No quería escribir nada
relacionado con el Covid, porque ya anda uno un poco saturado. Imagino que como
todos. En el confinamiento uno pasa las horas teletrabajando, leyendo,
aprovechando para otras cositas y viendo memes y comentarios por las redes
sociales. Como no podía ser de otra forma uno se tropieza con opiniones
feroces. Y, como tampoco podía ser de otra forma, sobre objetivos diversos. Todos
tenemos motivos de queja, está claro. Pero también nuestras fobias y nuestras
filias que transpiramos como hinchas de fútbol.
He
notado, con sorpresa, el rechazo muy enquistado hacia Fernando Simón, un
hombre, a primera vista, tranquilo y bien informado. Lo recordaba de la crisis
por ébola, cuando transmitía la tranquilidad de un experto que sabe de lo que
se habla. Su currículo así lo muestra y es significativo que haya estado con
gobiernos del PP y con los del PSOE. Pues a pesar de todo, encuentro muestras
enconadas de animadversión. Normalmente asociadas a personas situadas en el
espectro de la derecha, aunque no todas, por supuesto. Alguna gente que, me da
la sensación, tiende a matar al mensajero. Pero, claro, esa es mi impresión.
Por
supuesto que la gestión de la crisis es manifiestamente mejorable, pero también
hay que tener en cuenta, y creo que todos somos conscientes, de que esta es una
eventualidad para la que no estábamos preparados ningún país. Y es triste que
no, porque los servicios de inteligencia y de protección deberían tener esas
cosas más claras y planes más o menos explícitos al respecto de contingencias
graves.
Ya
habrá tiempo de depurar responsabilidades. Me temo que la caída de la izquierda
va a ser tan memorable como la de ZP. Y de nuevo tendremos al PP, en solitario,
seguramente, alcanzando cotas similares de poder en ayuntamientos, comunidades
autónomas y en el gobierno central.
Por
otra parte, como ya comenté en una ocasión, cuando estaba esta crisis muy
incipiente, la respuesta de los medios y de la población, en general, es
bastante llamativa. Me llamaba la atención que se difundieran a la vez tantos
mensajes contradictorios, por un lado, una alarma extrema –como alarma extrema
sobre el ciberacoso, los okupas o la droga en las ciudades–; y por otro, una
actitud de superioridad ante esa alarma, un descreimiento para los que eran
exageradamente catastrofistas. Y, claro, ahora llega el momento de tomar
decisiones drásticas y nos preguntamos por qué no se tomaron antes. Difícil
prever cuál es la mejor respuesta y bastante incierta la aceptación de la
población ante la disyuntiva. Seguro que se alzarían voces contra el gobierno y
los responsables por alarmismo y deriva comunista. Un contacto en las redes
comentaba la situación que había vivido en su centro de trabajo, una
universidad, acusando al gobierno de Pedro Sánchez de cerrar los centros
educativos cuando había sido la Comunidad de Madrid la que había tomado la
decisión. Los malos siempre serán los malos.
Por
todo eso me parece que la figura de Jesús Candel, Spiriman, es tan
representativa. Este personaje saltó a la palestra por su lucha denodada contra
los recortes en sanidad del gobierno de la Junta de Andalucía, entonces
presidido por Susana Díaz. Sabemos también que fue juzgado por insultar a la
presidenta y por ser expedientado por el Colegio de Médicos, muy probablemente
como represalia por su actividad extra-sanitaria. En estos momentos es uno de
los rostros más conocidos en relación a la crisis por el coronavirus.
Spiriman
comenzó lanzando vídeos, en su tono bronco –y, por ende, sincero– contra el
alarmismo de los primeros momentos. Un “virus de pacotilla” decía en uno de
esos vídeos. Y acusaba a las personas mayores que estaban más gravemente
afectadas de no haberse cuidado, de fumar o no hacer una vida sana. Uno de esos
típicos profesionales que se dedica a reñir. Ahora, cuando la pandemia nos ha
confinado, Jesús Candel cambia su discurso y abronca a la población –eso no
cambia– que sigue saliendo a la calle y no respeta la orden de permanecer en
casa. Podíamos decir que tiene la fe del converso.
Si
tuviéramos buena voluntad pensaríamos que al principio intentaba evitar el
pánico, como el que se vivió en la Guerra del Papel Higiénico, y que ahora
trata de concienciar a los jóvenes y al resto de la ciudadanía: “Iros al
carajo”, recomienda.
Creo,
sinceramente que este personaje (me refiero a la parte pública, no a la crítica
a la persona o al profesional) es muy simbólico. Es una manera de enfrentarnos
a las cosas de manera errónea: los mensajes contradictorios. Lo más sensato
hubiera sido un único plan. En el caso de las discrepancias dentro del
gobierno, parece que está claro, pero también, por ejemplo, haber sido
prudentes a la hora de informar sobre el virus de Wuhan, sin alarmismos. Pero
eso hubiera sido nefasto para la programación televisiva que se alimenta de
tragedias y de asustar a la población con debates con altísimos decibelios.
Después, cuando hubiera llegado el problema a España, entonces ser
moderadamente cautos a la hora de recomendar las medidas para que, lo antes
posible, se hubiera procedido al estado de alarma y al confinamiento.
Hemos
reproducido el cuento de Pedro y el lobo. Propagando el temor antes de lo
necesario y cuando fue imprescindible actuar, todavía quedaba gente anclada en
el mensaje contrario, en el desprecio al peligro, creyendo que esto no era más
que una gripe, que no tenía tanta importancia, que se podía ir uno de
vacaciones o seguir con sus rutinas. Los primeros acumularon papel higiénico,
los segundos acumularon riesgos innecesarios. Ambos con la excusa de seguir lo
que en los medios, los tradicionales y los de las redes, iban diciendo según su
propio discernimiento. (Y no saquemos el tema de los conspiranoicos de todo
signo. A esos no los cambia nadie.)
Así
se hubieran evitado las críticas de exageración y alarmismo a la vez que
procurado evitar las de pasividad o directamente de irresponsabilidad por
permitir las marchas del 8M, de los eventos deportivos o festivos. Sólo alarmar
cuando hay motivo de alarma. Por supuesto, eso implicaría renunciar al miedo
como forma de control social total para reducirlo al uso legítimo con fines de
atender al bienestar social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario