Este es el tercer poemario del jovencísimo Manuel J. Pacheco Alvarado. Él mismo define su estrategia: “En cuanto al tipo de estrofa, no hay preferencias. Tampoco la hay con respecto a la rima o el verso libre, pero sí hay una complacencia por las figuras retóricas, una especial búsqueda de la belleza a través de la aliteración, la metáfora, la anáfora y la paranomasia, aunque el resto también sean válidas y plausibles”. Así, además del verso libre, haikus, encontramos estrofas y tonos tradicionales: “Entre mi orilla y tu orilla, / ¡ay, amor!, hay un río azul / tan ancho, turbio y profundo…, / tan sin vida, tan sin luz” (Dos tristes costas y un amor).
A pesar de la juventud hay bastante de nostalgia en estos versos: “Dado que el presente siempre es pasado” (Recuerdos que han de venir); “Vivamos, apurando el puente; / lo venido y lo que ha de llegar /…/ Vivamos mientras no somos nada /…/ Concentrémonos en el ahora, / que es nuevo y eterno, diariamente” (Meditación estoica); “Somos, luego vivamos. Intensamente” (Fósforos). También de meditación ante la muerte: “La muerte, de pelo ralo, trae la lágrima unánime, / personándose vestida de hábito definitivo. / La muerte, hija de la noche y hermana del sueño, / tan estrechamente ligada a la tierra” (Elegía a los que han de morir); “No he mirado a la muerte a los ojos / pero he escuchado su llave / contra la baranda de la escalera” (Reverbero en el rellano oscuro). Toda una suerte de loci tradicionales que el autor comienza a manejar con destreza: “habrán de ser el feliz atisbo / de tu imagen sin cofre de cuerpo” (Memento vivere).
Mientras que reflexiona: “Ante el afán de modernidad renovada, / altiva y superior a todo lo anterior, / resiste inextinguible una vetusta llama: / la tradición es revolución” (Reflexión); añade una serie de estrofas relacionadas con el flamenco, como Soleares: “Me gusta echarte de menos: / se me aviva la ilusión; / me tomó mucho más tiempo”; “Yo quise poder quererte, / pero quien quiere querer / es porque es verdad no quiere”; “Si el amor es verdadero, / cuando se aumentan los dos / se restan horas de sueño” (Soleares II) o fandangos: “La niñez es un tesoro / que se ignora que se tiene. / Y al llegar su deterioro, / porque la adultez nos vive, / lo lamentas con lloros” (Fandangos). Hay poemas sobre el toreo (Birlibirloque De la Puebla) y otros de temas tradicionales como la Semana Santa, “Sevilla, trazo y arcilla. / Azahar y buganvilla. / La irisada maravilla / de un viejo puente y su orilla” (Sevilla). Hay una clara conexión con Manuel Machado, con Antonio Murciano o, más recientemente, Juan Peña.
También se acompaña un relato (El Rancho) mientras mira hacia la infancia con los ojos de quien añora el paraíso: “Sígueme tú regalando / este idilio perdido, / toda vez que se encuentre, / sin importar el sitio” (Breve misiva de infancia).
Hay una voluntad explícita de conectarse a una tradición poética, que va de Manuel y Antonio Machado (“A la sombra de un olivo, / en la soledad del campo, / queda, dormido, pensando… / en despertarme contigo”, Breve soliloquio onírico)a los modernistas y a Bécquer: “No escogemos el canon de lo bello, / viene fijo de largo, casi impuesto, / y nos castigas frente al espejo, / ansiado encajar en esos modelos, / mientras nos olvidamos de querernos” (Bella autobenevolencia); “Cuestioné si fue real / una vez desvanecida; / hoy confirmo, sin duda, / que sí: ¡duele todavía!” (Quaestio amoris); o a los poetas del 27, especialmente Lorca y con una Oda a Velintonia.
“Cuando el olor a dolor nos ahogó,
tan solo se podía percibir
la melancolía y su hedor, hirió
veloz su previsto fugaz partir” (Serventesio del amor incienso)
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