Una jacaranda en medio del pozo (2018 reeditado en 2020) fue el primer poemario de Zel Cabrera, poeta, traductora y periodista. Le siguieron Perras (2019) y Cosas Comunes (2019 y 2020 en España). La poesía de Zel Cabrera consigue hibridar lo confesional y lo reivindicativo, lo íntimo y lo común y, en este volumen, se aprecia claramente, con una voluntad férrea de denuncia y orgullo. Estas perras comienzan con las Bravas, con poemas que denuncian la trampa del amor romántico: “Le ladramos al amor apenas lo olfateamos / a la distancia” (Perras); “El amor era la carnaza / pero nunca fue la recompensa”; “Las perras no eran ariscas. Nos hicieron. /…/ En esta cosa el amor es un juguete / que alguien arropa para que / salgamos corriendo / tras él”; “Cuidado con la perra, dicen los carteles / afuera de la puerta. Deberán decir: / Cuidado con el amor”… Zel Cabrera no reniega de los afectos, al contrario, les pide la pureza de quienes no pretenden beneficiarse o forzar: “No, no me ames así / como si no estuvieron pidiendo permiso. /…/ Para, para… / No te aproveches. / Basta”. Tanto da si la agresión proviene de las iguales: “Perra no come perra, / es decir perra / no debe comer perra, / pero a veces los celos”.
El gran amor es el del lenguaje, confiesa: “Me enamoré de las palabras simples / como aquellos que se resurten en el supermercado / lo mismo que el pan y el jamón los domingos” (Declaración de principios); “Me enamoran las palabras, / pero casi nunca pienso en ellas /…/ Las palabras son mi sangre / y la sangre es más espesa que el agua”. El otro tiene demasiada tendencia a acabar mal: “La huella del crimen en la sábana, / en los botes de basura, / lo que nadie quiere oler, / lo que se seca”; “Soy un río rojo que corre / en una sola dirección, / en un solo sentido. / Me vacío en caudal de veintiocho días, / enfurezco, / como un perro que abre el hocico”; “Perros en celo / que nacen en días salvajes / como los animales que aúllan / a la tormenta y encuentran calma / en las cosas que se rompen”. Propugna valores como la sororidad (“somos las perras / que se hacen la manicura en las garras / y las pintan de rojo / para recordarse a sí mismas / de vuelta a lo salvaje”) y el rechazo más absoluto: “Quisiera descargar todo este odio / en un poema. / He de confesar que he pasado noches enteras / tomando notas para odiarte / y que lo sepas”; “Describirte es mi venganza. / Eres tú, convencional y desesperada. / Desde acá te hablo, / desde acá te deseo un destino / incurable y triste. // Y quiero que lo sepas / a mí vienen a curarme las palabras. / A ti no te curará ni Dios”.
Domésticas se titula la siguiente sección donde se dan cita los momentos más íntimos en los que aparecen nostalgias y recuerdos: “Es más fácil ver fotos / en las que fuimos felices” (Contemplación); “Nos traicionan y apenas / murmuran nuestros nombres / a la orilla de la cama”. Son los paisajes de las tragedias: “Mi madre empuña su odio / en el revólver y apunta sin duda / al par de amantes desnudos / que yacen en aquel catre”. Y son los paisajes donde se forjan los afectos y las lealtades: “algo sabe de ser mujer / las curanderas / algo que los otros ignoran, / ese vínculo ancestral / con el origen de todas” (Curanderas); “Fuimos amigas en un patio de escuela / que ahora es un páramo lejano / …/ Fuimos y somos / raíces de la misma palabra”. Por eso se aprenden las estrategias de supervivencia, como el silencio: “María guarda silencio / aprendió a estar callada. También lo sé”; “El llanto es el reloj de los días: lluvia adentro /…/ La realidad (de ser mujer) / de estar sola y acudir (puntualmente) a los horarios de riego / de un par de verduras tiernas / es un ruego que se tropieza”.
En cambio, en Desobedientes, se retrata la autora como una rebelde desde la misma esencia: “De niña fui pirómana, / lo admito, sin vergüenza. / Los defectos son en mí / la piedra sobre la que reposa / mi vida” (Pirómana); “La perra de tu madre me llama golfa / porque sabe que he tenido más amantes / que zapatos en el closet” (Golfo); “Tu padre dice que eres descuidada, / yo digo que era intrépida, valiente / que no le tienes miedo / al dolor, la muerte / o el engaño”. No es una sola, es la voluntad firme de no aceptar ni la derrota ni el sojuzgamiento: “La tristeza tomó tu forma, / pero tú permaneces intentar / en este poema que pretende hablar de ti”. Como bien se define, “Perras sin correa / son nuestras palabras / mezclándose con las lágrimas / en las servilletas”, que tienen que lidiar con lo cotidiano del corazón: “El amor es ese perro viejo / que no intentará escaparse / apenas abras la puerta” (Azar).
Soliloquio de una perra es el momento más íntimo, más confesional. Incluyen las sensaciones más físicas y biológicas (“La sangre es un líquido azul / y cristalino / o eso nos muestran los comerciales / de toallitas sanitarias”) a la inclinación poética (“Ardo en las palabras / y ellas me arman, me desarman, / me sostienen”). Zel Cabrera mira a los ojos, no busca subterfugios, procura discernir el enemigo, los cómplices, las situaciones y las coartadas: “No es lo que parece. / Dicen los infieles, / los cabrones, / los cobardes / al ser descubiertos. /…/ El amor tampoco es lo que parece, / debe decirse /…/ Cualquier cosa es poderosa / en las manos de un cabrón”. Es una postura reivindicativa desde la raíz: “Me da vergüenza que te insulta / por alzar la voz, por desear / decidir sobre tu cuerpo, sobre tu vida. / Me da vergüenza que no sea libre, / que no puede ni siquiera pensar / serlo”; “Me aburro fácil / de las cosas / a veces me aburro de mi rostro / del dolor de siempre, / sucede que me aburro / de ser mujer, / de la labor de siempre / de callarme para ser bonita, / educada”.
Lo básico es el rechazo a las etiquetas impuestas: “No soy esa que me dijeron que era, / ni tan gorda, / ni tan fea, / ni tan tonta. // A lo mejor sí, perra, muerdo”. La opción es estar orgullosa de la bandera, de ser “Perra que no sabe callarse / y ladra”; “Perra / y emancipada / oliendo rabos / a diestra y siniestra / este me gusta aún /…/ todos los rabos / a veces / son el mismo”. Con actitud desafiante y nada complaciente termina este poemario que es arma y confesión.
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