miércoles, 10 de octubre de 2018

Reseña de Rosario Troncoso: ‘Nuestra orilla salvaje’. La isla de Siltolá. col. Tierra. 2018


Rosario Troncoso afronta en Nuestra orilla salvaje un paso hacia la madurez. Además de sus temas recurrentes, este conjunto de poemas, dividido en dos partes: “El abrazo de los extraños” y “El final de las hadas”, se encomienda a José Luis Piquero y, sobre todo a Jaime Gil de Biedma, cuyas citas abren el volumen: “envejecer, morir, / es el único argumento de la obra”. Personalmente no creo que sea el único argumento de la obra, pero en este caso sí que preside el núcleo temático de Nuestra orilla salvaje. Envejecer, morir es el leitmotiv de esta obra. Siempre consciente del paso del tiempo y de que los tiempos de la infancia y la juventud no pueden durar, Rosario Troncoso acusa la madurez como una condena, la pérdida de la ilusión, el fin de una era, la infancia y la juventud (“La juventud bien lejos / allí donde ya no puede tocarse”, Equilibrio)[i]. una especie de resentimiento contra la realidad. No es sólo una cuestión personal, es “nuestro” derrumbe: “Esta combustión de los días / y los últimos fragmentos de la infancia” (Los restos de nuestro derrumbe).
En el camino vital del yo poético siguen teniendo lugar las decepciones y los desengaños (Errores): “Ya no te entiendo /…/ No es decepción” (Vuélvete a dormir). Y sigue existiendo el miedo al paso del tiempo, medido en cumpleaños (Balance) y en ausencias. La presencia de la muerte es constante (Todos los veranos son ceniza). La relación con la ausencia es ambivalente, si por un lado parece preferir taparse los ojos (“Y nunca nos sucede” A nosotros no), sabe que “A los muertos mejor no despertarlos”, y por otro, no deja de añorarlos, “Ya nunca más germinará un nombre / que duerme entre mis muertos” (Muertos), aunque se rebela: “Sería una indecencia / Ver a la muerte un día laborable” (El turno siguiente). Rosario Troncoso es consciente de que la memoria que transforma los recuerdos también se resiente del paso del tiempo “y ya no son hermosos / los recuerdos del frío” (Algún dios bueno y nuestro).
“Mantengo la casa en pie con todo en su lugar.
En orden perfecto los cojines de la cama,
el olor de las flores que traje del mercado.
El hogar en penumbra.
Son bonitas las cortinas nuevas del salón.
Hacen muy feliz a mi madre. Es bueno. Y está bien.
Se conserva aún tierno y tibio el pan.
El tendedero lleno
con cada prenda nuestra.
Y las sábanas secándose al sol,
prendidas solo de alfileres, vuelan.
El levante las abraza.
Quiere llevárselas al mar.
Pero nunca pasan del oscuro patinillo
al que dan las ventanas de las casas en orden.
No se intuyen las ruinas después de los seísmos.
Mantengo en pie la vida. Lista, pulcra, puntual:
a estrenar para la muerte.” (Ruinas)
Creo que ser madre le ha hecho replantearse a Rosario Troncoso su posición vital, cerrando una puerta definitivamente a la infancia que, a partir de ahora, la vivirá en sus hijos. Y una conciencia de la muerte, cada vez más cercana, al poeta y a sus seres queridos y que planea como una sombra. Lo que antes fueron ausencias de todo tipo, ahora serán definitivas. De ahí el miedo y el desamparo. Renacer, sin embargo, habla de la alegría que es todavía posible, de la vida cuya urdimbre de afectos (la esperanza, el amor y también el engaño y la ilusión). Quizás con una dolorida ironía, Rosario Troncoso nos aconseja “Asumir que todo acaba / conlleva libertad de movimiento. / Era verdad aquel consuelo inútil / de nuestra sangre joven, / cuando éramos tan tercos / que creíamos en el orden natural de las cosas” porque, a fin de cuentas, “También el dolor se desgasta” (Desgaste). Aun transmitiendo ese miedo a la fragilidad, sabe que el mundo es transformación y metamorfosis somos (Crisálidas) y hay un atisbo de esperanza en el porvenir. Aunque la esperanza consista en un sabio olvido: “Por fin se muestra confortable el olvido” (Desgaste); “El maleficio es éste, / el olvido, como espino perplejo / enredado al umbral de la hermosura” (Príncipes de niebla).
“Los milagros son muy discretos.
No avisa la catástrofe.
Lo que el tiempo arranca no se deshace.
No se vuelve a los brazos de la tierra
con los ojos intactos.
Nadie abre en dos el mar
para trazar caminos.
Los milagros, en estos años raros,
son el ritmo sencillo de lo eterno
y alimentan a una flor pequeña
que nace entre las rocas” (Flor)
Reflexiona sobre las relaciones humanas, la fragilidad de ellas y su carácter líquido y efímero (El abrazo de los desconocidos): “Inquietud. No toques nada por dentro. / Pues no hay control. Y todo arde” (Inquietud). En un sentido filosófico y personal, “Sin pudor manipulas / la voracidad y el hambre y el miedo / a todo lo que era, / a todo lo que soy contigo” (Vicio). Se palpa su ansiedad hacia el futuro (Billete de vuelta). Toma como propios temas ajenos, anécdotas para que los lectores también nos sumerjamos en este universo. Y no falta la perspectiva femenina y feminista, reivindicaciones, soberanía en el cuerpo y en la casa, en la calle y en la vida. Igualmente se rebela y reivindica (Hueco).
“Despídete de dios.
Vive ya sin tu padre y sin tu madre.
Es hora de llevar pancartas.
Digno representante de lo extraño,
reniegas de milagros
y canciones de cuna.
La fascinante tribu
que devora a los débiles
espera tu vacío” (Subversión)
Tiene la maravillosa habilidad de Rosario Troncoso de dotar de musicalidad implacable lo que parece, solo superficialmente parece, un discurso cotidiano y habitual. Baja al detalle concreto, minúsculo para hacernos sentir el concepto abstracto y terrible. Frases cortas, como respiración jadeante. Y su especial sentido de corporalidad para describir las sensaciones y las reflexiones. La soledad, el miedo, la rabia las vive muy corporalmente, en la piel y en los huesos, advierte que “Estamos demasiado lejos de la piel” (Lejos), “La espero / con el frío enredado en los tobillos” (Todos los veranos son ceniza).
Camino recuerda al Pessoa de Alberto Caeiro. Flor conecta con las últimas entregas de Jesús Montiel. En Bruma, “Qué son hoy unas palabras de menos / las caricias escatimadas siempre / y la vida ya nunca. / Y vivir como piedras. / Indolencia terminal del olvido” Darío se cruza con Cernuda. Cernuda también en “Estos días normales que no son mar ni aire / ni regazo de nadie / son días necesarios para sobrevivir” (Los días normales). Incluso notamos el aliento de Neruda entre sus versos.
La segunda parte, El final de las hadas, continúa insistiendo en estos temas. En Constantes vitales se muestra algo melancólica. Advierte que “Ya no se renueva la savia / ni llega el aliento a las raíces” (Ciclo) porque “Hemos dejado de ser niños. / Se impone la verdad como un cuchillo /… / Crujen las hadas como al pisar insectos, bajo los pies” (El final de las Hadas). De nuevo Gil de Biedma.
Como decía el Eclesiastés, para cada cosa hay un tiempo y se acaba.
 “Cumplir con todo.
No aplazar los simulacros tampoco.
Y entregar las sonrisas dispuestas,
una por cada uno.
Ser el niño que finge que agradece,
incluso los desaires.
Justificar motivos
y perdonar ausencias.
Limpiar espejos en ángulos muertos,
comprender que otra huella cubre el rastro
al borde del camino.
Son los buenos modales.
Acallar los susurros.
Los gemidos de amor de las estatuas.
Pues hay puertas secretas
que se abren al pasado.
Son atajos al vientre de la madre.
Pero otros objetivos
espantan al peligro.
Y nos mantienen cuerdos,
ciegos y lejos de la lucidez.” (Los plazos)
Como colofón, al final del libro, parece anunciar un cambio de rumbo, ¿A quién se dirige el poema último?:
“Perdón. Perdón de veras.
Vuelve a tu paz y a tus días simples
Yo lo siento y este es
el último poema que te escribo” (Último poema)


[i] Ya ves, como la poeta si no estuviera en la juventud.

1 comentario:

  1. Un bellísimo poemario de Rosasrio Troncoso, cada vez más "poeta" en cada una de sus obras. Este libro lo tengo y lo he leído y es realmente hermoso. Tu reseña otro tanto.

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