domingo, 29 de noviembre de 2015

Los ateos y la navidad



En estos tiempos inciertos en los que todo se trastoca y adelanta, en los que es difícil tener claro qué va antes y qué va después, en los que se reinventa la historia y las palabras acaban significando caprichosamente surgen debates que adquieren una inusitada relevancia a nivel cotidiano. Los símbolos se cargan de un significado más radical, se transforman en marcas definitorias de la ideología, de la personalidad, de la calaña de cada individuo.
Se habla de nueva política, aunque demasiado a menudo es difícil distinguirla de la antigua. Esta nueva política, de plataformas y partidos sin nombre de partidos parece enfrascada en una lucha simbólica. Poner o no poner la representación del monarca, retirar o no los símbolos franquistas, evitar que las mujeres aparezcan mercantilizadas en las celebraciones, desaprobar las manifestaciones religiosas en las instituciones… Sospecho que es una manera muy fácil que tienen ciertos poderes fácticos de desacreditar a estos advenedizos. Espero sinceramente que su política consista en algo más que en corear eslóganes y tocar las narices del hombre de a pie.
Me pregunto si tácticamente es buena idea enfrentarse a la opinión pública por cuestiones meramente simbólicas o si es preferible posponer esta lucha por los espacios de representación y enfrascarse en problemas más prosaicos como el reparto de competencias, presupuestos, implementación de políticas de igualdad más allá de las nomenclaturas… Me lo pregunto seriamente porque sé que la cultura, entendida en el sentido más amplio, es un ámbito hasta cierto punto independiente y es un campo de batalla, a veces, tan importante como el monetario. Ocupar los espacios públicos que tradicionalmente se han arrogado otros ha resultado efectivo, por ejemplo, en la lucha contra el terrorismo. Es por eso por lo que no me parece mal la campaña de los llamados autobuses ateos. Si sólo se manifiestan los creyentes es fácil creer que la dicotomía está entre los distintos credos, en lugar de poner en juego la ausencia de fe como opción a tener en cuenta y respetar.
Soy ateo, y un ateo combatiente. Tengo que confesar que no soy un prodigio de coherencia y que he cambiado de parecer con el tiempo[i]. Ser ateo combatiente significa que no respeto las ideas de nadie por ser las ideas de nadie. Respeto a las personas, y en especial, procuro respetar la fe auténtica, la manera en que cada uno se maneja con cuestiones sobre la eternidad, la existencia de dios o el fundamento profundo de su moral. Pero, para discutir, necesito argumentaciones más allá de esa relación personal con dios. Discutiré cualquier cosa para procurar convencer, que no aplastar. Con-vencer, vencer con, como me considero convencido cuando alguien me muestra algo distinto y mejor a lo que yo pensaba.
Por otra parte, considero que es prácticamente imposible hacer cambiar a otra persona de ideas, si éstas son profundas. El sentido que tiene escribir estas palabras, o meterme en discusiones reales o virtuales, es sobre todo quebrar la hegemonía en el pensamiento. Tendemos a escuchar o a seguir a quienes sostienen opiniones similares a las nuestras, de esta forma nuestros argumentos se refuerzan. Sólo nos llegan las posturas más ridículas e indefendibles del contrario, lo que nos hace más intransigentes en nuestra posición. Escuchar en un debate tranquilo explicaciones más o menos razonables quizás no nos convenzan, pero abrirán una brecha en la totalizadora posición de partida.
Así que, sin pretender convencer a nadie, mi opinión es personal y la comparto por ese afán que tenemos de compartir ideas. En primer lugar creo que la religión tiene un papel excesivo en la vida pública española. La católica me refiero. No me vale el argumento de que la mayoría de la población está bautizada porque hasta hace no mucho era obligatorio el bautizo. Tampoco me parece que se mantenga eso de decir que soy “creyente pero no practicante”. Es una manera bastante hipócrita de considerarse a uno mismo que da fuerzas al sector más intransigente de la jerarquía católica para exigir un trato preferencial, no sólo frente a otros credos, también a los que no profesamos ninguno.
Que la cultura española esté enraizada en el catolicismo es un hecho, pero eso no quita, precisamente, que tenga que ser para siempre. El castellano que hablamos se parece pero no es el mismo que el de Galdós y ha cambiado mucho más desde el de Cervantes. Las costumbres cambian. La tradición no es, al menos para mí, un argumento serio. Tradicionalmente se ha despreciado a las mujeres, como hacen muchas religiones, que no les permiten el sacerdocio, y eso no significa que tenga que ser así. Tampoco comprábamos con tarjeta de crédito ni llamábamos por móvil.
Además, festividades como la navidad, son anteriores al cristianismo, y se vistieron torpemente de religión a lo largo de la edad media. No tiene sentido que el hijo de José y María naciera en diciembre y los ángeles lo anunciaran a los pastores que estaban durmiendo al raso. En este clima estarían muertos de congelación. Las primeras comunidades cristianas lo celebraban en varias fechas a lo largo del año. Es más bien el intento de hacerlos coincidir con el solsticio de invierno, dotando de simbología al día más oscuro del año. Parafraseando a Shakespeare, es justo antes del alba.
¿Se puede celebrar la navidad, hacer regalos y no ir al trabajo siendo ateo? Yo creo que sí, que todos aceptamos nomenclaturas y rutinas aunque sabemos que no son ciertas. Por ejemplo, seguimos diciendo que el sol sale, cuando sabemos perfectamente que es la Tierra la que gira sobre sí misma. Aceptamos el descanso dominical, que es el día del señor. Paramos de trabajar el día de la Hispanidad, o día de España, o día del Pilar, que ya me tienen liado. Por cierto, la semana de siete días tiene que ver con el ritmo lunar y la mayoría de los santos son celebraciones paganas.
Regalar me parece bien, es una oportunidad de mostrar tu cariño, aunque, he de reconocer que molesta un poco tener que hacerlo cuando las tiendas están a rebosar. Y es un poco latazo comprar por comprar, sobre todo a aquellos con los que no tienes una afinidad desbordante. También se regalan en los aniversarios, en los cumpleaños… cualquier motivo es suficiente.
Lo que me parece impropio es que las instituciones públicas se sitúen con una fe determinada. Un belén en un colegio, por ejemplo. No me parece oportuno. Ni siquiera me parece adecuado que se imparta religión en los colegios (que merece debate aparte), ¿cómo se va a representar una religión concreta en un espacio que es de todos, ateos, cristianos, musulmanes…? El crucifijo en las aulas ha desaparecido y nadie lo ha echado de menos, pero estoy seguro que muchos cristianos protestarían y otros bramarían para que volviera porque es nuestra cultura. La mía no, ¿por qué va a presidir mi clase? Ni siquiera estoy de acuerdo con tener una foto del jefe de Estado o una bandera.
El ejemplo norteamericano es paradigmático. Es una sociedad en la que la religión ocupa un lugar muy importante, pero cada uno con la suya. Un episcopaliano, un judío, un luterano han aprendido a vivir en comunidades que comparten el espacio. Hay templos que sirven a varios cultos, así que no tienen ninguna marca externa de ninguna religión concreta. Han conseguido crear una navidad vaciándola de contenido religioso. Más allá del frenesí consumista, los estadounidenses han inventado una tradición, con sus valores de hermandad y buena voluntad. Tienen también su figura, “Santa”, que representa estos valores que trascienden cualquier credo, como todas las películas navideñas se encargan de repetir todos los años.
Yo, como ateo, no pienso que sea necesario un ente superior que nos haya creado, y si lo ha hecho, mi resentimiento o su sentido del humor no tienen límite. Las religiones, cada una a su manera, han intentado que los hombres se sientan mal, los propios con las culpas y los pecados, el resto, por no compartir la fe y merecer la condenación eterna. Respeto que otros puedan tener sus convicciones, pero preferiría que no tomaran las calles como si no hubiera ninguna duda de sus ideas y costumbres. Me gustaría hacer notar que sí, que me molesta la hipocresía de representar un belén y no tomar medidas contra los desahucios, que se hable de epifanía y se criminalice a los emigrantes y refugiados, que se hable de hermandad y de paz y se masacren países enteros. Habría que recordar que los capellanes castrenses bendicen las bombas que destrozan vidas y predican poner la otra mejilla. Por eso, y mucho más, creo que los símbolos religiosos, los que tradicionalmente están en el país donde vivo, y los que están en otros países, son símbolos de distancia entre los hombres y encarnan unos valores con los que se han iniciado guerras. Por eso estoy en contra.
No digo que haya que imitar a los americanos, como tristemente acabaremos haciendo, digo que es posible crear un espacio público en el que la religión no esté presente institucionalmente. Un espacio público donde quepan todos los credos, incluso el ateísmo. Sin prohibir ninguno, pero cuidando especialmente que ninguno se sienta superior. Si alguien quiere su celebración, que la organice, con el límite, evidente, de respetar todas las ideas y sin que ninguno acabe montando un belén. Mientras tanto, disculpen, que estoy pensando en los regalos de las fiestas que vienen.




[i] Me parece absurdo mantener unas ideas con las que no me siento a gusto si soy capaz de actualizar el sistema operativo de mi ordenador. Haber defendido una posición de adolescente no me parece motivo suficiente para seguir defendiéndola. Mis ideas son las mejores, simplemente porque si encuentro que las de los demás demuestran ser más efectivas o más inteligentes, las cambio. Es lo que tienen las ideas. Procuro actualizar mis razonamientos y las bases de mis juicios en la medida de lo posible. Así que tampoco me extraña que en el pasado haya tenido puntos de vista sensiblemente diferentes.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El buenismo



Una de las consecuencias de los atentados del pasado 13 de noviembre en París, como casi siempre sucede, es el rearme de la sociedad. Rearme en el sentido más bélico de la palabra. No sólo el de aquellos que piensan en venganzas, también en los que, de una manera más prudente, pero muy explícitamente, piden mayor seguridad. Es necesaria la unidad contra el terrorismo, dicen, nos están atacando. No es un plural inclusivo, es bastante excluyente. Nosotros somos atacados por vosotros, marcando una tajante diferencia entre un bando y otro.
Las Patriot Acts que el gobierno de Bush pudo sacar adelante tras los atentados del 11S pueden ser ejemplificadoras. Preferimos sacrificar una gran parte de nuestras libertades, dejando al Padre Estado que se ocupe de nuestra seguridad. Las declaraciones de Hollande en lenguaje totalmente bélico van en el mismo sentido. La Asamblea Nacional Francesa ha aprobado la prórroga del estado de emergencia tres meses. Se piden más controles en los aeropuertos y en las fronteras, y de paso, se contribuye a la sospecha de los refugiados.
En el fondo da igual, los terroristas que atentaron en Francia no eran extranjeros, ni refugiados, eran europeos, vivían en Francia o Bélgica, conocidos por la policía. ¿Qué se pretende con aumentar la vigilancia? Como tristemente comprobamos a menudo, las cámaras de vigilancia, o no graban con nitidez o sólo las utilizamos a posteriori, para que los programas regurgiten repetidamente esas imágenes aumentando la audiencia con cargo a la indignación y el sufrimiento.
No lo digo sólo por las conversaciones de cafetería, de Facebook o de la calle, son los creadores de opinión pública, aquellos que con sus discursos en tertulias o en sus columnas acaban creando un estado de opinión. Son los que ofrecen los pensamientos ya precocinados, listos para calentar y servir. Que si estamos en una guerra y hay que defenderse, que si ya está bien de paños calientes, que hay que ser contundentes en la respuesta, que si ya está bien de buenismo
Estos opinadores hablan, copiando la pueril jerga conservadora americana, de los chicos buenos incapaces de defender a los suyos de los chicos malos. Todos estos tienen un complejo de Harry, el Sucio que, sinceramente, me asusta.
Yo quiero romper una lanza por el buenismo. Rompería todas las lanzas si fuera posible. A efectos tácticos, el terrorismo lo que busca es acrecentar la espiral de odio hacia los musulmanes. No están intentando hacer respetable su lucha en la sociedad internacional, al contrario, lo que están consiguiendo es quebrar la unidad de convivencia, hacerse odiosos, provocar. Por eso, seguirles el juego no me parece buena idea a no ser que estemos tan interesados como ellos en un conflicto armado sin fin.
Resulta más efectivo, por comprobado, que acabando con la financiación se acaba con el problema. Creo firmemente que lo que ha dado la puntilla a ETA no ha sido simplemente la lucha antiterrorista, la colaboración de Francia y la respuesta social. Tristemente sostengo que la crisis ha acabado con sus fuentes de ingresos y me extraña que nadie más haya apuntado en esa dirección. Al menos que yo conozca.
El buenismo tiene tan mala fama como eso del multiculturalismo, como dice García Albiol, que es uno de los principales problemas de Europa. No sólo es malo el buenismo en cuestiones de terrorismo, en todo el aparato judicial es una especie de cáncer que impide el correcto funcionamiento del sistema, que se acabe averiguando los culpables y castigándolos con la severidad necesaria para que no se les ocurra volver a delinquir.
Demasiada laxitud en las penas, y lo sé porque trabajo en un instituto, no es buena política, pero tampoco lo es tener a todos firmes como en los cuarteles de las películas. Un país no es como una clase, por supuesto, pero permite distinguir algunas cosas. También está últimamente muy mal visto tener buenas intenciones o tener una opinión positiva a priori.
Por supuesto que hay que pensar más en las cosas malas de los buenos que en las cosas buenas de los malos, porque te causan más dolor de cabeza una pequeña traición de alguien cercano que lo que te pueda aliviar un beso en la frente que un asesino pueda darle a sus hijos. Lo malo es malo. Pero no se puede vivir en un mundo desconfiando de todos. No se llega a ninguna parte que me interese, porque, si activamos todas las reservas, suspendemos todas las libertades y permitimos todo tipo de abusos por parte de la autoridad, ¿qué civilización estamos defendiendo?
El sistema penal español es, por lo visto, muy garantista. Lo dicen como el que se compra un turbodiésel con todos los accesorios para llevar a los niños al colegio. Al buenismo se le acusa de permitir que los acusados mientan, de que no se puedan conseguir confesiones ni pruebas, de atar las manos a la policía… No quiero ni imaginar cómo se sentirán todos estos que pretendían condenar a la mínima sospecha si tuvieran una denuncia falsa. Pero claro, entonces sería problema del sistema que permite denuncias falsas… Y así un no parar. Y mira que lo vemos en las películas cuando condenan a un inocente, pero no nos acordamos de Santa Bárbara hasta que truena.
Un sistema garantista está para que el ciudadano normal se pueda defender y cosa muy distinta es que los aprovechados utilicen las grietas del sistema, que las hay y puestas adrede, para salir airosos. Que se invalide una prueba básica a un juez o se pierdan unos documentos en el caso de un exministro no es por ser un sistema garantista, es por pura corrupción del sistema.
Hay que cambiar muchas leyes, y hay que hacer un gran esfuerzo para salvaguardar lo que de humano tiene nuestro mundo. Atacar el buenismo como el que ataca una pintura rosa en las paredes por ser demasiado ñoña nos lleva a una sociedad en guerra de todos contra todos, en la que será imposible cualquier colaboración, interesada o no. No nos dejemos convencer por quienes tienen esa visión del mundo y aprovechan los momentos de crisis para imponerla. Porque ni siquiera es por su bien. El rearme, incluso el rearme moral, sólo hace subir en bolsa a las empresas de armamento.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Vender ciencia



Estamos acostumbrados a tener una basura de televisión. A no poder disfrutar porque los programas son cada vez más zafios y con menor gusto. Sólo se salvan algunas series y, por puro masoquismo, algunos debates y entrevistas. Por eso se alegra uno de que existan programas, no sólo documentales, sobre cultura o ciencia más allá del reality. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce.
La cuestión de la cultura siempre resulta problemática. La historia, bien se sabe, la escriben los vencedores y está continuamente renovándose y bullendo temas y conceptos que ponen en duda cualquier confianza que se pueda tener. Historias de Españas imperiales, entes eternos que se perpetúan a través de los siglos, obras y artistas discutibles y discutidos, trivialización del arte…
La ciencia, a primera vista, parece fuera de cualquier controversia. Es ciencia. Y eso te da la tranquilidad de que sucede aquí y en Pekín (o Beijin, que ya se ve que la Geografía es mudable). Normalmente los peros suelen aparecer cuando la ciencia se convierte en divulgación. Divulgación que suele ser sinónimo de puerilización, de mercantilización, de cuatro tonterías más o menos espectaculares, sin ningún tipo de sistematicidad. La 2 de televisión española es el hábitat natural de este tipo de programas, de los que, de todas formas, debemos agradecer a dios.
No voy a hablar de Redes porque ya pasó a mejor vida en la parrilla televisiva (vaya nombre, si la televisión es la parrilla nosotros somos los chuletones). Hablo de programas como Yo mono, o de Órbita Laika. El primero es para acabar malo de los nervios. No dudo que el presentador sea un gran especialista en el tema, un primatólogo de primer nivel, pero el programa, con tantos subespacios y con los invitados haciendo monerías… no hay forma de que uno acabe sabiendo nada de nada.
Lo que sí acaba uno es teniendo la sensación de que le están vendiendo algo. La ciencia se suele vender como libre de valores, aséptica, sin tomar partido, sin ideología… eso lo dejamos para las humanidades y la política. Pero, especialmente la antropología, suele tener un tufillo rancio, un aroma a darwinismo social que difícilmente supera la prueba del algodón. Parece ser que ahora los seres humanos tenemos dos ancestros, los belicosos chimpancés y los pacíficos bonobos y que debemos aceptar nuestra agresividad como natural mientras, a la vez, potenciamos nuestra capacidad empática. No se aleja mucho de la metáfora platónica del auriga que conducía un carro con dos caballos, las pasiones buenas y malas. Nada nuevo bajo el sol.
Órbita Laika es distinto. Para empezar es un programa con un presentador especialmente brillante, rápido de reflejos, simpático y ágil en la conducción. La sucesión de colaboradores molesta un poco en un programa tan corto, los invitados, de vez en cuando te dan sorpresas, como el gran Goyo Jiménez, muy puesto en cuestiones de ciencia, pero la mayoría de las veces están de relleno.
Sin embargo, si nos fijamos bien, es un programa muy cargado de ideología. Y esto se puede hacer extensible a muchos llamados a sí mismos científicos, o defensores del método científico a los que se les puede aplicar una sentencia de Juan de Mairena. Este ilustre alter ego de Antonio Machado sabía que los griegos habían cambiado la fe en la religión por la fe en la razón. Sí, el cientifismo (permítanme el palabro) es también una ideología, es decir, en parte irracional y en parte lógica, pero invisible para los que están en ella.
Para los cientifistas todo lo que provenga de un laboratorio es sagrado e incuestionable, en especial si contradice el sentido común. Y hay que ver la cantidad de tonterías que se dicen comenzando por “La ciencia dice que…”, o “un estudio de la universidad de… ha concluido que…”. Suele ser una ideología conservadora del status quo, que tiende a quitar la razón a los que se enfrentan a las grandes corporaciones. Son escépticos para algunos casos y muy crédulos para otros. En la terminología de Umberto Eco, más que apocalípticos, son integrados, muy integrados.
Por ejemplo, tachan de pseudociencia todo aquello que relaciona la hipersensibilidad electromagnética con los cables de alta tensión o los transgénicos con un riesgo. No hay pruebas concluyentes, como si las pruebas no hubiera que buscarlas, que estuvieran ahí delante y no verlas equivaldría a no existir. Son capaces de asumir como dogma la autosugestión antes que aceptar la sensibilidad química múltiple. ¿Cómo se demuestra la sugestión psicosomática? ¿No es demostrar que algo que no existe influye realmente en las personas sugestionadas? La OMS pasó de admitir la hipersensibilidad electromagnética en 2006 a rechazarla[i]. Al contrario que la homosexualidad. Hay que reconocer que la ciencia demasiado a menudo es poco científica.
En el pasado programa de Órbita Laika una presentadora, muy puesta ella, muy a la moda y muy delgadita, nos asusta con un estudio que sentencia el final de los alimentos para pasado mañana, más o menos. Somos demasiados en el planeta. Las alternativas son completamente desquiciantes, huertos verticales, cultivos en Marte (que digo yo, si los melones de Chile los recogen muy verdes, no quiero saber cómo vendrán del planeta rojo), y, transgénicos. Todo esto para que en dos minutos nos vendan los transgénicos como única alternativa razonable a la crisis de superpoblación. Sería mucho más científico hablar de pros y contras de algo que no sabemos cómo puede influir en nuestro organismo. Pero, y esto se escapa, siempre se escapa, los transgénicos son productos industriales en manos de pocas empresas, como Monsanto que imponen a los agricultores, no unas semillas resistentes a las enfermedades y con mejores propiedades, les venden la esclavitud, les venden la dependencia inexorable que les obligue a comprar año tras año semillas estériles, que se endeuden y endeuden.
Después hay una encuesta callejera sobre el fracking. Quedan demostrados los prejuicios de un público que apenas sabe del asunto pero que irracionalmente se opone. Para culminar la jugada, una voz en off (mucho más científico, es la Verdad) con unas animaciones explica cómo se realiza el fracking, incluso hace referencia a los riesgos y peligros, pero concluye que es la única alternativa al fin de las reservas de combustibles fósiles. ¡Es una tomadura de pelo! No es ciencia, es publicidad hacia este proceso. Estar en contra es de progre indocumentado. Lo verdadero progresista es estar con la ciencia y la tecnología, a favor de todos estos avances técnicos.
Y así todos los programas, al par que nos ilustran, aunque sea de una manera más con el espectáculo que con la ciencia, nos inoculan la aceptación de unas tecnologías, como la nuclear, que suponen un enorme riesgo y un peligro terrible que ha quedado demostrado en demasiadas ocasiones. La ideología pretende pasar como natural lo que son condiciones artificiales e interesadas. La ciencia y la tecnología, ya sabíamos, son ideología y son utilizadas para que aceptemos de buen grado ciertos negocios a gran escala.


[i] No soy especialista en el tema, pero un vistazo a los estudios que pretenden denostar la hipersensibilidad electromagnética son bastante endebles en la metodología y muy ambiciosos en los resultados: se me ocurre que son pocos sujetos, poco tiempo de exposición, no se tienen en cuenta los efectos combinados de las distintas radiaciones o las variaciones ambientales que puedan influir…