miércoles, 26 de agosto de 2020

Reseña de Javier Gilabert: ‘AMaría”. Cuadernos Montevives. Archivo del Imaginario. 2020


El IES Montevives de Las Gabias, Granada, se ha ganado fama por su gran actividad cultural y literaria. Dentro de su colección Cuadernos se presentó esta plaquette de Javier Gilabert, conocido por su implicación  en la revista Lumbre y SecretOlivo, amén de sus devaneos musicales. Junto con Gerardo Rodríguez y Fernando Jaén coordinó y editó el monográfico sobre poesía granadina “Versos al amor de la Lumbre” (2020). Son poemas de amor dedicados a su esposa, una especie de regalo de aniversario.
Tiene razón Javier Gilabert cuando sentencia al principio de la obra que “La idea del amor es demasiado grande // para asumirla en toda su amplitud”. y precisamente a esa amplitud dedica cada uno de los poemas del libro. Las distintas facetas que esta relación tan especial comparte: “Amar es ser el otro, confundirse / perder en la unidad la diferencia /… / Y arder. / Lamerse / luego / las cenizas”.
Quizás el mayor desafío de un proyecto como este es evitar la cursilería. Cuando los sentimientos son tan íntimos y es un tema tan tratado en la literatura hay que saber contener el verso fácil y no acabar colando ripios como adolescentes deslumbrados. No es, por supuesto el caso, aquí tenemos una pequeña colección de poemas donde la destreza técnica y el recurso a los metros más o menos clásicos permite desarrollar un tema tan delicado sin caer en los tópicos, por mucho que sea irremediable no olvidar toda una tradición sentimental: “Me hace sentir en ti el amor y me traspasa / en carne, en hueso, en mente, en corazón. / Descubro en su sentir que la razón / no encuentra hogar lo que antes fuera casa”. Factura clásica, los endecasílabos, los sonetos conectan con el petrarquismo más ortodoxo y eso añade un plus de lirismo: “solo el amor es gesto del amor”; “Cuanto sé del amor lleva tu nombre”. son expresiones que siempre recordarán a Garcilaso, a Quevedo, a la fuerza de una herencia que se expresa en la contradicción y la paradoja: “Fugaz como la vida, así el amor / se tiene por quien no lo ha conocido, / mas sabe el que lo llama por su nombre / de lo profundo de su hondura, sima / donde la luz no alcanza en sus extremos”. Permite, el autor, que otro vocabulario se integre entre los versos: “Absorto en la belleza de tus manos / mi pensamiento teje un universo / … / Su fuerza de atracción, la gravedad: / la extraña sensación de pertenencia”.
Hay también ecos de Miguel Hernánez, otro gran poeta del amor: “En la oquedad que forman tu clavícula / y tu hombro anidan, además de sueños, / los pájaros libérrimos, alados / deseos que debajo de mi piel / me cosen a la tuya con sus picos”; “Probablemente ahora estés  mirando / la misma luna, y puede que hasta pienses / igual que yo en lo raro de la vida, / en esas paradojas que presenta”. Y de Neruda: “He de robarle al tiempo la mirada: / podría verte siempre que quisiera”; “También tú estás aunque no estés”.
Mucha ternura se esconden en estos poemas, mucha complicidad y piel: “Dibuja con palabras otro cielo, / llénamelo de pájaros, de nubes, / imprime tu color en las volutas / del humo que he dejado en él flotando, / y enmárcalo después con mis pupilas”. Y mucho de azar cotidiano (“Qué duro se me hace / besarte en la distancia”), de las caricias del cada día (“Refugia nuestros besos en tu espalda / en la imprecisa línea que divide / en dos tu anatomía, donde suelo / tratar de resguardarme de la vida / cuando la vida duele y cuesta soportarla”). Una adoración jubilosa (“Tú siempre has sido claro en la tormenta, / la luz que puede incluso con las nubes”) y, seguidamente, consciente de la fugacidad de la vida (“Si la muerte me llama, no me borres, / quede siquiera un rastro, / la estela de unas nubes en el cielo / en tus ojos después”).
Un hermoso pequeño libro de poemas alejado de afectación y de exceso de azúcar, como el propio autor, que para situarse señala en el exlibris que la publicación del libro coincide en la fecha del aniversario de la muerte de Eugenia Ginzburg, Leonora Carrington, “pero también cuando Darth Vader volvió a sentir el lado luminoso de la Fuerza”. Que el amor acompañe muchos años más.

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