Este poemario recibió el XXXII Premio ‘Leonor’ de poesía de la Diputación de Soria siendo ya Francisco Caro un poeta de sólida trayectoria. Cuerpo, casa partida es una reflexión sobre las interrelaciones entre lo íntimo y el paisaje, entre lo que esconde la piel y donde ésta habita, una reflexión sobre la memoria y el olvido, donde el sufrimiento y la nostalgias se van tejiendo. En el poema inicial se explicita: “hasta que a la mirada sea / aquel dolor olvido” (Aceptado temor).
La parte izquierda de mi casa es el título de la primera parte. La casa es un símbolo de un pasado personal, de una infancia añorada: “Quiero decir que nievo / solamente de mí, cuando fui inocencia // que nuevo / desde este cuerpo azul / que todavía escribe” (Son blancas aves). Volver a ella es retomarse, “Mi casa recobrada, / mis hierbas minerales, la conciencia” (Líquenes en la casa recobrada); “Entonces sé / que en las palabras soy / tan solo la mitad de cuanto fui, / que el resto huyó / tentado por el grito de otra carne / y una boca viciada de leyenda” (Sin conocer más peso). La casa es una memoria incompleta que a duras penas sirve para orientar hacia el futuro, “¿Cuándo arriar las armas?”, se pregunta en Tras la comida). Pero también es cierto que es el resguardo de la belleza: “Salvo entre álamos, de mayo, míos, / los que ofrece una voz en mi ventana / porque el mundo renueve / su belleza y mis ojos”; “Un día 2 / descubriste que amaba / aquello que pudiera ser robado / por los libros / o hallado en los inviernos” (Un día 2).
Es en esta dialéctica dentro / fuera, memoria/ olvido, conciencia/rebeldía en la que se desarrollan los poemas: “si yo abandono / el don de la extrañeza y su memoria, / la muda rebeldía” (Horas de sábado en la plaza); “Cuando junio / en la pena de amar / y ser tristeza / un don hospitalario // por su lacia hermosura” (Por su …). La casa y la memoria es reinterpretada, como el pasado es reescrito desde los distintos presentes: “Bebes, callas y todo / sabe a torpe, legítima defensa” (Vives en la taberna).
“Hoy, en esta casa
partida por dos sombras,
que enferma, sin niñez, nos da cobijo,
esta casa, conjura
que nuestras dos conciencias
alguna vez tramaron
pregunte quién” (Casa, cuerpo partido)
La casa partida es una imagen potente. En la siguiente sección, Alguien levantó círculos, se avanza en la creación de atmósferas íntimas: “la palidez nos hizo / dos ágrafos amantes, / dos cuerpos frente al goce, la evidencia” (Cabañas altas de Caspe 113). Es la manera que se abre la voz hacia el Otro: “Tú ese hombre que, solo, se limita / a descubrir las solas superficies, / quien pretende / invertir el espejo, quien procura / contar primero, después vivir” (En el desbaratado muro). Se resume en estos versos: “He pasado a ser tú / sin advertirlo” (Sin advertirlo).
El poeta es consciente del uso de la palabra como nexo de unión (“Ni hermético / ni explícito mensaje / –dijiste– tienes esa / compleja sencillez / que vive en el idioma amanuense / del que está en el secreto, son poemas”, Claustro), antes incluso del deseo y los cuerpos: “Porque los tristes dioses / -deberías saber- / consiguieron que ardieran los dos pubis, / para espiar / en la llama la altura mudable del deseo” (Lugar en que prendíais).
De nuevo es la confrontación dentro/afuera la que se dibuja en estos círculos, con toda su complejidad a través del paso del tiempo: “No nos salva fingir / que conoces el rostro / homicida del tiempo / y sus maquinaciones, / su intransitable hoz” (Necesidad de abril). Este es un libro sobre la memoria, sobre los paisajes que marcan, no solo sentimentalmente, la identidad al completo: “El tiempo vive fuera de tus labios, / te rodea. Aquel tiempo: / el que trajo hasta ti la primera cordura, / la suástic y la devastación” (Singer, máquina de coser). Son constantes las referencias hacia la niñez, todas cargadas de intensidad emocional, ya reflexiva (“¿dónde escribiste, niño, la ilusión, / donde escribiste culpa?”, Con la crueldad pausada), ya basada en imágenes y recuerdos: “Le gustaba a la madre / llevarte a la orilla de las aguas / y esperar que llegasen / a la playa maderas sin origen, restos / de una derrota” (Transeúnte y callada). La memoria es casi una condena: “Tal vez si la memoria, ese enjambre del celo, / cediera en mi vigilia, en mi custodia, él / pudiera alzarse desde, hacia, libre, / ya de los suelos, del instante” (Hotel frente al día); “dos que no sospecharon / la frágil negación / que supone volver a la misma memoria” (Que de nosotros hizo la distancia).
Por último, un colofón, Abandonar la casa, que asume todo el cuestionamiento anterior, la tensión emocional y reflexiva: “La paz tras el dolor / jamás es mansedumbre”. Cuerpo, casa partida es un resonar de lo íntimo a través de lo material, la parte física de la identidad que es el cuerpo y la parte que lo engloba en la casa. Una subjetividad escindida entre el presente y el pasado que contiene la emoción y el lirismo que requiere lo biográfico. Además, un libro que comience con una dedicatoria al añorado Eladio Cabañero siempre anuncia sensibilidad y sabiduría.
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