luz y oxígeno / que el sol nos está dando / acabará algún día /…/
Nada habrá comenzado. / Será una sepultura nuestra estrella / y habrá algo
nuevo bajo el sol: la nada” (Aliquod
novum sub sole); “Entonces resucita en mí la Tierra, / con su globo florido
de mentiras, / con su equívoca máscara de vidrio, / con sus tentáculos de carne
y muerte, / con su alquitrán, su polución, su fango… // Y quisiera volver” (Ora et labora). Directamente de ciencia
ficción con poemas como Monte Olimpo de
Marte o Solo somos azules. La materia
simbólica de las estrellas, de los planetas, de la sci-fi es poderosa, puede ser tremendamente lírica: “A mil millones
de años, pienso en ti. / Porque estás lejos. / Muy lejos. / Descorazonadamente
lejos. / Amor, estás tan lejos que no existes” (Lejos); “Estoy aquí, domesticando estrellas. /… / A todas, todas
quiero redimirlas / –antes que se me acaben las letras y los años– / de tanta
inexistencia y tanta nada” (Nombrador).
La ambientación también proporciona un campo semántico de cuestionamiento
científico: “Y he comprendido que agrandar los mapas / no es sino trazar sobre
la noche / un signo de interrogación más grande” (Signo). Con sus contradicciones internas que atañen al corazón del
hombre: “Cuando se fue y mi corazón corría, / no sé cuál de los dos era más
libre: / él, que acabó de conocer la luz, / o yo, que conocía la oscuridad” (La hora del encuentro). Sobre todo
cuando la pluma del poeta pasa a hablar de los afectos, del amor: “Una mirada
de mujer delira / sobre el silencio añil del cielo raso: / al fondo de tu ser,
Venus me mira” (Venus en ti y tú en el
cielo).
“Y fundamos.
Fundimos. Fecundamos.
Echamos a
rodar cuatro sistemas
que tienen mis
pupilas y tu risa.
Ahora
brillaremos
el tiempo que
nos queda,
hasta
estallar, hasta encender la noche
en un último
beso,
el beso
incandescente que seguirá sonando,
fundiéndonos, fundando, fecundando
tras haber
vuelto a casa a despertar” (Fundadores)
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