Clara Boloña nació en Ecuador y está afincada en Galicia. Este es su primer libro y condensa poemas, reflexiones, pequeños historias y un relato de cierta entidad. La primera parte contiene esos poemas, a medio camino entre el versículo y la prosa poética. Una suerte de catálogo de emociones que reflexionan sobre las angustias vitales y las pequeñas alegrías: “Hablo conmigo, susurro a mi oído cuando duermo. / No es importante lo que digo, no sé ni por qué lo escribo” (Asfixia); “Ángel mío, alas de mariposa, te posas en mi corazón y, desde ese momento, aletea” (Alas de mariposa”.
Encontramos una voz poética que se revuelve con fiereza, incluso contra sí misma: “Amo mi angustia y amo mi odio porque, sintiendo caos y horribles pesares, me siento vivo, ser decadente” (Ángel de luz); “No caben más odios. Me arrancaría los brazos para armas no poder coger y la lengua para no contestar a más insultos” (Beatitud). Clara Boloña mira hacia dentro y hacia el pasado: “Cuando era pequeña, leía tanto la Biblia que me quedé sin alma” (De niña); “Maldad corre por mis venas y se convierte en versos, la maldad es para mí el principio y el ocaso” (Delgadez extrema). Y se observa con lupa, armada de ironía y distancia: “Sobro yo. De todas partes” (Delirios); “Soy orgánico como la mierda” (Magia).
Grito cuando voy por la calle, voy en llamas; los trozos de piel se caen de mi cuerpo, mi gusto es desgarrado y sigo bajando, corriendo y gritando; no hay más tiempo (...). Porque nos hemos convertido en payasos disfrazados, seguramente creerás que es un filtro de la foto (Las cuatro paredes)
Ataca con fuerza impartiendo justicia poética: “Me río de los soberbios, de los lujuriosos, de los que no quieren crecer ni pensar en el otro antes que en ellos” (La nueva normalidad) “Yace aquí alguien que no pidió vivir, que daría palos a sus padres por el mal causado. Yace aquí, en forma fetal, alguien que de feto no pasó; no quiso la vida, pero siempre estaba embelesado por ella” (Presagios de tuba); “Ni hambre ni sed, todo en él es melancolía. De sus desganas todos somos culpables, menos él” (Y así va). Y puede relatar el amor como un paisaje de desolación: “¿Sin ti? Nadie nos contará lo que pasó / por este camino hecho de jirones sin salida” (La senda).
En otras ocasiones se vuelca el lirismo: “Se cerró el ojo derecho y vi mi ojo izquierdo sentado, esperando en la mar que me mira” (El ojo que me mira); “La hora del amor es siempre la misma”. Y se vuelca en la pena en el intenso poema despedida a su hermana.
En los relatos aparece un mundo onírico, literalmente un sueño, lo vívido de las emociones, viajes, encuentros, simbolismo: “Volar es sumergirse en el caos”. Con personajes misteriosos, como Eva, “mi complemento creado”. Las sensaciones se vuelven intensas, desconcertantes, intrigantes: “Dejé tirado el carrito de fruta podrida y abrí la siguiente puerta”. Y seguimos su invitación: “Como si se tratara de un parto, había salido de ese delirio de ese sueño tan largo. No sé cómo llamarlo, lo llamaremos «soñar despierto»”. En el sueño todo es desconcierto, desubicación, todos los personajes son familia: “Y lo más importante: ¿cómo y cuándo habíamos muerto mi hermana y yo?
“––¿Y mi hermana? ¿Qué hace, por qué no está aquí? No tiene el aura rojiza. ¿Está muerta?
––No, cariño. Ella tomó su vaso de leche y está conversando con sus amigas muertas”
La conclusión de ese sueño no deja de ser desasosegante: “Me di cuenta de que era la casa de los poetas suicidas, que no encuentran paz ni en la muerte” (Vuelo alto). Es, como avanza la propia autora, un relato autobiográfico, que da cuenta de alguien atrapado en un mundo superficial.
Por último está una historia que parece encuadrada en los relatos de terror, con personalidades múltiples. Es la parte más elaborada del libro, con los distintos personajes que se van enredando en la narración. El personaje acaba internada, sin poder escribir de sus amigos imaginarios. Está narrado más como una tragedia más que como una cura del Trastorno de estrés postraumático. Recuerda el enfoque que desde los años 50 hicieron los antipsiquiatras, y es un relato catárquico dotado de lucidez dolorosa. Todo ello hace muy interesante esta primera tentativa editorial de Clara Boloña.
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