domingo, 21 de julio de 2024

Reseña de Julia Bellido: ‘Lucernario’. Ediciones Garvm. 2024

 Asunción Escribano. Escritora | Facebook


Julia Bellido llega, tras el excelente Desobediente (Garvm, 2023), a brindarnos la otra cara de las relaciones, como dice la propia autora, “Un hilo invisible” de generaciones. Si hace un año resaltaba el carácter indómito de la autora para desasirse de las normas, ahora recoge el tejido que ilumina su abuela “menuda y frágil” que es “la luz de esta historia”. (Aunque no es la única luz: “Cádiz es esa luz. Es la luz toda. / La misma que me salta desde dentro”).

La dialéctica entre la luz y la sombra, la oscuridad se plantea como una indagación de la posibilidad de la experiencia, de la sabiduría y de la vida: “Y hay una oscuridad, / un  cambio, descarnada y elocuente, / capaz de desprender / la venda de tus ojos / para que por fin veas”. Una posibilidad para el aprendizaje vital y una esperanza: “Al apagar la luz, / la oscuridad se enciende. / Y se prende otra luz que es como fuego”.

Estos núcleos semánticos permiten jugar a la autora con las posibilidades evocadoras en distintos escenarios. Están los afectos: “Del recuerdo de algunas luces queda / solo la oscuridad que nos dejaron”. Están los momentos más duros, que, como decía Shakespeare, son justo antes del alba: “No hay negrura cerrada / que no termine abriendo / como el pétalo blanco del ciclamen / en la hora más fría del invierno, / esa hora donde ya no esperaba / que amaneciese el día”. Y, al contrario, también la luz puede significar el desbordamiento (“Me cae por la garganta / un guirigay de pájaros hambrientos, que me habita de luz / y que me hablan”), el amor (“Me deslicé en el agua / dejándome llevar como una red / de palabras de amor, todas aquellas / palabras que jamás supe decirme”), incluso la trascendencia (“No tengo que buscarte / porque siempre eres Tú / la que sale a mi encuentro. /…/ Y te dejo quedarte / todo el tiempo que quieras”). Nos resume de manera muy hermosa, casi mística: “Mientras habla, la Luz. / Que aparece temblando, florecida”.

En la poesía de Julia Bellido siempre hay una primorosa atención a los detalles, los fónicos, los rítmicos, pero sobre todo, las imágenes que elevan en varias capas lo que se presenta como poesía figurativa: “y esa terca costumbre / de lamer las heridas para intentar cerrarlas, / qué tremenda verdad la de esta luz, / tan distinta, tan pura /…/ Qué dicha estar aquí / y contemplarlo todo /…/ Y palpar el asombre / desde estos ojos míos que ahora ven / con esta nueva Luz que nos alumbra”. Por ejemplo, con el oxímoron: “Te marchas otra vez / dejándome una huella luminosa / brillando en el tejado”.

Siempre hemos encontrado en su poesía un componente espiritual (no es baladí que dedique un estudio al deslumbramiento de Saulo de Tarso en Caerse de espaldas): “Te evoco ahora, Luz, / y nada vale más que este momento /…/ La memoria se ocupa de engañarme, / te aparta del lugar en mi recuerdo / y os sitúa en el plano distanciado. / Pero no lo soñé. Ahí estabais los dos / y nos iluminabas”. Una poesía que no deja de ser confidencial, esta vez, casi en voz baja.

La identidad es uno de los temas que siempre han poblado la obra de la jerezana, en este caso, en el linaje femenino y lo que conlleva: “Todo sería más fácil / si no hubiera aprendido / a convivir contigo /…/ Pero es que existo en ti / y en ti me reconozco. / Me atraviesas, cálida, repentina, / y te expandes, llameas transfigurar el mundo / y me quema / y ardo”. Queda resumido en el último poema: “... tu regazo, / un huerto generoso, / un enjambre, abuela, / donde una vez estuve”. Una luz que ilumina, enseña y no deslumbra y, sobre todo, que se transmite con el bellísimo cuidado de unas manos a otras.

Reseña de Patricia Iniesto: ‘Cosmogonía de la luz y del invierno’. Oblícuas. 2021.

 502. Portada Cosmogonía (baja)


Patricia Iniesto es licenciada en Filología Hispánica y máster en El Mundo Clásico y su Proyección en la Cultura Occidental. Actualmente ejerce como profesora de Lengua Castellana y Literatura en un Instituto de Enseñanza Secundaria de Madrid. Poemas suyos han aparecido en Cuadernos del matemático, Sapos y culebras, Vuela palabra, Vórtice o Altazor. Este es su primer poemario con el que consiguió el Primer premio La Nuca XIII.. Luego vendrán La forma del viento (Ediciones Vitruvio, 2022) y el recientísimo Toda palabra es una duda (BajAmar, 2024).

Este primer poemario cuenta con el prólogo de Alberto Trinidad y es una revisión, una mirada hacia el pasado que asume con una cita inicial del Popol Vuh. La primera parte se centra más en los primeros años, Cosmogonía, “Mi mundo fue una vez una epopeya sin héroes clásicos”. Son poemas muy significativos, Patricia Iniesto parte de un elemento cotidiano y construye un poema emotivo y sincero, directo y sin artificios: “Yo guardo, en un cajón cualquiera, / todo lo que cojea en la memoria. /…/  A veces abordo entusiasmada los viejos cuadernos /…/ Rebusco, finjo que vigilo, compruebo / que sobrevivo a su sereno alboroto, / a sus huecos impensables, a toda la prosa / que acecha tras los centímetros cuadrados / en los que atesoro toda esa cosmogonía / secreta” (Cosmogonía).  Asistimos a los paisajes de su infancia: “Hubo una vez un mundo que cabía / en la ventana de un piso bajo, /…/ Hubo un mundo que construía / su paraíso con el barro agnóstico / de la infancia en un tiempo todavía / sin noción de sí mismo” (Hubo una vez); “En un aula cualquiera de un año que se reinventa en mi memoria. / No importa el día de la semana, no importa la estacón del año / ni la latitud. / Ícaro espera mi respuesta con derrotada paciencia. /…/ Me empeñé en que solo me gustara el final de tu historia” (El vuelo de Ícaro). Incluso a las pequeñas contrariedades de las que saca mucho más que la simple anécdota: “Aprendiste a contener con tu aliento / las palabras enjauladas, / a apresar el murmullo / de todos los secretos mal guardados” (Ortodoncia). Encontramos aciertos llenos de ironía y verdad como en Sísifo: “El cuerpo no siempre entiende / los matices del lenguaje figurado. /…/ Nunca distinguirá entre el peso de la emoción / y los kilos de materia que tiran / de ti o te empujan hacia el otro extremo, / probablemente remoto”.

La luz es el nombre de la sección central, que más que servir de gozne, es una declaración de intenciones, una identidad en construcción: “Ignora que el punto de ebullición de algunos / recuerdos es de cuarenta y un grados a la sombra / y que hay heridas que cicatrizan a doble espacio, / siempre en times new roman, siempre en los monotemas / censurados no en la boca, sino en la parte más oculta / de su orografía” (Insomnio); “El termómetro azota con fatiga / la atmósfera arenosa de los sueños” (Frecuencia modulada). Como en la sección anterior, los acontecimientos toman una trascendencia que puede ser compartida: “Olvidará otra vez el verano su contorno. /  Todo se hundirá en la memoria desdentada / de los charcos, en el silabeo precoz y mutilado / de la tarde”. Son memorables las imágenes, como decíamos, que se mueven en la ironía y la imaginación poética: “El otoño, en algunas zonas de nuestra geografía, / es una especie en peligro de extinción. /…/ Habita preferiblemente en los charcos y en / las luces prematuras de las farolas / y tiene predilección por ciertas palabras, / muy desgastadas ya por el uso literario” (Otoño). Y especialmente precioso el largo poema Distancia.

En cambio, la última parte, El escozor del hielo, está llena de sufrimiento. Cambiamos la estación del otoño: “Cuando lo entendí / ya era tarde y el invierno había llegado /…/ No solo el paisaje había cambiado / también  el idioma con que se traduce / el escozor del hielo”. En estos últimos versos se adentra en la desolación: “No se aprende a ser cicatriz sin haber intentado silenciar la escarcha, / sin haber sobrevivido al dolor de la sutura”; “La primavera llegará a los centros comerciales mucho antes de que tus dedos hayan aprendido a fundir la escarcha” (18 de febrero). Se suceden los momentos de desamparo: “Todos los epílogos los consumió / el domingo, recomponiendo unas veces, desdibujando otras, los restos imprecisos / de otros días” (Desayuno con diamantes); “No sé qué hacer con este invierno tan seco”o “Hay días que se hicieron para recordar que / la lluvia es solo una herida muda / que nos muerde por dentro” (Hora punta).

Esta sección trata de comprender cómo pudo sobrellevar  un periodo vital difícil, en el que “Hicimos leña del árbol caído / como única forma de / sobrevivir al invierno”. La compañía no contribuyó a la sanación, al contrario,  “Nos hicimos adictos al invierno / a sus huesos de escarcha, al vaho / de las ventanas de los viernes por la tarde” (Atrapado en el tiempo). El poema final es un hermoso canto a la resistencia, casi a la esperanza:

“Volvieron los viejos tiempos.

Y trajeron sobre sus espaldas

los restos de todas las vocales heridas,

las piedras con las que tropezamos

tantas veces,

el polvo que nos amordazaba

con los labios enjaulados

con que bailan los muertos” (Viejos tiempos)

miércoles, 17 de julio de 2024

Reseña de Antonio Fernández Fernández: ‘El reflejo de los charcos’. Ediciones en Huida. 2024

 


Poeta nacido en Carmona, lleva publicados Versos rotos (2016), Mientras las hormigas duran (2018). Ha obtenido el Primer premio del XIII Certamen de poesía José Mª de la Santa en El Viso del Alcor. Este es su tercer poemario y cuenta con el prólogo de Jesús Cárdenas: “tras la lectura de estos poemas se logra atravesar lo banal sin salir herido” (p. 15). Está dividido en tres secciones: Lamas y rescoldos; Ceniza y silencio y El viento sobre las palabras. En ellas trata temas universales como el paso del tiempo visto desde la madurez, los afectos y la capacidad para admirar la belleza en lo cotidiano y en lo efímero.

Lamas y rescoldos comienza con algunas reflexiones sobre la propia poesía: “A duras penas / de la mano cansada / resurge el verso”; “Aparecen en mí como el verso / que nunca desapareció de mi cabeza” (De la comisura de tus labios). Pero la base de la poesía de Antonio Fernández son los sentimientos, a los que va dedicando a lo largo de su obra, versos acordes a los diversos ánimos: “El abrigo de la soledad / que ahora me cubre / no me resguarda del frío de tu ausencia” (El abrigo de la soledad); “Siempre amanece… Pero nunca es tarde para enamorarse y que anochezca de nuevo” (Anochece).

Si bien algunas veces se resalta el momento presente (“El arder no entiende de pasado / ni de leña mojada”, Rescoldos), otras veces merece la pena volver la vista atrás, al territorio del paraíso: “A lo lejos del paisaje / de una infancia difuminada / en el lienzo roto de sus años más felices (Lienzo roto); “Ya no reconozco la piel que me protege / de los pazos que alimentamos mis días pasados” (Encadenado a la nostalgia); “O tal vez me sentaría junto a la orilla / del río que un día recorrí para volver a disfrutar de todo lo vivido” (En carne propia); “Los años ya pasados / son canciones perdidas que rasgan con sus uñas / la claridad evanescente de la memoria” (Canciones perdidas). Este ir y venir del presente al pasado lleva al poeta a confesar que “Disfrazo mi piel con harapos del día a día, / como un poema elegíaco / vertido por el precipicio de las aceras” (Canciones perdidas).

La segunda parte, Ceniza y silencio, decididamente tiene un tono mucho más elegíaco, con una densidad dramática más potente: “De algún lugar / de la tierra quemada / nace una flor” (La soledad es un arma de destrucción afectiva). La contraposición del silencio con la ceniza (que recuerda a Pizarnik) nos deja en el desamparo: “El silencio escondido en su voz / sello de la verdad absoluta / que guarda la desdicha de su boca” (Óxido); “Se vuelve piedra el verso / de la voz enterrada” (Voz enterrada). Concretamente, anuncia el poeta: “Quien desnuda su corazón / caminará a la intemperie de la boca de otro” (Poesía).

Otras imágenes también retrotraen a poetas como Emily Dickinson, que abren sensaciones  a partir de elementos menos intuitivos, pero muy efectivos: “La felicidad oculta tras la tinta azul de la pluma / que da vida a mi siguiente poema” (Leo); “Bajo el umbral de tu pelo / nada la desesperación de los peces” (Bajo el umbral de tu pelo); “Cae la hoja del árbol de sangre manchada, / se borran las huellas de los pasos en la tierra quebrada” (Tierra quebrada). Plumas y tinta, umbrales para los peces, una hoja manchada de sangre… marcan el sentimiento desgarrado de estos versos que anuncian lo inevitable: “morir para nacer en algún recuerdo” (Mis sueños); “ser ceniza y silencio” (Brindis al sol).

El viento sobre las palabras se vuelca más sobre el amor: “de un cielo que, alguna vez que otra, han recorrido mis ojos” (De todo lo que perdí). Envuelto en la nostalgia (“De pequeño todos los juegos tienen / el sabor del algodón que envuelve a las nubes”, Seguir jugando) o directamente poemas eróticos (Oasis). Sin embargo, después puede continuar una poesía de compromiso (África).

Son más interesantes aquellos que se adentran en la poesía confesional: “Aún no he aprendido a despedirme, / ni siquiera a cerrar del todo la puerta” (Soy sincero); “Hubo un tiempo en el que necesité de un poema / para cercenar en dos el latido de mi corazón” (Añoranza). Aunque el propio poeta desconfíe de la posibilidad de identificar el arte con la vida: “Porque la vida no es un poema / que guarda fidelidad y obediencia, / sino un cruce de caminos, una dentellada o mordisco, / que envenena a la manzana joven de la inexperiencia” (Adolescencia). Como colofón, dedicado a su mujer, un poema tierno y rotundo: “Me gustas tú / y el olvido al que sometes al silencio / cuando conversamos” (Me gustas tú).

Poemario de madurez, de ese momento a mitad de la vida que tiene el pasado como experiencia y el futuro como esperanza, llenos ambos momentos de plenitud existencial y emotiva.

domingo, 14 de julio de 2024

Reseña de David Fueyo: ‘Gin contra la mala suerte’. BajAmar, 2019

 Federico García Lorca y Billie Holiday coinciden en Smalls Paradise una  sola vez, pero ninguno de los dos llegará jamás a saberlo


Cuaderno de Fuenteventura (2011), Mi primera colección de perdedores (2012), El espíritu de la escalera (2014), Ruido rosa (2017). Este Gin contra la mala suerte se compone de una serie de personajes con fondo de jazz. Podríamos decir que se basa en una estructura de monólogo dramático, con la circunstancias de la ambientación en el jazz clásico, el be bop principalmente. El título proviene de Cortázar, gran amante de este ambiente –debo reconocer que fue mi introductor en el género también–.

Acuse de recibo es el título de la primera parte que comienza con La banda se presenta: “En el cuarteto todos sonreíamos / en hermosas fotografías promocionales / mientras el tiempo se escapaba por el sumidero / de un calendario con más actuaciones que jornadas /…/ sobre el escenario jugamos a engañarnos / y nos sentimos invictos, / plenos, / elegidos, / necesarios”. En un símil cinematográfico, esta parte sería la del plano general que inicia el film, con los detalles del ambiente y el planteamiento de la historia: “y no hay comunión si no hay swing /…/ Todo ese ruido / es salvavidas: naufragio eterno” (La novia que se abandona todas las noches); “La música es solo una excusa / para reinvertarnos en la noche / y vestirnos con la piel de lobo” (Flaneur).

La segunda parte, Resolución, se adentra en algunos personajes, comenzando en el París de Rayuela: “nos enamoramos un poco más / del paraguas roto de la Maga” (El jazz de los enajenados). Este sería un plano medio, donde los argumentos comienzan a desarrollarse: “Creyendo viajes hacia la luz, en realidad, / peregrinamos cada momento / hacia nuestro propio fundido en negro” (Miss Prosperity). David Fueyo se mete dentro de los personajes con tanta eficacia como Bertrand Tavernier en Round Midnight, con la misma devoción que Clint Eastwood de Bird y la perspicacia psicológica de El perseguidor: “Enamorarme, / ella en primera fila. / Nunca la misma /…/ Terrible frío. / Después de la música / no queda nada” (Haikus jazz); “el ritmo de la vida no era más / que una carcajada de los dioses / provocada por nosotros mismo” (Perdido Street). Muchos de los poemas están situados en espacios concretos y en momentos históricos concretos, que, en el fondo, se hacen universales en los versos: “Nadie canta a la pena como yo. / Nadie tanta náusea por los días todos iguales / y ordenados en fila hacia la nada. / La nada, poeta nihilista. No. / Nadie es mejor impostor que yo” (La balada del desertor) o “Así brindamos, despreocupados, / dispuestos a pagar el precio / de la bala que nos ha de matar” (Blues de preguerra).

Prosecución es el momento donde los personajes toman el protagonismo, como Chet Baker (Chesney solo tocó. amó y se chutó. nada más), Sonny Rollins (“Todo resplandece más si escuchas a Sonny desde lejos”), Papa Jack (“Niños para los que la música fue su único consuelo / y ese músico negro su único papá. / Aquellos que con sus manos construyeron / la ciudad nueva, / aquella que nunca logró devastar el huracán”), Django Reinhart, Billie Holliday (Federico y Billie coinciden en Smalls Paradise una sola vez, pero ninguno de los dos llegará jamás a saberlo), Lester Young (“el maritiro eran campos de cerezas y rascacielos, / y el paraíso eran unas monedad para Caronte”, Manoir des Mes Reves) y muchos otros.

Me interesa sobre manera cómo trasciende de lo meramente jazzístico (como Emilio Calvo de Mora en sus aforismos, Un poco de swing, por favor, 2022), especialmente en las dos últimas partes, Cántico y Expiación, que poseen la parte más espiritual de este proceso del alma que cuenta David Fueyo: “Voy a hacer todo lo posible para ser digno de ti, / mariposas que revolotean directas desde el corazón. /…/ Todo el mundo debería amar con A love supreme / Todo el mundo debería morir escuchando A love supreme (9 de septiembre de 1954 en Englewood Cliffs). Todo este pasaje se corresponde con la mística que Coltrane supo inspirar en sus composiciones más profundas. Miles era “Un mago a la trompeta / calla tú y que hable el mal” (Out front). Y todo el jazz que crearon antes del cool es una Devoción: “El hombre / cegado por la luz / cree que Dios / respira a través de nosotros / y que el cielo / es algo parecido / a escuchar una voz, / esa voz, / bajo la lluvia”. El jazz, en el fondo, no es más que la vida en un ejemplo maravilloso: “Borracho de vivir / en esta improvisación / en la que sigo tocando / desafinado” (Improvisación). Recordemos el espíritu de Mingus en “Cuando llegue el infarto lo recibiré con un cigarro en la mano / acurrucado en el gin / y abrazado a mi viejo contrabajo” (Gin contra la mala suerte).

Por último, llega la Expiación: “Allá de donde somos / los que tenemos como única patria / esta noche / que nunca debería acabar” (Sacrificio). En esta parte se demuestra que la lírica puede ofrecer luz a las ansias más profundas del ser humano: “Cambia la dieta tóxica por un Dios, / el que sea, / y que el desconcierto / sea la verdad que nadie nos ha enseñado” (Revelación); “Esta pena es mi ofrenda” (Ofrenda). Con un lenguaje a medio camino entre lo religioso, lo místico y lo obsceno, se describen no solo el universo de estos músicos libres, sino que se trasciende a la condición humana: “Nos merecimos / follar con la eternidad; / somos los ángeles que sospechan que hay un cielo / en el que nadie baila” (Penitencia); “Cuántos remordimientos / para el sueño de los muertos / que algún día seremos. // Que algún día seremos, / si es que ya no lo somos” (Resurrección).

Un intenso volumen que se lee como narrativa y que se mueve con facilidad entre la reflexión y la filosofía de la vida sin contemplaciones:

“Y ahora somos más viejos

y el corazón ha encogido

y se ha encallecido

en un mundo que nunca entendimos,

en el que siempre hemos sido

tan solo un imitado molesto” (Reparación)

miércoles, 10 de julio de 2024

Reseña de Francisco Jota-Pérez: ‘Libro de mientes’. Ediciones Liliputienses 2023.


Nacido en Barcelona, novelista, ensayista, guionista, poeta y traductor. Entre sus libros de poesía tenemos Napalm Satori (2010), Mascara: Muerte: Roja (2012), SólidO-Celado (2018), Anamorfosis (2021), Luz simiente (2017) y ahora este desconcertante Libro de mientes. De nuevo tenemos un ejemplar que amplía el concepto de poesía mucho más allá del surrealismo y las vanguardias. Cualquier intento de poner un poco de claridad sería desvirtuar este intento de golpear a lo más profundo del entendimiento. Listas, tachones, relatos enloquecidos, despersonalización, experimental y caótico: “muerte entre amigos / aquí se detiene / solo antojo” (movimiento: muerta entre arrugas); “se la conoce por su traducción                contenida en el absceso y las fiebres”… Si bien es verdad que, en ocasiones, podemos entrever una coherencia narrativa, el funcionamiento de este artefacto consiste en aturdir, como en Movimiento bobina: “da / cuenta / extraña / del cielo / de cuentas / de espejo /…/ es bonita”. En otras ocasiones espigamos denuncias y descripciones, incluso tonos de ensayo “––Se empezaba a hablar de “mercados grises”, horas vaciadas en la misma medida en que perdíamos superficies, los intangibles lo eran todo” (genésico); “memoria y vida / ––llega Buenfuego, como cada año, lo que permite prototipar aquello de ti en el gigantesco acuerdo de les comunes, la artificialidad de los órganos de ficcionalización reproductiva ––trueque, luego sentimentalidad, luego erotismo, luego trueque de nuevo, luego pornografía, luego informática y aplicación estadística” (ejemplar Buenfuego).

La belleza de este poemario no consiste en encontrar frases para subrayar (“la rumiación como anestesia”), sino en dejarse llevar por lo fragmentario del discurso, como si atendiéramos en una lengua extraña de la que intuimos algunos vocablos: “refuerzo negativo con inmejorable resultado / va la cerca, salta ninguna banca / se derrumba el tejado / era de esperar” (televisión durmiente).

Francisco Jota-Pérez utiliza la ironía como disolvente (“La siguiente detención está patrocinada”) y cuela versos de lirismo casi convencional (“añorar la guarida/…/ tratar la melancolía”, hiperparásito; “te ofrecí el revuelo / te ofrecí / a un espacio ilusorio / el salto / en mi diario mir-asentir / entre tercios”. revuelo, dilatación). El lenguaje se retuerce como una serpiente que quisiera escapar de una jaula: “vengan el desvanecimiento no cantado y la disipación mórbida / que venga la estrofa no cantada y el tesón como de hortelano” (hortelano). Y quizás sean las referencias a lo natural lo que se contrapone como verdadero en este caos de simulacros: “Habrá una carretera flanqueada de rosales salvajes entre cuyas hojas moradas miradas indiscretas”; “Habrá una formación nubosa como una fina (escritura, desapego)” (paisajes habitacionales).

Desconfía de la política convencional (“dar forma al arma / con la destructividad de las mayorías”, Nod) tanto como de la misma escritura (“con la fiebre, la rima –monstruos y galletas / microlitos para una serie de ecologías temporales”, esferas Dyson) o de la propia resistencia (“es el silencio lo que no se crea ni se destruye / y su ciclo negro abandona y recoge desde la ausencia”, in loco parentis). Los textos se van añadiendo en un todo enloquecido, urgente: “ay, mi secretero / dadme el posar de la pólvora en el lugar vacante de uno de mis muchos padres”.

Francisco Jota-Pérez no juega con el malditismo, aunque es, sin duda, un outsider en el panorama patrio. Si aplicamos un microscopio apreciamos los recursos tanto fónicos como conceptuales, sus referencias a los ámbitos fuera de la poesía, su compromiso con la radicalidad y su desconfianza de los sentidos: “consideraremos la erosión como un invento del tacto que se naturaliza y coincide consigo, contigo y conmigo, nos bruñe” (progresa en términos netos); “inclinarse a la perfección, / frustrarse por ello, porque la técnica / es una ristra de decisiones a la espera de que alguna conlleve un resultado (framåt, retablo) “tomar la parte del vampiro como la vez”.

Su estilo tiene que ver con la poesía (“velar la calle con la metáfora de un nirvana”) y con el ensayo, en el sentido académico de la palabra y en el convencional de prueba y error: “¿qué mide la autenticidad si no se resulta / más que actor, más que actriz, más que la horma?”. Y si en ocasiones leemos declaraciones contundentes (“Admite lo que hay por el hecho de estar ahí / Cifra el realismo hasta empujarlo a lo kitsch” (Vacua), lo maravilloso está en la selva psicodélica del encaje de cada texto: “la belleza debería radicar en, y sucumbir a, la mayor exigencia…. / y dejar, por tu guerra y mis ganas, la densidad del secreto”.

Libro de mientes es una denuncia desde dentro del simulacro, una experimentación casi inasible de lo incomprensible, de lo que atenaza, de lo que se va infiltrando a través de las palabras y las imágenes. No puede negar participar de la estirpe de Burroughs y otros poetas alucinados como en ocasiones Panero, Chantal Maillard o incluso algunos retazos de Mario Obrero o Javier Corcobado. Toma, si acaso, la función de un chamán que habla entre sueños. No se aprovecha de las alegorías, no juega con las metáforas, va acercándose con un bisturí preciso que igual corta que acumula los residuos de términos, palabras, frases, estados de conciencia. Abiertas quedan a las interpretaciones en una apelación urgente al lector sin imponer unas reglas o una dirección en la que mirar.