Dicen muchos que nuestro gobierno
ha gestionado esta pandemia de manera terrible. Insistiendo en que lo terrible
no es la pandemia sino el gobierno. Una de las muchas pruebas que aportan es
que no se tomaran medidas cuando Italia ya tenía declarada la enfermedad y se
veía el peligro de contagio. Sin embargo, eso no fue tan claro. Jugadores de
fútbol de uno y otro país se enfrentaron lo que me hace desconfiar de las
medidas que hubiera tomado el país trasalpino.
Ahora ya no
hay remedio. Ha sido todo una sangría en la que no tienen nada que ver las
políticas sobre sanidad. Unos miran hacia Alemania y su bajísima cifra de
contagiados y muertos y sentencian la obligatoriedad de los tests masivos.
Otros se fijan en Grecia, que, con mayores sacrificios en la crisis del 2009
han conseguido parar la pandemia razonablemente bien. Unos envidian a Suecia
por su “confinamiento inteligente”, apelando a la responsabilidad de la
población. No comparan, en cambio, el número de UCIs y respiradores por
habitante o la gestión descentralizada del país germano.
Las compras de
material sanitario han sido un completo desastre, marcas sin homologar,
productos defectuosos, calidades muy deficientes… Es culpa de un gobierno
inútil que no ha querido hacer las cosas bien. Al contrario de los países
vecinos que también han sufrido estos desengaños. En cambio, no hemos tenido
que hacer frente a los intentos por parte de la administración Trump de comprar
nuestras investigaciones para una vacuna. Los americanos han preferido
presionar a Alemania. Seguramente sin motivo.
Pasan las
semanas y la situación va empeorando. Se cierran fronteras, se decreta el
confinamiento pero no los cruces de acusaciones, que se recrudecen. Al cabo del
tiempo un sector de la población está cansado de la cuarentena y exige
libertad. Uno se pregunta qué se entiende por libertad y para qué la querrán.
Todo parece indicar que la queja proviene de la fase en la que el barrio que
inicia las protestas está. Es decir, como la Comunidad de Madrid no pasa a la
fase 1, el gobierno es un liberticida. Quiere ahogar a la economía por voluntad
consciente, con el único fin de implantar un régimen al estilo chavista.
Los argumentos
esgrimidos, además de las banderas, también fijan su mirada en los países
vecinos que comienzan a retomar la actividad económica y social, abren las
empresas, se reanudan las clases. En Francia los corredores pueden hacer uso
ilimitado del espacio. En Italia se va a permitir la llegada de turistas sin
cuarentena. Y, en cambio, Gran Bretaña excluye a España como destino turístico
preferente, y sí, por ejemplo, a Portugal o Grecia. Igual tiene que ver con el
número de contagios que tiene España, porque Italia, también muy castigada por
la pandemia, tampoco está entre esos destinos preferentes
Es evidente
que la crisis económica que se avecina va a ser brutal y continuada y que,
cuanto antes se reabra la actividad, menos severas van a ser las consecuencias.
Así lo entendió el Reino Unido o Suecia, que apostaron por la inmunidad de
rebaño y asumieron que los costes en vidas humanas serían compensados. Boris
Johnson topó de bruces con el coronavirus y cambió de estrategia, alcanzando
unos datos realmente nefastos en cuanto a número de contagiados y muertos.
Suecia, sin llegar a los extremos del Reino Unido, probablemente por la dispersión
de la población, también ha demostrado su error. Ha superado a sus vecinos
nórdicos en número de contagios y fallecidos y, sin embargo, también ha visto
como su economía se contrae. Por poner un ejemplo, Volvo sufre las consecuencias
de la contracción del mercado. Pueden seguir con su producción, pero nadie en
el resto del mundo las compra. Es un ejemplo trágico de la interconexión de la
economía mundo.
Todos los que
ahora se muestran adivinos con la magnitud de la pandemia no lo advirtieron
antes, cuando supuestamente tenía remedio. Así lo prueban las hemerotecas. Pero
ahora, supuestamente escarmentados, deberían ser más cautos en pedir rapidez
para la desescalada. En los países de nuestro entorno, Italia, Alemania,
Francia, Bélgica, Dinamarca… incluso fuera de nuestro entorno, como Corea del
Sur, están comprobando que relajar las condiciones del confinamiento, abrir
escuelas y negocios, gimnasios y terrazas implica un inmediato aumento en el
número de contagios.
En España,
además, tendríamos que hacer frente a un repunte con el sistema sanitario muy
tocado. Con los trabajadores y trabajadoras exhaustos, con un más que posible
shock post-traumático tras las situaciones tan graves que han tenido que
soportar. Y no es que se hayan mejorado las condiciones o los abastecimientos,
es que ciertas comunidades están despidiendo a estos trabajadores o les están
mermando el sueldo en las pagas extra. Ya no es cuestión de ideología política.
Es de vergüenza torera.
Una vuelta
atrás en las condiciones del confinamiento, psicológicamente, sería devastadora,
pero económicamente sería definitiva. No estamos preparados para responder a
las necesidades básicas de muchas familias que tienen que recurrir a la caridad
de emergencia. El gobierno aprueba una tímida renta mínima universal. Sin
embargo, muchos no miran a los países vecinos para comprobar su funcionamiento.
No conocen cómo se ha desarrollado en Islandia, no quieren mirar, no a los ojos
de la miseria, ni siquiera a los vecinos capitalistas que han tenido que recurrir
a medidas similares. Porque si no se puede vivir porque uno ha muerto o porque
no se tiene ni lo necesario para comer al día, ¿cómo se van a llenar los
hoteles, las terrazas, todos los negocios de los emprendedores?
El argumento
de que teníamos que haber mirado a nuestros vecinos para responder con
prontitud a la pandemia, después de dos meses y medio de confinamiento, tampoco
parece que sea una lección aprendida. Mejor buscamos argumentos en el entorno
como quien busca piedras para lanzarlas al enemigo, que, por lo visto no es la
covid19, ni siquiera la crisis económica, el enemigo es el gobierno de
coalición.
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