Rosario Troncoso
afronta en Nuestra orilla salvaje un
paso hacia la madurez. Además de sus temas recurrentes, este conjunto de
poemas, dividido en dos partes: “El abrazo de los extraños” y “El final de las
hadas”, se encomienda a José Luis Piquero y, sobre todo a Jaime Gil de Biedma,
cuyas citas abren el volumen: “envejecer, morir, / es el único argumento de la
obra”. Personalmente no creo que sea el único argumento de la obra, pero en este caso sí que preside el núcleo temático de Nuestra orilla salvaje. Envejecer, morir
es el leitmotiv de esta obra. Siempre consciente del paso
del tiempo y de que los tiempos de la infancia y la juventud no pueden durar, Rosario
Troncoso acusa la madurez como una condena, la pérdida de la ilusión, el fin de
una era, la infancia y la juventud (“La juventud bien lejos / allí donde ya no
puede tocarse”, Equilibrio)[i].
una especie de resentimiento contra la realidad. No es sólo una cuestión
personal, es “nuestro” derrumbe: “Esta combustión de los días / y los últimos
fragmentos de la infancia” (Los restos de
nuestro derrumbe).
En el camino vital del yo poético siguen teniendo lugar las
decepciones y los desengaños (Errores):
“Ya no te entiendo /…/ No es decepción” (Vuélvete
a dormir). Y sigue existiendo el miedo al paso del tiempo, medido en
cumpleaños (Balance) y en ausencias. La
presencia de la muerte es constante (Todos
los veranos son ceniza). La relación con la ausencia es ambivalente, si por
un lado parece preferir taparse los ojos (“Y nunca nos sucede” A nosotros no), sabe que “A los muertos
mejor no despertarlos”, y por otro, no deja de añorarlos, “Ya nunca más
germinará un nombre / que duerme entre mis muertos” (Muertos), aunque se rebela: “Sería una indecencia / Ver a la muerte
un día laborable” (El turno siguiente).
Rosario Troncoso es consciente de que la memoria que transforma los recuerdos
también se resiente del paso del tiempo “y ya no son hermosos / los recuerdos
del frío” (Algún dios bueno y nuestro).
“Mantengo la casa en
pie con todo en su lugar.
En
orden perfecto los cojines de la cama,
el
olor de las flores que traje del mercado.
El
hogar en penumbra.
Son
bonitas las cortinas nuevas del salón.
Hacen
muy feliz a mi madre. Es bueno. Y está bien.
Se
conserva aún tierno y tibio el pan.
El
tendedero lleno
con
cada prenda nuestra.
Y las
sábanas secándose al sol,
prendidas
solo de alfileres, vuelan.
El
levante las abraza.
Quiere
llevárselas al mar.
Pero
nunca pasan del oscuro patinillo
al que
dan las ventanas de las casas en orden.
No
se intuyen las ruinas después de los seísmos.
Mantengo
en pie la vida. Lista, pulcra, puntual:
a
estrenar para la muerte.” (Ruinas)
Creo que ser madre le ha hecho replantearse a Rosario Troncoso su
posición vital, cerrando una puerta definitivamente a la infancia que, a partir
de ahora, la vivirá en sus hijos. Y una conciencia de la muerte, cada vez más
cercana, al poeta y a sus seres queridos y que planea como una sombra. Lo que
antes fueron ausencias de todo tipo, ahora serán definitivas. De ahí el miedo y
el desamparo. Renacer, sin embargo,
habla de la alegría que es todavía posible, de la vida cuya urdimbre de afectos
(la esperanza, el amor y también el engaño y la ilusión). Quizás con una
dolorida ironía, Rosario Troncoso nos aconseja “Asumir que todo acaba /
conlleva libertad de movimiento. / Era verdad aquel consuelo inútil / de
nuestra sangre joven, / cuando éramos tan tercos / que creíamos en el orden natural
de las cosas” porque, a fin de cuentas, “También el dolor se desgasta” (Desgaste). Aun transmitiendo ese miedo a
la fragilidad, sabe que el mundo es transformación y metamorfosis somos (Crisálidas) y hay un atisbo de esperanza
en el porvenir. Aunque la esperanza consista en un sabio olvido: “Por fin se
muestra confortable el olvido” (Desgaste);
“El maleficio es éste, / el olvido, como espino perplejo / enredado al umbral
de la hermosura” (Príncipes de niebla).
“Los milagros son
muy discretos.
No avisa la
catástrofe.
Lo que el tiempo
arranca no se deshace.
No se vuelve a los
brazos de la tierra
con los ojos
intactos.
Nadie abre en dos el
mar
para trazar
caminos.
Los milagros, en
estos años raros,
son el ritmo
sencillo de lo eterno
y alimentan a una
flor pequeña
que nace entre
las rocas” (Flor)
Reflexiona sobre las relaciones humanas, la fragilidad de ellas y su
carácter líquido y efímero (El abrazo de
los desconocidos): “Inquietud. No toques nada por dentro. / Pues no hay
control. Y todo arde” (Inquietud). En
un sentido filosófico y personal, “Sin pudor manipulas / la voracidad y el
hambre y el miedo / a todo lo que era, / a todo lo que soy contigo” (Vicio). Se palpa su ansiedad hacia el
futuro (Billete de vuelta). Toma como
propios temas ajenos, anécdotas para que los lectores también nos sumerjamos en
este universo. Y no falta la perspectiva femenina y feminista,
reivindicaciones, soberanía en el cuerpo y en la casa, en la calle y en la vida.
Igualmente se rebela y reivindica (Hueco).
“Despídete de dios.
Vive ya sin tu padre
y sin tu madre.
Es hora de
llevar pancartas.
Digno representante
de lo extraño,
reniegas de milagros
y canciones de
cuna.
La fascinante tribu
que devora a los
débiles
espera tu vacío”
(Subversión)
Tiene la maravillosa habilidad de Rosario Troncoso de dotar de
musicalidad implacable lo que parece, solo superficialmente parece, un discurso
cotidiano y habitual. Baja al detalle concreto, minúsculo para hacernos sentir
el concepto abstracto y terrible. Frases cortas, como respiración jadeante. Y
su especial sentido de corporalidad para describir las sensaciones y las
reflexiones. La soledad, el miedo, la rabia las vive muy corporalmente, en la
piel y en los huesos, advierte que “Estamos demasiado lejos de la piel” (Lejos), “La espero / con el frío
enredado en los tobillos” (Todos los
veranos son ceniza).
Camino recuerda al Pessoa de Alberto Caeiro. Flor conecta con las últimas entregas de Jesús Montiel. En Bruma, “Qué son hoy unas palabras de
menos / las caricias escatimadas siempre / y la vida ya nunca. / Y vivir como
piedras. / Indolencia terminal del olvido” Darío se cruza con Cernuda. Cernuda
también en “Estos días normales que no son mar ni aire / ni regazo de nadie /
son días necesarios para sobrevivir” (Los
días normales). Incluso notamos el aliento de Neruda entre sus versos.
La segunda parte, El final de
las hadas, continúa insistiendo en estos temas. En Constantes vitales se muestra algo melancólica. Advierte que “Ya no
se renueva la savia / ni llega el aliento a las raíces” (Ciclo) porque “Hemos dejado de ser niños. / Se impone la verdad
como un cuchillo /… / Crujen las hadas como al pisar insectos, bajo los pies” (El final de las Hadas). De nuevo Gil de
Biedma.
Como decía el
Eclesiastés, para cada cosa hay un tiempo y se acaba.
“Cumplir con todo.
No aplazar los
simulacros tampoco.
Y entregar las
sonrisas dispuestas,
una por cada
uno.
Ser el niño que
finge que agradece,
incluso los
desaires.
Justificar motivos
y perdonar
ausencias.
Limpiar espejos en
ángulos muertos,
comprender que otra
huella cubre el rastro
al borde del camino.
Son los buenos
modales.
Acallar los
susurros.
Los gemidos de amor
de las estatuas.
Pues hay puertas
secretas
que se abren al
pasado.
Son atajos al
vientre de la madre.
Pero otros objetivos
espantan al peligro.
Y nos mantienen
cuerdos,
ciegos y lejos
de la lucidez.” (Los plazos)
Como colofón, al final del libro, parece anunciar un cambio de
rumbo, ¿A quién se dirige el poema último?:
“Perdón.
Perdón de veras.
Vuelve a tu paz
y a tus días simples
Yo lo siento y este es
el último poema
que te escribo” (Último poema)
Un bellísimo poemario de Rosasrio Troncoso, cada vez más "poeta" en cada una de sus obras. Este libro lo tengo y lo he leído y es realmente hermoso. Tu reseña otro tanto.
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