martes, 30 de octubre de 2018

Reseña de Juan Antonio González Ruiz-Henestrosa: ‘Recovecos’. Azur. 2018


Resultado de imagen de josé antonio ruiz henestrosa recovecosJuan Antonio González es de profesión abogado y esta es su segunda incursión en el territorio impreso, después de haberse llevado toda la vida escribiendo –y ocasionalmente quemando sus escritos en las hogueras de san Juan–. Publica opiniones y textos de creación en su blog Tarayuela. ‘Recovecos’ es un proyecto más ambicioso que su opera prima, ‘Historias de una casapuerta’ donde se recopilaban pequeños relatos, poemas y artículos de opinión. Esta es una obra más ambiciosa porque parte de una estructura más compleja y posee un diseño más laborado. El libro se compone de una serie de poemas y de una historia que se desarrolla como una bitácora a través de los capítulos y que, en cierta forma, otorga sentido a los poemas. El volumen se divide en dos partes. La primera es la del pecado, o mejor, de los pecados. De ahí la manzana de la portada. Cada capítulo, además, está ilustrado con una imagen alegórica a cargo de la artista plástica Deva. La segunda parte es la dedicada a la redención.
                La historia, narrada en prosa con la forma de un diario, nos adentra en el mar, escenario real y metafórico de nuestros miedos y espejo de lo que somos en realidad. No caben velos sino velas. El viaje del marino atraviesa escalas en cada uno de los pecados capitales como un recorrido vital: “A veces pienso que no existe tanta diferencia entre el hombre y el mar”. Los poemas, por su parte, también están organizados. Unos son más generales, dedicados a la práctica del pecado, pero también aparecen conectados a otros más personales, más íntimos, podríamos decir. Entre estos brilla con luz propia la presencia de Charo.
                Los pecados son síntomas de la fragilidad humana, los secretos son de la flaqueza de voluntad, siempre que mantengamos una visión cínica de los secretos, considerándolos a la vez necesarios, vergonzosos y perjudiciales. Este es un “viaje interior donde las mentiras son las únicas verdades”, nos aclara en el prólogo, entrelazándose el amor y el desamor, la soledad y la ausencia, los miedos y la muerte, el paso del tiempo… “Nos postramos a los pies de los pecados. Arrodillados, suplicamos clemencia por la fe perdida”. Así se encabeza la lista de pecados. El primer poema habla de la idea de “despoetizar”, e inmediatamente comienza la bitácora del viaje: “La humedad de la mar vive en mi interior desde hace ya muchos años y son inevitables las huellas que está dejando en mi cuerpo”.
La manera de abordar cada uno de los pecados consigue aportar matices distintos, desde diferentes enfoques, desde la vivencia en primera persona (“Desde mi sofá, / desde el trono de piel de caricias finas, / el día lo veo pasar”, Tronos de indiferencia; “En el pretil de la oscuridad, / el insomnio regresa a mi lado”, En el pretil de la oscuridad) a miradas más generales: Levante en calma es la pereza del viento; “Disfrazados de normalidad, recorren calles desiertas, / se sienten observados en la soledad. / El levante tiene sus propios cantautores” (Los barruntadores). Para la ira (“la alambrada invisible que todo lo ve”, La alambrada invisible) se reflexiona sobre el rencor como motor de la historia (Sangre contra Sangre), y del desamor: “hemos convertido las caricias en navajas” (El envoltorio del desamor). Érase una vez, para la envidia, imagina el final realista y desmitificado de los cuentos.
Se denominan pecados capitales no porque sean los más graves, sino porque son los que provocan que se cometan otros pecados. No es de extrañar, pues, que se intercalen reflexiones más personales entre los poemas que tienen como leitmotiv el pecado y la salvación. La incertidumbre ante la propia identidad se cuela de vez en cuando: “No me reconozco, me digo en voz baja, / ese no soy yo / el que está al otro lado del cristal” (Laberintos de hormigón); “Rodeado de la única certeza de mis dudas, / compruebo que el origen de todo / se encuentra en mi caligrafía descuidada” (Caligrafía descuidada); “Las historias de amor / no se escriben en cuentos de hadas” (Historias de amor no contadas).
En el apartado sobre la avaricia (“La avaricia nos lleva a querer ser dueños del viento”) encontramos este poema:
“La nostalgia es un espejo roto del tiempo,
un cristal empañado del vaho de los anhelos.
Es un péndulo incesante entre los recuerdos,
cuando la lluvia, en el interior de la tormenta,
golpea las ventanas de las casas deshabitadas.
La melancolía es una mirada de reojo,
es echar la vista atrás
a tiempos pasados que pensamos mejores.
Es desempolvar los trapos viejos
para llenar el aire de oxígeno irrespirable.
Somos un antes y un después,
relojes que atrasamos las horas
para jugar con el tiempo a nuestro antojo,
para que sea él el que lo haga con nosotros.
Somos un tiempo verbal,
somos un pretérito imperfecto.” (Pretéritos imperfectos)
                Podemos perseguir los bienes materiales, pero siempre se nos escapará el tiempo, objeto de avaricia por excelencia: “Desde el retrovisor convexo de los recuerdos / el nosotros se escribe en pasado /… / Desde el espejo cóncavo del olvido, / el pecado fue la avaricia de nuestros deseos” (La mesa de un quirófano). Y el pecado por excelencia, la lujuria, se muestra desde diferentes perspectivas: “Los peluches cierran los ojos sobre las sábanas blancas” (Voces inocentes), la historia de Lola o de La mujer de la mesa de al lado. Además, es el momento para la sensualidad, “Quiero sumergirme, / emerger mi cuerpo de tu interior” (Sumergirme)
“Es la tierra yerma de caricias
que busco saciar con mis labios,
humedecidos por las ansias del hambriento.
Es el abismo del deseo,
el insomnio de la madrugada,
la lujuria del amanecer.
Es tu piel.” La piel (A Charo)
Si la soberbia aprovecha un título de Felipe Benítez Reyes, Vidas improbables: “Somos millones de vidas improbables. / Millones de muertes seguras”, en la gula se muestra mucho más combativo y social Comida a domicilio o La última cena.
La conclusión de esta primera parte es agridulce, el relato finaliza con un “Mañana será otro día. Mañana no habrá más días”. La siguiente sección tampoco mejora la falta de fe porque llega la redención y vuelta a empezar: “Redimirnos es la única manera de volver a pecar”.
En esta segunda sección los paisajes se abren a lo urbano, aunque con una mirada melancólica y triste: “Ya no sólo quedan ermitaños por las ciudades” (Ermitaños del asfalto); “Sobre el plateado mar de acero / reposa / un corazón de sangre / que espera / a ser abierto al mundo” (Autopsia a un corazón); “En el andén de nuestra última estación, / somos un invisible cruce de caminos”. El otro tema que aparece de forma mucho más explícita es la muerte Si vuelvo a verte es un buen ejemplo. Sin embargo, no deja Juan Antonio González de llevarlo a su terreno, con ironía (“Después de cincuenta años a tu lado / a cualquier cosa llamas amor”, A cualquier cosa llamas amor) o con lúcida ternura
“Anoche descubrí,
que tu cuello era el lugar perfecto para morir” El lugar perfecto para morir

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