Ismael Martínez Biurrum realiza un elocuente prólogo donde se resume con claridad la intención del autor y sus principales elementos. Eduardo Moreno Alarcón es autor de cinco libros Entrevista con el fantasma (2014), La fuente de las salamandras (2017), Sonata de mujer (2018), Apuntes del espejo (2019) y La proeza de los insignificantes (2021), alcanzando varios premios como el de novela Encina de Plata, el Jerónimo Salazar de Novela Histórica y finalista de otros tantos. En cuanto a los relatos, se reúnen en Sucesos del otro lugar (2020) y Esconde la mano es una obra de teatro incluida en la Red de Artes Escénicas de Castilla La Mancha.
Ojos de vidrio es una novela corta en duración pero no en intensidad que aprovecha la oscuridad que se esconde en edad de transición que siempre es la adolescencia. Como en Las novias, de Cristina Morano, también en InLimbo, simplemente con describir con algo de claridad los comportamientos de un adolescente nos acercamos a un abismo insondable que atrae y aterroriza con la misma facilidad con la que nos olvidamos de nuestra propia adolescencia. Pero esta es algo más, es, como se señala en la contraportada, una novela sobre el mal. Y lo entiende como algo atávico que va incluido en cada generación, un poco como el protagonista oculto de Twin Peaks que se va encarnando sin que sepamos realmente por qué escoge un personaje más allá de unas tenues conexiones más simbólicas que de antecedentes familiares.
El mal ataca sin normas y es lo inquietante. La novela negra se basa en el desafío intelectual y moral que aplica una lógica como arma implacable (caso de Holmes) o que se interna en esa lógica perversa (caso de Hannibal). El terror de Eduardo Moreno es algo telúrico que se disfraza de cotidiano pero que asombra y asusta al mismo tiempo. Aunque el arranque del argumento pueda estar basado en hechos reales, concretamente en una historia que el autor escuchó por la radio, el planteamiento gana efectividad por estar situado en un pueblo cualquiera, en un paisaje cotidiano, en un lugar que puede ser cualquier lugar. Es la familia, el hogar, las calles que se cruzan todos los días, las amigas… De la misma forma, aunque se puedan incluir descripciones y evocaciones del pueblo natal, la potencia del terror es que puede ser cualquier pueblo.
La madrugada se sume en el centro exacto de la soledad y del silencio. En el reloj de la iglesia las agujas arrinconan al tiempo en un ángulo cada vez más agudo: las dos menos diez. Te has desvelado. No puedes dormir.(Noctámbula)
El personaje principal, Alejandra, no es especialmente vulnerable, su desadaptación es la que es común a tantas, como la que describe Rocío Villajos en La educación física. Son las habituales transformaciones de la pubertad las que la introducen en este mundo inquietante donde la percepción es asfixiante y la conecta con los antecedentes familiares. Como tantos adolescentes, como en Semilla de maldad, el mal está en nuestro interior lleno de fantasmas. Hay que recordar que para muchos lectores adultos, el abandono de la literatura infantil pasa por la fascinación por el género de terror.
Ante el espejo. Los pechos que te apuntan por debajo de la blusa. Te haces mujer. Por fuera y por dentro. De pronto, no te importa el qué dirán. O ya no tanto. Sentirte deseada ha reforzado tu autoestima. Te ha reafirmado frente al resto de la clase, las otras chicas, sus potingues, sus actitudes y su forma de vestir.
Pero esa seguridad viene de fuera. No es interior. Tus pies emocionales son de barro. Dependiente. (Presagios)
Todo lo que aparece en la novela puede suceder y sentirse como cotidiano, el Ojo de vidrio consiste en ir un poco más allá y ver que lo transparente es terrible, como el ángel de Rilke. La situación que vive Alejandra, descrita para contagiar la angustia, es solo un paso más allá de la inadaptación de tantos adolescentes. Un recurso a la mirada casi inocente como en Cría cuervos de Saura a través de los límpidos ojos de Ana Torrent.
Endulzar lo cotidiano con gestos domésticos. Un modo de rehacerse y proseguir frente al horror que ahora se esconde por la casa.
Tu Alejandra disconforme se rebela a su manera. Por eso desafías la ley paterna. Ausente tu padre, has puesto música, tu música, la que te anima, la que también te gusta oír. (…)
Mientras rallas la rallas la naranja y el limón, tu madre bate harina y leche (…). Te mira con extrañeza. No acaba de entender por qué te empeñas en cubrir la tele con un paño. Te has inventado una excusa. Para que no se manche, por si salpica. Una defensa psicológica. Una trinchera frente al miedo y las visiones. Una estrategia que está dando resultado. Por el momento. (Roscón de Reyes)
Personalmente me resulta interesante que la novela de Eduardo Moreno me remita tanto a referentes cinematográficos, pero habría que resaltar las cualidades específicamente literarias de Ojos de vidrio. Para empezar, la concepción como novela corta, como nouvelle condensa toda la tensión emocional que se hubiera diluido en una saga familiar, por ejemplo. Como en las historias de fantasmas, como en Otra vuelta de tuerca, de Henry James, la concisión es un plus. Otra característica a resaltar es el uso de la segunda persona. Hay muchos ejemplos de relatos, pero en novela escrita en castellano solo recuerdo Easy Joe dice si a Chile Walker de Carlos Alfaro Gutiérrez.
El recurso fácil sería recurrir a la enfermedad mental, o la esos secretos familiares que pasan de generación a generación intoxicando sin que nadie se atreva a hablar de ellos. Pero Eduardo Moreno consigue algo más que la fácil acusación, lo inquietante es cómo esos elementos se van tejiendo, y como nos apela a los lectores como si tuviéramos una responsabilidad en la resolución del trauma. Una magnífica inquietud.
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