Rosa María Marcillas Piquer es coautora de Doscientos haikus de amor y una canción encadenada (2020), Dejo que el viento pase (2020), ambos junto a Pedro Villar Sánchez. Más allá de la piel (Abismos del Suroeste, 2021) Ha aparecido en antologías diversas. Bajo otra luz “guarda los paisajes recorridos donde el silencio y la contemplación”. Entre los versos, dice en el poema introductorio, “Solo tu voz / va prendiendo el canto / y entran las sombras / heridas en la piel / donde nace la luz”. Y ese es precisamente el título de la primera sección del poemario.
La autora desgrana una poesía confesional, donde los momentos de silencio, la quietud y la calma son estrategias de la escritura y de la vida: “Nombrar las sombras del silencio, la soledad desnudo de la carne, las heridas sobre la piel, el olvido después de tanto dolor o la indiferencia”; “En un poema / casi todo respira / entre silencios / un remanso de luz / cerca de la oscuridad”. El poema funciona como una analogía vital, como una forma de ejercitarse en los hábitos del corazón: “Sobrevive el instante en el poema / de la dicha que sienten unos ojos / que rozaron la luz entre las dudas, / mientras las aguas saben su destino” (Sobreviva).
Va perdiendo el canto es la segunda sección donde el sentimiento se torna aún más apesadumbrado: “Duele la luz, al comprender”. Encontramos muchos ejemplos: “el dolor en los surcos de la lluvia, / la memoria del paso de sus lunas” (Salinas); “En cada piel habita un paisaje diferentes / una ciudad, / una playa, un ocaso, / días de lluvia / en las acantilados del tiempo” (Paisajes); “Y vuelve a construirse en la alegría / al roce imaginado con tus labios, / la ilusión desatada del deseo” (Tu luz); “Va desnudando el tiempo la certeza / de ser ave de paso / y nada más” (Ave de paso).
En la siguiente, Entre las sombras, se abunda en este sendero: “Mora en la piel / todo el dolor del tiempo, / las dudas que sesgaron / la claridad / un camino de sombras redimidas” (La piel); “Quise olvidar las lluvias en mi cama, / la aspereza del tiempo / sobre mi espalda / el sigilo tenaz de tantas horas, / el discurso exterior de los días” (A la deriva). Aunque la percepción del paisaje es la encargada de teñir los sentimientos (“Solo entonces / el aire nos devuelve la tristeza. / las orillas azules de la infancia, / los paisajes que siempre nos asustan”, Un día gris; “La lluvia nos devuelve / la pureza del aire en la mirada / donde la luz respira / sola en silencio”, Solo la lluvia), lo que realmente importa sucede en el corazón: “Y se detuvo el tiempo entre sus labios, / en los días de luz sobre su carne; / y aquella siembra oscura, su dolor, / tan pronto fue el olvido en la distancia” (Entornada). Se describe una intensa lucha interna: “Quise vencer el miedo / esa cuenca vacía / donde mora la noche” (El frío); “Los miedos se deforman y estremecen / hasta romper las lunas más hermosas” (Los vacíos).
Por eso, el siguiente título es Heridas en la piel, la pequeña crónica de cómo se va cicatrizando ese dolor: “Quizás en sus ojos / sigue temblando el mundo / cuando ellas callan” (Mujeres); “Busco en las sombras los rescoldos / que ahoguen la nostalgia, su aspereza, / para seguir bebiendo de tu luz” (Hoy tengo miedo). Poco a poco van sucediéndose las vacilaciones, los pequeños renacimientos (“Pero tu voz /…/ beso mi piel y cura sus heridas / forjada en silencio, / su oquedad”, Voces) y las caídas (“Nada sostiene la memoria / en los troncos desnudos de los álamos, / solo una leve ausencia los deslumbra / que los días irán enmudeciendo”, Otoño en los Álamos). La poeta ofrece una voluntad expresa de recuperación, de tomar distancia: “Me gustaría verme / desde otros ojos /…/ Tal vez así pudiera / perdonar los errores, / los que más pesan / sobre mi espalda” (Tomar distancia). En el diálogo que se establecen en los versos, el interlocutor también adopta esa metáfora del camino: “Escribes los silencios un camino / el cambio entre las ramas de la luz / que nace en la herida de la carne” (Inocentes). Cierra la sección un poema que añade el paisaje: “En los arcenes / hoy demorando el tiempo / las margaritas”.
Por último, la sección V, Donde nace la luz, anuncia la ansiada serenidad de quien contempla el pasado sin verse arrebatado por los sentimientos, saboreando con calma de esas emociones: “A veces nos invade la nostalgia, / se acerca silenciosa y nos descubre / un universo azul que nos abruma / y olvidamos las miles, los arrullos / de las horas de sol sobre la carne” (Como las madreselvas). Parte de esa sanación está en el olvido, el silencio: “Así de pronto / llegó el olvido”; “Regresar siempre / sobre el silencio, la claridad” (De nuevo la luz); “Hay silencios rotundos que golpean / nos hablan más que mil palabras” (Extraviada). Detrás de todo, la luz:
“Pero a veces te alejas de la luz,
te escondes entre sombras y prefieres
seguir andando a ciegas,
adentrarte en el cráter” (Tal vez)
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