El enemigo está en el miedo, la desorientación, la sinrazón y la
desesperanza. Todos estos son sentimientos lógicos después de la desilusión y
el desencanto del mundo: “Acaso el mundo ya no te sorprende? /…/ Me dijiste que
el mundo era otro / hace tiempo que dejó de pertenecernos” (El vuelo oculto). A pesar de todo es un
libro esperanzado pretendiendo romper la indefensión aprendida: “Atrévete a cruzar
esa orilla / abandona la pose del ahorcado /…/ Hazme caso / dale vacaciones al
terapeuta / y cree en lo único que importa // en ti” (Augurio).
En la dinámica del yo al nosotros hay que acabar con el muro que nos
han construido para alienarnos y separarnos de los demás: “Con la vida de los
otros / sobrellevamos nuestras tragedias”, la incomunicación que tenemos en un
mundo que se nos muestra como monólogos entrecruzados, no como una verdadera
comunicación; “Las decepciones del vecino / son nuestro triunfo” (Ajenos). Del yo al nosotros global, del
yo al tú que acompaña. Esa segunda persona se va convirtiendo en más importante
a lo largo del poemario, porque no se escribe desde la ideología, sino desde la
raíz: “Arranqué la estatua de Lenin / planté olivos y guirnaldas / escribí la
historia de los Corintios / quemé bosquejos / almidoné banderas /… / Y me
perdí” (A orillas de una ira).
La utopía está en la orilla, lugar para cumplir las aspiraciones de
quietud y calma: “En futuros inciertos / donde la palabra no se rasgue /
buscaré un lugar junto a la arena / para brindarte una oración // el mar que yo
quiero” (De mares); “Desde la orilla
de los invisibles / asisto asombrada a la ceremonia de la confusión”
(Desespero). Una orilla es la de la vigilia, la memoria. La otra es la del
olvido: “En ocasiones uno visita el mar para ofrendar miserias o improvisar
altares. En las orillas vive el perdón y mueren los peces” (Perdón). Por eso Montse Ordóñez propone
una utopía liminar: “Quien busque refugio, ha de inventar un confín o una
aurora” (Confín).
A lo largo del poemario percibimos ritmos distintos, ecos distintos
donde se rastrean Rimbaud a Blas de Otero (“Llevo en la sangre el enfado de los
tiempos”, Sin pan y sin palabras).
Músicas como las de Pablo Milanés (“Nos queda pasear por tantas calles / que a
la muerte solo le sirve / seguir cultivando sus treguas”, De callada manera), David Bowie o el jazz. Homenajes muy claros (“y
al igual que Gloria, la Fuertes / estoy más sola / que yo misma”, Sola). Consigue Montse Ordóñez
compaginar una épica digna de Hölderlin y Nietzsche (“El silencio de Nietzsche
/ abraza la verdad del transeúnte, El
padrino) con la poética sensibilidad de resistencia de Galeano. Toma la voz
de los nadie, los invisibles, perturbados, ciegos, tristes, olvidados, poetas,
descreídos (Orillas para un mundo) o
de la mujer (Bendita seas entre todas las
mujeres). También el bosque es refugio: “como refugio / los umbrales de las
puertas / que no sirven” (Lamento);
“A veces las raíces / son saldo y destino / a ellas regreso” (Raíces). Los pequeños espacios donde
buscar protección de la misma forma que se reivindican los detalles:
“Bienaventurados los que reivindican vivir fuera del tiempo, / los que
respiramos y sentimos las cosas mínimas” (El
destiempo de las cosas); “A lo largo de nuestra vida pasamos por infinidad
de esquinan a las que no damos la más mínima importancia. Con el paso del
tiempo, nos damos cuenta, que la vida misma habita en ellas, desde la noche
hasta un diccionario de hallazgos” (Esquinas).
Hay una voluntad activa, aunque sea para el acto de observar: “Y en
esa larga sucesión de pensamientos, el hombre se debilita cuando observa a su
alrededor el dolor de los mortales, la desesperación de los andantes y la
ausencia de esperanza en las ajenas miradas” (Balada triste del poeta); “Y el otro, el que todo lo observa, pone
su vergüenza en los ojos y se aísla de lo que sacude su propia razón” (La vergüenza).
“Hay miradas en las
que una noche no cabe
Miradas donde la
leve sospecha del olvido
golpea la paciencia
del que observa
que la vida va
escapando” (Con los párpados cerrados)
En la segunda parte parece reinar la duda (“aprendí que lo saludable
es no saberse, ni saber”, Verano), la
decepción y la rabia: “Lo peor del tiempo no es que lo malgastes en cosas que
te nutren, / lo perverso es que te lo roben, como al que le quitan la cartera o
la vida” (Hurto). En la tercera, Límite, parece Montse Ordóñez aventurar
otras salidas: “Urge pisotear la vanidad que nos envuelve / …/ si con esto no
sirve / tendremos que saltar a otro mundo // O mudarnos al otro barrio” (Remedios para un mundo); “No nos ponen
la vida fácil / aquellos que nos legislan / mienten, manipulan y fustigan /…/
No nos ponemos la vida fácil / cuando no permitimos al otro / ser libre” (Senda); “Y tal parece / que la vida, /
se detuvo en ese instante, / en el que la brújula de los otros / comenzó a
perder el rumbo” (Derivas).
En La orilla de los nadie
se percibe la añoranza y la ausencia: “Pocas cosas me quedan de ti /…/ así un
día logré entender / que todos los perfiles del mundo / llevaban tu nombre” (Todos los perfiles tienen tu nombre), de
la misma manera que es inútil tratar de proteger a los que más quieres: “Me
gustaría llevarte el día a casa / para evitar / que los estragos del mundo rozaran
tu rostro” (Días)
Estos son tiempos de incertidumbre: “La palabra sirve de poco” (Lo imperceptible); “A los tiempos
precarios y a la abrumadora y escabrosa realidad hay que agradecerle el tedio
que producen” (Precariedad); a los
que enfrentar el coraje de la vida en común, de los espacios compartidos (“Tal
parece que hemos olvidado la decencia que nos brindan los lugares comunes, el
olor del pan acabado de hacer o el murmullo de los gorriones”, Tiempo de palabras), donde convivir sin
crispación (“Es necesario ir en busca de algo tan denostado como la calma”, Vuelo). La utopía de esta orilla está
rasgada de indignación (“La locura de los otros / me lacera / me rebela / me
secuestra”, Coser; “Pobre de ti
hombre solo / la intransigencia de la humanidad / convirtió tu futuro / en un
holocausto” (Elegía de un hombre solo)
y por eso se basa en la ética del cuidado: (“Todo en mí es un abrazo”; “No le
digas a mi padre / que vivo refugiada en la biografía del silencio”, Plegaria).
“Hay miradas en las
que una noche no cabe
Miradas donde la
leve sospecha del olvido
golpea la paciencia
del que observa
que la vida
va escapando” (En los ojos)
Un poeta analiza un libro de profunda poesía...
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