El prólogo de César de Vicente Hernando: “el poema de Orihuela asume toda la degradación física y moral de la vida bajo el capitalismo para mostrar lo que se oculta”. Antonio Orihuela es el poeta como el esclavo que se escapa de la caverna. Está dividido el volumen en dos partes, la primera titulada como el propio libro y va describiendo, digámoslo así, la falsa conciencia que se ha convertido en sentido común: “Fue bonito mientras duró, / fue cojonudo vivir como los ricos, / pisar a fondo el acelerador, / comer carne tres veces al día, / llenar la piscina, gastar a todo trapo / y echarle la mierda al vecino / por encima del muro” (All inclusive). La habilidad de Orihuela es la de convertir la denuncia en poema con todas las reglas del verso: “El capitalismo nos dice: / compórtate como un adolescente malcriado, / no le debes nada al mundo / el mundo te lo debe todo” (Cuando las víctimas son los verdugos).
Un elemento definitorio en el arte del poema es la ironía, el recurso a la contraposición y abrir las costuras más disimuladas del sistema: “Marx habló de que los obreros no tenían patria / y el capitalismo nos dio la bienvenida / a la república independiente de tu casa” (Cuento de dos finales); “Los astrónomos han encontrado / el mayor agujero negro de toda la galaxia, // en él han desaparecido burgueses, proletarios / clases sociales, conflictos, pobreza // violencia, precariedad y explotación. // Lo han llamado Clase Media, / dicen que está lleno de gente normal” (Cómo llegar con Google Maps).
No solo hay denuncia e ironía, los versos están llenos de connotaciones, de referencias, como la que hay a Robert Frost en El secreto: “El secreto siempre está en el centro de todo, / y todos formamos parte de él”. O una mínima gota de esperanza sin fe: “Dudo que haya entre nosotros / bondad y piedad suficiente / como para que no se hunda el mundo”. Antonio Orihuela escapa a duras penas del nihilismo, porque, sobre todo, critica ácidamente el conformismo, enemigo casi tan grande como el sistema inhumano que lo utiliza: “salimos de la conciencia, / pues también así lo dicta el sistema, / y guardamos ochenta años de silencio /por los desaparecidos, por los desahuciados, / por los que se irán a la cama sin cenar, / por los que hoy morirán de frío” (¡Vivan las cadenas!);“No me gusta la esperanza, / estoy harto de verla / con el traje de policía, / del cobarde, del paralítico” (Demain est annulé).
Para una edad sin miedo no es exactamente un rayo de fe, más bien al contrario, es la desconfianza de la propia función de la poesía: “Qué puede el poema que se recita / a diez metros de un desahucio, / a cien de una comisaría, / a mil del Estado del Bienestar, / a diez mil de la clase media /…/ ¿Nos protegerá del frío, / caldeará la casa, / servirá como sustituto del pan?” (En tiempos sombríos). Si el poeta denuncia los falsos ideales y los paraísos comprados a plazos (“Buscamos respuestas en las agencias de viaje /…/ Buscamos nuestra voz interior / pero solo encontramos sonidos metálicos / mohosas consignas, susurros decepcionantes”, Lo necesitamos todo), ¿cuál es la posición que queda?: “Di que no, / ni huida, ni retiro, ni resignación” (Estetizar la política versos politizar el arte).
Así, si la forma de vida en la que estamos habitando nos convierte en encarcelados, dice “Pájaros enjaulados que cantan, eso éramos” (Cartilla primaria), lo primero que queda es la resistencia: “Solo odiando la vida que llevamos / tendremos una oportunidad / para habitarla con plenitud y dignidad” (El gesto más radical). Sin embargo, hay que tener cuidado también con la tentación de convertirse en un nuevo sistema que aprisiones: “Cuando por fin decides bailar / contra el son que te tocan / todo se vuelve lección” (Contra el son que te tocan). Demasiada lucidez que desconfía de cualquier lema, aunque sea una revolución que se pueda bailar.
Al final solo queda una consigna: “Hay que organizarse, perdón, / quise decir // hay que amarse” (Revolución).
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