Poeta con
mayúsculas, Efi Cubero se ha dejado mostrar en una selecta cosecha de
excelentes poemarios: Fragmentos de
exilio, Altano, Borrando márgenes, La mirada en el
lino, Estados sucesivos y el
extraordinario La condición del extraño. También la podemos apreciar en
delicatesen como el libro de artista Ultramar
y en la colección de poesía 3x3.
La poesía de Efi Cubero es una
eterna búsqueda, no sólo de la expresión poética (“Y en realidad yo soy una
escritura”, Código), no sólo de la
creación, sino, especialmente, de la forma de estar en el mundo. Una mirada
básicamente ética y espiritual frente a las paradojas y el desconcierto del
mundo: “El don bien puede ser una condena” (Don).
Su poesía es un magnífico ejemplo de contención, de equilibrio de emociones, de
estilización de recursos e imágenes, “soltando lastre, miedo y servidumbre” (Punto de apoyo). A través de sus versos
se alza la phoné, la voz, el sujeto
que habla, la necesidad de la palabra que establece vínculos, tiende puentes,
organiza el mundo en cada poema, “una celebración de la palabra frente a la
soledad” (La voz) frente al silencio
que resiste, porque “No hay ocasión de diálogo completo” (Elegía del muro). La palabra es también símbolo, como hojas que
caen y sirven de abono a la labranza “Un grito sin sonido que resuena” (Nada superficial).
“Me reescribes el texto en tu recuerdo / donde no caben gélidas palabras. / La
sintaxis se vuelve más ligera” (Habrá
lluvia).
La comunicación y la incomunicación son uno de los temas básicos.
Igual que los límites, los márgenes, el extraño, el exilio, los intervalos, el
muro, La realidad “más consecuente en sus limitaciones” (Elegía del muro). Otro de sus temas recurrentes es el paisaje, en
su dualidad de lo silvestre y lo urbano: “en esta arquitectura de líneas
habitadas / vislumbras la ansiedad del Universo” (Vislumbre). También símbolo, “y eres la traducción de aquel
paisaje” (Habrá lluvia). Y, dentro del paisaje, recurre a la imagen del barro: “La
pureza del barro” (Cedro), “Camina
para ser, eres de tierra y sueño. / Barro de las vocales empapadas de agua” (Senderos).
“Erguido aquél
zahorí de los silencios
te dejó lo profundo…
–Nada que especular
sobre el futuro, dijo.
mientras
cerraba, de golpe, su presente” (La noche)
Mucho de sabiduría (“Jugando con la sed sobre el tiempo mudable, /
hay un vaso de dudas que rebosa / sobre este limpio trago de certezas”, Cristal) y de verdad se encuentra en sus
versos (“otra voz, / Otro destino / acorde con la luz / sin imposturas”, Emboscados). No sólo la intuición de lo
sublime (“Quiero rozar la gracia / de la caligrafía de la bruma. / Abandonarme
a ciegas, consecuente, en los brazos enérgicos del aire / que tambalea certezas
sinuosas”, Fogata), abundan las
experiencias de lo vivido, de lo hablado, de lo amado: “Nada deja al azar la
vida plena” (Presencia). Así,
recuerda la infancia (“Cuando uno es niño escribe con los ojos”, Batallas; “Puros los ojos niños, no
sabían / de cansancio, esfuerzos o fatigas”, Tregua) con la misma intensidad que reflexiona sobre el mal en el
mundo y la muerte lo que permanece muere, “esa trama interior que no envejece”
(Trama). Una delicadeza en la
sensualidad (Texto).
Los afectos y la ternura un lugar privilegiado en la poesía de Efi
Cubero, quien es capaz de retratar como pocos la intimidad –gozo y dolor– del
silencio: “Entre tú y yo / la ausencia / –ondas de simetría– / cabe todo el
espacio” (Tartamudeos); “monótono
silencio alimentado, / que, a veces, muchas veces, / compartimos” (Peces en el estanque); “La mirada
descubre y se abre paso / en una palabra ausente, sigilosa” (Pausa); “Callar es la inocencia del que
observa” (Cautela); “Nada tan
visceral como el silencio” (Olas).
“Le dijo que acampó
al pie de la montaña,
y que todo el
invierno siguió allí.
Porque, complejidad
de piedra domeñada,
la razón que dialoga
le advirtió:
– En la naturaleza
que se convierte en fábula,
sólo se sueña en
soledad.
No quería bajarla,
no que fuera asequible,
prefería, en la
dificultad, seguir mirándola,
buscar en los
perfiles su ideal sin contagios,
su propia
percepción, su laberinto humano,
lo natural, lo
extraño, lo divino, lo simple;
mezclarse en los
motivos y escarbar.
Disolverse.
Ése era su objetivo irrenunciable.
Los ojos adquirieron
la desnudez de nieve,
que impregnó de
blancura el propio rastro.
En las manos, un
aroma de menta imperceptible…
a la vuelta, tejados
vivos al amanecer,
le sirvieron de
faro” (Acampada)
En cada uno de sus libros podemos emocionarnos con un regalo
especial que la autora dedica a seres muy cercanos, en este caso el homenaje es
para Javier Sánchez Menéndez (Afinación).
Factores de riesgo es la segunda parte. En ella, Laberinto
presenta una atmósfera muy de Borges (y Felipe Benítez Reyes), lo que siempre
es una buena noticia. Continúa el estilo reflexivo que se apoya en la
conciencia de lo que es percibido y yendo más allá: “El mar no juzga ni
prejuzga, fluye en lo verdadero // Abriendo estelas sobre la memoria / siempre
discurre el sueño transitorio / prendido de la luz y el abismo” (Trazas de agua). Son muchas las
correspondencias entre la actitud poética de Efi Cubero y la indagación
filosófica y vital: “(No hay que seguir el juego de oscuridades)” (Pablo Guerrero dijo).
Se impone el imperativo de ser consciente de la realidad –el punto
de apoyo– y sobrepasarlo, ir a Contracorriente.
“Prefiero lo que viene a lo que fue, / y mirar por tus ojos y los míos / lo
exiguo o lo esencial insobornable” (Exiguo)
Dentro de esa consciencia, no hay más remedio que aceptar el dolor:
“Constatar lo que el dolor provoca / en la terrible lucidez extraña / de que el
tiempo de pronto no es su tiempo” (Escarcha).
Personalmente me identifico totalmente con el poema Fuente: “El dolor contenido en el deseo”. “(Tengo miedo que el
tiempo o la distancia / nos lleve a despedirnos, para siempre)” (Cercanías). Y, tras el dolor, inevitable
la reflexión sobre la muerte: “La muerte no parece tener fin” (Acqua alta); “Ilumina el morir un solo verso” (Escarcha).
Uno de los puntos sobre los que pivota esta segunda parte, como
también en otros momentos de su poética es la contraposición entre la ciudad (“Solución
alargada de ti misma”, Ciudad) y la
naturaleza: “¿Sabes cuánto ha costado / calzarse las sandalias del asfalto, /
cambiar una pasión de bosque y lluvia?” (Cedro),
“No son indiferentes los senderos” (Exiguo).
“Cuando en la ciudad llueve / hay un aroma a bosque” (Emboscados) o en el poema Cruce.
Efi Cubero saca el jugo de la contemplación, sabe hacer una exégesis de los
signos que nos rodean con la soltura de quien lee una partitura: “La luz cierta
y secreta del absurdo del árbol / donde tu corazón que arde en silencio /
extrae la savia para sus verdades” (Vivir).
La lectura como actividad traviesa estas meditaciones, incidiendo en
la importancia de la palabra y lo crucial de la interpretación: “El folio,
aunque lo quieres / no dejará de conocerse” (Lectura). Personalmente me
siento reconfortado al ver resonancias de Café
y Cautelas en algún verso mío. Se
ha dicho muchas veces que los mejores poemas propios son los que están escritos
por otros.
Especialmente precioso
es el poema final:
“Aérea como la rama,
a veces soy la rama y soy espacio,
y cuando me agazapo
en los retornos
que irradian esa luz
sin movimiento,
soy esa misma tierra
o el sustrato.
la mezcla tan
antigua
de otros latidos
que me precedieron.” (Rama)
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