sábado, 3 de junio de 2023

Reseña de Gabriela Rosas: ‘Blandos’. Petalurgia. 2021

Gabriela Rosas on Twitter: "Mi gente de @petalurgia 🇪🇦 y El Pez soluble  🇻🇪 coeditan Blandos, uno de mis poemarios. Agradecida con el equipo, la  ilustradora maravillosa que dió rostro a Blandos @


Nació en Venezuela y es poeta, narradora y editora. Por el momento lleva publicados La mudanza (1999), Agosto interminable (2008), Blandos (2013), Quebrantos (2015), El carro (2022) y está incluida en la antología Nubes, Poesía hispanoamericana (Pretextos, 2019). Esta edición para Petalurgia cuenta con las ilustraciones de Sol Linares. Son 16 poemas en los que se dirime la experiencia vital y la lírica en pequeñas viñetas: “El blanco es uno frente a la página / frente a la silla vacía (el hermoso paisaje que no supimos habitar /…/ blancos de la sed propia y ajena / cada día es una soga al cuello” (uno).

La experiencia vital habla de soledad y ausencia: “me tocas el silencio / la piel que no se nombra” (dos); “los fríos son los voluntarios / los sospechosos” (tres). La experiencia lírica acompaña esta tristeza: “un poema llueve / esa caricia / sobre el hombro / es un pez / somos la voluntad de escuchar / el silencio. /…/ nunca le mientas a un deseo” (cuatro). La voz que sale de los versos dice de sí misma: “Puedo ser un pájaro triste / pero no un triste pájaro” (cinco).

La ausencia significa un proceso de maduración y transformación (“Esta casa blanda / aprendió el óxido del desapego”, seis), que se considera todavía en riesgo y vulnerable (“Eventualmente toda palabra será un nudo / harás una pregunta / cada día que no sepas de mí”, siete). En el fondo hay una especie de nomadismo emocional, de provisionalidad: “Uno guarda en sus maletas lo que puede / a veces / lo que abriga / ocupa tanto espacio / que hay que dejarlo / como todo lo que amas y no se va contigo” (ocho).

Establecido como un viaje y un desafío, dice Gabriela Rosas que “los blandos se queman por dentro / muerden sus labios / viven de emociones / de noche sueñan que otros blandos existen /…/ y agotan sus tímpanos / intentando escuchar el amor” (nueve). Y considera la existencia como un “absurdo / camino / como todo lo que pretende ser conquistado” (diez). Los recuerdos son tenaces anglas en el nomadismo y “El olvido no entiende por qué le niegas un cuerpo / solo recuerda los besos bajos la luna / cuando mira de frente” (once). Por esa dialéctica frente al Otro, frente a los recuerdos y la ausencia, hay una permanente estación de esperanza: “te espero en la letra pequeña / para quemarnos luego” (doce).

Quizás sea en los últimos poemas cuando la dialéctica con el Otro esté más explícita: “Nada es limpio entre nosotros / insistimos en las tormentas / no queremos permanecer / es oxidarse /…/ olvidar los versos / y abrir los ojos / para no quebrarnos / en ninguna parte” (trece). Son poemas en los que la inevitabilidad es el tema del amor que no perdura: “cada despedida es para siempre / una posibilidad /…/ uno extraña al que se ha ido / porque realmente se extraña no / para recordarse uno” (catorce); “en esta ciudad / enfermarías a causa del olvido / te comerías tus propias flores / y te abandonarías de nuevo /…/ entenderías por qué el cielo no existe / o lo entendería yo” (quince). Un colofón sentencia Gabriela Rosas: “vivir tiene su precio / todo lo que amo es un incendio” (dieciséis).

 

jueves, 1 de junio de 2023

Reseña de Zel Cabrera: ‘La artista que no se toca’. Los libros del perro editorial. 2022

La arista que no se toca | Zel Cabrera – Literal MX


Poeta, traductora y periodista mexicana con una sólida trayectoria que comenzó en 2018 con Una jacaranda en medio del pozo (reeditado en 2020), Perras (2019) y Cosas Comunes (2019 y 2020 en España). La artista que no se toca se publicó por vez primera en 2018. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018. La poesía de Zel Cabrera transita en la frontera entre lo confesional y lo reivindicativo, lo íntimo y lo común. No son extraños los llamamientos al “nosotras” en sus poemas. Quizás, este poemario es el más confesional, el más íntimo, todo ello sin renunciar a una actitud combativa.

Se estructura en distintas facetas como círculos concéntricos sobre el tema. Comienza con El nombre exacto: “Reconocer algo / con la punta de la lengua. Pronunciarlo”. No es el sentido de dominio, sino más bien en el de autodefinición: “Esto es un metrónomo desfasado, / con virajes, / demora de músculos, / tartajeos, anteojos, / barras de metal, / zapatos ortopédicos. // Esto soy”. Los juegos del lenguaje van a marcar, no solo los poemas, toda la existencia de la poeta como un completo eufemismo: “Decimos: no camina bien / para decir parálisis cerebral”.

“Papá dijo que las pequeñas pelusas

que tiran los chopos cuando florecen

son gatitos que algún día crecerían

/…/

Papá siempre cambió el nombre

de las casas complicadas, las hizo siempre.

Así, un día dijo que la parálisis cerebral

con la que nací y con la que moriré

solo era un “problema”

 

Y aún le decimos problema

porque no es una enfermedad,

no se cura, no existen medicinas

/…/

Y hubo terapias, ejercicios, aparatos,

plantillas de plástico rígido

y burlas todavía más dolorosas

a las que nadie cambió el nombre”

Es la capacidad de nombrar la que oculta el sufrimiento, y escribir es, en cierta forma, descubrir desde la distancia: No voy a pedirle que pronuncien / este dolor que me corresponde /…/ Soy ese punto de la arista que nadie toca. / Esto no es un poema” (Regla del juego). El dolor intenso de la existencia que limita desde lo más concreto: “Pronuncio mal las palabras. / No todas, no siempre, / solo las que llevan erre. /…/ Errar diciendo error, / autorretrato revuelto, / aterrizaje forzoso, / barrera con mi derrota / este derrumbe”.

Aquella mañana transita hacia el momento del parto como signo de la correlación social de la situación individual: “En aquella sala de hospital, / en aquel resquicio esterilizado, / los primeros llantos / se demoraron, / cinco, / diez, / quince, / veinte, / treinta segundos”; “Mi madre dio a luz a una muñequita / de porcelana / que se rompió al nacer. // Una muñeca que si miras de cerca / la observan diciendo: «No tocar»”. Puntualidad juega con lo que ha causado su parálisis para abarcar algo más general: “Llorar a tiempo es importante, / llegar a tiempo es importante. / No hay bonos por impuntualidad, / el retraso no es una virtud”. Es un grito en primera persona: “La verdad trastoca lo que escribo. / No soy, / no tengo”.

Igual que en la primera parte confesaba sus dificultades en la pronunciación, en Garabatos resalta no solo los problemas de caligrafía, sino la cura que supone la escritura: “Las palabras nos sostienen, / escribir no es tambalearse”; “Escribir es ejercitarse, / elegir palabras para hacer unotrocuerpo”. Como sentencia Zel Cabrera: “Los pasos se ensayan en el andador, / las palabras en el papel”. Una manera hermosa de definir el oficio de poeta.  Cuando dice que Esto no es una enfermedad, la poeta afirma que “Busco las palabras de lo que soy”.

Y en esa búsqueda descubre la el sufrimiento que la define: “Soy algo que todavía duele, / una herida cicatriz de algo hondo, / soy una falla de origen, / un cuerpo que no se sostuvo, / que no fue exacto”. Y cómo ha tenido que lidiar en esos momentos tan cotidianos que pasan desapercibidos pero que hunden más en la herida: “En casa no podía llorar. / El llanto traía convulsiones / que asustaron a mi madre”; “Mirar a nombres. / Mirar es doler”; “Quisiera / llevar un letrero: / favor de no preguntar / “¿qué te pasó en el pie?”, / “¿así naciste o estás enferma?”.

Es por ello que reclama ser alguien a quien tratar con cuidad, Handle with care. Son esas rutinas que pasan desapercibidas en el día a día que no alcanzamos a ver en los demás: “Como una top model, / desde pequeña tuve / mi propia rutina / de ejercicios”. Laos escollos cotidianos, como que “A los seis años aún gateaba”, hecho que luego repercutía en que “A mamá le dolía / que las maestras del kínder / me vieran sucia, / todo el tiempo”.

Zel Cabrera no se complace en la tragedia, sino que en sus libros, la familia, especialmente las mujeres, son las que afrontan las situaciones, las que plantean remedios, compromisos, fortalezas: “Me hiciste mirar talones que se deforman, /…/ “Todos caminamos mal, / ve cómo aquella muchacha tuerce el pie” /…/ Era cierto: no era la única / que gastaba sus zapatos de irregular manera” (Zapatos). Así se va saltando a lo común, a lo general, cuando la pequeña Zel descubre que “Todos los caminos que creí perfectos / llevan un desvío, un rasgo, otro ritmo; / una inclinación que nos distingue / como otra huella digital”.

Es una existencia herida que apenas disimulamos (“En las fotos nunca somos quienes somos; / en mis fotos la parálisis no sale”) y que nos condiciona a través de la vida: “Los años pasaron. Seguiste / pidiéndome enderezar los pies, / creía que así, la vida / podría dolerme menos” (Homilía). En suma, hay que reconocer cómo lo corporal nos acaba definiendo: “Nació conmigo o yo con ella. / Somos mellizas que no se hablan /…/ Somos la misma /…/ La niña traía parálisis bajo el brazo. / Torpeza, lentitud. / Un letrero que decía handle with care”.

Solo al final, como colofón llega el nombre técnico, el oficial, el aséptico: “Me rompí desde las pinzas, / crují con otro nombre: / hipoxia neonatal”. Sin aliento.

 

martes, 30 de mayo de 2023

Reseña de María Rosa Serdio: ‘Escarcha al sol’. BajAmar, 2022

 Escarcha al sol, de Mª Rosa Serdio


María Rosa Serdio es, además de escritora, maestra. Es coautora de la primera investigación del Folklore Escolar Infantil del Principado de Asturias recogida en el libro Pin Pineja (Ediciones Júcar), lo que ejemplifica su compromiso con la educación. Ha publicado Colores y más colores (Pintar-Pintar), Bolso de niebla (Pintar-Pintar) y La Boda Alada (BabidiBú ediciones). Caudal de azar (BajAmar editores) fue su primera incursión editorial en el haiku del que tenemos aquí la segunda entrega.

David Fueyo realiza el prólogo que describe la estructura del volumen. La primera parte contiene aquellos temas más eclécticos. La segunda, Sala de espera, son “los más humanos del volumen”. Los últimos, Sigue el aliento, tienen como tema la esperanza.

De esta forma disfrutamos de los pensamientos en la tradición contemplativa del haiku: “Atardecer. / Poner flecha en el arco. / Tensar la espera” (Portal); “Siempre hay señales. / Párate y agradece / ser caminante”; “En las espinas / que el camino reparte / están las rosas”. Se reivindica la lentitud, el ser consciente del momento, la espera reflexiva: “Se va el verano… / El día se ha parado / sobre las páginas”.

Precisamente es el término que reivindica en la segunda parte, Sala de espera: “Solo un suspiro. /¡La vida que depende / de esa mirada!”. La poeta demuestra el ansia de lo irremediable: “¡Tener dos manos / y ninguna que sirva / para salvarte”; “La luz se apaga. / Viajan hacia la noche / como un jinete”; “Pasar el viento. / Cada hoja resume / lo que ya ha sido”. Desde esta Sala va pasando el tiempo, las estaciones, las personas que viajan…: “Vuelan las hojas. / El bosque nos visita / en la ciudad”; “Como viajeros / siempre sube el arcén / pañuelo en mano”. Al fin el protagonista es directamente el tiempo: “Solo dependes / del movimiento exacto / de tu reloj”; “Hoja de sauce / en el río que fluye. / Quedo en la orilla”.

Sigue el aliento, como decía David Fueyo aborda el tema de la esperanza, bien desde el pasado (“Aquella casa / que se llenó de risas / cuando llegamos”; “Si regresaras, / ¿tú querrías tejer / los mismos sueños?”) o hacia el futuro: “Así es que laten / los recuerdos dispersos / a su manera”; “Arriba el pájaro. / La rosa ya florece. / ¿Y tú qué harás?”.

La conclusión de este conjunto espléndido de haikus, compartida con Cavafis, reivindica para el homo viator, la importancia del propio viaje:

“Reflexionando:

Nada importa el final.

Solo la ruta.”

 

 

 

Repetido el 95

 

domingo, 28 de mayo de 2023

Reseña de Eva Vaz: ‘Limpieza general’. Garvm. 2023


Ha vuelto Eva Vaz para entregar un poemario duro, sello de la casa, y con la intención de hacer, precisamente, Limpieza general. Tres partes, Ruido de venenos, Pasar fractura y Mal olor. La primera y la última tienen más el foco en la propia voz con intervalos de denuncia, mientras que la intermedia gira la atención a un interlocutor al que interpela con dureza. No es, sin embargo, menos la dureza que la poeta trata su propia conciencia y su propio cuerpo: “Contar que tengo veneno en los ojos, / en los pulmones, en el pelo y las uñas /…/ ¿Cómo contesto a la gran pregunta, tú que eres tan impreciso en la mirada / y tan fino con los fármacos? /…/ ¿cómo vivir y morir al mismo tiempo, / con la misma poca disciplina de un bebe?” (La Oración).

La fragilidad del personaje, la crudeza de las experiencias, lo despiadado de la mirada son los elementos que vertebren la poesía confesional de este bloque: “Será la atracción de lo / frágil / junto a lo bestia: / yo misma” (Poética – autorretrato); “Oh, un señor pronuncia mi nombre, / las locas me miran / y yo corro como una novia hacia el altar / en su minuto de gloria / y un loco, a mi lado, me dice: / Tienes que irte. / Pues yo ya no me voy a ningún sitio. / Ahora he encontrado el sentido, / entre los míos: / la casa de los locos”. Sin autocompasión, se explaya: “Bienvenida, pequeñita mía, / ahora duerme. / Y sueñas que mañana no serás / como Eva Vaz” (Hormiga). Porque la rabia que se agazapa dentro otorga la lucidez de saber que “No quiero curarme” (Carne); que “La adicción no es peor / que la soledad entre tanta gente” (Momento conciencia plena); y que “Drogada no puedo correrme: / mi saliva no moja y mis dedos / ahora son espinas en mi entrepierna. / Mi coño ya no tiembla” (El orgasmo). Frente a este pasiaje desolador admite que “Me duelen las puntas de los pies / porque estoy andando. // Porque aún estoy viva” (La pediara). Y agradece los cuidados, bien sean incompletos o paradójicos:  “Amo a mi psiquiatra porque me ha salvado la vida / más de cien años /…/ Mi madre murió en el limbo de la anestesia: / mi muerte preferida.” (Ruido de venenos).

La segunda parte, Pasar fractura, comienza con un poema dedicado a Piquero y Bárbara Grande. A partir de ahí siguen poemas despechados, con furia y con una cuidada estructura en la que todo alrededor se comprime entre los versos: “Y ahora voy a imprimir / todo esto / para dejar un hermoso poema” (Suave es la noche). Poemas llenos de anécdotas: “Se fue. Quiero olvidar a dónde / con quién, ni por qué. / El pasado es de otros. Un invento. / Un suceso en la vida de un excursionista” (El regreso); “Te pareceremos poca cosa. / Tú que aspiras tan alto / y nosotros que ya casi / ni aspiramos / aparte del polvo / de las estanterías” (Erasmus). Poemas en los que habla con ella misma (“No se quita, Eva, / la nicotina… / y me lloran los ojos / (Pero es el amoniaco, / que es muy cáustico)”, Nicotina) y con los interlocutores en un ajuste de cuentas: “¿Me convertí yo en la merma de tu vida? / No lo sé. Pero sí reconozco que siempre que intento cuadrar la merma / me acuerdo de ti” (Merma); “Me has vaciado / del amor hacia ti. / Me has dejado un gran agujero / en mi cuerpo pequeño. / Una carnicería es el cuerpo que amaste. // Por el agujero, ahora, transitan / insectos, benzodiacepinas, pájaro, antibióticos, vente, menstruaciones muertas, / el frío / mis manos” (El agujero). La fortaleza de la fragilidad siempre aparece:

“Estoy fuerte para vivir,

un día nuevo.

 

Siempre gano las batallas” (El centro de la cama)

Mal olor es el más heterogéneo de los capítulos, donde encontramos poemas-denuncia con la misma rabia e indignación que en los poemas más confesionales: “Nunca fueron tan hermosas / para los ojos del telespectador / que no tiene qué llevarse a la boca / de su conciencia” (El mar ya ha arrojado a las playas de Cádiz los cadáveres de 23 emigrantes); o Los hombres buenos sobre la prostitución infantil.

Eva Vaz es consciente y es cáustica en su poética. Igual nos dice: “Eres un hueso rancio, / entre tanto, el menos atractivo. / Eres un hueso defectuoso. / Nadie echaría en su comida” (Mercado de abastos); que agradece con ironía: “Gracias, industria farmacéutica / por darme la vida / y quitármela tras cada toma. / Sois un tubo de entrada de agua sucia / que se corta cuando quiere. / Mientras yo muero lentamente / en vuestras pastillas / para calmar caballos” (Farmacopea); “Pero viniste a mi jaula / y tus propios barrotes me parecieron tiernos. / Luego hiciste lo que todos / y me volviste a encerrar / llevándote las llaves” (Zoocosis). Se queja: “Pornopoesía llamas a mis letras. / ¿No podías decir Poesía Confesional?/…/ O, mejor regresa al jardín de infancia / que queda más lejos / de esta / pornopoeta”.

El poso con el que concluye con la conciencia de la cicatriz que endurece: “He pasado / fractura: / he decidido no amar” (Pasar factura); “Me estoy convirtiendo en un árbol. / Ya estoy masticando tierra / y respiro por los ojos” (Desescalada). Porque sabe que dichoso el árbol que es apenas sensitivo… Cierra el poemario con rabia que se enfoca hacia sí: “¿Cuándo te amaste por última vez, / pequeña hija de puta? / ¿La última vez que te masturbaste / pensando en ti sola? /…/ ¿Cuándo reconociste que necesitas que te amen / para no sufrir de forma inconcebible? /…/ ¿Cuándo será ahora? / Pobre mujer” (Amarse). Imposible salir indemne.

viernes, 26 de mayo de 2023

Reseña de Julia Navas: ‘Simulacro’. Canalla Ediciones. 2019

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Simulacro es el poemario de consagración de Julia Navas tras Confieso que he perdido el miedo (Hades, 2015) y Ombligos y universos (Canalla, 2016). Luego llegó el emocionante Zapatos sin cordones (Chamán, 2022). Como narradora disfrutamos con Esperando a Darian (Hades, 2014) y ¿Qué hay en una habitación vacía? (Canalla, 2018). Comienza con un poema prólogo de Carmen del Río Bravo: “Llevamos muchos años cantando, bailando /al son que toca / contra el son que toca /escondiendo fortalezas / mostrando debilidades /escondiendo debilidades /mostrando fortalezas”.

Julia Navas expresa la necesidad de abandonar las máscaras y descubrir el simulacro: “Me he alimentado de semillas / de autoengaño y mordidas en el  vientre” (Autoengaño); “No es resignación ni autocomplacencia. / En este camino que puede ser / la tercera parte del círculo de mi vida” (La tercera parte de una vida). Asumir las propias debilidades (“Quizás debería pedir perdón / por haberme sentido tan amada”, Distorsión; “Repara mis rotos y descosidos /…/ No quiero hilvanes, / ser cobijo de una noche / ni remiendo triste / en la rodilla de tu pantalón”, Costuras), mientras exige esa entrega real en los afectos: “Si alguna vez has querido saber de mí / solo tenías que preguntar. / No podía mostrarme tal cual soy, / desnudarme, abastecer tu curiosidad / en el primer gesto” (Adivina); “que cada embestida nos funda / en la oquedad del lecho” (Tu dominio). En esto consiste la centralidad del simulacro: “Palabras que son actos, / no simulacros, / salidas de emergencia / ni puertas en escena” (Hay palabras).

Otros personajes van apareciendo entre los versos, especialmente la familia, como Alicia (“Y tú / con casi dos décadas en tus manos, / aún no has dado tus primeros pasos / y sigues pidiendo / que te acoja en mi regazo”, Animales) o los padres.

La característica que Julia Navas va resaltando como un letimotiv es la autenticidad: “¡Soy una mujer primitiva / entregada a una danza hipnótica / ritual y desbocada” (Prehistoria); “Esta es la historia más real / que he conocido: / un hombre y una mujer, / una pasión capaz de alimentarse / con un solo beso” (Real). Y lo hace frente a la necesidad de la máscara cotidiana. Avisa, “Esto es un simulacro. / Esa no es mi voz” (Mi voz).

Hay mucho sufrimiento en estos versos: “Ser cárcel de aire, / de lluvia resbalando por sus barrotes” (Jaula vacía); “Hoy me he despertado / con ganas de casi todo y miedo de casi nada. / Con la única certeza / de que la noche llegará” (Luz de primavera); “La vida es demasiado corta, / el ring demasiado pequeño” (Travesuras); “Y si vas a darme la medida de mi dolor, / calla” (Grietas). Algunos detalles muy personales son muy significativos: “¿Quiero ser mi pie izquierdo, / erosionar tus tapas a la par que las mías?”; “Me gusta esta cojera, / elegir quién me dirige / y, a la vez, mover sus hilos” (Cruce de conexiones). Las exigencias tan comunes que afectan a la vida de una mujer: “Qué abandona / para ser una súper mamá, / una escritora no mediocre, / una mujer independiente, / una amiga disponible, / una amante a tiempo completo” (Cien mujeres).

Contrasta con la necesidad de supervivencia y el coraje de vivir: “Tengo un jardín propio / que produce la ración de belleza / necesaria para cada día” (Jardín); “Los versos son los vasos comunicantes / que dan sentido a lo que soy” (Anverso y reverso). En esa voluntad hay un claro compromiso emocional y social: “Hubiera dado todo por cambiar mi hastío / a cambio de su esperanza” (Desarraigo). En la obra de Julia Navas conviven poemas confesionales (Querer) frente a otros políticos (La otra seducción): “Si pensáramos en la certeza que es morir, / todos seríamos suicidas”; “Seres de espinas que apuntan al interior. / Para no ver la sangre de otros / se hieren manos, / vientre, ojos / y a menudo se suicidan” (Autolesiones).

Entre los poemas confesionales hay mucha introspección: “Y, / me temo, / nunca / seremos felices” (Pasado y futuro indefinido); “No hay mirada atrás cuando el dolor / viaja en una vida que cabe en una sola maleta” (Norte y Sur); “Hubo días en los que quise ser tanto / y solo alcancé a ser breve”. Hay lamento y lucha: “Me estoy vaciando de poesía” (La quietud);  “Cuántas razones necesito para seguir. / Miro mis manos, / cuento mis dedos uno a uno y no me basta. // Necesito tus manos / para seguir enumerando” (Manos).

Simulacro es un poemario extenso donde caben los recovecos y la lucidez: “En el espejismo del amor / todo son afinidades. / Buscamos en los bolsillos traseros / restos de otros” (Restos). Y en ese mundo de imágenes falsas, Julia Nava se pregunta “Dónde esté la dignidad del abandono” (Humillación). Nos deja una sensación intensa de lirismo y melancolía que acumula las debilidades y fortalezas que citaba el prólogo, lo necesario para vivir y sobreponerse: “Ese sol de otoño que no calienta. / Y tú con tu ropa y tu corazón de verano / que te niegas a abandonar” (Frío).