martes, 23 de octubre de 2018

Reseña de Montse Ordóñez: ‘La orilla de los nadie’. Promarex Ediciones. 2018

Montse Ordóñez desarrolla su actividad como gestora cultural en diferentes proyectos desde hace años. Este es su primer poemario editado. Deja clara la solidez de su propuesta desde las citas iniciales de Lou Andreas Salomé: “El mundo no te regalará nada, créeme. Si quieres tener una vida, róbala”; de Thomas Bernhard: “Dondequiera que llores / estaré yo” y Chantal Maillard: “Escribo porque tal vez no hablo. No me sueltes”. Libro basado en un motivo que se va repitiendo del que se exploran los matices. Las distintas partes del libro van alternando prosa poética y verso. Un poemario de rabia y contestación de los que no tienen historia, ni nombre, de los nadie, separada de los demás, los que tienen nombre, apellidos por un mar que podría unir igual que separar. Un libro básicamente político, entendiendo lo político como personal, un resentimiento vital, existencial, no sólo político, por eso la contestación está en la primera persona, en la piel: “con la precariedad de los tiempos” (La orilla de los nadie); “Nos expulsan de las casas / de las calles / de las ideas / de vivir / sortear la desidia y la manipulación / resulta difícil cuando la estupidez se manifiesta /…/ La mentira en un creo y el desaliento oración” (Desesperación); “No hay clemencia para los que deseamos conspirar contra el origen, los que estamos en la orilla de un mar de nadie” (La otra orilla). Primera persona desde el singular al plural: “Mi padre no me recuerda / Mi madre me grita” (Desorientada).
El enemigo está en el miedo, la desorientación, la sinrazón y la desesperanza. Todos estos son sentimientos lógicos después de la desilusión y el desencanto del mundo: “Acaso el mundo ya no te sorprende? /…/ Me dijiste que el mundo era otro / hace tiempo que dejó de pertenecernos” (El vuelo oculto). A pesar de todo es un libro esperanzado pretendiendo romper la indefensión aprendida: “Atrévete a cruzar esa orilla / abandona la pose del ahorcado /…/ Hazme caso / dale vacaciones al terapeuta / y cree en lo único que importa // en ti” (Augurio).
En la dinámica del yo al nosotros hay que acabar con el muro que nos han construido para alienarnos y separarnos de los demás: “Con la vida de los otros / sobrellevamos nuestras tragedias”, la incomunicación que tenemos en un mundo que se nos muestra como monólogos entrecruzados, no como una verdadera comunicación; “Las decepciones del vecino / son nuestro triunfo” (Ajenos). Del yo al nosotros global, del yo al tú que acompaña. Esa segunda persona se va convirtiendo en más importante a lo largo del poemario, porque no se escribe desde la ideología, sino desde la raíz: “Arranqué la estatua de Lenin / planté olivos y guirnaldas / escribí la historia de los Corintios / quemé bosquejos / almidoné banderas /… / Y me perdí” (A orillas de una ira).
La utopía está en la orilla, lugar para cumplir las aspiraciones de quietud y calma: “En futuros inciertos / donde la palabra no se rasgue / buscaré un lugar junto a la arena / para brindarte una oración // el mar que yo quiero” (De mares); “Desde la orilla de los invisibles / asisto asombrada a la ceremonia de la confusión” (Desespero). Una orilla es la de la vigilia, la memoria. La otra es la del olvido: “En ocasiones uno visita el mar para ofrendar miserias o improvisar altares. En las orillas vive el perdón y mueren los peces” (Perdón). Por eso Montse Ordóñez propone una utopía liminar: “Quien busque refugio, ha de inventar un confín o una aurora” (Confín).
A lo largo del poemario percibimos ritmos distintos, ecos distintos donde se rastrean Rimbaud a Blas de Otero (“Llevo en la sangre el enfado de los tiempos”, Sin pan y sin palabras). Músicas como las de Pablo Milanés (“Nos queda pasear por tantas calles / que a la muerte solo le sirve / seguir cultivando sus treguas”, De callada manera), David Bowie o el jazz. Homenajes muy claros (“y al igual que Gloria, la Fuertes / estoy más sola / que yo misma”, Sola). Consigue Montse Ordóñez compaginar una épica digna de Hölderlin y Nietzsche (“El silencio de Nietzsche / abraza la verdad del transeúnte, El padrino) con la poética sensibilidad de resistencia de Galeano. Toma la voz de los nadie, los invisibles, perturbados, ciegos, tristes, olvidados, poetas, descreídos (Orillas para un mundo) o de la mujer (Bendita seas entre todas las mujeres). También el bosque es refugio: “como refugio / los umbrales de las puertas / que no sirven” (Lamento); “A veces las raíces / son saldo y destino / a ellas regreso” (Raíces). Los pequeños espacios donde buscar protección de la misma forma que se reivindican los detalles: “Bienaventurados los que reivindican vivir fuera del tiempo, / los que respiramos y sentimos las cosas mínimas” (El destiempo de las cosas); “A lo largo de nuestra vida pasamos por infinidad de esquinan a las que no damos la más mínima importancia. Con el paso del tiempo, nos damos cuenta, que la vida misma habita en ellas, desde la noche hasta un diccionario de hallazgos” (Esquinas).
Hay una voluntad activa, aunque sea para el acto de observar: “Y en esa larga sucesión de pensamientos, el hombre se debilita cuando observa a su alrededor el dolor de los mortales, la desesperación de los andantes y la ausencia de esperanza en las ajenas miradas” (Balada triste del poeta); “Y el otro, el que todo lo observa, pone su vergüenza en los ojos y se aísla de lo que sacude su propia razón” (La vergüenza).
“Hay miradas en las que una noche no cabe
Miradas donde la leve sospecha del olvido
golpea la paciencia
del que observa
 que la vida va escapando” (Con los párpados cerrados)
En la segunda parte parece reinar la duda (“aprendí que lo saludable es no saberse, ni saber”, Verano), la decepción y la rabia: “Lo peor del tiempo no es que lo malgastes en cosas que te nutren, / lo perverso es que te lo roben, como al que le quitan la cartera o la vida” (Hurto). En la tercera, Límite, parece Montse Ordóñez aventurar otras salidas: “Urge pisotear la vanidad que nos envuelve / …/ si con esto no sirve / tendremos que saltar a otro mundo // O mudarnos al otro barrio” (Remedios para un mundo); “No nos ponen la vida fácil / aquellos que nos legislan / mienten, manipulan y fustigan /…/ No nos ponemos la vida fácil / cuando no permitimos al otro / ser libre” (Senda); “Y tal parece / que la vida, / se detuvo en ese instante, / en el que la brújula de los otros / comenzó a perder el rumbo” (Derivas).
En La orilla de los nadie se percibe la añoranza y la ausencia: “Pocas cosas me quedan de ti /…/ así un día logré entender / que todos los perfiles del mundo / llevaban tu nombre” (Todos los perfiles tienen tu nombre), de la misma manera que es inútil tratar de proteger a los que más quieres: “Me gustaría llevarte el día a casa / para evitar / que los estragos del mundo rozaran tu rostro” (Días)
Estos son tiempos de incertidumbre: “La palabra sirve de poco” (Lo imperceptible); “A los tiempos precarios y a la abrumadora y escabrosa realidad hay que agradecerle el tedio que producen” (Precariedad); a los que enfrentar el coraje de la vida en común, de los espacios compartidos (“Tal parece que hemos olvidado la decencia que nos brindan los lugares comunes, el olor del pan acabado de hacer o el murmullo de los gorriones”, Tiempo de palabras), donde convivir sin crispación (“Es necesario ir en busca de algo tan denostado como la calma”, Vuelo). La utopía de esta orilla está rasgada de indignación (“La locura de los otros / me lacera / me rebela / me secuestra”, Coser; “Pobre de ti hombre solo / la intransigencia de la humanidad / convirtió tu futuro / en un holocausto” (Elegía de un hombre solo) y por eso se basa en la ética del cuidado: (“Todo en mí es un abrazo”; “No le digas a mi padre / que vivo refugiada en la biografía del silencio”, Plegaria).
“Hay miradas en las que una noche no cabe
Miradas donde la leve sospecha del olvido
golpea la paciencia
del que observa
que la vida
va escapando” (En los ojos)

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