miércoles, 19 de mayo de 2021

Reseña de Gemma Solsona Asensio: ‘Blancogramas’. InLimbo Narrativa. 2020

BLANCOGRAMAS | GEMMA SOLSONA ASENSIO | Casa del Libro


Gemma Solsona Asensio publicó en 2009 Valgamar junto a Tebu Guerra, Maullidos (Stonberg, 2016) y Casa volada (Huso, 2919) y ha participado en numerosas antologías, como Ars moriendi, también para InLimbo. También ha ganado el certamen Terroríficas II y coordinó diversas antologías. Imparte talleres de Escritura Creativa y Relato.

El motivo principal sobre el que giran los relatos aquí incluidos es el color blanco. La simbología psíquica de los colores está muy enraizada en la cultura concreta y obedece a criterios un tanto arbitrarios que, sin embargo, deben anclarse en la lógica metafórica para que tengan un sentido dentro de la comunidad cultural y aporten explicación hasta que se convierten en intuiciones previas a cualquier razonamiento. Así hablamos de arriba como bueno y abajo como malo porque todos entendemos que durante la enfermedad y la muerte se está postrado y venirse arriba implica físicamente la incorporación. Por eso es una metáfora que se entiende tanto en español como en inglés, en idioma hablado y en gestos de pulgar. Con el color blanco sucede que está asociado a la vida porque ese es el color de los líquidos vitales, la leche materna y el semen paterno. El blanco es el símbolo de la pureza porque cualquier imperfección se advierte claramente –y esta podría ser la razón de ese despiadado afán por broncearse la piel–. Es símbolo de la luz y el conocimiento por mucho que la blancura puede cegar tanto como la ausencia de luz. Ese es quizás el gran acierto del Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. No obstante el blanco no siempre se asocia a aspectos positivos. Uno se queda en blanco en un examen, o es el blanco perfecto en una diana. Para la civilización oriental, el blanco es el color de la muerte y el luto, porque ese es el color de los muertos. Es una realidad tan incontestable que entre nosotros el término lívido ha pasado de significar azulado como los cadáveres a blanco como los muertos. Gemma Solsona ha sabido llegar mucho más allá y explorar las posibilidades de inquietud y sombra que tiene el color blanco. El artwork, el diseño de la portada, como toda la colección de InLimbo, afianza la promesa en un universo de miedos ante lo que debería ser el territorio conocido de la infancia sin perversidad.

En cada uno de los relatos, de una u otra forma, el color blanco adquiere un protagonismo, a veces incluso siniestro, y siempre misterioso. El territorio del terror, de la angustia no siempre es el extraño, mucho más inquietante resulta lo cotidiano, lo conocido aquello que se escapa a la mirada atenta. Un personaje tan querido como Mary Poppins puede ejercer una influencia mucho más turbadora que el desconocido de la casa deshabitada, y todo sin contar con que la señorita Poppins siempre me ha resultado amenazante con la firmeza y severidad que demuestra, por mucho que estuviera dulcificada por el rostro de Julie Andrews, demasiado hermosa para interpretar al personaje según la autora. Peligrosa también puede ser la relación con los más cercanos, con las familias, con las mejores amigas.

 

Sin embargo, a medida que se acercaba su cumpleaños, el humor de Cat se tornó más caprichoso. Y muchas veces se limitaba a observarme desde un rincón, jugueteando con sus ratoncitas, y me sonreía y susurraba: «Me quieres mucho, ¿verdad, Clarita? ¿Harías cualquier cosa por mí, Clarita?». Y yo asentía, jugaba con sus muñecas y comía, seguía comiendo su tarta de cerezas, casi mi único alimento los últimos días de aquel mes de julio. (Adorada Cat)

Aprovecha Gemma Solsona la estructura del cuento para llevarnos de la mano hacia lo inquietante, revuelve la estructura del relato parra que pasemos por los márgenes de aquello que se oculta y amenaza, por mucho que sea la nívea luminosidad lo que nos ciegue. Dotados de un estilo claro y elegante, con las imágenes precisas y sin trucos de guion, son siete relatos de diferente envergadura, unos parecen inmersos en el realismo más minucioso mientras que otros exigen traspasar el umbral. La figura de lo monstruoso adquiere el rostro angelical y acompaña en una pendiente de desasosiego más evidente al confrontarse a la inocencia supuesta. No podemos negar un ambiente gótico aunque los topoi de cada relato puedan situarse sin fisuras en la actualidad, en un futuro posapocalíptico o en la época victoriana y es uno de los grandes aciertos por hibridar de manera natural un estado de ánimo atemporal.

En los tiempos compartidos con Lucrecia, no tan lejanos, la bohemia se nos representaba a través de los rostros níveos de artistas y musas desafortunadas, veladas regadas de absenta –aunque no la hubiéramos probado– y escenas sacadas de un cuadro de Lautrec. Lucrecia, en esos días, se burlaba de mis cándidas insinuaciones. (La alcoba blanca)

El terror es el abismo que nos enfrenta, no siempre a nuestros miedos, sino, sobre todo, a nuestros deseos, como el que se asoma al espejo de Blancapiedad, el deseo de tener un ángel en el desván, o el prodigio de sutileza de Cucarachas blancas. Elementos sutiles como las plumas, los ratoncillos configuran un universo peculiar que nos induce a la sospecha de irrealidad en cuanto levantamos los ojos del volumen. Más que la sangre o los monstruos que persiguen, Gemma Solsona prefiere sembrar la inquietud con elegancia. Que así sea.

Firmar libros que perdurasen en la memoria de otros niños como yo, inspirarles tardes de aventuras mientras devoraban su trozo de pan con vino y azúcar. Qué tiempos… En el fondo, algunos escritores logran vivir para siempre a través de sus personajes, ¿no? Pero aquí me tienes aún, escuchando los relatos que me traes en esos libros de biblioteca. (La dama de los guantes blancos)

domingo, 16 de mayo de 2021

Los extremos se tocan

El otro día, durante las clases, sufrí una decepción de las grandes, como profesor y como persona que vive en democracia. Tocaba hablar de los regímenes democráticos, de los autoritarios, de las distintas instituciones de España y la Unión Europea cuando uno alumno saltó defendiendo que “Franco no había sido un mal dictador”. Me aseguré de que no hablaba de bueno o malo como se habla de un mal veneno que no consigue envenenar. En su conciencia no había entrado siquiera el concepto de pluralismo político o división de poderes y, sin embargo, había aprendido el soniquete de que Franco no era tan malo, que había conseguido un orden y una paz que ahora no tenemos. Aunque no deje de pensar que podía ser una provocación intencionada la desazón es grande. Son alumnos que no han conocido otra cosa que la democracia, cuyos padres, probablemente tampoco recuerden excesivamente el franquismo. Quizás sea por eso.

También me afectan otros momentos en los que se detecta cómo los discursos adultos van calando de manera irreflexiva en los alumnos. A los pocos días un alumno mayor, con capacidad de razonamiento y madurez notables llegaba a la conclusión de que los extremos al final acaban pareciéndose, que eso es lo que había sacado de estudiar los regímenes de la historia contemporánea universal y de España. Había entendido que la autarquía franquista, a fin de cuentas, era igual que el comunismo estalinista, una forma autoritaria de control de la población, la economía y la ideología. La polarización podía llevarse, según ese alumno, al panorama político actual. Los extremos no solo son malos, sino que se tocan. Dicho de otra forma Podemos y Vox son igualmente detestables porque básicamente son lo mismo.

Tuve que recordarle algo tan obvio como que durante el estalinismo, entre los millones de muertos y deportados estaban los burgueses y aristócratas mientras que el franquismo cuidó muy mucho de la burguesía y la aristocracia que lo había alzado, que puso a su servicio el régimen y el propio Estado para que pudieran enriquecerse y controlar la sociedad. No hablamos de maldad de unos frente a otros, sino que no son extremos de una misma cuerda, son caminos distintos en los que podemos espigar similitudes pero que se distinguen radicalmente.

Parte de la culpa la tiene la malinterpretación de Hanna Arendt del fenómeno del totalitarismo. Identificar nazismo, fascismo y estalinismo ayuda y clarifica muchísimo los mecanismos de los Estados que anulan la voluntad individual, pero embrolla enormemente las diferencias entre unos y otros. Para el fascismo el Estado servía para salvar a los capitalistas, para Stalin el objetivo era un capitalismo de Estado, ahogando a los trabajadores en aras de la lucha final. La condena firme que debe establecerse hacia el estalinismo, el maoísmo o las atrocidades de los jemeres rojos ha tapado que existe una forma democrática de entender el comunismo. El PCE apoyó unánimemente una constitución monárquica –no todos los diputados de Alianza Popular lo hicieron– mientras que no hay ninguna manera democrática de entender el fascismo. Luego habría que clarificar si hay algún partido en la actualidad escena española que pueda ser tildado de fascista.

Hemos llegado a un punto en la identificación política que se considera extrema izquierda lo que se hubiera tachado de socialdemocracia templada durante la Transición. Personalmente he escuchado tachar de extrema izquierda a El País, cuando ni siquiera Al rojo vivo de Ferreras es particularmente radical. Por eso resulta tan llamativo la recurrente acusación de guerracivilista, como si el PSOE de Prieto o de Largo Caballero tuviera algo que ver con el PSOE de Montero y Calviño, criadas en el más sentido neoliberalismo. O si el Podemos de Pablo Iglesias estuviera abogando por quemar las iglesias, válgame la redundancia. El problema, a mi entender, es que se toman como extremos dos elementos que no tienen por qué ser extremistas. Uno puede ser todo lo vehemente, incluso faltón, que quiera pasar al extremo. Un defecto, quizás, de una mente dicotómica, o a lo sumo, tripartita, en la que hay, como en los sueños de Trapiello, dos extremos y un centro que rehúye de ambos. Todo ello, en el caso, como decía, que se sitúen en la misma línea argumental, porque no tiene demasiado sentido comparar la política de Biden por un lado y por otro la de Netanyahu y decir que ambos son extremistas. Ni siquiera, por lo que vemos, poner a un la do de la balanza los ataques del ejército israelí y los de la población palestina, por mucho que Hamás considere, en sus estatutos, al estado de Israel como su enemigo. ¿Son comparables? Por supuesto, siempre se puede comparar, lo que no se puede es sostener que son equivalentes.

Todas estas decepciones hacen que comprenda la decisión final de Stefan Zweig.

 

miércoles, 12 de mayo de 2021

Reseña de Ángel Ballesteros Gallardo: ‘El pecho del amor muy lastimado’. Talavera de la Reina 2021. Edición no venal


Ángel Ballesteros tiene la delicadeza de hacerme partícipe de su poesía con esta nueva entrega. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, compagina su pasión por la historia con la poesía. El autor advierte que el título del libro de los capítulos son versos de san Juan de la Cruz, y, efectivamente, el espíritu comparte con una visión mística de la vida: “El asombro fue primero, / después, un paso diario; / monotonía, calvario /…/ Y seguimos el camino”. Ángel Ballesteros compone el poema como se camina, deteniéndose en los detalles, sin prisa, por los senderos y las rutas que, por mucho que se atraviesen, siempre tienen algo que ofrecer, un detalle que cambia, un perfil que pasaba desapercibido. Y, sobre todo, porque al caminar –el poema– se es consciente, a veces dolorosamente consciente, del paso del tiempo y de que uno ya no es el mismo, arrastrado por el tiempo.

El primer capítulo, bajo el verso Entre las azucenas olvidado, ya presenta los temas fundamentales de este poemario que, como anuncia el título, tiene un tinte de sufrimiento mientras que se demuestra un amor a la vida: “El tiempo nos pesa tanto / y no permite ya cambios / en los relojes y pasos”. Relojes, pasos y camino son elementos que se repiten y componen el armazón conceptual del volumen. El homo viator en su acepción más anclada en el tiempo, en su concepción de kronos, del tiempo que se repite, del acontecimiento no excepcional, “Pesa ahora mucho el paso / casi el reloj ya parado”.

Saben conectar los poemas el peso de la tradición mística y de aceptación de la voluntad del destino (“Nuestra esperanza, /llueve fuerte en la plaza, / sobran las lágrimas”) con los elementos más coincidentes de las tradiciones taoísta y budista: “Hoy, roto ya el plato, / nada tiene la forma / que tuvo en el pasado”; “Paso que pasa, / quise olvidada, / agua estancada, / todo fracasa”; “Nube que pasa. / Va y viene, paso y danza, / miedo y palabras”. No es sin embargo una reflexión filosófica conceptual y etérea, está anclada en la experiencia presente, la que se siente en los huesos y la que se saborea.

“No sé cómo leer estos latidos,

yo creía, pensaba que la cumbre

era mía; soñar junto a la lumbre,

saborear momentos ya vividos

/…/

Juego de mesa, cartas, pasatiempo…

carátula de gestos y de mimos.

Lo que quieras, siempre será un apaño”

Quizás sea más explícitamente creyente la siguiente sección, Más el amor fue tan alto. En ella se encuentran oraciones poéticas: “¿Y si yo le preguntar / su respuesta me sanará?” junto a elementos de lo cotidiano, el sueño y el camino en una contraposición muy machadiana, como Machado supo adaptar la mirada del haiku: “Es mucho lo vivido, mucho más lo soñado”; “Si yo buscara / el camino de mar / río sería”. Palabra en el tiempo, sin duda: “Mi ahora, reloj parado. / Mi siempre, el amor soñado”.

Hay en los poemas incluidos en Un no sé qué que queda balbuciendo casi de juego infantil: “Lanza que lanza, / luna que aúna, / viento que siento, / juegos con egos… / doy un portazo, / salgo corriendo”; “Peones que giran, / globo que asciende / coge tus sueños y vete /…/ Paso y no quiero, / espero la jugada / en un banco sentado “Al escondite no, / que al no encontrarte / se pierde la ilusión”. Son elementos que acompaña la vida del jubilado, los juegos, los toros, las añoranzas de los amigos que se van. En ellos se ve la sombra del covid tanto como el natural paso del tiempo. Aparece el kairós, el instante que todo lo trastoca: “Cruza la calle un caballo, / el cielo la golondrina, / lenguaje de crucigrama / y tu buscas la salida”.

Sabe alternar estos versos de aparente sencillez y gran profundidad con otros que juegan a rimas infantiles, populares en el mejor sentido de las palabras –el que le dio el Machado, pero Manuel–: “Era canción repetida: ‘hoy como agua’ / monótono reloj, repetición de instantes”; “Agua que a la mar no llega, / el miedo que cierra puertas, / nadie sabe lo que pasa, / en el cielo no hay estrellas”; “Manzana de tentación / cómete una, cómete dos. / Aceituna aderezada / y si picara poquito / entonces será mejor”; “Cuéntame un cuento / que el bueno siempre gane, / que tenga besos”. Así conviven con muchos otros que podrían haber salido de las clases de Abel Martín: “Para soñar / no sé por qué camino / mi caminar”; “Libro leído, / en esa estantería / como olvidado”; “Preguntas ¿y para qué? / La respuesta siempre tiene / algo leve que ocultar: /pétalos sí, de mentira, / olor tal vez de verdad”; “He de decir que siento esta tristeza / como alguien que quitó / el vaso de mi mesa”; “No sé las cosas / que pasan tantas veces / sin dejar sombra”...

La observación diaria en la que lo cotidiano se ve atravesado por lo excepcional dota a la poesía de Ángel Ballesteros de un contraste que enriquece los versos al entretejerse unos poemas con los otros. Así podemos contemplar “Bajo la tela viaja, / una gotera / juega a sembrar de sombras / todo mi techo” y luego sentarse a considerar la “Confusión entre los pasos y los sueños”. Dice con razón usar  “Viejas palabras para ideas viejas” porque así se describe una poética que no busca el barroquismo ni una novedosa expresión, ni expresiones que pronto estarán demodé. Se busca lo original, que deberíamos recordar que se refiere al origen. Hay en la poesía de Ángel Ballesteros mucho de verdad, de la búsqueda para distinguir lo cierto de lo aparente, de emprender el camino para buscarla juntos:

“Yo sé de dónde vengo y no me cuente

lo que dice que hice y no estuve

en esa falsa historia con que miente”

 

domingo, 9 de mayo de 2021

Malos modos


La costumbre que se está instaurando dentro de las democracias occidentales de estar en campaña electoral continua confieso que me abruma. No porque considere que los ciudadanos debamos desentendernos de la arena política durante largos periodos entre comicios, más bien al contrario, porque necesitamos una serenidad a las que las campañas electorales dan poca tregua. No estoy de acuerdo con la extendida acusación de polarización de la lucha política. El clima de crispación tiene antecedentes muy claros en la campaña mediática y política contra el PSOE de Felipe González que supo aprovechar la cantidad indecente de casos de corrupción e inmoralidad.

No son ajenos los cambios tecnológicos en la recreación de batalla dialéctica continua. En los momentos del “váyase, señor González” la irrupción del formato tertulia brindó a los medios de comunicación una manera relativamente barata y sencilla de rellenar espacio de emisión y de transmitir mensajes muy claritos a la audiencia. Un presentador lee el periódico y entre todos comentan las novedades. Llamaba mucho la atención la enorme cualidad intelectual y cultural –léase en modo ironía– de todos estos tertulianos que lo mismo opinaban de la operación Atlanta que de la inflación en la zona euro, de los contactos privados de un presidente de comunidad autónoma que del sistema de subvenciones del cine español.  Pero sobre todo se trataba de llamar la atención. Primaba el que más espectáculo podía ofrecer, no necesariamente el que más gritara, pero sí el más faltón, el que insultaba de manera más soez, el que tomaba partido por los suyos comulgando con ruedas de molino porque así el oyente podía identificarse sin sonrojo. ¿Cómo van a mentir si piensan lo mismo que yo? No soy tan despreciable por apoyar a mis corruptos, los otros son de largo mucho más sinvergüenzas… Así se alimenta el autoengaño y se convierte la política en un juego de hooligans enrabietados.

La llegada de Twitter ha llevado al paroxismo esta tendencia que, por otra parte, hace desconectar a los participantes del mundo real. Periodistas y tertulianos se quejan de que en la selva de las redes se opina sin tener conocimiento, arrogándose una autoridad moral y profesional que, francamente, están muy lejos de poder reclamar. No en todos los casos, por supuesto. No es que unos sean menos neutrales que los otros, es que el filtro editorial que marcan las empresas dueñas de periódicos, televisiones o radios establece qué se puede decir, qué línea hay que seguir, sobre qué temas se puede hablar y de qué forma. En los tuits se pueden saltar cualquier límite razonable para que luego salte al whatsapp o telegram y se difunda sin control, como la publicidad de los influencers. Aquí también triunfan los malos modos, que son los que aplauden unos e indignan a otros y que a todos hace participar.

Comentaba el otro día con una investigadora sobre el maltrato infantil las diferencias entre los conflictos entre iguales durante mi infancia en los que podíamos llegar a un momento de rabia intensa y mala sangre, pero que terminaba olvidándose al día siguiente porque habían pasado unas horas desde el final de las clases y el inicio de la siguiente jornada en las que los ánimos se iban calmando. En el fondo nos caíamos bien y lo mismo peleábamos como jabatos que hacíamos trabajos de ciencias juntos. Esa desconexión no sucede en la actualidad, los acosos, los insultos, la mala sangre se perpetúa durante toda la jornada y parte de la noche gracias a los mensajes de whatsapp, de los tik-toks y las indirectas en Instagram.

Los políticos en campaña son como los adolescentes con Whatsapp. A la gresca continua porque necesitan copar el espacio publicitario 24/7 de las redes sociales. La mesura y los buenos modales no consiguen motivar la participación y mucho menos la adhesión de los votantes. La campaña electoral en la Comunidad de Madrid resulta clarificadora de muchos de los defectos de la sobreexposición a los medios. No ayuda el clima bélico en los discursos, eso lo sabemos, como también tenemos la certeza de que cumple su función electoral. Sin embargo, la manera de referirse al fenómeno es muy ilustrativa de las posturas de políticos, periodistas y votantes.

jueves, 6 de mayo de 2021

Reseña de Andrea Muriel: ‘A veces el amor es un cactus’. Liliputienses. 2021

 Dónde comprar A veces el amor es un cactus, de Andrea Muriel| Librerantes


Andrea Muriel nació en Ciudad de México. Es escritora, traductora y editora y este es su primer poemario. No es la primera vez que se utiliza el paralelismo de una planta con el desarrollo del amor. Quizás la más famosa ocasión sea la del inmortal bolero de Antonio Machín, Dos gardenias, en el que, con no poca mala intención culpa a la pareja de descuidar el amor como se descuidan dos gardenias. Como el cubano, Andrea Muriel lo considera como algo simbólico y que tiene mucho que ver con la cuidadora. En principio, “Un cactus muere tres meses antes de que nos demos cuenta / y es imposible saber si las pequeñas señales (…) / son indicios de la muerte o tan solo parásitos” (Cómo saber si un cactus ha muerto).  En estas historias del final del amor, termina confesando que Dejo morir los cactus para no tener que cuidarlos y otras cosas que no me atrevo a confesarme a mí misma y mucho menos a ti.

La extrañeza que produce comparar el amor con un cactus –con la precaución de que es “a veces”– será uno de los recursos estilísticos más básicos de este poemario. Así puede añorar “Acariciar tu espalda / me hace pensar en Central Park” (El poema que le prometí a tu espalda), mientras que en otras ocasiones se mezclan Heineken y regaderas, con conferencias de Stephen Hawking: “Te acercaste a mí y poniendo tu mano en mi cintura / me hiciste olvidar a Stephen Hawking / y cómo los átomos ni siquiera se rozan” (Después de una conferencia de Stephen Hawking).

Cuando se rememora que “La primera vez que me viste desnuda / me dijiste que estaba muy flaca” (Cuando me acuerdo de ti me siento chiquitita) o “Preferimos amarnos en tu cuarto” (Locus amoenus) se está estableciendo una narración con el argumento clásico del comienzo en equilibrio que se acaba rompiendo, aunque no se sepa muy bien si el equilibrio estaba ya roto mucho antes del inicio de la narración: “Llevamos juntos muchos años, / conocemos nuestros cuerpos, / y sabemos cómo hacerles llegar al orgasmo /…/ Es mejor acompañarnos en silencio / a desmoronar la vida / que hemos construido” (Tibia conveniencia). Por su parte aparecen textos que podrían funcionar como verdaderos pequeños relatos insertos como Clónica, Cirrosis

Más adelante suceden los episodios en los que la ruptura no termina de cerrarse: “Nos hablamos solo un par de veces más; / me confesaste tu dolor al tirar a la basura / el ceviche intacto. Yo solo pude pensar / en tus hermosas manos transformándose / en pestilentes camarones incomibles” (Cerviche). Es precisamente este punto el que más interesa al juego poético, en el que más se recrea la autora: “En un mundo paralelo / te regalaré un dinosaurio para tu cumpleaños // en un mundo paralelo / no tendré miedo a quedarme” (Dinosaurio);  “A veces no recuerdo nuestra última noche juntos / ¿y qué? / ¿a poco tú sí?” (Ex); “También habíamos hecho alguna nueva locura, mandando una foto al grupo de nuestros amigos y ellos serían cómplices una vez más de lo cursis que nos volvíamos juntos” (La obsesión que tengo con el cactus es directamente proporcional a la obsesión que tengo por saber cómo terminó todo entre nosotros); “Cualquiera cosa para no decir / hoy te extraño solo quería escucharte” (Esto es demasiado para un día en Culiacán a las diez de la mañana).

El dolor impregna los recuerdos, un dolor intenso: “Nunca pensaste que los monstruos / que imaginabas de niño, / pudieran ser insignificantes / frente a las acciones de alguien que ama” (Fantasma); “No fume, no beba alcohol / no tenga pensamientos negativos” (Cirrosis);  “y la verdad es que estamos solos/ cuando el mundo se parte en dos” (Meteorito en mi cama). Lo hermoso del amor contrasta con el momento en el que domina la fealdad en (Los cirujanos plásticos nunca dicen las verdad). La lucidez con la que recuerda tiene un símbolo muy explícito, las referencias a la vista: “Tal vez porque ya todo terminó / comienza a volverse más nítida la imagen que tengo de ti / logro verte sin que esta me pertenezca” (Final); “Es verdad que puedo ser raro lo que pida / y seguramente cursi. Pero insisto: / ¿Recuerdas el día que volvimos a vernos?” (Otra historia). Las fotografías y la memoria entran en el mismo juego visual (Stalkear) y explícitamente aparece en Fui al oftalmólogo con mi ex y hubiera sido mejor seguir sin ver bien: “¿es más cómodo así? / ¿o prefiere como eran las cosas antes? /Veo que sufre de lagrimeo”.

“Quiero amarte

hasta que el sol

y las estrellas

 

y que no sea mentira” (Variación 44 de un verso montalbettiano)

domingo, 2 de mayo de 2021

Recuerdo -muy personal- de don Manuel Barrios Aguilera

El pasado jueves falleció a los 80 años el catedrático de Historia Moderna de Granada Manuel Barrios Aguilera. Fui alumno suyo el curso 1987-1988, quizás el más complicado de mi carrera. Puedo decir sin duda que me marcaron sus clases. Todavía me acuerdo de parte de sus apuntes. En ellos Fernand Braudel calificaba la peste, “florón de danzas macabras, que constituye una permanencia, una estructura  de vida entre los hombres” cita de su libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, obra que citaba a menudo, como las de Ramón Carande o Elliot. Aprendí que Erasmo comenzó sus estudios en Deventer con los Hermanos de la vida común (y me pitorreé de mis compañeros preguntando dónde había nacido Erasmo de Róterdam y ellos contestando que en Deventer).

Agradezco infinitamente su pasión por los libros, que también comparto. No me extrañó en absoluto que acabara en el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Granada. Nos hizo fichar más de doscientas referencias en aquellas cartulinas que se llevaban entonces. Decía que teníamos que tocar los libros, mantener relaciones con ellos. Subíamos al departamento a coger los libros, hojearlos, tomar bien los datos… Siempre cito en clase el caso de una enciclopedia clásica que entre las potencias estaban Reino Unido, Francia, Alemania, España… y mucho después Estados Unidos, cuando en aquellos entonces ahora sabemos que eran la primera potencia mundial, económica y militarmente. Es un ejemplo de cómo somos ciegos en nuestra propia época. Aprendí también a citar en varios formatos, aunque no me acordara bien de cuáles eran los nombres de los modelos.

También recuerdo con nitidez la presencia que tenía en clase. Formal, extremadamente correcto y serio, minucioso en las explicaciones. El Magnífico decidimos apodarle en honor a Lorenzo de Medici. Tenía planta de un actor del Hollywood clásico cuyo nombre no recuerdo. Una sola vez recuerdo que hiciera un chiste. Fue en las horas de prácticas, en las que intentaba avanzar un temario interminable. Comenzó con las “Notas para el Antiguo Régimen” citando creo que a Braudel y no sé qué de un río que arrastra materiales muy antiguos y más modernos. Y entonces nos señaló “adviertan ustedes el calificativo de ‘notas’ por modestia, porque a mí, a modesto no me gana nadie”. Levantó la mirada para comprobar si habíamos pillado la gracieta, yo estaba en un rincón y veía al resto de compañeros con la cabeza agachada copiando los apuntes. Tampoco olvidé sus clases sobre el Ancien Régime y procuro reciclarlas en las mías.

Las investigaciones de Manuel Barrios por aquellos entonces estaban muy centradas en los moriscos y la repoblación después de la Guerra de las Alpujarras. Creo que nos marcó a muchos[1]. Había tomado partido por las minorías y por una parte de la historia que analizaba con rigor las imbricaciones entre la política del reino, cristiano, con la vida cotidiana de los moriscos. Gran parte de su obra se sitúa en este ámbito.

En 1988 no hacía mucho que había publicado una revisión bibliográfica del tema que habían trabajado Manuel Barrios y Margarita Birriel: La repoblación del reino de Granada después de la expulsión de los moriscos: fuentes y bibliografía para su estudio: estado de la cuestión. Un estado de la cuestión es siempre problemático si uno no busca el enfrentamiento. Hay demasiada literatura para cualquier tema que no merece la pena y que puede ser despachada de manera expeditiva. Nos contó Manuel Barrios que habían intentado ser lo menos faltón, así, cuando el libro tenía valor se deshacían en elogios y cuando era mero relleno, simplemente describían el contenido de manera más espartana. De esa manera quedaba clara una valoración historiográfica sin necesidad de llegar al insulto o la descalificación personal. Una lección que espero haber aprendido.

Lo curioso es que después de estudiar más de un mes durante todas las noches (teníamos turno de tarde) alrededor de 6-8 horas, llegó el día del examen y me quedé en blanco. Por eso recomiendo siempre no forzar los horarios, que los ciclos circadianos son vengativos. La crisis, que por supuesto tenía muchos más matices, me duró todo el curso, tan grande que estuve a punto de tirar la toalla, con un prurito que me martirizaba los días y las noches. Fue quizás mi año Stones (especialmente 19th Nervous Breakdown y Exile in Main Street) y don Manuel Barrios no fue ajeno a ello. Menos mal que, además de las amistades, el flamante profesor Francisco Sánchez-Montes supo orientarme. Consiguió que recuperara el parcial y que no abandonara.

No tuve un trato personal con él más allá de las preguntas como alumno. Manuel Barrios Aguilera fue todo un desafío. Como profesor conseguía hacer atrayente cualquier tema y que nos asomáramos a la complejidad de los fenómenos, tanto los acontecimientos como las corrientes a más largo plazo. Transmitía una meticulosidad que debíamos aplicar ya al resto de materias. Metódico a la hora de dictar apuntes, organizado y riguroso pero con un espíritu enorme de pasión por la historia y los libros. Gran historiador y, no es un tópico al uso, maestro de maestros. Que la tierra le sea leve.



[1] como a mi compañero del curso anterior Valeriano Sánchez Ramos, enorme historiador y mejor persona, divertido y culto. Aprobamos las oposiciones a secundaria el mismo año y él ha seguido su carrera en el Instituto de Estudios Almerienses.