domingo, 10 de mayo de 2020

1984 son demasiados mundos felices


Quienes se sorprenden de que nos espíen, de que estén ahí fuera pendientes de nuestras declaraciones en las redes, de si compartimos un bulo o si damos nuestra opinión formada, los que presagian el control absoluto y soviético de la movilidad con pulseras o dispositivos digitales parece que nunca han leído las condiciones de acceso a cualquier App o plataforma de pago, de redes sociales o simplemente de un periódico. No sé si esperaban que su cuenta de twitter, o su blog (en blogger, tecnología WordPress), o sus fotos en Instagram fueran libres de toda carga porque no tienen pagos. Demasiado bien sabemos que todos nuestros datos, incluidos los movimientos oculares son registrados y vendidos como una veta de mineral precioso. Que ahora pongamos el grito en el cielo porque se rumoree que un gobierno en minoría, con apoyos parlamentarios contados, haciendo equilibrios para tomar cualquier decisión esté monitorizándonos a todos me parece un sueño irrisorio.
                Con la que tienen liada, con todos los frentes abiertos, con miembros del gabinete enfermos, diciendo y desdiciéndose, es una dictadura muy, muy rara. Sin embargo, no puedo negar que he leído insistentemente que estamos en una dictadura comunista. Así, sin nacionalizaciones, sin gulags, con muchos partidos en televisión criticando al gobierno… Vaya desastre de censura y propaganda.
                La tentación de decir que estamos en 1984 de Orwell o en Un mundo feliz, de Aldous Huxley por la pandemia es no reconocer que ya lo estábamos. Tengo la ligera sensación de que se habla de estas dos obras demasiado a la ligera, yo diría que muchos ni siquiera las han leído, solo un poco de vox populi. Lo digo porque soy un devoto de 1984 y sostengo que debía ser lectura obligatoria para la juventud. Si hay algo que se comporte como el Gran Hermano no es el gobierno, son las grandes compañías como Google, Facebook o Amazon, que controlan nuestras acciones. Son capaces de adelantar nuestros deseos y dirigirnos hacia un control que aceptamos gustosos. Un gobierno, y menos en esta situación, no tiene tanto poder. Un mundo feliz describía una sociedad controlada con selección genética y drogas orientadas según la clase social. No acierto a ver la similitud con el estado de alarma y sí con la utopía transhumanista tan cara a los movimientos ultraliberales.
Pero no somos solo los de a pie. Tenemos a grandes intelectuales como Giorgio Agamben, que tras minusvalorar el peligro de la Covid-19, se apuntó a la amenaza del estado totalitario y vigilante. Somos una legión de sociólogos y filósofos que podemos oler el apocalipsis en cada crisis. Pudimos intuirlo incluso en los buenos tiempos.
                La responsabilidad social del confinamiento no es la mansedumbre del cordero. Es ser consciente de la posibilidad de infectar o ser infectado. Mantener la distancia social o usar mascarilla es el símbolo de capacidad de agencia, como ponerse el cinturón o mirar en los pasos de cebra. Por supuesto que muchos lo harán simplemente porque obedecen una ley o porque temen el castigo. No veo libertario pedir la abolición de los semáforos igual que no veo libertario arriesgar a un contagio masivo porque hay que demostrar que somos libres. De una manera política, insistir en el final del confinamiento en aras de la libertad es tan imprudente como fumar en un bosque por las mismas razones. La sibilina idea de que el Gobierno nos quiere obediente porque tiene tendencias autoritarias, como toda la izquierda, es un giro increíblemente sofisticado para quienes tenemos una edad y crecimos identificando la izquierda con la libertad y la derecha con la tradición y la dictadura.
                Se habla mucho de la tentación autoritaria y del pensamiento único, de que no hay libertad de expresión, que hay un … hegémónico (léase feminismo, socialcomunismo, progresismo, buenismo…) que impide el pensamiento crítico. La ironía es que puedan decirlo, así, sin problemas, sin una policía del pensamiento que los detenga y les queme sus libros como en Fahrenheit 451 . Ya no hace falta quemar libros, los tiramos a la basura voluntariamente porque  todo está en internet. No me sorprende que muchos de los que se quejan de que no hay libertad de expresión lo hagan después de una mala experiencia en las redes. Insultos, descalificaciones, bloqueos… Eso lo experimentan después de hacer una crítica al gobierno y por eso deducen que esto es una dictadura. Cito literalmente de un comentario en la red: “Es tal la impunidad de estos actos represivos que Stalin estaría alabándoles como alumnos aventajados, si pudiera.” (Por cierto, a partir de un bulo de la ultraderecha.)
                La censura funciona desde un poder y se extiende capilarmente a toda la sociedad. La Inquisición, la Santa Inquisición basaba su poder en una red amplísima de informantes, llamados familiares del Santo Oficio, pero necesitaba del poder civil para ejecutar sus castigos corporales. A su vez, el poder civil aprovechó el control social de la Inquisición para sus propios fines. La llamada policía de balcón no deja de ser un grupo autoritarios de tres al cuarto, sin poder ninguno. Es curioso que la insistencia en el gran número de denuncias por saltarse el confinamiento no esté compensada con abusos de las fuerzas del orden (que se han dado y se darán porque somos humanos y alguien con poder siempre puede propasarse. Para eso están bajo el imperio de la ley.) Sin embargo, solo circulan por las redes bulos de multas por pasearse con la bandera española. Como si la policía, de natural tendente a la ultraizquierda, obedeciera ciegamente a los socialcomunistas.
                Pocos años veo o poca memoria. Censura de pensamiento, autoritarismo era el que ordenaba a Billy el Niño que torturara a los progres. El que espiaba y detenía, el que multaba. Ahora tenemos un mundo en el que todos podemos opinar, con mejor o menor educación, sobre cualquiera de tú a tú. La prueba está en sufrir la misma medicina, criticar a la oposición frente a muchos que en su perfil superponen la bandera española con crespón negro, o, por ejemplo, intenta desmentir un bulo contra Podemos en el muro de alguien simpatizante de Vox.... Puedes pasearte por los comentarios de las noticias de los periódicos, o los insultos a cualquier feminista. Llevan años aguantando insultos y amenazas. Y eso no justifica nada, por supuesto, es deleznable cualquier insulto. Pero que puedas criticar al gobierno y no te detengan es signo de que todavía existe la libertad, cuando Pablo Casado en sede parlamentaria insulta 37 veces al presidente del gobierno. Si realmente se hubiera acabado la libertad de expresión ni tú, ni yo, ni, por supuesto, Pablo Casado podríamos exponer sus ideas. Si acaso podríamos llamar cacatúas a algún político.
Si el Estado (socialcomunista o no) es tan omnímodo, ¿cómo hay tanta gente por las calles como dicen?, ¿cómo se escapan tantos veraneantes con sus perros?, ¿cómo hay tanta droga que se vende como dicen los programas de televisión? Nos sorprendemos de que un gobierno gobierne en solitario en un estado de alarma y todo nos parece propasarse aunque tiene que pedir la prórroga al Parlamento, sede de la soberanía nacional. Es un mecanismo regulado por la Constitución para que no haya tentación autoritaria. Y menos con un gobierno en minoría. Más prepotencia he visto cuando los partidos han tenido mayorías absolutas. De uno y de otro signo. Y alguno, que niega que el franquismo fuera una dictadura reprobable, se hincha denunciando el autoritarismo de quien tiene que refrendar el estado de alarma cada 15 días en el parlamento.
Creo que hemos olvidado pronto la crisis de 2008 en la que tuvimos que sufrir las imposiciones de la llamada troika (curioso nombre ruso para las autoridades liberales), recortando derechos sociales como la educación, la sanidad que tanta falta hace ahora, derechos laborales, abaratando despidos y propiciando la miseria mientras debíamos a los bancos hipotecas eternas sobre propiedades que ya no eran nuestras. Nadie habló de un Gran Hermano que controlaba nuestras cuentas corrientes, que nos expulsaba de los barrios donde habíamos vivido, ni de los familiares del santo oficio televisivo denunciando a quienes cobraban una paguita mientras sobrevivían con chapuzas cobradas en negro. Nadie osaba alzar la bandera de la libertad para ganarse el pan dignamente, ni para expresarse frente al Congreso sin cargas policiales, nadie hablaba de pensamiento único, ese que nos fustigaba culpándonos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Cortaron los movimientos acabando con el dinero para transporte, cercenaron el futuro con incertidumbre. Y aquello no fue una epidemia salida de la nada comunista. Pero bien que se aprovechó para ejercer la dictadura del miedo, una dictadura que se hace llamar neoliberal.

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