domingo, 19 de enero de 2025

Reseña de Manuel Martín Morgado: ‘Oficios tristes’. Prokomun. 2024. Edición numerada

OFICIOS TRISTES


Manuel Martín Morgado (Écija, 1964), un artista de genio y docente en la Escuela de Arte de Jerez, nos presenta en Oficios tristes una obra que combina ingenio, humor y una aguda sensibilidad social. Su blog Fondo Negro es un escaparate ideal para adentrarse en su universo creativo, repleto de dibujos y bocetos que retratan lectoras, toreros y flamencos, siempre con un trazo seguro y un uso vibrante del color. Como señala Rosario Berraquero, Morgado es un dibujante infatigable, y también dotado de una sabiduría cultural y un humor que, en ocasiones, se tiñe de negro, un tono recurrente en su obra, un color fetiche.

El libro, prologado por José Manuel Benítez Ariza, quien analiza con maestría el propósito y el peculiar humor del autor, nació en el aula y explora con imaginación lo absurdo de la vida cotidiana:

Bien mirado, es posible que todos y cada uno de los personajes que Manuel Martín Morgado ha pintado y dibujado a lo largo de su ya larga carrera pictórica ejerzan, a su manera, un oficio triste. Una tristeza honda e inextricable parece aquejar a esos rostros atezados que el pintor a veces sorprende en la barra de una taberna, a sus cantaores y toreros, a sus apresurados paseantes e incluso a sus voluptuosas lectoras y bañistas, en las que uno aprecia también esa melancolía aparejada a la juventud y a la belleza que poseen y al deseo que despiertan. No hay profesión ni condición, parece decirnos el pintor, que no suponga el ejercicio de un oficio triste.

Acompañados de pequeños textos cargados de ironía, los dibujos de Morgado se convierten en una delicia visual y narrativa. La propuesta, como el propio autor señala en la introducción, es descubrir en qué radica la tristeza de estos oficios, desde los más insólitos hasta los más cotidianos. Por ejemplo, el Picador de dinosaurios, más complejo que triste, o el banderillero que enfrenta el verdadero desafío de actuar a continuación.

El punto de partida incluye lugares muy queridos para el artista, como son las tascas, las plazas de toros o pueden ser más o menos mitológicos, como Peluquero de Medusa. Un finísimo olfato para la sociología de la vida cotidiana, oficios tristes pero necesarios como el Representante de ataúdes o, si nos apuran, el Buscador de lombrices anales, cuyo patrón es San Martín Pescador. Otras veces el catálogo es una sociología fantástica como la propugnaron Luis Castro y Mariano H. de Ossorno: Pulimentador de calaveras, “tétrica labor para adecentar, abrillantar y dar lustre, a la caja que guardaba los cerebros y las miradas, los gestos y las expresiones de existencias ya perdidas”. Encontramos profesiones adecuadas para el “triste consumismo en que vivimos”, como el Guardia urbano de supermercado, con esa denominación tan castiza como olvidada; el Vendedor de lagartos, o el Hipnotizador de electrodomésticos obsoletos que lucha contra la obsolescencia programada en un mundo dirigido por “el enchufe”.

Muchos de estos oficios son tristes porque están –o debieran de estar, caso del Censor de besos– en extinción, otros porque son menospreciados, carecen del glamur atribuido tantas veces al injusto azar. Quisiera uno pensar que ya no existen las Plañideras, el “más oficial y real de los Oficios tristes”. Otras profesiones son tristes por la decadencia y sordidez en la que se localizan, el Gigoló de monas o la Cabaretera de tasca.

No se puede negar un impulso reivindicativo, de poner en valor la callada laboriosidad de quienes se pudieran dedicar, pongamos por caso, a empolvar el culo a las vedettes, profesión que empobrece la vida íntima de quienes la ejercen. Tampoco está ajena cierta nostalgia casi berlanguiana de esos tipos humanos imprescindibles pero transparentes, marginados, inadaptados incluso para la imaginación en estos tiempos inciertos, un Colgador de estampas o un Lector de esquelas, oficio este último quizás desconocido pero imprescindible para estar al tanto de los cumplimientos sociales, ese director de banco que debe encargar una nota de condolencia a la viuda de un cliente con gran solvencia. En cambio, el retratado es un ser sombrío, tétrico, preocupado por la suya propia.

Vamos disfrutando en cada página de una brevísima descripción llena de ternura e ironía que acompaña al retrato de trazo impetuoso y enérgicamente singular. Si Solana se hubiera cargado de guasa y de humor negro podría jugar con Morgado, porque casi es un juego este desafío, a menudo con las expectativas, con los cambios de paisaje, como ese Capitán peineta, “condecorado y heroico hombre de armas”, que “no puede evitar” darle color a su uniforme y cuya tristeza responde a las burlas que sufre por la incomprensión. O el Operador de cámara, que trabaja en un quirófano y uno en un rodaje, porque literalmente las somete a cirugía , y que languidece ante el cierre de tantísimas salas de proyección. Incluso la del Mago para conejos que saca de la chistera uno propio de la Mansión Playboy.

Aunque difícil de adscribir a un estilo concreto, esta obra contiene reminiscencias del fauvismo y expresionismo, siempre con un sello personal y un talento creativo excepcional. El dibujo es la faceta más destacada, caracterizado por trazos rápidos y apasionados que construyen estructuras aptas para ser revestidas con armonías cromáticas, pocos y certeros bloques de color, dentro de una espontaneidad y habilidad técnica. A su manera también funciona como un cronista de esta época, reflexionando sobre el individuo siempre perdido cuando es arrojado al mundo. Morgado es un maestro del esquematismo y de la síntesis, tanto en el apartado plástico como en la visión que las ideas y los conceptos desarrollados. Pintar la vida, dinámica, imaginaria, perdida en el tiempo, triste en suma.

Lo que parece decirnos, sospecha Benítez Ariza, es que todos los oficios son tristes en alguna medida, y más que ninguno, “el más triste de todos los oficios, el mío”, confiesa para terminar Manuel Morgado: “Cinco años de carrera y una currada formación académica en diferentes artes, aprendiendo e investigando todas las técnicas posibles para acabar aguantando y sufriendo desmotivados adolescentes y niños, cual guardería”. Amén.

 https://prokomun.es/tienda/oficios-tristes/

 

domingo, 12 de enero de 2025

Reseña de Raquel Lanseros: ‘El sol y las otras estrellas’. Visor. 2024

El sol y las otras estrellas: 1227 (Visor de Poesía) : Lanseros, Raquel:  Amazon.es: Libros


Galardonado con el XXVI Premio de Poesía Generación del 27, El sol y otras estrellas de Raquel Lansero, a partir de una cita inicial de Dante, se presenta como un compendio lírico que explora la condición humana desde una perspectiva profundamente emotiva y universal. Este libro la reafirma como una narradora de lo íntimo y lo trascendente. Raquel Lanseros ha construido una trayectoria poética sólida, caracterizada por una constante exploración del amor y el paso del tiempo como sentido de la existencia. En este contexto, El sol y las otras estrellas marca una evolución significativa respecto a obras anteriores como Matria (2018), que obtuvo un amplio reconocimiento y premios destacados como el Premio Nacional de la Crítica.

Esta obra de Lanseros gira en torno al amor: “Quien pudiera creer, seguir creyendo / en ti que eres quien creyó que fuiste / aquello que yo era ser algún día” (Oda a la creencia). En poemas como Nuevo amor, nueva vida, se presenta como un motor transformador, una fuerza que, a pesar de su inherente fragilidad, dota de sentido a la existencia humana: “Así somos, Amor, ingratos y volubles / tú que nos has creado nos conoces / como niños insomnes… / Sin embargo, ¡qué suerte ser amado! / Y amar, ¡dios mío! / ¡qué suerte!” (Nuevo amor, nueva vida). Este optimismo, sin embargo, no elude la melancolía de lo efímero, como se refleja en Ese maldito día que exijo no vivir, donde la pérdida y el dolor se abordan con una honestidad desgarradora :“Así de madre a hija. De hija a madre. / Aspiro. / Igualar. / Desvanecerse” (Madre). En una era donde los debates sobre género, feminismo y roles tradicionales están en el centro de la conversación pública, Lanseros aborda la maternidad y la feminidad desde una perspectiva personal y universal. Exploran el vínculo materno-filial con sensibilidad.

La memoria, tanto personal como colectiva, también ocupa un lugar central. En Dos almas tutelares, la autora reflexiona sobre el legado de quienes la precedieron, mostrando cómo el pasado configura el presente: “Yo soy a día de hoy / (Cuando hoy significa el presente invencible) / lo que vosotros fuisteis / lo que hicisteis / la semilla del pan que me alimenta” (Dos almas tutelares). Este diálogo con el tiempo se entrelaza con un sentido de continuidad que conecta generaciones y experiencias: “Yo sé que soy aquella cuyos pasos / han cruzado también relojes y desiertos / pero quiero soñar que recién Llegué al mundo” (Cobarde y animosa).

El libro está permeado por referencias literarias y filosóficas desde el punto de partida de la Divina Comedia. Sin embargo, la huella del barroco es mucho más evidente, en el tono, en el uso del soneto y mediante el juego conceptista. Desprendimiento, revisitación libérrima del Siglo de Oro es, evidentemente un buen ejemplo: “por la gozosa entrega sin espera / lo que me des lo mismo me daría / y lo que yo te doy igual te diera”. Toma las formas clásicas del Siglo de Oro, reinterpretándolas con una sensibilidad contemporánea. Estas influencias no son meros adornos eruditos; funcionan como puentes que conectan a Lanseros con una tradición literaria que trasciende épocas y estilos. También es muy barroco el tema de los sueños y el desencanto: “Soñé que era verdad lo que es mentira” (Lo llaman desencanto).

Uno de los rasgos más destacados de la poesía de Lanseros es su capacidad para combinar lo cotidiano con lo sublime. En La casa del futuro, por ejemplo, la autora transforma una escena doméstica en una meditación sobre la fugacidad de la vida. Ese amor de hija del que hablábamos antes, se demuestra aquí con el regusto juanramoniano: “Veo mis ojos en tu rostro / como si la vida no se desgastara /…/ Dime que tú estarás / cuando se queden los pájaros cantando” (La casa del futuro).

La obra también destaca por su musicalidad. Desde sonetos hasta poemas más libres como Sed ancestral (“amo la vida, es cierto / podría decirse que incluso con delirio / el mundo no me cansa” (Sed ancestral), Lanseros demuestra una versatilidad formal que enriquece su discurso poético. Además, la imaginería de la naturaleza —el sol, las estrellas, los pájaros, y, sobre todo, la luz— funciona como un recurso recurrente que conecta los distintos poemas, dotando al libro de una coherencia temática y estética: “tan luz mía / tan delicadamente vida eterna / que prende mi razón y me consume” (Llama azul).

El sol y las otras estrellas es una obra que celebra la vida en toda su complejidad. Su poesía, a menudo marcada por una profunda fe en la bondad del mundo (“Por más que la experiencia se empeñe en lo contrario / en el fondo sé y tú también lo sabes / el mundo es obstinadamente bueno / si no, no existiríamos / mucho menos aún / nos dejaría querernos”, Por ejemplo el mundo), ofrece un respiro necesario en tiempos de incertidumbre. Este enfoque no escamotea el sufrimiento y la fugacidad de la vida: “Lo que queda en el mundo de sus cuerpos / descansa para siempre en una sola tumba” (Bodas de Santiago y Julia) o “Ese día futuro que odio y temo / un día que son años y son largos / cuando tú ya no estás / en el mundo /mamá” (Ese maldito día que exijo no vivir). Al contrario, como acierta a condensar en El secreto de los ángeles: “Como todo secreto verdadero, está a la vista, deambula en todas partes, nunca ha necesitado ocultamiento para ser invisible”. Es un testimonio del poder de la poesía para iluminar los aspectos más oscuros de la existencia y, al mismo tiempo, celebrar su belleza: “Hay amores sagrados que no terminan nunca / aunque estén condenados a ser breves / aunque permanezcan a tiempos distintos. / Aunque sean imposibles” (Amores imposibles).

Tanto en Matria como en El sol y las otras estrellas, Lanseros se muestra profundamente interesada en la identidad, la memoria y las relaciones humanas. Matria centraba su atención en la memoria colectiva y la herencia cultural, con un énfasis en la construcción de la identidad desde una perspectiva femenina, El sol y otras estrellas adopta un enfoque más introspectivo, con mayor énfasis la conexión íntima entre el yo y los otros, especialmente a través de vínculos como el amor romántico, la maternidad y la amistad: “La amistad urde paso / más largos que la vida” (617 014 105). Opta por una lírica más contemplativa y emocional, donde lo simbólico y lo cotidiano se entrelazan con una delicadeza que apunta a la universalidad: “No puedo tener pena / tengo dos lagos alpinos azules / para zarpar mi barco hacia la infinitud” (Tus ojos). El lenguaje es más directo pero cargado de resonancias profundas: “Aún no recuerdo el cielo / pero ya escucho hablar allí tu lengua” (Lenguaje oral).

En este libro Raquel Lanseros se inserta en un contexto sociocultural marcado por la incertidumbre, la búsqueda de conexiones humanas auténticas y el deseo de reconciliación entre lo personal y lo colectivo. La obra dialoga con estos tiempos desde una perspectiva profundamente humana, ofreciendo respuestas poéticas a las inquietudes contemporáneas: “Sin propósito debo / convencida si acaso por la sed. / No te quiero a propósito / pero no concibo sin quererte / como sin respirar o sin beber” (Propósito). En una época en la que el individualismo y la desconexión emocional son fenómenos recurrentes, estos poemas celebran la importancia de los vínculos humanos e invitan a redescubrir el significado de las relaciones en un mundo cada vez más virtual y fragmentado. No en vano esta es denominada por Omar Calabresse como una época neobarroca: “¿Se abrazan los antónimos? / ¿Puede un sueño ser roca y azucena? / La poesía lo presiente. / Lo atestigua el galope de los astros. / El sexo de mi amado lo evidencia” (Fascinus).

Finalmente, ofrece una reconciliación entre lo cotidiano y lo trascendente, una necesidad fundamental en una época que a menudo privilegia lo práctico sobre lo espiritual, aunque sea en lo más elemental, no ya en los pronombres, sino en el sonido: “Mi destino es mi nombre. / Viviré en sus fonemas / viviré mientras alguien me pronuncie” (Última llamada). El sol y las otras estrellas no solo es un reflejo de las preocupaciones humanas más universales, sino que también dialoga con las inquietudes y los desafíos específicos de nuestro tiempo. Su capacidad para equilibrar lo íntimo y lo colectivo, lo cotidiano y lo trascendente, da respuesta poética profunda. Raquel Lanseros ofrece un espacio para la reflexión, la conexión y la esperanza en un momento histórico que demanda estas cualidades con urgencia: “Lloraba la amante y sin aquellas lágrimas / no existiría el amor / ni tú ni yo ni el llanto / el sol no existiría / ni las otras estrellas” (Lloraban los amantes).

miércoles, 8 de enero de 2025

Reseña de Bibiana Collado Cabrera: ‘Chispitas de carne’. La bella Varsovia. 2024

Chispitas de carne

Bibiana Collado Cabrera es licenciada en Filología Hispánica y doctora en Literatura Hispanoamericana. En la actualidad es profesora de Lengua y Literatura. Su trayectoria poética incluye Como si nunca antes (Pre-Textos, 2013); El recelo del agua (Rialp, 2017); Certeza del colapso (Ediciones Complutense, 2018) y Violencia (La Bella Varsovia, 2020). Tras la excelente y aclamada novela Yeguas exhaustas (Pepitas de calabaza & Los aciertos, 2023), Bibiana Collado vuelve a la poesía con Chispitas de carne, donde el amor y el sufrimiento se suceden con un argumento muy diferente al canónico drama romántico, en el que el amor es no correspondido, produce dolor y solo puede ser expresado con contradicciones (el ejemplo del sublime soneto de Lope).

Cuando se habla de desmitificar el amor, es usual encontrarse con textos desencantados, llenos de concesiones y renuncias, cínicos y muy tristes. Sin embargo, la autora desmitifica también ese mito destructivo. Como en Regreso a nosotros de Ana Pérez Cañamares, el amor es gozo de encuentro, no una dialéctica de conquista y rendición. Bibiana Collado se enfrenta a esta falsa conciencia desde el inicio, en el poema que inaugura la primera sección, Hija pródiga: “He vuelto de las nieblas del futuro / que me hicieron creerme quien no era; /…/ Me hirió el horizonte en llamas / de un amor que resultó hueco, / de un diablo que me quiso loca. // De todo aquello solo queda / un corte pequeño, precios, / como el filo de una hoja / en la yema del dedo /…/ Me curó una pasión limpia / que norteó todas las orquídeas” (Mamá he vuelto y traigo un hombre de la mano). El dolor no se queda en el sufrimiento, sino que encuentra redención en una “pasión limpia” que guía hacia la reconciliación consigo misma. Es un retorno a lo esencial, al renacimiento tras las nieblas del error y la pérdida.

El poemario emerge como un testimonio profundo y conmovedor de la vida íntima y emocional de su autora, quien despliega con maestría un recorrido que abarca el amor, la identidad, los ritos de paso y la construcción de un hogar. Dividido en tres secciones, este libro traza un arco narrativo que va desde el descubrimiento de uno mismo hasta la constitución de una familia, explorando las luces y sombras de cada etapa. Fundar mi casa es la segunda sección, donde se hace balance del imaginario colectivo del amor en la sociedad capitalista: “Me reía de los ritos, de las parejas / que parecían bien ancladas, / de los que colman el aparador / de sus padres con fotos, / de las que dicen / demasiado alto que se quieren /…/ Me creía más lista, como todas / a esa edad, más ambiciosa” (Sospecha). Y sobre todo en Arrojo: “Me enseñaron que el amor era un amanecer feroz. / Una promesa de gloria, incumplida de antemano, / un huracán oscuro que destruye para ser eterno /…/ Y no me hablaron de la luz / que se cuela en las casas muy temprano / para volcar la paz sobre tu rostro”. Bibiana Collado explora la construcción del amor maduro y la vida en pareja. Con un tono reflexivo, aborda las contradicciones del amor romántico, que le enseñaron como “un huracán oscuro” pero que en realidad se revela como una “luz que se cuela en las casas muy temprano”. Los poemas celebran los pequeños gestos cotidianos que cimentan las relaciones, desde firmar una hipoteca (“Qué ternura vernos firmar una hipoteca”, Dinero) hasta el deseo compartido de tener hijos. El proceso de mutuo conocimiento adquiere un tono celebratorio: “Por cada una de ellas, / canto la valentía / de los que eligen querer bien”. El amor no es una obligación del destino, es un pacto voluntario y feliz: “No nos hizo falta jurar. / Supimos de la verdad de este pacto / cuando nos dimos cuenta / de que no echábamos de menos nuestra infancia” (El pacto); “Nuestro querer tenía un pulso adánico” (La búsqueda); “Y yo bendigo / el placer de sentir hambre / y la gloria de saciarlo” (Cruje). En realidad, la carnalidad del amor no se describe en términos eróticos, pero sí que está presente: “Ven, / deja que mi cuerpo se arquee / y te proyecte como una flecha, hacia el futuro” (Entusiasmo).

Sin embargo, también se asoma la vulnerabilidad un recordatorio de la fragilidad de la existencia: “sin embargo, en medio de esta euforia, / en ocasiones, sin ningún motivo, / siento un latigazo que me contrae, / una imagen feroz y alucinada / en la que me parece ver / la flor de la enfermedad abriéndose / sobre tus hombros" (Salud). Y se advierte la sombra que marcará la última parte de Chispitas de carne: “Hasta que nos amagó el deseo de tener hijos, / tan carnal y pujante como el otro. / Entonces me pregunté cómo serías con ellos. // Y me pareció que te acercabas a mí galopando” (Ruido de cascos).

La última parte del poemario, Constituirnos galaxia, se adentra en los desafíos y transformaciones del cuerpo y la maternidad. La poeta cuestiona los mandatos sociales y personales: “Nos enseñaron a cerrar el cuerpo, / a construirlo como una catedral románica: / compacta, robusta, fortificada. / Había que protegerse, nos dijeron /…/ Nos entregaron el miedo brillante de los ritos / y nos convencieron para modificarnos. / El capitalismo hizo el resto /…/ Mira cómo tiemblan los noes / bajo la tibieza de la orina” (Transmisión).

Cambian tanto el tono como la forma, el caligrama de Coito programado, generado a partir de un texto de San Juan de la Cruz, nos introduce en la planificación matemática, en la interrupción de lo fluido que tanto gozo expresaba en la sección anterior. Ahora se trata de una forma de resistencia: “Así lo llamaban las mujeres mayores /…/ Y jodía a pesar de las espinas del trabajos / que se abrían como flores entre las fibras /…/ Que no se nos olvide, amor, / que follamos porque nos queremos” (Joder). El contraste entre la carnalidad y el deseo es mucho más acentuado. En esta etapa se enfrenta a preguntas fundamentales sobre la identidad y el propósito: “Y si no se encarnara / la vida, si no pudiera, / ¿qué haré?/…/¿Qué me hará hombre a mí?” (Coplas del hijo-padre); “¿Y si hay algo que ya no completo?// ¿Y si ya no soy yo necesario?” (Continuidad de los cuerpos) o “Pero          ¿y si decido que no / o sencillamente no sucede?” (Pompas).

Bibiana Collado nos muestra con honestidad el empeño y la desilusión: “Se nos ha enredado el hilico. / Pero un nudo no es un bebé” (El hilico); “He poblado tu vientre de amor y sementera, / he prolongado el eco de sangre a que respondo / y espero sobre el surco como el arado espera: / he llegado hasta el fondo” (El esposo). Aquí toma la voz del varón, presente de manera oblicua en las referencias a Jorge Manrique, Lorca, Miguel Hernández o San Juan de la Cruz. Es especialmente conmovedor la ternura y la fortaleza con la que se relata el proceso: “Qué vulnerabilidad al entregarse a la tierra, / al darse todo y no saber / si podré crecerte dentro como el cerezo, / si abriremos amor en las entrañas, / si compartiremos la sangre”. Dentro de un amor sin fisuras: “El ansia de vida / que ahora resbala, / que ya no es sexo que aquí los separa” /…/ Yo quiero que mires / con fuerza, con ganas, / mi carne de hija / tal vez transformada / en carne de madre, / temida, deseada” (Nana de la hija-madre). En estos versos, la autora combina un lenguaje visceral con imágenes luminosas, como “Estoy poniendo purpurina en la pupa / esa ciencia infantil / que quiero para el cuerpo propio. // Un sexo vivo       de colorines” (Guirnalda), para capturar la mezcla de dolor, esperanza y creatividad que define esta etapa.

Chispitas de carne es un acto de amor, real, con alegría y con sufrimiento, sin idealizar, pero, y es lo importante, sin la carga negativa que arrastra la tradición inconsciente ya. El poemario destaca por su honestidad emocional y su habilidad para tejer imágenes sensoriales que evocan tanto la belleza como la crudeza de la vida. Los ritos, la corporalidad y la tensión entre los deseos individuales y las expectativas sociales son temas recurrentes que dotan a la obra de una profundidad universal. Además, el uso de metáforas naturales —cerezos, surcos, flores— refuerza la conexión entre la experiencia humana y el ciclo vital. Es una obra que invita a reflexionar sobre las distintas formas de amar, crecer y construir. Con una voz poética auténtica y poderosa, la autora nos guía por un viaje de autodescubrimiento y aceptación. Este libro celebra la intimidad y la vulnerabilidad y  nos recuerda la fuerza transformadora del amor y la poesía. Un camino de luz fundacional hacia el buen amor.

domingo, 5 de enero de 2025

Reseña de Marina Tapia: ‘Piedra que mengua’. Ayuntamiento de Lodosa. 2024


Con prólogo de Pura Fernández Segura, Piedra que Mengua es el  ganador del XL Premio Ángel Martínez Baigorri, y  se presenta como un viaje lírico de profunda introspección y espiritualidad, un texto que entrelaza la naturaleza mineral con la experiencia humana. Un libro que no solo explora la materia, sino que la trasciende, convirtiendo la piedra en símbolo de resistencia, transformación y amor. Desde el inicio, el libro establece su densidad simbólica con citas de Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Juana Castro, que sirven de pórtico a un universo poético donde la piedra se convierte en una metáfora omnipresente: “En el comienzo / aquella voz magmática / fundía sobre lava / su profundo nombrar. /.../ De su germen nací / en angélico infierno /.../ En el comienzo tú, / sordo estruendo, / amor / de fuga”. Tapia recurre a un lenguaje que oscila entre lo telúrico y lo celestial, logrando una fusión entre lo tangible y lo abstracto. La piedra, en este contexto, es tanto el núcleo físico como el espiritual, representando la fortaleza, la fragilidad y la capacidad de cambio: “Me bautizaste Piedra, / y me envolviste entera de firmeza, / de claridades férreas y en el cobre / de mi veta extenuada pusiste / esa humedad de amor”; “Mirad mi corazón de estalactita /.../ Piedra terrestre. / Piedra que mengua”.

El poemario está compuesto por versos libres, caligramas y formas tradicionales como el soneto (“Ya ha muerto mi ilusión, y era tan pura”, por poner un brillante ejemplo), demostrando la versatilidad técnica de la autora. El uso del caligrama como recurso visual enriquece la experiencia del lector, subrayando la materialidad del texto y su conexión con lo geométrico y lo natural. La musicalidad de los versos es notable, lograda mediante un ritmo cadencioso que recuerda al fluir del magma o al desgaste de las rocas por el agua, reforzando el carácter orgánico del discurso poético: “Y es cama de cristal mi mente ardía: / brumosas procesiones de vapores, / volcanes y orogenia, / un vals de continentes / siguiendo ese compás de las edades”. Además de la simbología, digamos, telúrica, el leitmotiv reúne otras resonancias: “Si fue Kefás el nombre que me diste, / si hiciste tu bosque en mis entrañas, / no fue por mi virtud, por esta fuerza / de Sísifo que carga sus personas, / fue por la libertad de tu deseo, / de aquel mercurio ardiente de tu voz”. Además del recurso a la paradoja: “Dulzura es lo que hallo en la sustancia / que tú me concediste /.../ Tu risa es material, yo la materia / desde la cual te alzas. Qué milagro / volver a ser del magna / y desposarme entera / con tu fuerza”; “Un baile de pureza se desprende / de mis manos – paloma, / por eso / déjame que te acune, / ser tu nido/ el último baúl donde dispongas / tejidos de alegría”.

El tono es solemne, casi litúrgico, evocando una voz que dialoga con lo eterno. La repetición de imágenes y símbolos, como el magma, el cuarzo y el guijarro, crea una cohesión temática que invita al lector a sumergirse en un universo cíclico, donde el tiempo y la materia se entrelazan: “Ocurrió en mi vejez el prodigio, / el milagro de ser / otra casa –y yo misma– / ¡un doblez luminoso!”;  “Así, / tosca, / ahuecada, / enardecida, / fui cúspide de dicha / aquella construcción / de piedra tan menuda”. El eje central de la obra es la piedra como símbolo de transformación. Desde su mención como "piedra madre" “No nos dejes caer en la codicia, / Y líbranos de nosotros, / Piedra Madre”) hasta su representación como un "guijarro sencillo", Tapia explora la paradoja de la firmeza y la vulnerabilidad. La piedra no solo es el receptáculo de la historia geológica, sino también de la emocional: “Antes de que tu beso / cambiará mi sustancia y redimiera el núcleo del dolor, // fui de Babel. // En ese tiempo, / en que la esclavitud ponía la marcha / eterna volanderas de atenciones /.../ Antes de ser Tu Piedra, / de ser la libertad ceñida del amor, // fui del mundo”. Aquí, la autora sugiere un proceso de redención, donde la piedra, al igual que el ser humano, encuentra su propósito en el amor y la entrega.

El uso de referencias bíblicas y mitológicas, como la alusión a Kefás (Pedro, "la roca" en la tradición cristiana) y el mito de Sísifo, amplifica la dimensión simbólica del texto. La piedra es tanto un peso como una promesa, un recordatorio de la finitud humana y la posibilidad de trascendencia: “Todo es cansancio dentro de esta esfera”. Alrededor de la melancolía surgen momentos de gran pureza lírica: “Ya no repito el beso o la caricia / que estalla, que calcina, que recorre / esa materia viva de tu ser”; “Yo quisiera cantarte con la voz más serena. / Más soy cardo que un día / se perdió en el sal de un verso enamorado /.../ Porque esta roca madre que yo soy / no borra, / no derrite / su cera fervorosa”; “Es tan impronunciable tu dulzura, / es un caudal que el magma no contiene, / que sabe hasta mis labios para ser / vocablo sin hechuras /.../ Verás que menguaré para que exista”.

Otro tema recurrente es la relación entre la materia y el espíritu. La voz poética celebra la materialidad de la piedra, pero también sugiere que esta contiene una chispa divina: “Dentro de cada ser / aquel genuino cuarzo / late, / brilla, / ¡id a buscarlo!”. Esta dualidad refleja la tensión entre lo terrenal y lo celestial, un tema que resuena en el trasfondo místico del libro: “Cautiverio de luz / te sacude” o “La piedra de tropiezo es nuestra casa”.

El lenguaje de Marina Tapia es rico en imágenes y metáforas, pero también preciso. Cada palabra parece estar cuidadosamente elegida para evocar tanto lo concreto como lo inefable. La construcción de imágenes, como “¿Y si yo me reflejo / no en el mármol suntuoso, / no es el serio alabastro, / ni en cristales o gemas? /.../ ¿Y si fuera perfecta / la caricia del canto que la mar ha pulido?//Y si soy para ti / un sencillo guijarro / en un nuevo comienzo!” demuestra una maestría en la creación de paisajes poéticos que son simultáneamente cósmicos e íntimos.

La inclusión de formas tradicionales, como el soneto, aporta un contrapunto clásico a la modernidad del verso libre. Esto refuerza la idea de la piedra como un elemento atemporal, que conecta el pasado con el presente y lo tangible con lo espiritual. “Eres la voz / al fondo / del silencio”. Por último, el recurso metapoético, la referencia a la escritura como tabla de salvación culmina el recorrido lírico de este poemario: “Que mi poema ruede como alud, / y luego se despeñe hacia los ríos /.../ Que mi canción minúscula transita / el ojo de una aguja, / para bordear por siempre / un manto enamorado de tu mundo”.

Los últimos poemas llevan al gozo y al amor, trascendiendo todas las connotaciones negativas que ha ido explorando a lo largo de las páginas: “Alegraos, estad contentas / porque recibiréis lo que no se ve, / pero es eterno, / y todo lo que el mundo os despoja”; “Volví para deciros cuánto amor / he visto en lo que rueda y se desprende”. Por eso, la principal característica de esta piedra que mengua es el de santuario: “Has mezclado mi voz con arcilla. / has herido el instante. / Has hecho de la roca mi refugio”.

Piedra que mengua es una obra que merece una lectura atenta y reflexiva. Marina Tapia ha logrado crear un poemario donde cada verso es una capa geológica de significado, invitando al lector a explorar las profundidades de la experiencia humana a través del prisma de la piedra. La obra destaca no solo por su riqueza simbólica, también por su rigor formal y su capacidad para evocar lo eterno desde lo cotidiano. Es un libro que se habita, como si uno mismo fuera esa "piedra que mengua" en busca de transformación y redención.