domingo, 28 de febrero de 2021

Viva Andalucía libre...

Hoy se celebra el día de Andalucía.

Como en otras Comunidades Autónomas, hemos señalado en el calendario una fecha que recuerda un fracaso, una traición. Supongo que habrá muchos que recuerden que el Referéndum del 28 de febrero de 1980 tuvo lugar para decidir si los andaluces nos sumábamos a la autonomía según el artículo 151 de la Constitución, el que estaba pensado para las Autonomías Históricas, Cataluña y el País Vasco. Las dificultades para conseguir la autonomía plena, como se decía en aquellos días, estaban dictadas por la UCD y contra ella se sumaron todos los demás partidos de aquella izquierda que oscilaba entre el internacionalismo tradicional y la defensa de las particularidades regionales. Que el referéndum implicaba mucho más que una autonomía estaba claro. Sin embargo fue muy difícil conseguir el 51% del censo en cada provincia y el proceso se encalló. De todas formas empezamos a considerar ese día como nuestra representación como comunidad autónoma, nuestro día nacional olvidando el mítico 4 de diciembre. Un poco como si una pareja de novios celebrase los aniversarios el día de las primeras calabazas, en lugar del primer beso o el día de bodas.

No somos los únicos. la Diada para los catalanes es el recuerdo de la derrota de las tropas austracistas frente a los borbones que luego impondrían los Decretos de Nueva Planta unificando legislativamente el territorio. Los castellano-manchegos rememoran la derrota de los comuneros en Villlalar en 1521 ante las tropas de un recién llegado Carlos I. Los intentos por crear una identidad regional o nacional, en este caso tanto da, se asientan bien en la herida, en la voluntad de desquite, de resarcimiento. Lo cantamos en nuestro himno, “los andaluces queremos / volver a ser lo que fuimos”.

A pesar de que me resultan ya extraños los orgullos y las reivindicaciones territoriales, no soy ajeno a las dinámicas de identidades grupales. Me resulta complicado, después de tantos años, decidir que hay una única Andalucía, con un patrimonio o con una manera de ser propia. Ni siquiera son comunes las hablas de Andalucía la Baja de las del antiguo reino de Granada. Sin embargo me son llamativas las declaraciones que traducen un cierto desprecio hacia los andaluces o las andaluzas.

Existe, no podemos negarla, una intención denigratoria del acento andaluz. Las declaraciones burlándose del acento de alguna ministra –con más ahínco si es de izquierdas– no son meras apreciaciones pintorescas, en cierto modo, invalidan la valía de la política. Un acento andaluz marcado lleva, invariablemente, a la incapacidad. En parte por la tradicional asociación de lo andaluz con lo folclórico, y en parte por una verdad asumida sin crítica, de que el habla de Madrid, del centro de la península, en general, no tiene acento. Ellos hablan “normal”. Es el mismo razonamiento que asume que los blancos son “normales” y el resto están “racializados”.

Son muchos los artistas o los presentadores que tienen que diluir su acento para “ser entendidos”. En todo caso, habría problemas de vocalización, independientemente del acento que se muestre. A mí mismo, por ejemplo, me han hecho notar en los Congresos científicos a los que he asistido, que tengo “mucho acento”. Ese desprecio es el que ha propiciado el relativo éxito de las campañas publicitarias en las que se reivindica el acento andaluz, como una conocida marca de cerveza sevillana que ha montado un deep fake con la imagen de una más conocida artista jerezana ya fallecida. O una cadena de supermercados con nombre de manjar que monta su argumentación a través del vocabulario propio del habla andaluza.

Uno habla tomando la musicalidad, el ritmillo y el vocabulario de donde se cría. No es ni un mérito ni un defecto. En todo caso sería una imprudencia no aumentar el vocabulario y quedarse con las únicas palabras de la niñez. También es una tontería abandonar todo ese acervo.

De los libros que he leído en los últimos años me ha resultado muy interesante el Manifiesto Redneck, de Jim Goad. Se publicó en España con retraso y a remolque del triunfo de Donald Trump. Es un libro visceral, panfletario, escrito para denunciar más que para reflexionar. Es el grito de queja de un representante de la llamada “basura blanca”, la clase pobre blanca, que comparte con las minorías una posición muy comprometida económicamente y comparte con ellos el desprecio hacia el pobre. Además no cuenta, nos dice Jim Goad, con el wishful thinking, la condescendencia del progre blanco hacia las minorías. Al contrario, se convierte en el chivo expiatorio, por pobres y paletos. Su orgullo es reivindicar su personalidad y sus defectos como medallas. En un sentido muy tangencial, sentí que comprendía esa reivindicación.

A los andaluces se nos ha tachado de flojos, de vivir de la paguita, de tener que ser educados, enseñados a pescar. Somos irresponsables, siempre pensando en la fiesta, a pesar de tener uno de los más bajos niveles de absentismo laboral. Tenemos un nivel educativo que no acorta distancias en rendimiento con los niveles de otras regiones desde la Restauración hace siglo y medio. Ignoro si tiene que ver con la inversión o con las infraestructuras heredadas, pero me niego a pensar que es herencia genética la que imposibilita hacer exámenes más eficientes.

Veo completamente fuera de lugar el orgullo por nacer en la misma tierra que Lorca, Alberti o Romero de Torres. Ni siquiera copiando descaradamente a Felipe Benítez Reyes he conseguido ni una milésima parte de su talento, y eso que vivimos en el mismo pueblo. No me siento en absoluto cómodo con ese orgullo absurdo de compartir terruño con Abderramán III, pero igualmente me parece absurdo renegar de una cultura como si solo fueran ancestros de los que pudiéramos estar orgullosos los que llegaron en las huestes de reyes católicos y los musulmanes hubieran sido los únicos okupas del territorio patrio.

El orgullo nacional es el más cómodo de los orgullos, porque te otorga valor simplemente por compartir tierra de nacimiento de muchos otros a los que ni siquiera tienes que conocer. No tienes que haber escuchado a Falla, leído a Cernuda, ni siquiera haber atendido a las maravillas de la Alhambra o el Torcal de Antequera para sentirte orgulloso de ser andaluz.

Pero el más estúpido de los orgullos es el que se dedica a denigrar a los del sur como vagos. Lo sentimos los andaluces frente a los castellanos o catalanes, los hispanos frente a los anglosajones. Puede un primer ministro holandés o un alto burócrata escandinavo cuestionar el uso que se le da en España a los fondos europeos y despertar el orgullo nacional tanto o más que el logro de una copa del mundo en un deporte de masas.

Estaría bien no darles la razón y disfrutar de lo que tiene cada tierra de bueno, cada tradición de memorable y no anclarnos en folclorismos rancios y en la necesidad chabacana de hacernos los graciosos cada vez que nos entrevistan por la tele. O seguiremos celebrando derrotas.

 

viernes, 26 de febrero de 2021

Reseña de la revista Ítaca, nº 3

Coordinada por Isabel Marina, llega la tercera entrega de la revista Ítaca, en esta ocasión editada por BajAmar. En este número encontramos artículos y creación literaria así como reseñas. Andrés Calvo, psicólogo de la Universidad de Ruhr, reflexiona sobre la relación entre la escritura como cura, “como bálsamo reparador de las heridas emocionales” y se detiene en los poetas suicidas, Sata Teasdale, Virginia Woolf, Sylvia Plath o Safo. A continuación Hilario Berrero presenta, selecciona y traduce unos poemas de la neoyorquina de adopción Sara Teasdale, quien requería mayor difusión: “Oh, sumérgeme en amor, apoya / mis sentidos, déjame sorda y ciega, / arrastrada por la tempestad de tu amor, / una candela en un viento precipitada” (No soy tuya); “Cuando esté muerta y sobre mí abril brillante / agite su cabello empapado de lluvia, / aunque tú te inclinases sobre mí con el corazón roto / no me importará” (No me importará).

A continuación, Ángel Alonso selecciona y traduce a dos poetas portuguesas, Golgona Anghel y Margarida Vale de Gato. Los lazos poéticos con el país vecino siempre deben ser reivindicados y no solo por las grandes figuras como Pessoa o Eugénio de Andrade. Golgona Anghel se muestra descarnada: “Todo lo que no es literatura me aburre –/se quejaba un checo muy conocido. / Nuestras vidas, además, deberían ocurrir siempre en el futuro, / donde, en el fondo, suceden las novelas”; “el alquitrán diluye las horas / como un paracetamol efervescente”. Margarida Vale de Gato, en cierta forma también se recrea en esas sensaciones negativas: “Nosotros y nuestra inmensa angst” (Numa); “…María guardaba todas estas cosas / en su corazón; yo soy el turista tengo un objetivo / autofocus y los rollos ya no se revelan” (Catarina); “por la noche a tu cuerpo amor mío yo / también soy un barco sentada en tu vientre / soy un mástil” (Larga distancia).

Alberto Fernández Carbajal recopila la poesía africana en lengua inglesa, desde Langston Hughs (1902-1967), Maya Angelou, Derek Walcott, Grace Nichols o Jackie Kay. Entre los seleccionados se encuentran poemas potentes reivindicando la especificidad y la pertenencia: “También yo canto a América /…/ También yo soy América” (Hughes) o el famoso Aún así me alzo de Maya Angelou: “Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo. / Me alzo. / Me alzo. / Me alzo”. El premio nobel Derek Walcott evidencia esta dicotomía en La llamada lejana de África de Walcott: “¿Cómo escojo / entre esta África y la lengua inglesa que amo?”. Se recogen también otros temas en poemas tan conmovedores como Me estoy convirtiendo en hiedra de Goodison o Derby de Jackie Kay: “Los muertos todavía están aquí, cogidos de nuestra mano”.

La sección de creación incluye poemas de Dalia Alonso, de Yasmina Álvarez (“Me escribe a mano. Con tinta indeleble me traza / –siempre con mi dedo– las curvas ascendentes /…/ Me adorna. Me caligrafía. Me escribe a mano, sí. / Y lo escrito, dicen, permanece”, Scripta manent). Poemas de la búlgara Zhiuka Baltadhieva y de Alfonso Brezmes (“Estas son tareas que algún dios / me dio para poder soñarlo; / o, tal vez, los dones de un demonio / menor me concedió para alejarme / de Dios, del Demonio y de mí”). Una contundente Ángeles Carbajal (“He vivido, con implacable amor desesperado, / auscultando los adioses de los días, / recogiendo manzanas y haciéndolas girar ante mis ojos. /…/ Quisiera decirle algo a la niña que me mira. / Algo que no sé”, Algo que no sé) y ejemplos de las últimas creaciones de José Cereijo, Alfredo Garay (“No se respetan edades ni sexos / ni creencias ni sueños. / Reina el dolor entre los vivos. / Reina el silencio”); Christian David López, Corina Opoal (“porque jamás tuve un primer amor / porque jamás escribí un primer verso”) y María José Rocero.

Por último, se incluyen las reseñas de Carmen Yáñez (Sin regreso, BajAmar, 2020) por Carmen Cabeza, de Raquel Vázquez (Aunque los mapas, Visor, 2020) por Jesús Cárdenas, de Mónica Manrique (Devoción de las olas, Isla Negra-Crátera, 2020) por un servidor, de Jesús Cárdenas (Los falsos días, Alhulia, 2019) por Yolanda Izada y de Pablo Núñez (Tus pasos en la niebla, Renacimiento. 2020) por Isabel Marina.

Enhorabuena por el número y esperamos que continúe la poesía.