domingo, 23 de febrero de 2014

La saturación.

En la televisión nos llegan imágenes de Ucrania, una revuelta extremadamente violenta en la que la oposición pide la dimisión de Yanukóvich. En Youtube circula una pieza de una ucraniana que pide que su vídeo sea visto por el mundo. ¿Qué piden los opositores? ¿Es Yanukóvich un malvado? ¿Qué intereses ocultos manejan esta violencia? Lo confieso, no lo sé. Y lo que es más, me siento incapaz de asimilar tantísima información.

Los acontecimientos se suceden y las noticias de los medios tradicionales son parcas en explicaciones. Este fin de semana las cabeceras de los periódicos también hacen referencia al sellado de ETA de parte de su arsenal ante la mirada de una comisión de observadores. Los “verificadores” son puestos en entredicho por los medios escritos. En televisión española los entrecomillan. ¿No da la impresión de haber detrás un intento de manipulación a la opinión pública? ¿Quiénes son? ¿Quién los ha llamado? ¿No deberíamos prestarles más atención, o es todo un simple teatro de la banda terrorista? En otras ocasiones, para casos como este, siempre echo un vistazo a Gara. Y aunque siempre me lleve la impresión de estar en un planeta distinto, al menos es otra visión. Y al final me hago mi propia composición de lugar. No pretendo ser distinto, ni original, ni siquiera independiente. Sólo quiero reflexionar sobre elementos de juicio.

Las luchas cainitas dentro de la izquierda. Las críticas feroces a las candidaturas. Por poner un simple ejemplo, la iniciativa “Podemos”, con Pablo Iglesias ha recibido palizas desde la izquierda y desde la derecha. Lo más triste del caso es que el análisis más lúcido sigue siendo el que los Monty Python hicieron en La vida de Brian con las luchas entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico de Liberación, olvidando que el enemigo eran los romanos.

Podemos investigar en los medios no tradicionales, las redes sociales, medios alternativos. Pero eso no nos elimina la desazón de ser manipulados. Demasiadas fotografías con frases impactantes, demasiadas consignas repetidas y compartidas como para confiar en ellas. La información está ahí, nos dicen, al alcance de cualquiera. Pero atomizadas, desestructuradas, aisladas, sin forma de comprobar y contrastar. En el momento que salta un personaje “anónimo” en la red, inmediatamente aparece un pasado y una crítica. Y puestos a desconfiar, ¿quién nos asegura que estas redes no están vigiladas o intervenidas? Hay demasiado en juego para dejar en manos de los usuarios la capacidad libre de expresión.

WhatsApp ha sido comprado por Facebook. Un escalofrío me recorre la espalda. ¿Por qué? ¿Qué pretenderán saber de nosotros? Pues encima en toda la tarde del sábado se ha caído WhatsApp. Desde México viene la noticia de la captura de uno de los capos más importantes de la droga, el “Chapo Guzmán”. Y en el mismo Facebook ya aparecen chistes sobre el caso. Mezclando ambos acontecimientos. Por lo visto pillaron al capo porque no recibió los mensajes que le mandaban para que huyera…Así no hay manera.

La democracia, estoy convencido, se basa en una opinión pública fuerte. Pero no quiero decir con esto que sólo se trate de una prensa libre. Es importante que la haya, pero lo es aún más que los ciudadanos nos comportemos de manera activa y no nos traguemos de manera sistemática todo lo que nos envían.

Zizek recogía con mucho acierto un término acuñado por Robert Pfaller, “interpasividad”. Si la interactividad hace referencia a la actitud activa del espectador que influye en el emisor, la interpasividad es la suplantación del emisor de la actividad propia del espectador. El ejemplo paradigmático es la risa enlatada en las comedias. Ríen por nosotros. Piensan por nosotros en los debates. Averiguan por nosotros en los programas de investigación.

Debemos luchar contra estas imposiciones. Hay que evitarlo a toda costa. No dejar de pensar, de considerar otras perspectivas, de sospechar de la información. Buscar las noticias crudas y hacer la digestión en solitario.

Como historiador y sociólogo debería estar más preparado para intentar evitar los intentos de manipulación. Y es cierto, sospecho siempre. Cuanto más unanimidad en algo, más sospecho de ese consenso. Y, realmente, no me suelo equivocar. Siempre hay gato encerrado.

Más aún, sospecho que tantísimas noticias son una estrategia más de desinformación. Es imposible estar al tanto de tantas cosas, como se supone que hacen los tertulianos en sus numerosas citas mediáticas. ¿Cómo pueden saber tanto de cada suceso que acontece cada día? ¿Cómo pueden tener una opinión y una solución tan rápido? Imagino a los pensadores de los think tanks, a toda prisa buscando excusas a la actuación de los responsables después de la muerte de los inmigrantes en la frontera de Ceuta. ¡Venga! Que no podemos permitir que entren todos, que hay 30.000 esperando a cruzar, que la crítica a la actuación de responsables políticos es una crítica a la sacrosanta Guardia Civil…

Pero reconozco que ya no doy más de mí. No puedo hacerme una opinión de todo lo que está pasando a mi alrededor. No puedo contrastar las noticias. Imposible. En estos momentos me acuerdo de la abdicación de uno de nuestros mejores reyes, Amadeo (lo digo por lo breve: el rey, si breve, bueno):

“todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.”

domingo, 16 de febrero de 2014

Mr. Marshall y la reforma laboral




Por muy profundamente superficial que sea, me resultaría incómodo no reflexionar acerca de los acontecimientos que están sucediendo en el sitio de donde soy. Resido en Rota, una ciudad que parece vivir de dos cosas. El turismo y la Base Naval. Además está de actualidad a causa del escudo anti-misiles. Este mismo martes ha llegado el primer destructor. No olvidemos que el escudo anti-misiles no obedece a intereses españoles directamente; pertenece a la OTAN y está más cerca de defender a los Estados Unidos que a los propios implicados, que además estarán en el punto de mira en cualquier conflicto armado.

El pueblo anda revolucionado. Está a la espera de nuevos puestos de trabajo, aunque el comité laboral del personal civil español asegura que se han reducido dentro de la Base. La gran esperanza está en alquilar viviendas a las familias norteamericanas que vienen. Se habla de más de tres mil nuevos vecinos. Para promover las oportunidades dentro de la localidad, el ayuntamiento ha puesto en marcha una oficina, llamada Welcome to Rota. Comercios, taxis, hostelería esperan con ilusión, no la salvación de la crisis, pero sí, al menos, un alivio. Se organizan charlas para asesorar en el alquiler de casas, cursos de inglés para atender a la nueva demanda… Se calcula que se crearán unos mil puestos de trabajo en la zona.

Olvidarse de Bienvenido Mr. Marshall es muy difícil. En la película de Berlanga todo el pueblo se unía para dar a los americanos una recepción fantástica. Todos invertían su tiempo y dinero en acomodar la localidad a lo que se esperaba de un pueblecito español. A cambio, cada uno podía pedir un y solo un deseo a los americanos. Invertimos en mejoras en la casa confiando en tener un alquiler de mil doscientos, mil quinientos o dos mil euros.

Con la crisis que llevamos encima, ¿cómo negarse? Ni siquiera somos capaces de percibir peligro o desventaja de ningún tipo. Cada año se organizan marchas pacifistas en contra de la Base Naval y no suelen encontrar entre los roteños otra cosa que incomprensión. Es preferible no pensar en riesgos para la salud, ni en el peligro militar. Da puestos de trabajo y eso basta. Por supuesto no todos piensan así. Una pintada, de las pocas del pueblo con crítica social, sentencia: “Welcome to Rota, Give me pan and tell me tonto”. Sin embargo da la impresión de ser la tónica general.

No todo el mundo va a trabajar en la base, no todos tenemos casa que alquilar a los americanos, pero todos piensan que va a ser bueno para la economía del pueblo, que de alguna misteriosa forma, repercutirá en cada uno. De una manera positiva, por supuesto, no porque los precios de los productos y servicios subirán con la demanda; no porque se saturen los servicios municipales; no porque entrañe algún peligro de explosión… Se comprende que la discreción debe ser la norma en una instalación militar, pero no se ha informado a la población de los posibles riesgos.

Pero no sólo de la Base vive el hombre. Tenemos también el turismo. Un turismo exigente, lejos ya de los tiempos del veraneo familiar de dos meses en pisos alquilados. Para atraer al nuevo turista hay que diversificar la oferta, mejorar las instalaciones, participar en Fitur, recibir embajadas de alemanes o suecos. Vender el pueblo, en el sentido que le da al término el marketing. Y por supuesto, preferiblemente turismo de calidad, nada de mochileros o campistas. Restaurantes, hoteles, comercios en general serán los beneficiados de este turismo y los encargados de redistribuir la riqueza que tiene que venir.

De todas formas todavía la población llega a triplicarse durante los meses del verano. La saturación llega a colapsar los servicios del pueblo, lo que ha llevado a encarnizadas luchas políticas municipales y recriminaciones mutuas.

Sin embargo, el turismo es un motor económico un tanto precario. Con una importante volatilidad y con una repercusión socio-laboral limitada, no se promociona una gran variedad de puestos de trabajo. El turismo obliga a una servidumbre un tanto peligrosa. Se corre el riesgo de convertirse en un mayordomo propio de otras épocas, siempre dispuesto a conceder los caprichos del señor.

Creo que este pueblo es una parábola de la situación general del país. La difícil situación económica permite percibir la ampliación de una Base Naval como una buenísima noticia. Al margen de que esto suponga ponernos a su total disposición, arriesgar nuestro esfuerzo, aceptaremos cualquier condicionante, poner nuestras administraciones al servicio de este amo exigente y condescendiente. ¿Y qué mejor metáfora para referirnos a estar al servicio que el turismo?

¿Qué diríamos si quisieran implantar una central o un cementerio nuclear en nuestro pueblo? ¿Seríamos capaces de cegarnos sólo porque da puestos de trabajo? Aceptaríamos, creo, pensando en la miseria de muchas familias. ¿Seríamos entonces capaces de aceptar cualquier condición de trabajo? Es lo que nos dicen para justificar los cambios en la legislación y las condiciones laborales a través de múltiples reformas, cambios de reglamentos, convenios y otros movimientos mucho más oscuros.

La lista de reformas laborales que nunca cesan, las declaraciones de los empresarios que nos aconsejan olvidarnos de un puesto de trabajo fijo o de un sueldo estable. Prometemos, como decía Rosendo, estar agradecidos. La ilusión de un futuro mejor, o al menos, menos malo, nos está hipotecando. Las perspectivas son paradójicas, la cosa está fatal, soporta entonces cualquier puesto; pero va a mejorar, ilusiónate. Mr. Marshall llega ahora de nuevo, preparémosle el pueblo, maquillemos nuestras miserias, tengamos fe en nuestro salvador. Y pidamos un sólo deseo, un trabajo, un alquiler...

En mi hambre mando yo. Así contestaba un jornalero a un cacique que quería que trabajara para él en condiciones miserables. Salvador de Madariaga y José Luis Sampedro le recordaron. Esa clase de nobleza moral es la que quisiera encontrar en nuestros días inciertos.

domingo, 9 de febrero de 2014

Superpoderes



Este es un artículo que me da miedo porque una cosa es apuntar a la estupidez de los gobernantes o de las mentalidades que nos atenazan casi de una manera anónima e inconsciente y otra hablar de algo que puede herir sensibilidades que tienen rostro y corazón. No quiero hacer daño a nadie, no es mi intención minusvalorar ni mirar por encima del hombro. Pido perdón porque estoy seguro que no voy a ser capaz de perfilar los matices ni clarificar la diana de la desazón que me provoca este tema.

La metáfora más potente que pretende describir la sociedad actual tiene que ver con un círculo al que se pertenece, en el que se está en el límite o del que se está excluido. Atrás quedaron las pirámides feudales que visualmente justificaban la desigualdad entre los gobernantes (pocos y poderosos) del resto de los mortales. Igualmente se han superado los estratos que aparentemente evitaban la prohibición de ascenso –y descenso- de posiciones sociales pero que describían una sociedad organizada entre los más importantes (arriba) y menos importantes (abajo). Ahora estamos todos dentro de un círculo, somos sectores (económicos, sociales, profesionales) y el peligro a evitar es la marginación (literalmente, estar en el margen) y la exclusión.

A esta lógica de evitar la exclusión pertenecen los movimientos asociacionistas y también los eufemismos del lenguaje políticamente correcto. Entiéndaseme bien, creo que estos movimientos son esenciales para conseguir un mundo más humano y más justo. Y tan importante es el decir como el hacer, aunque esté de moda ridicularizar las excentricidades, por ejemplo, de los críticos del lenguaje no sexista. Más aún, creo que incluso estos movimientos, estas asociaciones, estos activistas, estos profesionales deberían cuidar aún más sus expresiones.

Me refiero, por ejemplo, a las asociaciones de afectados por diferentes síndromes, trastornos o discapacidades. Éstas han desarrollado una labor crucial en la normalización de la vida de personas que no hace tanto estaban cargadas con un estigma. En los años 60 y 70 en los Estados Unidos principalmente, pero también en la vieja Europa se desarrollaron movimientos en contra de la estigmatización de las personas con problemas mentales. La antipsiquiatría, el Dr. Laing, Deleuze, Alguien voló sobre el nido del cuco… y sobre todo ese genio de la sociología que fue Erwin Goffman. Destaparon la crueldad con la que la sociedad de los “normales” trataba a los diferentes. Los etiquetaba y abandonaba en instituciones para que no fueran visibles a los ojos de los ciudadanos sentimentales y bienpensantes.

La teoría del etiquetaje, el efecto Pigmalión o el teorema de Thomas son familiares en el ámbito sociológico. Según éstos la misma percepción de un problema en algún individuo (delincuencia, por ejemplo) acababa por incapacitarlo porque la sociedad le negaba cualquier posibilidad de cambio, lo reducía esencialmente a ese problema y evitaba por inútil cualquier intento de convivencia en plano de igualdad. Foucault fue un maestro explicando el proceso. Problemas graves de visión en una persona lo convierten en un “ciego”. La palabra no es una mera descripción, se convierte en un acto performativo, le cambia la sustancia, no es una persona con una característica, sino que es la característica la que define al individuo y le roba cualquier matiz a su personalidad. Abriríamos un manual médico y ya sabríamos hasta qué tipo de música o de comida le va a gustar, cuáles serían sus manías y sus preocupaciones.

Deficiente, luego discapacitado, ahora con capacidades diferentes… Quizás sea una lucha perdida porque cada nuevo término que pretende ser un eufemismo (literalmente, nombrar adecuadamente, es decir, describir adecuadamente lo que traemos entre manos) se convierte en tabú. Sin embargo, repito, es importante a pesar de todo.

A menudo escucho en programas bienintencionados, conferencias, charlas o incluso con amigos que estas personas que están luchando contra la exclusión tienen cualidades extraordinarias. Y no sólo porque ya es extraordinario enfrentarse a problemas impensables para el que no los sufre, sino porque poseen cualidades excepcionales en otros muchos campos. Es que estas personas son más cariñosas; no pueden ver, pero tienen un oído y una sensibilidad fuera de lo común; sacan malas notas, pero es que tienen una inteligencia mayor, pero que no se ajusta a lo cuadriculado de la escuela… Da la impresión de que tener un defecto, en realidad es un don, le otorga superpoderes en otro campo.

Los profesionales, médicos, asistentes, trabajadores y educadores sociales deberían ser cuidadosos con esto. No deberían insistir en lo maravillosa que es una persona que toma con alegría una discapacidad. ¿Por qué no se puede tener y estar preocupado, deprimido, con el carácter agrio? Se está obligando con este discurso a luchar no sólo contra la discapacidad y con el estigma, también a encarar las cosas con un ánimo inquebrantable, con un espíritu superior, con una sonrisa obligatoria, que dé ejemplo a los demás de entereza. Creo que es demasiado obligar. Sufrir un grave problema vital no te evita de todos los demás problemas, ni de tener un carácter complicado o una personalidad problemática. Ser víctima no te hace mejor persona.

Es curioso porque cada vez que se habla de un genio, de un talento extraordinario en cualquier capacidad, siempre se recalca un defecto bien físico, bien de personalidad. Si eres un genio en las matemáticas, eres esquizofrénico. Si tienes un talento extraordinario para la música, tienes una personalidad infantiloide. Si tienes una mente privilegiada, eres antisocial… Como si tener un don tuviera que estar compensado con un defecto. Einstein era disléxico; Mozart, retrasado; Sheldon Cooper, asperger.

Gran parte de la labor de quienes sufren y quienes acompañan a estas personas se centra en eliminar la etiqueta discriminatoria. Una labor tan ardua que consume gran cantidad de esfuerzo humano, económico incluso. Campañas de sensibilización, peticiones, charlas, concienciación y apoyo mutuo. Quedan, además labores de efectiva ayuda a solucionar o paliar en su caso los problemas en sí, que debieran ser el verdadero objetivo: investigación médica, terapias, tecnologías, retirada de barreras arquitectónicas…

Creo que es un error, humano y comprensible. Parece como si para demostrar a la sociedad que una persona con síndrome de Down, con Trastorno de Déficit de Atención, o con parálisis cerebral son valiosas, tuvieran que apostillar que tienen otras cualidades inexistentes en las personas llamadas “normales”. No deberíamos pensar en que el valor de una persona tiene que ver con las cualidades que económicamente sean rentables, ni que tenemos que demostrar una cualidad para ser dignos.

Ser humano es, y es lo que defiendo, digno en sí mismo y cualquier discriminación que disminuya el valor de una persona, que margine, que expulse de la convivencia a quienes no se valen de la misma manera que el general, tiene que ser erradicada. La igualdad de los seres humanos es el elemento básico de nuestra supervivencia como especie. La solidaridad y la ayuda mutua marcan genéticamente nuestros rasgos. Conseguir que la vida sea lo más cómoda posible para todos tiene que tener, necesariamente, una atención especial a quienes padecen problemas que, además de impedir un desarrollo similar a lo que estadísticamente tienen los demás, han soportado durante demasiado tiempo la etiqueta de un estigma.

domingo, 2 de febrero de 2014

Toda afirmación es ideológica




Esta famosa sentencia de Mannheim resume prácticamente el tema de hoy. Digo resume, que no desacredita. Ideología es un término que se utiliza para desprestigiar cualquier opinión propuesta por un adversario. No creo que sea capaz de añadir nada a lo que ilustres pensadores han escrito sobre la ideología, ni Marx y la falsa conciencia; ni Habermas, ni Zizek, ni, por supuesto, el inefable Ricoeur. Quizás me acerque más Eagleton y su concepción de la estética como ideología. O mejor al contrario, la concepción de la ideología como una estética.

Según los medios conservadores –y a menudo, los no supuestamente conservadores-, cuando los vecinos de Gamonal presionan en contra del bulevar es porque estaban manejados por ideologías extremistas de izquierda. Cuando los trabajadores de la empresa de recogida de basuras hacen una huelga, es que se trata de una huelga ideológica y política contra un gobierno del Partido Popular. La marea blanca, la verde o la rosa son ideologías que rompen los valores ¿naturales? de los hombres con sentido común.

"Conviene indicar que el feminismo ideológico no es más que un paso en el proceso de deconstrucción de la persona. De hecho, los argumentos que sustentan el pensamiento feminista, en sucesivas evoluciones, han propiciado la ideología de género y las teorías Queer y Cyborg".

No es un profesor de sociología del conocimiento quien lo dice, es el obispo de Alcalá, Reig Plâ. Y creo que ha acertado completamente en el diagnóstico. Judith Butler estaría satisfecha con Reig Plà como alumno. Lo ha pillado, ha captado el mensaje. Ha equivocado el sentido pero ha entendido el fondo. El feminismo ideológico realmente no tiene un sentido apocalíptico -¿pero cómo podría un obispo resistirse a un mensaje apocalíptico?-, sino que es un mensaje liberador para el ser humano que no debe atarse ni siquiera a la biología que lo construye.

Leo en los canales habituales de internet que circula la teoría de que Pepga Pig (sí, la de los inofensivos y empalagosos dibujitos) no sólo es una feminista sino una rabiosa comunista por pretender compartir sus cosas. Creo que, sinceramente, hay que tomarse a broma esta diatriba emprendida por un columnista de derechas y algo tarado de Australia. Pero también recuerdo cuando bloggeros conservadores acusaron a la película Cars (Coches) de ser propaganda izquierdista. Incluso los mordaces articulistas de Jot Dot han considerado que Mary Poppins es una feminazi. ¿Qué nos está pasando?

La labor de ciertos sectores de la prensa es tan extremista, sitúan la posición tanto a la derecha, que programas tan ñoños como Barrio Sésamo nos parecen radicales. Compartir, tener respeto a los demás, aceptar a homosexuales o diferentes acaban por parecer totalmente revolucionarios.

En cambio también leo que después del varapalo de los tribunales, el gobierno de la Comunidad de Madrid ha reculado y cesado en su empeño de privatizar la gestión de varios hospitales. Ha caído el consejero Lasquetty, pero el presidente ha matizado que la decisión no ha sido ideológica: "Nunca planteamos esta iniciativa como un proyecto ideológico, solo buscaba hacer sostenible nuestro sistema sanitario", ha recalcado Ignacio González. Aquí debo reconocer que me pierdo. No llego a comprender cómo un sistema sanitario público es ineficiente, es decir, hace perder dinero y sin embargo, puede haber dinero para pagar a una empresa privada que sí va a sacar beneficios económicos. ¿De dónde se supone que va a salir ese dinero que antes no había? ¿Va a haber dinero para pagar a los trabajadores, las medicinas, el mantenimiento, para tener una buena asistencia a los pacientes… y encima llegará un montante generoso para los gestores? ¿Cómo se hace eso? Si hay gestores tan buenos haciéndolo, ¿por qué no los contratan como asesores y lo hacen ellos mismos?

Peppa Pig es ideología, Cars es ideología, Mary Poppins es ideología, pero las privatizaciones no son ideología. Me recuerda a otra ideología absurda que circula por ahí. Una ideología fea que hace rechazable cualquier propuesta. Cuando ciertos sectores de los medios y los políticos acusan de nazis a cualquier cosa. El independentismo es nazi, los escraches antidesahucio son nazis, las manifestaciones y concentraciones del 15M o Rodea el Congreso son nazis, nos dicen. El aborto es eugenesia nazi, incluso el ecologismo es nazi. Ahora, unos sujetos que venden parafernalia nazi en un puesto de un mercadillo patrocinado por un ayuntamiento, eso no es nazi.

Cuando no nos gusta una cosa decimos que es ideológica. ¿Es que nadie defiende su ideología? ¿Es malo defender lo que uno piensa? ¿Es malo defender los propios intereses? No, no es malo. Lo malo es tener una ideología.

Han repetido millones de veces que lo público no es bien gestionado, pero eso no lo hace verdad. Eso es ideología, su ideología. O es una mentira obscena para tapar las ansias de dinero que va a generar a las empresas adjudicatarias, tan cercanas por otra parte, no sólo al partido en el poder, sino a las personas concretas que ocupan los cargos del poder. Al contrario de los carnavales donde nos disfrazamos para ser más indecentes, creo que la ideología es el disfraz, medianamente decente, que oculta ese expolio.

Los think tanks de la derecha adoctrinan a sus tertulianos para que insistan que las protestas son una manera para quitar al partido popular en la calle lo que han perdido en las urnas. De esa manera hacen resonar en el inconsciente el triunfo de Zapatero junto con la Revolución de Asturias de 1934, mientras que olvidan las manifestaciones en contra del aborto, las del foro de la familia, y en contra del terrorismo. Es una manera de silenciar las voces que claman en las calles.

Seamos valientes, aceptemos que tenemos unas ideas, una forma de ver el mundo. Aceptemos que ninguna forma de ver el mundo convence totalmente a todos, quizás porque cada uno tengamos unos intereses que nos vuelven ciegos hacia algunos ángulos e iluminan maravillosamente otros.

Son los carnavales y me apetece disfrazarme. Hoy me voy a vestir de feminista, o de comunista, o de anarquista…