martes, 17 de marzo de 2020

Reseña de Luis Sánchez Martín: “Carrera con el diablo” Lastura. 2019.

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“Esto
esto es Rock and Roll” (Cuando el invierno agoniza)

Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978) es el director de Boria y tiene publicados un libro de relatos Sin anestesia (Ed. Hades, 2014) y la novela Be bop café (Boria, 2016). Carrera con el diablo es su primer poemario y cuenta con el prólogo de Abel Santos, con quien comparte el gusto por el realismo canalla. Este volumen, que comienza con citas de Pilar Blanco y José Antonio Martínez Muñoz, es una mezcla de la emoción de quien mira hacia atrás y la adoración hacia lo que el rock and roll ha legado, estética y como manera de estar en el mundo. Con algo de distancia y mucho de ironía, Luis Sánchez Martín se resigna a, como dice la primera parte del poemario, vivir despacio, morir viejo y dejar un ridículo cadáver.
                Entre los versos asistimos a la reconstrucción personal tras un pasado duro, que lo es tanto en la faceta personal (“Tras años viviendo en la costra / deshago el camino”, Si soy tormenta), como en lo familiar y social. El día que murió mi abuelo ofrece esa descarnada visión, “¿No ves la relación? Es el mercado, amigo”. Como en la canción de Lou Reed, su vida fue salvada por el rock and roll, en los 90’s se acabó enganchado a los Stray Cats y Gene Vincent, “También tenía familia / en los noventa / pero no la usaba”. Una identidad musical y una actitud vital de resistencia, “Pero no deja de ser cierto / que siempre estás a tiempo / de bajar la persiana / y esconderte durante un año” (Vivir a mano alzada).
Se concentran historias de “fracasados” que sobreviven y de fracasos para el éxito: “Y mi padre murió inquieto / porque me dejaba a mí sin colocar” (Inquietud) a la luz de una lírica maldita: “Y entonces creo o siento o quiero creer / que ya está todo dicho y hecho / y así vuelvo cada tanto / al ebanista de las almas y los cuerpos / que nos deja bañarnos en mentiras / a cambio de unas monedas / o una anotación en cuenta / para hacer tiempo hasta que el tiempo de deshaga / o me dé por perdido entre la espuma de los días” (Luz artificial).
Cobra especial relevancia la figura del padre, que es revisada desde la distancia y desde la comprensión:
“No quiero engañarte, creo que nunca te quise
como creo que jamás he querido a nadie
aunque me escondí para llorar cada tarde
 y otros, borracho, lo hicieron frente a todos
/…/ ahora me afeito y te veo
pero no sobre el espejo
siempre fuiste viejo y nuestros rasgos
nunca se impregnaron

te recuerdo en una cama de hospital
con un pijama azul abierto
llorando porque te marchabas
y yo a medio metro
entendiendo tu llanto
como ellos nunca lo entendieron
/…/
Y tengo miedo
me aterroriza convertirme en ti
y algún día llorar
por haber perdido un tiempo
para el que no hay segunda vuelta
sabiendo que viví despacio,
morí viejo
y dejé un ridículo
cadáver” (Ellos nunca lo entendieron)
Quizas, además de las influencias del omnipresente Bukowski, se podrían encontrar nexos con el Gil de Bidema más canalla: “Prefiero liberar la marioneta / y que ese viento sea motor y combustible / que me aleje sin dejar nada atrás / que no eleve sin soltar mi sombra” (Sobre el puente que une los pabellones). La escena se compone de retratos entrañables: “se dirige al bar que nunca cierra / y deja pagada una cerveza / para el de la barba, sí, el profesor, / dígale que ha estado aquí / un antiguo alumno” (Cementerio de relojes). La cercanía, lo cotidiano, la normalidad de las vidas que se mueven entre canciones y marcas comerciales: “Y más aún, deshacer la imagen / de la carne abierta en la bañera / del blíster vacío en la mesilla / y de la cálida sonrisa de la enfermera / que me recibía entre las dudas / de aquellos confusos despertares” (El ritual y los días).
A diferencia de otros poetas, Luis Sánchez Martín huye de la estética looser,“pero de ser atormentado / también se sale” (Como el oro que sella las figuras) y demuestra en este libro una voluntad de esperanza: “Pero tal vez porque ando de nuevo / embalando los años en cartones / intento una definición / ordenar las conclusiones / que desprende mi legado / Manchas imborrables al estar / hechas de tiempo y no de materia” (Mientras cruzo un nuevo umbral)
La segunda parte demuestra algo más su faceta de fan, El siglo xx no acabó hasta que murió Chuck Berry, de la emoción de quien comparte la belleza. La adoración a Hank –Bukowski– en (No lo intentes). Homenajes a Johnny Cash: “Cuando está todo dicho es mejor callar / y rezar para que el ángel caído / vista otra vez de negro” (El ángel caído); a James Dean Pequeño bastardo con tanta intensidad como los retratos de la infancia, Amador Blaya y la señora Lina en (Amador). Referencias al cine, a Jack Lemon, El ángel exterminador y a la música: Trashmen, Woodstoc, los Simpnsons, “El siglo XX no acabó / hasta que murió Chuck Berry” (La cualidad esférica). Luis Sánchez Martín ofrece todo el cariño al gran Juan de Pablos: “Todo se extinguirá cuando llegue el silencio / y la realidad volverá a sostenerse por sí misma” (Cáceres, 1948).
Desde el punto de vista formal estas historias requieren poemas de cierta entidad, con desarrollo, aunque se dispongan en forma de caligrama (El hombre que mató a Lujo Berner). Balsámico en ocasiones, descreído en otras  (La habitación);“Y es que a veces la mayor incógnita / es saber si merece la pena / despejar la x” (La cualidad esférica).  Abunda la descripción de tipos duros, a la antigua usanza. Tampoco olvidemos que el yo no siempre es autobiográfico (Ahora que la gente parece flores al fin)
 “Pero pesa más / la ausencia de futuro
 que los años vencidos
y no seré yo quien averigüe
por qué.
Total.
Bukowski nunca lo hizo” (Bukowski nunca lo hizo)

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