domingo, 14 de octubre de 2018

Fanáticos, críticos, ingenuos y escépticos


El fanatismo es un modo de entender la vida muy sugestivo, puede basarse prácticamente en cualquier asunto. El fanático no sólo es entusiasta, se requiere una dosis de cierta agresividad contra quienes no piensan como él o disfrutan como él. Los hay de muchos tipos, pero los más peligrosos no son lo que ostentan mayor grado de fanatismo, sino los que tienen mayor poder para hacer daño. Lo decía la madre de Kirikú, aquel niño africano que protagonizó un par de memorables largometrajes de animación. La sabia madre del pequeño iluminaba a su hijo sobre el mal. La malvada bruja no era peor que sus compañeros de juegos que le vitoreaban en sus triunfos pero que, inmediatamente, lo marginaban y lo insultaban. El problema es que la bruja tenía más poder.
                Esa es una importante cuestión con respecto a los fanatismos. Si, como dice Rosario Troncoso, se presenta uno en una tienda de Apple o en el Falla insultando a quienes están por allí, es descabellado, pero no tendría mayores consecuencias que, si acaso, algún altercado. En cambio, si Willy Toledo insulta las creencias de los cristianos –mayormente católicos, por aquello de la Virgen–, las consecuencias no son sólo una respuesta con el mismo desprecio, la respuesta ha sido una querella de unos insensatos que se hacen llamar Abogados Cristianos y que un descabellado juez ha admitido a trámite. Hay que recordar que el actor no profirió tan escatológico insulto porque sí –eso lo hemos hecho muchísimos en muchísimas ocasiones–, sino como protesta ante la condena hacia las activistas de la procesión del Coño Insumiso. Quizás el fanatismo de los Abogados Cristianos no sea mayor que el de Willy Toledo, pero las consecuencias de la acción de uno o de otro son muy distintas.
                Mucho me temo que está de moda criticar, ya sea a dios o al ateísmo. No sólo por conseguir apoyos virtuales, también por expresar la indignación que unos y otros sentimos. Creo que en una sociedad democrática deben caber todas las críticas a las ideas, siempre que se haga con respeto a las personas. Es una insensatez peligrosa abstenerse del debate de ideas amparándose en la libertad que cada uno tiene de profesar sus creencias. Con esta dejación lo que conseguimos es convertir la sociedad en reductos ideológicos incapaces de dialogar entre sí.
                Con igual furia se critican las utopías sociales. Está de moda desprestigiar todos los intentos de cambio social que sí que han conseguido una mejora en las condiciones de vida de millones de personas, principalmente en el primer mundo. Se les acusa de ingeniería social y se toma como un dogma de fe el refrán de que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Todas las conquistas sociales logradas gracias al sacrificio de miles de sindicalistas, sufragistas y de militantes en partidos obreros de todo el mundo son apartadas y despreciadas por el colapso de la Unión Soviética y los atroces crímenes del estalinismo y el maoísmo. Nadie niega esos extremos, pero la jornada laboral de 8 horas, los seguros sociales o las vacaciones pagadas no las ofrecieron los patronos por su buen corazón, fueron la lucha de muchos hombres y mujeres. Aun así, son vilipendiados en las redes.
                También se critica mucho la ilusión del amor, el amor romántico, el enamoramiento es símbolo de ñoñez, de influencia del peor Hollywood, para unos un embeleso infantil, para otros una trampa para el patriarcado. Mucho cinismo genera la búsqueda del amor verdadero, de la media naranja, o el medio plátano.
                Y es que, para muchos intelectuales –y aspirantes–, el peor pecado es pasar por ingenuo. Criticar es muy sencillo y, a menudo, divertido. Por eso, criticar el día de la Hispanidad o la existencia del Ratoncito Pérez (que, por cierto, en mi casa era Abelardo Pérez), no debería sorprendernos. La espiritualidad tiene un lado oscuro, aquel en el que unos se aprovechan de otros y también el engaño que nos hacemos a nosotros mismos, como esas navidades en las que sabíamos quiénes eran los Reyes Magos y aun así queríamos creer. Poner la fe en algo que no podemos creer tiene el riesgo de no tener manera de saber si es algo positivo, si es neutro o si nos es perjudicial, porque la fe tiene por orgullo lo contrario que la ciencia: las pruebas. Si no puedes probar la existencia en los dioses hindúes y persistes en no dudar de su existencia, eso es fe. Y quizás te ayude a pasar momentos difíciles, pero no deja de ser una muleta psicológica. Lo que no quiere decir que no sea útil.
                Mi condición de ateo es sobrevenida, me eduqué en el catolicismo y tuve una formación bastante competente gracias a una de las personas más sabias y generosas que he llegado a conocer, un sacerdote, el padre Eugenio, que fue colaborador de Monseñor Romero en El Salvador (recién santificado) y que fue la persona que más sabía de marxismo, judaísmo y tenía una fe enorme, también un respeto por la fe popular. Más tarde me he ido haciendo, no más descreído, directamente ateo. Pero no suelo tratar de hacer proselitismo de mi manera de pensar. Por muy improbable que sea no me gustaría que nadie pueda perder su fe porque yo no la tenga y, además, porque creo que las cuestiones de fe pertenecen a la esfera privada y no es posible un razonamiento al respecto. Si alguien tiene la revelación de dios, ni él me puede convencer a mí, que no la he tenido, ni yo puedo convencerlo de que ha sido una alucinación.
                Los gustos también pertenecen a la esfera privada y yo no puedo comprender cómo triunfan algunos grupos de música o algunos escritores, pero lo hacen. Sin embargo, puedo discutir horas y horas en contra de Queen o de Dire Straits porque creo que no afectan a la identidad de la persona. No creo en el consumismo y me parece pernicioso para la humanidad, y criticaría a todos aquellos que acumulan cacharros electrónicos. Lo que no sé es si lo haría gritando en una tienda de informática. Lo primero, por la cuestión de respetar a la persona por mucho que haya que criticar a la idea. Pero sospecho que no es el mismo nivel.
                Los seres humanos somos bastante contradictorios. Como decía Chesterton, lo malo de dejar de creer en Dios es que se acaba creyendo en cualquier cosa. Frase brillante como muchas de las suyas que encierra mucha verdad en un mundo desacralizado que puede dejar desiertas las iglesias los domingos, pero llenos los bares que retransmiten partidos de liga. A esa religión, la del balompié, sí que me gusta criticar porque encierra gran parte de los males que tiene la humanidad. Y lo peor, está lleno de fanáticos, algunos con mucho poder.

1 comentario:

  1. Qué magnífico artículo, y pese a que hay alguna que otra discrepancia entre opiniones vertidas por ti, en determinados temas, soy de las que piensa que la mejor forma de conocer a una persona es respetándola, y saber que la amistad, el afecto hacia la calidad humana está por encima de cualquier otro factor. Y, por cierto, me uno a tu crítica rotunda a la religión del balompié.

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