viernes, 23 de diciembre de 2022

Reseña de Javier Aroca: ‘Ley no escrita’. BajAmar. 2022

 Ley no escrita - Javier Aroca - comprar libro 9788412518092 - Cervantes


Tras Como quien silba en el vacío (BajAmar, 2018) y Secuencia de parpadeo junto al fotógrafo Clemont Padilla, Javier Aroca gana el Premio Cálamo / Gesto de poesía. 2021. La Ley no escrita contiene una gran carga erótica, que no es ni más ni menos que la fuerza vital que domina el mundo: “El rudimento universal / es simplemente arcilla: / materia húmeda y vibrante entre sus dedos, / tomando forma, vuelta a vuelta” (Exordio). Los dibujos que acompañan a los poemas son de Alfredo Garay.

Como una composición musical dividida en movimientos, el poemario se  describe según la velocidad y la intensidad del juego amoroso. Comenzamos con un Allegro ma non troppo: “En esa ley jamás escrita, / por la que tuyas se proclaman, / sin remedio, / mi voluntad y todas su raíces” (Ley no escrita). Son los poemas que describen los inicios del acercamiento erótico: “Es el deseo pura yesca, y la carne rama seca” (Parejas). El poeta va preparando el terreno, se describe: “Quisiera ser, incluso, simple ropa: / pespunte, gargantilla, seda o lino…/ Aquella blusa ingrávida que roza / tus pechos, agravando mi suplicio” (Tan lejos). Admite la demora, “La triste conveniencia, en fin, / de un pliegue de cordura” y se confiesa devoto: “Entorno a tus benditas / e inexorables caderas / –allá en el mismo centro / del universo conocido– / va desgarrándose la vida, / muelle, feliz y disipado” (Tus caderas). En suma, se rinde: “Esa pulsión primaria, / de tal manera irresistible, / que me hace regresar una y mil veces / al verdadero origen / de todos mis designios” (Origen).

El segundo movimiento, Vivace, entra ya en los prolegómenos eróticos: “La luz hará mudanza en nuestros ojos / y poblará de miembros los desiertos. /…/ Ni tú ni yo seremos cómplices / de aquellos que postulan / la vida y el deseo entre tinieblas” (La luz hará mudanza). Un mood que utiliza los recursos y las reminiscencias del barroco que tan bien sientan a la poesía erótica: “Insistiré en trazar sobre la piel, a orillas / de tibias e incesantes remolinos,/ esas palabras que en verdad definen / el súbito temblor, el estallido” (Con tinta invisible). La minuciosidad con la que se describen las etapas del lance amoroso se complementan con la chispa y la gracia que adornan los versos: “Las cimbreantes líneas de tu piel / dan pábulo / al simple credo que profeso” (La voladura). Los amantes se entrelazan y luchan, al fin, vencidos ambos se relatan: “Te observo abandonada, aún jadeante, / desnuda sobre el lecho, mientras / se extinguen lentamente / las llamas del incendio” (Furtivos); “Y  me abandono al voluble / armazón de tus deseos, / al frágil sonido, apenas / sordo murmullo que sube / de los abismos al cielo / y se erige en mi condena” (Voluble); “y mudase la piel en puente, / más que frontera / cuando de nuevo andan nuestros cuerpos / en la bendita hoguera del deseo” (Hágase el amor).

Prestissimo puede representar el clímax: “Un cálido temblor entre tus piernas / arremolina olas de vértigo y espuma / en torno a la raíz, / allá donde se hermanan regios fustes / sobre el exacto vértice del cosmos” (Cálido temblor); “La fiebre apremia. / Bulle entre muslos como fiero enjambre /…/ Ingrávidos jirones de niebla nos señalan, / obstinados, / la leve consistencia del deseo” (Premura). Son los poemas donde la carga erótica tiene más premura, es más directa: “Sigo el sublime mandato / que es besarte lentamente, / de rodillas cual beato, / de los pies hasta la frente” (Mandato). Un poco sacrílego como debe ser todo erotismo si seguimos a Bataille: “Gemelo es el placer / por un instante, cuando / estallan dos espejos al unísono / en este ardiente lazo que amalgaman / los cuerpos y conocen, una vez más, / temblor, delirio y arrebato” (Unísono). La magia del erotismo está en hacer explícito sin mostrarse obsceno, transmitir el ardor sin el primer plano: “Las flores y la hierba por yanija, / los cuerpos empapados de rocío, / de savia, de saliva; es tal delirio, / que no habrá criatura en este bosque / ajena al vendaval que nos arrastra” (El grito en el cielo). De nuevo el recurso a los ecos del Siglo de Oro se muestran efectivos: “En medio de esta incruenta liza, / inclinó la cerviz ante tus ansias / y sigo -como un perro en celo- / arrodillado, mudo, sordo y ciego, / lamiendo así la herida que acrecienta / mi victoria y tu dulce y súbita derrota” (Sed de victoria).

Tras el culmen del amor, no queda sino el Adagio, una sosegada calma que recupera el amor que hay detrás de todo erotismo: “Donde se encuentre el brillo de tus ojos, / allí estará mi casa /…/ También mi casa se cimienta / en cada ola, en cada estruendo y en las gotas de hirviente espuma / que estallan hoy en nuestros pechos. / En el rayo que aún nos hiere / con su más plácido misterio” (Mi casa).

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