viernes, 16 de diciembre de 2022

Reseña de George Meredith: ‘Amor moderno’. Libros del Aire. 2021. Traducción y prólogo de Hilario Barrero.

portada Amor Moderno


Meredith (1828-1909) fue un notable novelista victoriano (uno de los preferidos de Oscar Wilde) con influencia de Keats y Tennyson., sin embargo esta es la primera traducción al castellano de sus peculiares sonetos (ABBA CDDC EFFE GHHG). [1]El título de Amor moderno tiene que ver con un matrimonio a la deriva, “el poeta descubre que su mujer, hija del escritor Thomas Love Peacock, le abandona por otro hombre. Concretamente, el pintor Henry Wallis quien utilizó a Meredith como modelo para su cuadro sobre Chatterton. El agravio le hace sentirse traicionado y herido y, aunque nunca perdonará a su mujer, parece ser que Meredith comprendió las razones de la fuga”. Quizás eso es lo moderno de este amor: “Esto no es comida / para gente insignificante o para necios” (“This is not meal / For little people or for fools”). En palabras de su traductor, Hilario Barrero: “Amor moderno es una novela en verso acerca de la ruptura de un matrimonio burgués de la época victoriana, es un perturbador estudio de un amor naufragado”.

Los primeros poemas ya van anunciando, en tono sombrío, el final de un amor: “Sabe la tumba de su matrimonio, la espada entre ambos; / cada uno ansiando la espada que todo lo corta” (I);“Lo «que ha sido» le pareció suyo por un momento: / los esplendores y misterios, más queridos por conocidos, / no menos divinos: la sacralidad más íntima del amor / lo llamaba «¡ven!». En su refrenado comienzo, / ojos cuidados para ser contemplados, apenas podían ver / una de las grandes olas del destino” (V). La maestría de Meredith consiste, además del manejo del verso, en la elección de los momentos que resumen este naufragio: “Por casualidad sus labios se toparon con la fría frente de ella. / No hubo rumor, pero desvió la mirada. / La naturaleza, avergonzada, confiesa que el amor puede morir” (VI).

Acierta a describir los sentimientos que acontecen a ambos miembros de la pareja: “Y sin embargo era claro que ella luchaba y ese punto / de sentimiento virtuoso la hacía despreciable. / ¡Pobre gusano retorcido, tan regiamente bella! /…/ No me reconozco a mí mismo sin ti: / en esta impía batalla me vuelvo villano” (VIII). Y se pregunta “Pero, ¿cuándo empezó el cambio y cuál es mi crimen?” (X). Se revuelve entonces y acusa: “Mira, mujer, en el poniente. Allí verás / una cuna de ámbar donde el sol declina: / dentro de ella, divino aún en la muerte, / yace un niño muerto, asesinado por ti” (XI). El proceso de ruptura, más allá de los consabidos pasos del duelo incluyen recaídas y nostalgias:“¡Pierde con calma la gran dicha del  amor, / cuando el renovado «para siempre» de un beso / infunde vida a una lluvia de cabello suelto” (XIII)

“«¡El amor muere!», dije: Nunca creí lo contrario” (XVI)

Uno de los pasajes más intensos, más emotivos, más descarnados, tiene lugar cuando el amor ha muerto, pero sigue el matrimonio y se tienen que mantener las formas:

“En la cena ella es la anfitriona, yo el anfitrión.

¿Hubo alguna vez un banquete más animado? Ella mantiene

con optimismo a flote el tema de conversación

sobre profundidades intelectuales. Ellos no ven el fantasma.

Con ojos destellantes nos pasamos la pelota:

es en verdad un juego muy contagioso: esconder el esqueleto, debíamos llamarlo

 /…/

Queridos infitados, ahora habéis visto brillar la luz del cadáver del amor” (XVII) [2]

 

La novedad en este mundo encorsetado que se supone que es la época victoriana es la aceptación por parte del varón de esta situación de ruptura: “Ninguna condición es envidiable. Solo reclamaría / la suerte de unos pocos hombres favorecidos por la fortuna. / Me desangro, pero no echaré la culpa a aquella que me hiere. / Acaso no sentí su corazón latir como si fuera el mío propio / dentro de mí? ¿Podría herirla? ¡Cielo e infierno!” (XIX). Incluso de autoanálisis y cargo de conciencia: “… Asumo la responsabilidad / de todos mis actos. Me impulsa el viento que hinchan sus velas, / pero soy el timonel. Si naufragara, / sé que el demonio tiene bastante peso sobre / su espalda: no lo culpo a él ni al destino” (XX). Para luego, tomar distancia: “No hablará. No la interrogaré. Estamos / a leguas de distancia, separados por un golfo silencioso” (XXII).

La actitud estoica del protagonista no lo exime de sentir tristeza y desgarro: “¡A medida que vivo la tristeza es mayor! / Saber de su carne tan pura, su juicio tan cegado, / que ahora hace penitencia por ningún pecado más / por haber faltado al amor. / Lo que menos que puedo perdonar. / Lo que menos puedo perdonar, aunque adoro / esa hermosa y cruel palidez que rodea / sus pasos y las suaves y vibrantes sonidos / que llegan a mí, como desde una rivera mágica /…/ ¡Ciega al orgullo! ¡Tu boca sobre la mía! / ¡Nunca! Aunque muera de sed. / Sigue su camino” (XXIV). Y tampoco está exenta de rabia y de sarcasmo: “¿No te gusta esa novela francesa? Dime por qué. /  Piensas que es muy afectada. Vemos /…/ ¿Afectada? Querida mía, la vida es así: / y la vida, creen algunos, es digna de la musa” (XXX).

Precisamente es esta lucha interior la que otorga valor a este libro tan singular: “Acaso mi corazón pueda perdonarte esta acción: / pero no seas cobarde: tú que has hecho sangre al amor, / debes ahora soportar todo el veneno de su colmillo” (XXVI). Si en ocasiones llega la aceptación (“No importa, paladearé el olvido”, XXVIII), en otras, sin embargo, llega la inquina: “¡Vigilad vuestra belleza, querida señora! / No podéis imaginar cuánto depende de ella”, XXVIII; “Eso no significa que la mujer no es, en mi opinión, / el antídoto de su sexo. ¿Quién acude al áspid / para curar las mordeduras de la serpiente” (XXXII); “dijo: «Mientras la mente moldea la arcilla, / la arcilla burda la penetra». Si jugáis a ser espía, / mujer mía, lee esto ¿Rara conversación de amor, verdad?” (XXXIV).

Pocas veces el final del amor consigue unos versos tan profundos y tan elocuentes:

“¡Un beso no es más que un beso ahora! y no la ola

de una gran riada que es un remolino que me arrastra al mar

¡Pero, sea como quieras! No nos sentamos satisfechos,

y comeremos nuestro frasco de miel sobre la tumba” (XXX)

 Dicen que el duelo tiene un momento para la negociación, y Meredith se pregunta, “¿Está nuestra tragedia, viva o muerta?” (XXXVII), luego increpa: “Un hombre es uno: la mujer lleva mi nombre, / y mi honor. ¡Sus manos se tocan! ¿Estoy aún dormido? / ¡Dios, qué aspecto danzante semeja la luna!” (XXXIX); “¡Esto es una burla!” Flota a la deriva / sin saber lo que hago ni por qué lucho/ El temor de que mi viejo amor pueda estar vivo” (XL). La trasposición del punto de vista  hacia cómo serán vistos los personajes desde fuera, ella: “¡Cuántas cosas que arrojas al suelo / se convierten en joya cuando otros las recogen” (XLI).

Otro de los momentos de gran intensidad son los lamentos ante el amor perdido, aun aceptando lo irremediable: “Si yo hubiera planeado a fondo la muerte del amor, / nunca la hubiera podido hacer tan cierta / como con los desdichados besos que reprenden / al sentido alerta; o de lo contrario, desagradan” (XLIII); “¡Nunca, exclama, la piedad saciará la sed de amor, / ni la infiel hipocresía desagraciará a la verdad” (XLIV). Meredith reflexiona sobre la esencia del amor, el afecto supremo, el deseo, la necesidad: “El amor, que nos había robado cosas inmortales, / nos dio este instante misericordiosamente, / en el que he visto sobre la hora crepuscular / el cisne navegar con sus crías bajo las alas” (XLVIII). Un amor que parece despreciarlo y condenarlo al olvido: “No se atrevía a decir: «Este es mi pecho; asómate a él»/…/ Aquellos labios habían bebido las aguas del Lete, y él lo sabía” (XLIX).

Como nos tiene acostumbrados, Hilario Barrero hace una traducción elegante y sutil, donde cada palabra busca su significado exacto y se mantiene el ritmo y la cadencia de un verso que arrastra la emoción densa y trágica. El estudio profundo de la época y de los usos líricos victorianos, una era apasionante en tantas facetas. Un relato lleno de amargura y pasión, de tristeza y superación, que aprovecha para poner en solfa los usos amorosos tan encorsetados más allá del mero ajuste de cuentas.

“Así concluyó patéticamente el amor lo que había creado:

¡la unión de esta pareja siempre distinta!

/…/

Entonces se aplicaron mutuamente el cuchillo fatal,

hondas interrogaciones, que investigan el destino infinito

/…/

En trágicos indicios ved aquí lo que por siempre

se mueve oscuro como esa fuerza del océano a medianoche,

tonante como huestes rampante de caballos guerreros,

para arrojar sobre la costa ese vago y borroso final” (L)

 



[1] De hecho, solo está disponible ahora una traducción de El egoísta, El General Ople y Lady Camper y un Ensayo sobre la comedia.

[2] “Dear guests, you now have seen Love’s corpse-light shine”

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