“Seré mujer, seré
muerta” (Lucía Mazzini, Uruguay)
Liberoamérica es una plataforma
nacida para “fomentar la difusión de escrituras jóvenes de diferentes partes
del mundo y de convertirse en un espacio colectivo en el que voces de toda
Latinoamérica, España y Portugal pudieran confluir y compartir sus letras
libremente” (p. 7). En este proyecto se incluyen textos en castellano, galego,
catalá y esukara procedentes de poetas de Argentina, Bolivia, Brasil, la zona
del Caribe y de Centroamérica, Chile, Ecuador, España, México, Paraguay, Perú, Portugal,
Uruguay y Venezuela. Algunas de estas autoras, como Thaís Espaillat, ya tienen
publicada obra en España. Muchas de ellas, a pesar de su juventud, pueden presumir de tener una
trayectoria consolidada.
En términos
generales, como no podía ser de otra forma, hay una gran diversidad de
enfoques, temáticas y estilos, no se puede, ni creo que sea la intención del
volumen, presentar un movimiento estético particular, ni siquiera una forma
concreta de entender la poesía para que pudiera hablarse de poesía femenina o poesía femenina iberoamericana. Más allá de la inútil búsqueda de
etiquetas simplificadoras, se advierte en gran parte de estos poemas un
cuestionamiento de la identidad femenina, en tanto a introspección individual
como a catalogación grupal: “Pero todos los rincones están habitados / por la
intensidad inagotable de la vida / en esta casa / que es la lucha de la vida
contra la muerte / y nosotras somos la muerte” (La casa, Nía Casabella, Argentina). Es, por tanto, la condición de
la mujer uno de los ejes principales de esta recopilación: “Llega la noche / y
ser mi cuerpo un cántaro voleado / mujer líquida / mujer que corre y se
deshace. / Llega la noche / para que los lobos vengan a beber de mí / y me
lleven en su boca a la aventura” (Territorio
de despojos, Carla Oliveira, Argentina).
Las poetas
hablan con multitud de estilos, de voces, de enfoques, unos son más narrativos
o combativos, incluso más experimentales: “Si me corto el cabello como quiero /
Soy lesbiana / Drogadicta / Marimacho / Reprimida / Sumisa/ Cojuda’ (/Hasthag Única y Diferente/, Lucía
Carvahlo, Bolivia); “Nosotras, las cuerdas, las revolucionarias / Las que en el
borde del barranco caminamos / A esperar, una detrás de la otra… quién se tira”
(Nosotras, Carla Reyes, Bolivia).
La condición
femenina, la posible esencia de mujer es presentada como una cuestión
problemática, no tanto por la diversidad que implica cualquier colectivo, sino
porque su papel social es siempre subalterno, dependiente de la mirada del
Otro, especialmente del varón: “disseram que nossa irreductibilidad é osso de
um homem / minhas campanheiras foram marcadas na carne / as filhas de Eva
equilibram nos tíbios carpos uma lamparina /cheia de sonos e cansaços” (Mulher é água viva, Carla Carbatti,
Brasil); “¿Qué me hace mujer? / Quisiera saberlo / Porque yo no sé, / no puedo
encontrar / el senema / que defina lo que es ser mujer / Pero de todos modos /
YO soy mujer” (Jess Velarde, Bolivia). Recorren los poemas la constancia de que
existe un guion previo, un corsé, unas normas muy pautadas para incardinar, no
solo los cuerpos, sino la personalidad íntegra de las mujeres: “Todo lo
cumplí intachablemente. // Me ocupé de las labores propias / de una señorita,
me abstuve / de levantar la voz y desdeñar / las buenas costumbres de tu reino”
(Perfecta, Nadia López García,
México, dedicado a su madre).
La
conexión, la sororidad se plantea tanto a un nivel grupal y sincrónico como con
una herencia diacrónica que conecta a las mujeres con las que las precedieron: “Cuando
uso el vestido de mi madre, acepto la muerte como obsequio / y veo cómo la
gente se hace más pequeña” (Historia de
un vestido, Ingrid Bringas, México); “Dentro de tu útero candado / fantasmas
resguardan / al monstruo feto de tus sueños de niña, / tus alas de mariposa /
tu proyecto de árbol / reducido a gusanos / que agujerean el momento / a la
gran mujer que fuiste” (Ale Oseguera, México); “Justinacha nos maldice / Desde
su lugar en la cocina / Donde el gato ronca / Y se liberan los olores / De un
banquete de dioses / que Justinacha quiere envenenar / Pero no se atreve” (Agustinacha en la tierra-sal, Gloria
Alvitres Aliaga, Perú).
“Y huyo de mi
reflejo
porque no sé
cómo sanar” (Astrid Soldevilla, Perú)
La problematización de la
identidad incluye el sexo como definición y como relación, la orientación
sexual y la maternidad: “Hay días / en que quiero fumarte en el borde de las
sombras, / preguntarte por el tiempo, / los relojes en reversa. / O por las
nubes naranjas donde veo el incendio de tu boca” (Corina Rueda Borrero, Panamá);
“Quería escribirte un poema / que empezaba así: / «Qué bueno que existan pastillas /
para no parirte un hijo»” (Thaís Espaillat, Santo Domingo). En realidad,
pocos poemas de amor: “Entonces no importa / La forma que nos miremos / Por
última vez / Sólo viajes / En los recuerdos / Que quedaron en tu mente” (Claroscuro, Gabriela Analía Arcondo
Closs, Paraguay). Relaciones que no
siempre tienen un trasfondo de goce y felicidad: “Amor, ya déjalo. / No quiero
amenazar mi descomposición / con amor eterno / para bailar la danza macabra /
sin percatarme de los gusanos” (Romina Serrano, Uruguay); sino más bien, al
contrario, una denuncia de la crueldad que pueden desarrollar: “Me dijo / que
jamás sería capaz de cortar mis alas / porque se enamoró de ellas. // Era un
hombre de palabras: / Las voló en pedazos / las hizo sal y óxido y mosaico /
las comprimió hasta la asfixia / pero nunca se atrevió a un corte” (Paola
Assad, Venezuela); “Nadie sabe que es poco hombre / hasta que toca a una mujer
/ para romperla” (A los hombres no les
gustan las mujeres rotas, Oriette D’Angelo, Venezuela); “En esta muerte circular, sin fin, / en este
aura fugitiva de mariposas / atraídas hacia el fuego, / les pese a reyes,
esclavos y matriarcas, / tú eres mi diosa, Eloísa, y yo soy tu puta” (Venus, Briande Pineda Melgarejo, México).
Comparten
muchas autoras un sentimiento de tristeza, de dolor y de rabia asociados a esa
condición: “En el fondo de la noche / permanecen únicamente / la memoria y su
inútil eternidad” (América Merino, Chile); “Tengo una cicatriz / me la hicieron
con un hacha sobre la espalda y el recuerdo /…/ Todo es una mentira / No tengo
cicatrices / sigo siendo herida abierta” (Cicatriz,
Alejandra Lerma, Colombia); “Esa tristeza que nos ata de manos y llamamos
sacrificio por el amor verdadero” (Un
fonema pájaro libera lo heredado cuando abro la jaula de mi pecho…, Sara
Motaño Escobar, Ecuador). Desenvolverse en femenino no puede sino dejar
secuelas: “Hay una belleza terrible en esos momentos / con aquel hombre y su
caja de herramientas / otra metáfora de estos días grises” (Ana Patricia Moya,
España). Las editoras quieren honrar la memoria de Daniela Lu Gonzales (1989-2018), que
falleció “el 18 de septiembre, al cierre de la edición”, cerrando el
volumen con uno de sus poemas que precisamente comienza con “La furia de estos versos”.
Ello no es
óbice para que encontremos momentos de enorme lirismo: “Bailamos in movernos y
entre tanto / la luz se deshilacha en la ventana, / recorrre, leve y gris,
nuestras siluetas / unidas por la rienda de un latido: / el eco pertinaz de
nuestra sangre.” (Madejas, Lola
Mascarell, España); “Te desconcierta
descubrir / que a pesar de todo / sigue siendo otoño” (Puede que no te dieras cuenta, Laura Pardo, España); “por la
noche se hace más fácil / confundir un espejo con una ventana / que da a la
calle” (Rendición, Maite Burgueño,
Uruguay); “Moriré entre las rocas, / en una sonoridad profunda, consumida por
el mar. / Seré la furia oceánica, / la tempestad de los vientos. / Me agitaré
entre las costas / y seré la música / que se extravió entre mis lágrimas” (Moriré entre las rocas, Norma Flores
Allende, Paraguay).
“La poesía
es un deporte extremo para una mujer que se atreve a atravesar el alambre de
los funambulistas con niños en los brazos y años en la melena” (La poesía es un deporte extraño, Sonia
San Román, España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario