martes, 31 de marzo de 2015

El dinero de los muertos.



Esta semana hemos asistido a un hecho terrible. Todavía está sin aclarar cómo sucedió exactamente y sobre todo por qué ocurrió el accidente del avión de Germanwings. Se ha movilizado una cantidad ingente de medios humanos y materiales para recuperar los cuerpos y las pruebas necesarias para aclarar lo sucedido. Encontrar una explicación es clave para recuperar la poca paz que puedan alcanzar las familias. Una ola de compasión ante la tragedia nos invade. Y muchas preguntas sin contestar. Se fletan aviones para que los familiares y las autoridades se desplacen al lugar.
No sabemos con certeza cuál ha sido la causa, pero han confluido muchos factores, factores personales como la depresión del copiloto, que había roto su relación sentimental, que tenía delirios de grandeza, que por lo visto tenía problemas de desprendimiento de retina. Factores más estructurales, como la falta de personal, o la normativa post-Torres Gemelas. Y recemos por lo que podría haber pasado.
Una de las primeras hipótesis fue la del ataque terrorista, recordamos los atentados del museo del Bardo, y, más lejanos sentimos los de Yemen o Nigeria con Boko Haram, aunque no lo estén tanto en el tiempo. Sentimos el dolor y sentimos la indignación, y desgraciadamente esto es aprovechado por ciertos políticos para contagiarnos de su preocupación en las fronteras y autorizan el gasto especial para blindarnos contra el terrorismo.
Humano, demasiado humano preocuparnos por nuestros muertos, los que sentimos nuestros a pesar de no haber conocido de ellos más que su desgracia. Advertimos, sin embargo, que no todos los muertos son iguales. Ahí tenemos los restos de Miguel de Cervantes, una cantidad indecente de dinero y recursos se han utilizado para comprobar si efectivamente los huesos de esa tumba pertenecen al Manco de Lepanto. Forenses, arqueólogos sí están disponibles para la investigación de una celebridad, porque luego eso repercutirá en la economía, habrá más turismo. Realmente lo dudo.
En cambio, los recursos para la Memoria Histórica no tienen tanta prisa, ni tanto interés, ni tantos recursos. Por lo visto, los familiares de la tragedia de los Alpes sí tienen que cerrar heridas, pero la sociedad española vive mejor sin remover el pasado.
Es humano también hacer todo lo posible cuando la situación lo exige. Llegan las riadas, los terremotos, huracanes y debemos desembolsar lo que no tenemos para reconstruir nuestras maltrechas vidas. Los seguros parecen encargarse de hacer más llevadero el trance, pero no siempre es fácil retomar la normalidad a través de estos cauces. Las ayudas de las distintas administraciones suelen ser escasas y tardías. Nos empeñamos hasta las cejas con cargo a un futuro que no tenemos claro si llegará.
Sufrimos una enfermedad familiar y nos volcamos, deshacemos nuestras rutinas, reorganizamos como un campamento militar todos nuestros recursos para salir como podemos de estas contingencias.
Se estropean los electrodomésticos y nuestra economía familiar se va al traste por mucho que hayamos sido previsores. Es normal, jodido pero normal. ¿Quién nos puede culpar por ello?
Pues entre los vivos tampoco hay igualdad de condiciones. Para algunos es normal hacer frente a las pérdidas con su patrimonio, para otros eso es impensable. ¿Cómo van a ir a la cárcel los miembros más insignes de la sociedad, la familia real, las grandes familias de banqueros, o de políticos? Esos no pueden, ellos nunca han vivido por encima de sus posibilidades.
Los especialistas en todos los estilos hablan. Se podría haber evitado la desgracia si no hubiera pasado el 11S, por eso se blindó la cabina. Se podría haber evitado si la tripulación estuviera integrada por más personas de forma que nunca se quedara una sola en la cabina. Pero eso cuesta dinero, dicen los expertos, y la gente quiere volar barato. Yo me pregunto por qué los viajeros no tienen derecho a ahorrar de forma segura y las compañías sí que pueden ahorrar a base de la inseguridad de los pasajeros. No he escuchado a ningún tertuliano culpar a la rapacidad de los gestores y sí a la tacañería del pasaje.
Las urgencias y las emergencias requieren un desembolso muy grande que no se puede afrontar si no es el Estado quien se encargue, si no somos todos los que nos endeudamos para aliviar el sufrimiento de otros. Así lo hacemos en las zonas catastróficas, con los accidentes, con los incendios… pero no con la crisis.
Cuando grupos políticos de izquierda piden una renta básica universal se pone el grito en el cielo. No, eso no es posible, para eso no hay dinero, los presupuestos no cuadran. Y sí lo habrá para salvar bancos, para mejorar la seguridad nacional a base de contratos millonarios, para salvar autopistas pero no para medicamentos. No es que se tenga una vara de medir que se base en la rentabilidad económica, es que sistemáticamente se beneficia a los mismos porque es inasumible que pierdan.
Cuando se privatizan colegios en la Comunidad de Madrid no es porque el Estado sea mal gestor, no es por ideología, es que los encargados de privatizar cobraban comisiones. Así de claro. Hay dinero para unas cosas y para otras no. Hay necesidades más necesarias que otras.
Me pregunto si no deberíamos preocuparnos tanto por los vivos como hacemos por los muertos. El dinero que se está gastando en la montaña está bien gastado. Pero, ¿no se podría tener la misma consideración con las familias que viven en Grecia, en Siria, en cualquier parte del mundo, por ejemplo? Ellos están vivos ahora, ellos tienen necesidades ahora. Ellos y muchos de nosotros.

domingo, 22 de marzo de 2015

¡Que te jodan!



Perdónenme el brusco comienzo, pero el mundo de los insultos es apasionante. Si lo pensamos bien, y Randall Collins lo hizo, el insulto es una especie de magia. El insulto tiene la capacidad curativa de un conjuro. ¡Mierda! Y ya nos duele menos el dedo machacado por el martillo. ¡A la mierda! Y el actor se queda más tranquilo y sosegado.
Alguien nos insulta, “Me cago en tus muertos” y por eso mismo empezaremos a sufrir justo en el momento de escucharlo. Por eso nosotros respondemos, “los tuyos”. Y ya nos hemos salvado. Un conductor se nos cruza de mala manera y nos grita, pita y nos hace una peineta. Para librarnos no queda más remedio que hacerle también una.
Otro medio muy eficaz de librarse de un insulto es recurrir a la rima. “Quien lo dice lo es, con el culo al revés”, “rebota, rebota y en tu culo explota”. La magia es así.
Pero, ¿qué hacer si no entendemos el insulto? Se dice que bajito también vale, pero ¿cómo saber que nuestra desgracia es fruto de un insulto bien pronunciado y no de la casualidad? Porque si alguien nos insulta y efectivamente nos torcemos el pie, nos calamos hasta los huesos y el coche empieza a perder aceite, ¿tendrá la misma recompensa para el insultador si nosotros ignoramos la fuente de nuestra desventura? Insultos en otra lengua, insultos secretos. ¿Debemos castigar a un niño que insulta en una lengua que el insultado no entiende? De todas formas, “los tuyos, por si acaso”.
Habría que preguntarse por qué unas palabras o gestos se convierten en insultos y otros no traspasan el umbral. Hacer puñetas, por ejemplo, tarea laboriosa como pocas se convierte en un vocablo prohibido para según qué ambientes y edades. Irse al carajo era literalmente trepar por el palo más alto de un navío y permanecer sufriendo el castigo del vaivén de las olas. Natural, pues, volver acarajotado, mareado, atontado… La escatología y la blasfema, que pueden tener en común el interés por el más allá, son un campo abonado, nunca mejor dicho, para aspirar a la categoría de insulto. Defecar sí, orinar no. Uno es un cobarde cagado, pero un meón no pasa de un contratiempo para que los demás se echen unas carcajadas, para mearse de risa.
Otras veces el insulto proviene de la calificación general de algunos colectivos, como perro judío, o subnormal. Estos están perdiendo, no sólo vigencia, también están, con razón, cada vez peor vistos. No pierden vigencia los que se relacionan con lo femenino. Si algo es magnífico es cojonudo, si es muy aburrido, es un coñazo. Eso sigue así. Hace muchísimo que circula por las redes sociales, primero en fotocopia, luego en mail, ahora en forma de meme, las variantes masculinas y femeninas de ciertos conceptos: hombre público, zorro… Todos los femeninos acaban significando lo mismo: mujer cuya limpieza se pone en duda y que se gana la vida intercambiando favores sexuales por dinero.
La similitud fálica predispone a convertirse en un insulto, y como prácticamente todo tiene forma rectilínea es un no acabar. Tiene nombres mil… Juntando las dos consideraciones llegamos a los insultos que tienen que ver con el acto sexual. Como el que ha comenzado este post. ¿Qué significa exactamente la expresión? Ese verbo de cinco letras es la versión malhablada de un coito. Y suponemos, que en estos no somos expertos, que las relaciones sexuales aspiran a ser placenteras partiendo de la base de ser entre adultos, seguras y consentidas. Sin embargo, estar jodido no es ir por la calle satisfecho sexualmente, sino quizás todo lo contrario.
El insulto emplaza a alguien, un tercero a practicar el coito con el supuesto insultado, lo que implica es que no aspira a conseguir un placer a través del mutuo frotamiento. La satisfacción del insulto, es decir, la satisfacción por el mal ajeno se consigue sin apelar al disfrute propio. Es, en la terminología de Carlo M. Cipolla, una estupidez.
La pregunta sigue en el aire, ¿por qué es un insulto desearle a alguien un coito?
Porque no es un coito en igualdad de condiciones, es desearle al contrincante la posición de la mujer, la que es pasiva, la que es “jodida”. Es un insulto machista a la vieja usanza. Nadie quiere el papel de la mujer ni siquiera en el lecho del placer. ¡Cómo debían de ser los encuentros sexuales en la antigüedad! Como llegó a decir el ínclito Camilo José Cela, señora, no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido. La posición dominante del varón se traslada del sexo al sufrimiento. Practicar el sexo con los varones debe ser lo más irritante y doloroso del mundo. La mujer, sumisa, inmune a los placeres, sólo debía mantener coitos con resignación, para procrear y para evitar la marcha de su sustento.
Quizás otras posturas heterodoxas tengan per se más riesgo de consecuencias dolorosas. En cambio, los que invitan a mantener sexo oral sí son los pasivos, están insultando a los activos. El sexo es complicado, pero está claro que la postura que adopta la mujer es la que se lleva el insulto.
En el campo sexual hay más insultos. Por ejemplo, cuando tu parienta te engaña, te pone los cuernos y te conviertes en un cabrón. La cualidad del cabrón consiste en ir haciendo el mal por hacerlo, aunque uno ignore la circunstancia del engaño que sufre. Si estás enfadado, muy enfadado con algo, entonces supones que tu santa pareja se transforma en una voraz pilingui.
Es malo provenir de una familia en la que el padre biológico no está casado con la madre. Es un bastardo. Peor si tu progenitora se dedica a la prostitución. Es muy llamativo que la cualidad moral de una persona dependa de los órganos sexuales de una mujer, sea su madre o su esposa.
¿No sería absurdo insultar a alguien gritándole, “¡que te hagan cosquillitas!”? En el fondo viene a ser parecido, porque las cosquillas pueden llegar a ser irritantes, una verdadera tortura si se hacen sobre un sujeto especialmente sensible o se alargan de manera inadecuada. La ventaja sería, sin embargo, que si alguien te mirara con cara de rajarte de arriba abajo con una navaja oxidada y, escupiendo, te dice, “que te hagan cosquillitas”, no te quedaría más remedio que echarte a reír, porque eso no lo aguanta nadie serio. Los problemas bajarían de nivel inmediatamente y podríamos conjugar la satisfacción interna de insultar con la paz social.
Pues viendo cómo está el patio, lo dicho, “que les hagan cosquillitas”


domingo, 15 de marzo de 2015

Todos los días son 8 de marzo



Soy feminista. Aunque la palabra cada vez tenga una connotación más peyorativa. Creo que es necesario serlo. Aunque haya muchos tipos de feminismos. La verdad es que el tema me tira la lengua. Y como suele pasar en los eventos, siempre acaba escuchando o leyendo cosas que le sacan de quicio. Pero prefiero tomarme mi tiempo más que demostrar urgencia.
El origen de la conmemoración del 8 de marzo tiene que ver con la reivindicación de la mujer como asalariada –trabajadora es siempre–. Y tiene que ver también con la discriminación de clase. La fractura de clase, como en casi todo, tiene más importancia a veces que la de género. A menudo sólo las clases altas pueden permitirse igualdad de derechos.
Las mujeres sufren peores condiciones laborales, su acceso al mundo laboral está más entorpecido, es más precario, más discontinuo y limitado a un cierto tipo de trabajos y a unas escalas subalternas en la jerarquía. Y, además, por el mismo trabajo cobran menos. Los datos oficiales cuentan que un 16% de media en la Unión Europea.
¿Cómo se llega a esta situación? En primer lugar hay que considerar que los números no cantan, ni cuentan, ni dicen. A los números hay que interrogarlos con cuidado. 16% es la media, entendiendo que hay países como los escandinavos cuya diferencia es sensiblemente menor y otros más al sur o al este donde la diferencia es muchísimo mayor. Lo que sí podemos sacar en consecuencia es que determinadas costumbres y determinadas políticas pueden hacer que las diferencias de salario puedan aumentar o disminuir. La naturaleza no es explicación para las diferencias de sueldo.
En segundo lugar hay que tener en cuenta las diferencias entre el sector privado y ciertas esferas del sector público al que se accede por oposición. En estos casos las diferencias de género son mucho menores que para el resto de la sociedad. Cada vez se está comprobando cómo hay mayor número de mujeres que acceden al funcionariado. Simplemente porque el acceso no tiene tanto sesgo, no hay tanta discriminación.
La explicación de por qué las mujeres cobran menos acaba tropezando con el número de años trabajados en un puesto. Los hombres ascienden más rápidamente y no se encuentran con el llamado techo de cristal que hace prácticamente una rareza encontrar mujeres en puestos de decisión en empresas importantes. Los empresarios, como nos confesó impunemente una directiva de la confederación de éstos, prefieren hombres antes que mujeres en edad reproductiva. Porque saben que no sólo éstas parirán y tendrán su baja –menos mal, que por ellos ni siquiera–, sino que se harán cargo del cuidado de su prole. En realidad la prole es de hombre y mujer, pero se da por supuesto que al médico va la madre, a las reuniones del colegio también. No hablo demagogia. Yo me he tenido que enfrentar hace años con un director de instituto por llevar a mi hija al médico. ¿Y su madre?, me dijo. Y yo le contesté que era mi hija y punto.
Cuidar a la prole y a los ancianos son tareas femeninas que se realizan en todo caso después de la jornada laboral, o en lugar de la jornada laboral. Si los horarios estuvieran pensados para la salud mental de los trabajadores y pudieran hacer compatibles la vida familiar con el trabajo, otro gallo cantaría. Pero no, se prefieren hombres sin lazos familiares o que puedan descargar esas labores en sus mujeres. Reuniones intempestivas, turnos irracionales… Salimos todos perjudicados, pero se busca lealtad en la empresa.
Además hay un proceso de precarización y depauparerización de los trabajos considerados femeninos. Son considerados femeninos no tanto porque sean los que eligen las mujeres sino porque son a los que su acceso no está vedado. Por supuesto, legalmente… ahora, porque de vez en cuando sí que sabemos que hay denuncias de colectivos femeninos que no pueden acceder a la mina o a las cofradías de penitentes.
Detengámonos en esos trabajos feminizados, por ejemplo, limpiadora. El empleador sabe que puede ofrecer un salario más bajo porque supone que el trabajo femenino es complementario al del varón de la casa. Y si ahora todos los trabajos se están precarizando, los considerados femeninos, aún más. Son femeninos porque los han ocupado las mujeres tradicionalmente. Por eso están peor pagados. Y como están peor pagados, no los quieren los hombres y los ocupan mujeres. Y si en un matrimonio hay que dejar un trabajo para ocuparse de la familia, siempre se dejará el femenino porque es el que aporta relativamente menos a la economía familiar. Con lo cual se convierte en la pescadilla que se muerde la cola.
Desarrollar un mismo trabajo significa estar en la misma ventanilla, en la misma aula, en el mismo laboratorio, en la misma oficina. Si hay un hombre que cobra un trienio más en esa oficina, en ese laboratorio porque su compañera se cogió una excedencia para cuidar de los hijos, esa discriminación salarial no es natural por el sexo y condición. Es una artimaña que controla las reglas del juego para que pierdan siempre las mujeres.
Criar un hijo es mucho más que parirlos y darles de comer. Y ahí podemos entrar en igualdad de condiciones hombres y mujeres. Es también costumbre achacar a la falta de funcionalidad de un hogar los problemas de una familia. Falta de funcionalidad que a menudo se corresponde con que los dos progenitores trabajan y alguien debería quedarse con los niños, atendiéndoles, preguntándoles la tarea… Y ese alguien es, por supuesto, la madre. Que haya familias en las que el padre se encargue de estos menesteres no merma el análisis. Los árboles no deberían ocultar el bosque y las excepciones confirman la regla.
Una pregunta flota en el ambiente, ¿por qué hay tan pocas chicas que eligen carreras de ciencias o ingenierías? ¿Por qué prefieren otro tipo de roles? Permítaseme que me salga del tema hablando del velo islámico. A menudo escucho decir que se les obliga a las chicas musulmanas a llevarlo mientras que las susodichas siempre dicen que es una decisión personal. Es que se les come el tarro, dicen entonces. ¿Ven? No hay excepción que confirme la regla. ¿No será también, aunque sea de manera sutil, que influimos para que haya un sesgo en la elección de los adolescentes?
Los anuncios o los roles de las figuras públicas se miden por un doble rasero. Las mujeres tienen que ser eternamente jóvenes, guapas, competentes y delgadas. A los hombres se les exige menos en ese sentido. Se miden con lupa hasta los modelitos de Angela Merkel mientras que a nadie le preocupa si Rajoy repite corbata.
En el caso de un robo no conozco nadie que dude del delito, mientras que en cualquier violación siempre cabe la duda. ¡Claro que hay robos falsos!
La discriminación positiva, las cuotas, las ayudas… todo son parches necesarios para equilibrar demasiado tiempo de desequilibrio. Es harto improbable que las mujeres sean en conjunto menos inteligentes, menos audaces, menos certeras en sus análisis, menos trabajadoras. Si hay un evidente sesgo de género habrá que obligar en un primer momento a que la paridad sea un hecho. Hay mujeres, pienso en Esperanza Aguirre y similares, que están en contra de este tipo de medidas argumentando que hay cierta condescendencia, que lo que tendría que existir es un acceso libre a los cargos directivos. ¿Realmente sucede así? Precisamente lo suelen defender mujeres que se comportan como machos alfa. ¿Es eso lo que queremos? Mientras que el momento de la verdadera igualdad laboral no llegue habrá que usar estas herramientas con sensatez y moderación, pensando que son como antibióticos o vacunas.
El tono de condescendencia en las discusiones, como la que protagonizó Cañete, no son casos únicos ni excepcionales. Cualquier amabilidad de una mujer se considera una insinuación, ¡y es que van provocando! Por eso resulta todavía provocador la explicitación jocosa de la sexualidad femenina. Como se suele citar, no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro.
Por eso hay que tener cuidado con lo que se dice y cómo se dice. El lenguaje tiene una capacidad mágica para hacer reales ciertas cosas y nos asombramos al leer obras clásicas y las barbaridades que aparecen. No estoy diciendo que haya que repetir cansinamente el masculino y el femenino de cada sustantivo, eso es una pesadez, a no ser que tengamos la intención de sobreabundar en el tema. Pero hay diferentes formas de evitar el masculino genérico. No es mucho más difícil que evitar neologismos o préstamos del inglés.
Y también se escucha a menudo que feminismo es el machismo al revés, o se inventa el hembrismo, o peor, el término feminazi. No hay posible vuelta ni viceversa, por mucho que haya misóginos y misandria entre algunas mujeres o algunos hombres, la posición de poder del varón hace inaceptable la consideración de espejo. Pueden ser estupideces, pero no son equivalentes. Por mucho que haya teóricas que propugnen la extirpación del miembro viril lo cierto es que la mutilación femenina sí que se practica en la realidad.
Estas palabras no son, ni con mucho, todo lo que me gustaría decir sobre un tema en el que nos jugamos demasiado. Nos jugamos la dignidad de la persona, la igualdad entre los individuos y una sociedad mucho más “vivible”, más humana. El machismo mata y la broma, el silencio cobarde son cómplices de un terrorismo que asesina mucho más que algunas bandas de infausto recuerdo.
Pero sobre todo hay que tener cuidado con estos temas, de la misma forma que se cuida uno de contar ciertos chistes en según qué ambientes. La cuestión sobre el feminismo es que no se puede mantener una postura equidistante. Si no eres parte de la solución sueles ser parte del problema.