La poeta Elena Román nos ofrece
aquí una generosa antología de su trayectoria que presenta sin estudios previos
ni prólogos, para no detenernos y pasar directamente a la acción. Los poemas
están ordenados en cada libro por orden cronológico.
En 21 Bisontes (2008) la poesía se escribe
en prosa. Los 21 bisontes representan, como su poesía, el intento de expresar
lo inefable: “Esto es lo que un hombre en una caverna trató de decir cuando, al
dibujar los días, le regaló a la piedra veintiún bisontes” (Uno). Se alternan viñetas de la amenaza
de la muerte (Dos) mientras “Un hombre con pijama en su terraza se rasca detrás
de la oreja para constatarse la existencia, y luego acaricia a su gato para
constatar la ajena” (Tres); “Dice la
radio que un hombre ha matado a su mujer y después se ha ido a ver un partido
de fútbol. Nada es fácil de entender si nada tiene que entenderse” (Nueve). La poesía de Elena Román siempre
esconde indicios de que la realidad verdadera se oculta en significantes que
tenemos delante sobre los que no indagamos: “Los insectos suelen significar
algo” (Quince).
A propósito de los cuerpos (2008),
publicado en el mismo año continúa la poética de lo cotidiano mirado con los
ojos de lo absurdo como Cortázar, por ejemplo en las instrucciones para tener
miedo (Peras con lunares). Cada
viñeta parece enfocarse en un personaje: “Soy la mujer sin manos (…). La
posibilidad de coger algo (tengo manos). La imposibilidad de retenerlo (no
tengo dedos)” (Tengo manos); “A ese niño le han insistido tanto en la
importancia de hincar los codos que, hoy por hoy, lleva un pupitre incrustado
del que no logra despegarse” (A hincar
los codos). Y, de nuevo, entresacamos esa pista: “Nos duele la carne viva
como la lengua muerta y, sobre todo, tener que guardar el secreto” (Lengua de trapo).
En 2010 aparece Diario de un ascensor en un bloque
de dos plantas donde ya algunos poemas están en verso: “Yo solo tengo
llamas, señor necio, / te lo digo y te lo canto con penita pena” (En el asador). La capacidad expresiva de
las imágenes de Elena Román sigue deslumbrando a pesar de que no terminemos de
agotar sus significados, “Lo que empieza en árbol termina en nube” (Se sabía). Son ejemplos de lirismo (Incremento) en los que cada vez más aparecen
técnicas surrealistas.
Si en A
propósito de los cuerpos, la organización del poemario partía de personajes en Esta dichosa ansiedad doméstica (2011)
son elementos cotidianos, la bayeta, repisas, cajones, ambientadores… que
esconden historias y ansiedades: “Si suenan los teléfonos de dos en dos / y
tengo las manos ocupadas en ordenar arañas” (Bayeta). Juega en esta ocasión con buscar nuestra simpatía para
abarcar otro espectro poético: “desde que no existo / no soy tan desgraciada” (El ánfora); “Absorta en la contemplación
solo pude dedicarme / plenamente a la idiotez, descuidando obligaciones” (El almanaque). Sospechamos, siempre
sospechamos que se trata de una excusa para que sigamos indagando en nuestro
interior: “Cada detalle de mi hogar es un hogar asegurado y yo también lo soy,
/ debiendo exiliarme por el bien de todo como mínimo una vez al día”.
Más
filosófico, sin embargo, es Destrucción
de algunos tópicos sobre lo incerto (2011), donde se juega a deconstruir,
no conceptos como en el tablero posmoderno, sino a deconstruir la playa o la
escalera (Cortázar again) o de
conceptos como la enajenación como Panero: “Los locos sí saben que están locos
/ y sí se ríen más es porque llorar / no pueden, y se expresan mejor / con los
dientes que con los ojos” (Destrucción de
algunos tópicos sobre la enajenación). Detrás de cada una de las propuestas
se oculta una puñalada doliente acerca de la vida: “Pero está mejor considerado
reír” (Destrucción de algunos tópicos
sobre el llanto); “El dolor comienza siendo un pensamiento. / La sangre
termina siendo su voz” (Destrucción de
algunos tópicos sobre la enfermedad); “La catástrofe es la única manera /
de que todo siga su curso” (Destrucción
de algunos tópicos la sensibilización). La desconfianza es una sana actitud
que debemos aprender también de los filósofos posmodernos, tanto como la
constancia de que la realidad no se refleja, se construye: “A cualquier lugar
se le llama destino / si es anunciado por los altavoces” (Destrucción de algunos tópicos sobre el viaje).
Autosuficiencia en la (2012) tiene, o
parece tener, mayor consistencia lírica, una lírica que no deja de jugar y
llevarte a callejones aparentemente sin salida para luego trepar hacia lo
poético: “La divinidad, ganada en / una tómbola, me estorba. / La tengo guardada
donde / otros hobbies impracticables” (Sobre
la divinidad); “Los versos que más me gustan / son los de medio kilo, / los
que parecen que no están / hechos del todo pero crujen” (Preferencia por). La mirada hacia lo convencionalmente poético
deviene hueca y Elena Román así lo pinta: “Pronto, muy pronto, / o nunca, muy
nunca, / nacerán / las más hermosas flores / defectuosos” (De las semillas del aire); “Mi misión es recoger / todos los
pétalos caídos / desde los balcones del mundo” (Mi misión es recoger). Una introspección penetrante comienza a
advertirse más claramente en su poesía: “Y cuando me quedo vacía de gritos,
prisas y demonios, / regreso a casa, enciendo todas las luces, / ceno demonios,
me acuesto” (La carrera). Así se
advierte en su siguiente poemario, Será
genealogía (2012), en el que las historias familiares despliegan el
argumento de los poemas: “Todas las mañanas, cuando me levanto, / piso mis
sueños” (Mi parecer); “Hemos tenido
un montón / de mascotas menos dioses. / Porque hacen mucho ruido. / Porque
comen mucho. / Porque no dan charla” (Mascotas).
La voz poética, más que a un ajuste de cuentas, tiende hacia la ternura: “Mañana
o pasado / iremos a ver cómo están nuestros muertos, / si necesitan olvido, /
si quieren que los aireemos un poco” (Su
quietud de papel).
Elena Román
continúa su particular viaje con Hombre
desatornillando caminos (2012), las asociaciones de ideas a priori
incongruentes vuelve a estar en primera fila: “Mientras el taxista acelerará,
buscando estrellarse contra / un átomo, omitiendo sus mil maneras de arreglar
el mundo” (Los tiempos cambian); “Los
tornillos son la cáscara de las palabras” (Hombre
desajustando vocabulario). El extrañamiento, como sabía Ginzburg, es un
excelente método de investigación, y un incómodo punto de vista para quien lee,
que se ve arrastrado a mirar más allá de lo obvio: “Y ahora qué hacemos con el
hombre, Maribel, / ver que te abrace, dime qué piensas o dispárame” (El santo al cielo). El homo viator sería, pues, el hilo
conductor para estas imágenes insólitas: “Después de mí, el camino está listo
para recorrerlo; / espero un poco para ver quién lo transita, / saber quién es
ahora, quién, la primera persona” (Oficios);
“Para los que quisieran atajos sin saber adónde van” (Cuatro corazones que alimentar).
La misma
táctica la podemos comprobar en Hay menú
económico (2015): “Yo quería construir un tomate” [construir un tomate (antes de hacerlo picadillo)]. Esta vez, en
lugar del recorrido de la vida, tenemos el leitmotiv del menú: “Volverme a la
cama, eso hice, pero más despacio y menos cría, / quitarme toda la carne, ponerme
verde, desabrochar verduras” (Ternera a
la jardinera); con toda la ironía incisiva que acostumbra: “Porque el mundo
era la fruta y yo era un insecto” (Fruta
del tiempo perdido). Ciudad girándose
(2015) aprovecha el entorno urbano para sus disquisiciones poéticas: “Está
científicamente comprobado que si las personas no tienen el corte de pelo
adecuado, pueden comportarse como si fueran otros, y es porque el carácter
merma con unas tijeras y/o se revoluciona con el difusor” (La peluquería). Y cada punto del paisaje, cada construcción, es
mucho más que un indicio, es un símbolo tras el que debemos seguir nuestra
intuición: “La cárcel es ese lugar donde se reparte en platos un horario para
respirar y en el que se despellejan previamente todos los minutos del día para
asegurar que no hay en ellos ni un cordón ni una lima, ni la muerte ni la vida”
(La cárcel). Verdades como puños
poéticos: “Todo el que va al cementerio sale con la sensación de que se ha
dejado algo atrás” (El cementerio) en
el catálogo de lugares y no-lugares de la ciudad, el puerto, el hotel…
Pan con pan (2016) es más íntimo, más
centrado en la introspección: “Con esto se te va a quitar –me dijeron, / y
todavía lo estoy esperando– / el dolor de ovarios y los existencialismos” (Un miércoles); “No tengo problemas con
los músicos desde que firmamos el pacto. / No pueden acercarse a más de cien
metros; / yo a ellos no me acerco, directamente, / porque no entiendo la
música” (El pacto). El extrañamiento
es ahora un procedimiento para la investigación de una misma, de la que tampoco
termina de sospechar: “La historia que me acabo de encontrar / no quiere que la
vea en sus manos / porque no se fía de su voluntad” (Historia caminando). Nada más coherente que volver hacia los sueños
y el inconsciente en su siguiente poemario, ¿Qué
hacer con Freud además de matar a Freud? (2017). Aquí da rienda suelta a
los sueños, por el Sáhara, viajes interrumpidos, muy narrativos: “Está
sonriendo en el mismo momento / en que uno de los terroristas / se le acerca
por detrás / y le pega un tiro en la cabeza” (Atentado).
La novedad
consiste en los Bonus track que abarcan poemas escritos desde 2008 a 2019.
Algunas veces son poemas como gritos: “Si no deseo expresar nada, repito
llorando mi nombre / mil veces y las que hagan falta de aquí al presente: / basta ya, Julia,
silencio, basta ya, ¡silencio, Julia!” (Julia
se presenta inestable como la mañana). Otras veces, son casi susurros como
llantos callados: “Ni el té sabe tan dulce como yo quisiera / ni puedo evitar
que se haya nublado / ni se me seca el frío de los pies /…/ Pasaremos el resto
de la tarde sin felicidad” (Velada).
En general, Elena Román tiene una actitud en la que la excentricidad se utiliza
como método de investigación, como actitud ante la vida y ante la realidad de
la que debemos recelar: “Me habla de la vida / como si tuviera sus llaves / y
estuviera aparcada cerca de aquí” (Cinérea).
Objeto preferente en la investigación es el propio sujeto, y con el mismo rigor
sospecha de la mirada y de la actuación: “No complicarle la vida a nadie. / Las
mañanas de niebla me miro al espejo y no estoy, / ni reflejo se reduce a una
nota / que dice que he salido un momento / y una radiografía de pulmones
dañados. /…/ Pregúntales por mí a los restauradores de colchones. / Ellos sí
saben quién soy, te dirán cuánto me odia” (Narcolepsia);
“Pero ese tren no puede echar a andar / porque hay alguien en las vías. / Yo
misma” (Es un tren).
Las
principales bazas de Elena Román es la imaginación en el sentido literal de la
palabra, la manera en que las imágenes pueden ofrecer lo que la razón no
termina de concretar, la intuición pura de las conexiones: “En fin, mi sentido
común / es tan respetable como cualquier flor de loto” (En fin, mi sentido común). el proyecto poético parece indicar un
camino, un método, más que unas reglas, una actitud vital de mirar más allá: “El
lenguaje de los pájaros me resulta familiar. / Comprendo el mensaje sin
descifrar muchas / de las claves que lo componen. / Lo veo flotar en el aire, y
no en la rama. / Pero si me dispongo a hablarlo / –porque quiero hacerlo,
porque necesito hacerlo–/ no se me entiende en ningún idioma” (El lenguaje de los pájaros); “¡Mira esa piedra con forma de corazón!
/…/ Ella tenía / las manos llenas de corazones / y yo/ el corazón lleno de
piedras” (Corazones de piedras). Gran
parte de los versos tienen un carácter de sentencia, de sabiduría antigua: “Guardarme
el hambre donde la sed. / No decir adiós. No decir adiós. Decir dos veces nada”
(El asunto de la sal está bien llevado);
“El tiempo es eso que aparece y desparece. /…/ Ya te he olvidado: / eso es el
tiempo” (El tiempo es eso).
“En paralelo, hay contrabando de realidades
que nadie quiere
porque son más baratas
pero se rompen enseguida” (La nueva actuación)
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