Alejandro Pérez Guillén quiere celebrar el amor en este volumen que cuenta con el prólogo de Ángeles Vélez Melor y las ilustraciones de María del Mare Robert. Arroparte es un libro cargado de romanticismo, híbrido entre el poema y la prosa, entre los afectos paternales y los desenfrenos eróticos: “Es fácil caer rendido al amor entre las sábanas, si es tu piel es el abrazo que me atrapa, como el niño que roza la luna con los pies, cuando se eleva en el columpio del parque” (Es fácil). Una intensa declaración de amor aprovechando la coartada de la escritura, ya que, como el propio autor señala, “manejo las palabras con más soltura que los dedos, con más destreza que los dedos. No tengo miedo al folio en blanco”. Personalmente me resulta incomprensible una revelación situada en la parte final del libro: “Nunca me ha gustado la música”. Extraña confesión por parte de un poeta que conoce bien su oficio.
El estilo tiene como eje las frase simples, sin apenas subordinadas, en las que fluye el romanticismo a borbotones con la espontaneidad diligente de la oración que suena natural: “Acompaño a mi hijo al colegio (…) cuando me pide que lo sostenga de la mano, dejo de pisar el suelo, camino sobra las nubes, es él el que me sujeta al mundo” (El pan recién hecho). Este es una especie de diario poético: “Recoger un beso y la cena en la amapola de tus mejillas” (Círculos); “–«¿Qué haces desnudo?» me preguntas sin entender mi comportamiento. –«Echarte de menos»”. Brotan también las metáforas y las imágenes de una manera directa, contundente, aforísticamente: “A veces llenarnos las manos de nubes es la forma más directa de poner los pies en la tierra” (Nubes).
Se divide el volumen en varias secciones. Mordeduras contiene textos en modo reflexivo: “Contigo vuelvo a sentir el corazón en la palabra”; “El presente es una despedida perpetua que nos impide gozar de la golosina del instante”; “Porque las olas solo se estremecen bajo el mar del silencio, respondió la caricia”; “La soledad camina por la arena sin saludar apenas. Le debe una explicación a la conciencia”. Continúa también en El camino la dulzura y la delicadeza expresiva: “A estas alturas solo pretendo mantener con vida el corazón. Todo lo demás carece de importancia” (La brújula). Estos apartados son una especie de miscelánea amorosa: “Y si desnudo de metáforas la palabra, me quedas tú” (Un paseo por la niebla); “Por el desagüe se pierde la tristeza y, cuando menos te lo esperas, la memoria te traerá la ternura dormida sin heridas” (Los domingos no se madruga); “En invierno coseré los botones que nos atan. Me quedare ronco de tanto hablarte. Me quedaré mudo contemplándote” (Postales); “Cuando la esperanza se ha lanzado al agua como último recurso de supervivencia, es la vida la que te sorprende, se acerca a tu espalda y, sin palabras, se siente a tu lado. Te hace compañía como viejos amigos”. Dentro de la cual hay algunas notas emotivas, como la dedicada a su abuela o a Manuel, de la librería gaditana Manuel de Falla. Los paisajes incluyen su Benalup natal, la cercanas Cádiz o Conil, así como los viajes, en especial Barcelona.
Desnudos son textos más cortos, casi aforismos: “Era la sonrisa que ata mi corazón al mundo” (Eres); “El silencio se compone de palabras que no han roto aún en la orilla de una boca, como el desafío constante de unas olas por besar los pies de la arena” (Los silencios delas olas). En cambio, La piel de los latidos es más decididamente erótico: “No era otoño y, sin embargo, dejaste que la ropa danzara fuera de tu cuerpo hasta quedarte sin horas, con la belleza desnuda” (¿Cómo explicar tanta luz a oscuras?); “El amor no es un traje de fiesta que ahora el cuello de la esperanza, sino una corbata a la que le deshaces el nudo” (El amor); “Ojalá la vida me muerda con tus labios”. Son textos de amor y deseo: “Me has hecho pájaro. Me has hecho nube. Y no conozco más cielo que tus mejillas”; “Me quedo con el corazón de roca de quienes no se dan por vencidos en la batalla. El corazón de niebla que conoce la ternura” (La tarde encendida).
Antes de terminar con un poema de Eva María Márquez Roldán, Alejandro Pérez Guillén, se arriesga valiente: “Sabré vivir en el fuego”. Que así sea.
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